Vaticano; el país más pequeño del mundo

 Tan pequeño como grandioso, tan diminuto y gigante al mismo tiempo, el Vaticano abre sus puertas al asombro y a los invaluables tesoros que guarda detrás de sus muros, dando fin a una polémica universal al demostrar que el tamaño no importa.


por Diego Horacio Carnio

El Vaticano, con sus 44 hectáreas de extensión, es el país más pequeño del mundo. Tan diminuto que cabe por completo dentro de la ciudad de Roma. Su población oficial no supera los 900 habitantes y al ser ellos mayoritariamente sacerdotes y monjas, es además el estado con menor tasa de natalidad del planeta, cuyo índice es cero. Hacia allí nos dirigimos no bien despertamos y nos pusimos en marcha luego de desayunar algo en las cercanías de la Piazza Spagna.

Planificar bien el camino a seguir rumbo al Vaticano permite conocer rincones de Roma que de otra manera quedarían relegados al olvido. Decidimos entonces cruzar el Río Tiber por el Ponte Cavour, pasando antes por el Mausoleo di Augusto, que data del 28 a.C., cerrado temporalmente por restauración, pero con exteriores visibles a la distancia que muestran su magnificencia. Allí cerquita, vecino del Mauseleo, se encuentro el moderno Museo dell`Ara Pacis, lugar que guarda en sus adentros un espectacular altar romano dedicado a la Pax Augusta, construido en el año 9 a.C.

La marcha hacia la Sede Pontificia continuó cruzando el Tiber a través del Ponte Cavour y bordeamos el río en dirección al Castel Sant Angelo, pudiendo disfrutar en el breve trayecto las fachadas de dos edificios soberbios como la Iglesia Sagrado Corazón del Sufragio y los Tribunales, ubicados justo enfrente de otro bonito puente como lo es el Umberto I.

Una vez a las puertas del Castel Sant Angelo, disfrutamos un buen rato tanto de la particular fachada del castillo como del puente homónimo, que regala exquísitas vistas sobre ambos márgenes del Tíber. Sant Angelo, antes de ser considerado un castillo y una fortaleza, fue originalmente un Mausoleo en honor a Adriano y sus formas circulares se deben a que el arquitecto Demetriano se inspiró en el de Augusto. Recién a partir de principios del Siglo V el edificio pasó a ser una fortaleza, perdiendo sus connotaciones funerarias. Fue en 1367 que las llaves del Castillo fueron entregadas al Papa Urbano V, consumándose de esa manera el traspaso de la propiedad a la iglesia y convirtiéndose, a partir de ese momento, en la fortaleza papal ante los peligros que su autoridad pudiera correr. Unido al Vaticano por medio del Passetto di Borgo, un pasillo elevado y fortificado que recorre los casi 800 metros que separan ambos sitios y que permitía al Papa y a la Corte Cardenalicia trasladarse al refugio a salvo, sobre todo en las convulsionadas épocas medievales. El Castel Sant Angelo es hoy un museo y pertenece al Estado Italiano y no a la iglesia. Es interesante visitarlo por dentro y llegar hasta sus torres más altas, desde donde se obtienen espléndidas vistas de la ciudad y para lo cual hay que desembolsar la modesta suma de unos 20 euros como coste de ingreso.

Desde aquí, tomamos la Vía della Conciliazione, un bonito y amplio boulevard que desemboca directamente en la Piazza San Pietro y regala vistas de la inmensa Cúpula de la Basílica en todo su recorrido, haciendo del acercamiento toda una experiencia visual. Casi sin darnos cuenta cruzamos literalmente la línea existente en el piso que marca la frontera entre Italia y el Estado Pontificio del Vaticano: estábamos dentro del país más pequeño del mundo.

Además de las particularidades sobre el Vaticano que les conté en el primer párrafo de esta crónica, sumemos algunas otras curiosidades, como por ejemplo el hecho de que sea una monarquía absoluta y teocrática cuyo monarca es el Papa, lo que genera que en la actualidad exista un monarca argentino gobernando en Europa: Francisco. El Vaticano no posee ejército, pero la seguridad del Papa está en manos de la famosa Guardia Suiza, cuyos coloridos uniformes son atribuidos al diseño de Leonardo Da Vinci. Por último, si bien tiene siglos y siglos de historia, el Estado Vaticano data oficialmente como tal desde la celebración del Tratado de Letrán entre el Reino de Italia y la Santa Sede, en 1870.

¡Paciencia! Una larga fila estaba ya conformada a lo largo de la Piazza San Pietro para poder ingresar a la Basílica del mismo nombre y tardamos una hora para cruzar el umbral. El ingreso es gratuito, aunque hay que pagar una módica suma para ascender hasta la cúpula y un plus si uno desea que ese ascenso sea por un elevador y no por la escalera. Se accede atravesando alguno de los cinco pórticos existentes, que de izquierda a derecha fueron bautizados como Puerta de la Muerte, Puerta del Bien y del Mal, Puerta de Filarete, Puerta de los Sacramentos y Puerta Santa.

El interior de la Basílica de San Pietro asombra por donde uno la mire. Apenas se ingresa, hacia la derecha, se encuentra una de la obras cumbres de la escultura renacentista: La Piedad, de Miguel Ángel. Hoy, esta obra se puede observar a través de un vidrio blindado ya que hace algunas décadas atrás un visitante la atacó lanzándole un martillo y dañándola.



Si uno continúa avanzando por cualquiera de las naves del templo va a sorprenderse de la misma manera, ya sea con los sepulcros de los papas -algunos más sencillos y otros verdaderas obras supremas del arte funerario-, con la Tumba de Pedro en medio, bajo el Baldaquino diseñado por Gian Lorenzo Bernini. El templo, con sus 23 mil metros cuadrados, es uno de los edificios más grandes que el hombre ha construido. Imperdible es la tumba del Papa Alejandro VII, ubicada al fondo del templo, sobre la nave izquierda, con una cuidada representación de la muerte con un reloj de arena en la mano, cuyo simbólico significado es que la muerte nos llega a todos en el debido momento, cuando el tiempo se acaba.

En el recorrido por la Basílica hay que tratar de no perderse ningún detalle y hay que estar atento a cada puerta que se abre y por donde uno puede inmiscuirse, atravesando pasillos que llevan a lugares quizá no tan conocidos como la parte central de San Pietro.

Nuevamente sobre la Piazza, también nos detuvimos a observar el Obelisco Egipcio que se encuentra en su centro y que junto a inscripciones en el suelo cumple el rol de un reloj solar, en medio de las dos fuentes icónicas que gobiernan la superficie oval de la plaza, rodeada de columnas y estatuas en altura.

Llegó el turno de visitar los Museos Vaticanos, para lo cual hay que salir del territorio pontificio y bordearlo, siguiendo las murallas por unos dos kilómetros, hasta llegar a la entrada de los Museos. Es en sus galerías y salones que el lujo y el arte desbordan. También es por aquí desde donde puede visitarse la Capilla Sixtina, que es parte del Palacio Apostólico donde reside el Papa y funciona, además, como el sitio donde se desarrolla el Cónclave, ceremonia en la que el Colegio Cardenalicio elige a un nuevo Papa ante el fallecimiento del Pontífice anterior. La Capilla se distingue por sus frescos, extendidos tanto a sus muros como a sus techos y pintados por Miguel Ángel, siendo los más famosos de ellos "La creación de Adán" y "El juicio final".

Ya en el atardecer romano emprendimos el regreso al Hotel y lo hicimos atravesando el Tíber por el Ponte Vittorio Emanuelle II, obteniendo desde allí un magnífico punto fotográfico tanto para el río como para inmortalizar aún más el Castel Sant Angelo. Unas cuadras más allá, una sabrosa cena nos aguardaba y luego, el descanso hasta el día siguiente en el que emprenderíamos una larga caminata por la Roma menos convencional, en busca de la Villa Torlonia.





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