En el sur del territorio polaco se levanta Cracovia, antigua capital del país y poseedora de un casco medieval colmado de encantos, pero que fue también la puerta al infierno de Auschwitz y Birkenau, donde fueron enviados miles de judíos de toda Europa.
Poco más de dos horas tardó el bus en recorrer los 288 kilómetros que separan a Varsovia de Cracovia, en un trayecto que se escurre plácidamente a través de las ventanillas, entre campiñas nevadas y pequeños poblados desperdigados en el paisaje. Mientras el bus avanza, me cuesta creer que la belleza que hoy se esparce ante mis ojos, exista en lo que fuera uno los escenarios más trágicos y violentos de la Segunda Guerra Mundial. No podía sacarme de la cabeza el hecho de que Cracovia, nuestro destino en esta parte del viaje, había sido no sólo la puerta de entrada al infierno de Auschwitz - Birkenau, sino también una tierra donde reinaron las atrocidades nazis, sus guetos y persecuciones, pero también los actos heroicos como el salvataje de cientos de judíos llevado adelante por el empresario Oskar Schindler, cuya famosa fábrica es uno de los sitios más visitados de la segunda ciudad polaca más importante.
El mediodía había pasado hacía rato cuando descendimos del bus en la Terminal Terrestre, situada al lado de la Estación Central del Ferrocarril. Salimos a una gran explanada llamada Plac Jana Nowaka-Jezioranskiego, una inmensa plaza donde se encuentran varios puestos callejeros de comida. Aprovechamos para probar una de las típicas Salchichas entre panes, bautizadas aquí como Sausages y a las que no me animaría ni a llamar ni Hot Dog ni Panchos, porque son muy distintas y superiores a esas dos versiones tránsfugas de uno de los platos más típicos de estas latitudes europeas. Para acompañar la salchicha hay una enorme variedad de condimentos y adicionales para elegir. Nosotros, atrapados por la gula y la voracidad, ordenamos una para cada uno, pero lejos estuvimos de terminarlas y camino al apartamento que teníamos reservados se las obsequiamos a una persona en situación de calle que mucho nos agradeció el imprevisto presente culinario en forma de embutido.
El mapa que nos guiaba hasta nuestros aposentos cracovianos nos hizo pasar por algunos lugares muy interesantes, a los cuales volveríamos en las próximas jornadas para una visita más exhaustiva. Uno de ellos fue el Monumento a Florian Straszewski, terrateniente fundador del parque que rodea el casco antiguo y que desde 1874 es recordado con un obelisco que contiene, en uno de sus lados, su rostro. Más adelante, por los senderos de este bello parque lindero, tropezaríamos por vez primera con la Barbacana, muralla baja que rodea el centro histórico, al cual ingresaríamos por la vistosa calle Florianska a través de la Puerta de San Florián, una de las torres góticas más afamadas de Polonia que data del siglo XIV y donde, por las noches, uno puede disfrutar de violinistas que se apostan allí para tocar y ganarse unas monedas.
A dos cuadras de la Barbacana y de la Puerta de San Florián se encontraba nuestro bonito apartamento, bautizado por sus dueños como Herbarium Apartaments, de espléndida ubicación, amplios y equipados incluso con cocina y lavarropas, algo que utilizaríamos mucho durante nuestra estadía. Nuestra ventana daba hacia la transitada y semi peatonal calle Florianska, que conecta la muralla con la Plaza del Marcado, que además de ser la más importante de la ciudad es la plaza medieval más grande de toda Europa, motivo más que suficiente para dejar nuestras maletas y salir a conocerla.

Caminamos las dos cuadras y media que separaban nuestro hospedaje de la
Plaza del Mercado y al llegar hasta ella el panorama fue cautivador. Lo primero que apareció ante nuestros ojos fue la enorme
Basílica de Santa María o Bazilyka Mariacka, como es su verdadera nomenclatura en lengua polaca. Lo primero que llama la atención de esta iglesia es que sus torres son muy distintas entre si, tanto que parecen pertenecer a templos diferentes. Santa María comenzó a construirse sobre los cimientos de un templo preexistente a finales del siglo XIII y abrió formalmente sus puertas en el año 1320. Tuvo muchas reformas y agregados a lo largo de los siglos, siendo algunos de los más importantes la colocación del retablo del altar mayor, en 1484, considerado una de las obras maestras del arte gótico tardío. La entrada a la Basílica cuesta unos pocos Zlotys que bien vale la pena pagar, ya que los interiores son verdaderamente imperdibles. Un enorme crucifijo pende del techo y engalana el espacio con su presencia, resaltando sobre el fondo azul estrellado de los cielorrasos de la Basílica de Santa María.

La construcción de la torre más alta, conocida como Torre Norte, se realizó pensando en dotar a la ciudad de un puesto de vigilancia en altura que permitiera controlar visualmente los territorios extramuros cercanos a Cracovia. Es, sin dudas, la torre más elegante de las dos que tiene el templo, debido sobre todo a que décadas más tarde de haber sido terminada se la decoró con una estructura que simula ser la corona de María. La Torre Norte es llamada Torre de la Corneta y el motivo de tal nombre es tan simple como llamativo: desde sus ventanas más altas, a determinadas horas del día, en lugar de las tradicionales campanadas suena una trompeta que marca el avance del reloj y cuyo trompetista, además, saluda a quienes miramos desde la plaza, en una ceremonia que nunca antes había visto en otras ciudades y que despierta en mi la curiosidad sobre el estado físico del trompetista, quien debe subir y bajar las largas escaleras varias veces por día o vivir encerrado en la torre cual princesa de un cuento de hadas y dragones.

Por su parte, la Torre Sur es más baja que su vecina y culmina de manera totalmente distinta con una cúpula elíptica que fue colocada en 1592. Los cracovianos explican las diferencias entre ambas torres a partir de una difundida leyenda, que cuenta que la construcción se encargó a dos hermanos, considerados ambos los mejores constructores del sur de Polonia. El avance de las torres marchaba bien hasta que un día el hermano menor, encargado de la Torre Norte, se percató que el hermano mayor había hecho su torre mucho más alta. Los celos se apoderaron de él y entonces asesinó a su hermano mayor, ocultando el cadáver y haciendo colocar una cúpula sobre la Torre Sur, dándola así por finalizada mientras continuó elevando la Torre Norte, que terminó siendo la más alta de las dos. Pero el remordimiento por el homicidio de su hermano hizo que el día de la inauguración de ambas torres, desde lo alto de la más elevada y con el cuchillo que había utilizado, confesara el crimen y se arrojara al vacío. Hasta el día de hoy, el cuchillo asesino cuelga a un costado de la Puerta del Mercado, para que el trágico recuerdo no se olvide y para que la envidie no le gane a la razón.

Estuvimos un rato largo en la Plaza del Marcado en aquel primer crepúsculo cracoviano,
entre los transeúntes y los carruajes a caballo, mirando a un lado y al otro mientras buscábamos el famoso cuchillo homicida que finalmente encontramos colgado a un lado de la puerta del Mercado, un edificio con arcadas que divide la enorme plaza en dos partes. Un nuevo trompetazo desde la torre nos indicó que ya habíamos pasado una hora deambulando por la plaza. Creíamos haberla conocido en plenitud, pero los días venideros nos mostrarían el error de tal suposición.
Abandonamos la Plaza para conocer algunas de las calles aledañas, antes de regresar al apartamento. Estábamos cansados, por lo que decidimos cenar allí. Compramos algunas delicatesen locales y un vino italiano para nuestro banquete, después del cual nos dormimos plácidamente.

El día siguiente comenzó muy temprano y antes que saliera el sol ya estábamos caminando por la calle Florianska con un itinerario bastante cargado de lugares. Primero, regresamos a la Plaza del Mercado para cerciorarnos que habíamos visto todo lo que en ella hay de interesante y caer en que nos habíamos equivocado. Por un lado, la vieja Torre de lo que alguna vez fue el Ayuntamiento de la ciudad se materializó ante nuestros ojos, incrédulos de ella al no habernos dado cuenta anoche de su existencia. Atribuimos tal cuestión a que quizá la oscuridad de la noche la había camuflado en sus penumbras. En determinados horarios, la torre es accesible al público. Nosotros la encontramos cerrada en cada oportunidad que pudimos acercarnos, pero es cuestión de probar y tener suerte. Debajo de la Torre hay un pintoresco restaurante llamado Ratuzsowa. Allí cerca, a un costado de la Torre, yace la escultura de Eros Bendato, también conocida como "La verdadera cara de Cracovia", una cabeza acostada del Dios griego del amor y el deseo, obra del escultor polaco Igor Mitoraj, fallecido en 2014. En otro rincón de la Plaza se levanta la Iglesia de San Adalberto, fundada en el siglo XI, pequeña en tamaño pero gigante en sensaciones.
Debemos decir que, en términos generales, Cracovia fue mucho menos dañada durante la Segunda Guerra Mundial que muchas otras ciudades polacas. De más está decir que la destrucción intencionada de Varsovia ni siquiera entra en la comparación. Sea por las razones que fuera, Cracovia ha podido conservar de pie muchos de sus edificios más emblemáticos, aunque algunos de ellos sufrieron significativos daños y gran parte de su patrimonio artístico fuera robado, destruido o saqueado, permaneciendo varias piezas desaparecidas hasta la fecha.
Nuestra ruta tomó dirección al Castillo y Catedral de Wawel, que fuera el epicentro del poder de los reyes polacos durante gran parte de la historia local, cuando Cracovia fue capital del reino. En el camino hacia Wawel nos topamos y conocimos otros tres templos con arquitecturas peculiares: la Iglesia de San Pedro y San Pablo, la Iglesia de San Juan y la Iglesia de St. Giles.

Llegar a Wawel requiere ascender por una explanada hasta el interior del sitio fortificado, que es lo que sería el Castillo de Wawel. Podemos decir que el Castillo contiene en su interior a la famosa Catedral homónima y al Palacio Real, residencia de los antiguos monarcas. El Castillo viene a ser como una pequeña ciudadela, que además de los edificios nombrados anteriormente, incluye en sus adentros otros espacios utilizados hoy como museos, salones para eventos y galerías de arte. Uno puede optar a la hora de pagar los tickets de ingreso sobre qué lugares desea conocer. Por cuestiones más relacionadas con el tiempo que con el bolsillo -las entradas no son costosas-, elegimos ingresar a la Catedral y al Palacio, dejando museos y galerías para una visita futura. El Palacio es bello, por momentos muy bello, pero habiendo visto otros palacios europeos no llega a llamar la atención de una manera demasiado profunda. Por su parte, la Catedral si merece un párrafo aparte.

La
Catedral de Wawel, una de las favoritas del Papa Juan Pablo II, es fascinante por donde se la mire y por donde se la recorra, aunque quizá mis rincones favoritos del inmenso templo hayan sido la Torre del Campanario y las Tumbas Reales ubicadas en parte de su cripta. Las naves catedralicias son bellas y dignas del gótico oriental, pero insisto con la rara belleza del ascenso al Campanario, al que se llega después de subir empinadas y frágiles escaleras de madera y de piedra, agachando la cabeza en varios momentos para no lastimarnos con los bajos techos de algunos sectores. En la cima, la Campana de Segismundo exige pleitesía. Enorme y con una historia vastísima, la campana sonó por primera vez en Cracovia en 1521 y con el paso de los años se convirtió en uno de los símbolos del nacionalismo polaco. Hecha en bronce, la Campana de Segismundo pesa casi diez mil kilos. En los subsuelos de la Catedral, la cripta es visitable y permite un recorrido por sus entrañas a través de las tumbas de reyes, reinas y miembros de las dinastías reales polacas. También, allí duermen su glorioso sueño eterno algunos de los generales destacados en las distintas guerras que tuvieron a Polonia como protagonista y algunos políticos con actuaciones trascendentes en el período republicano que se mantiene en pie desde el fin de la Guerra Fría hasta nuestros días. No puede faltar en el recorrido que uno haga por el interior del templo, pasar unos minutos al menos por la Capilla de Segismundo, tumba de los monarcas más importantes y sitio de coronación cada vez que un nuevo rey ascendía al trono. Desde afuera, la Capilla es fácilmente identificable por su vistosa y brillante Cúpula Dorada.
Ya fuera de la Catedral, en lo que sería la Citadela del Castillo, nos tomamos un tiempo para sentarnos a descansar y a pensar en cómo era la vida en un lugar como éste en épocas medievales. Viajar física y geográficamente en el espacio permite, a su vez, viajar imaginariamente en el tiempo y jugar a ser parte de aquellos remotos modos de vida en las escenografías que nos precedieron y que aún perduran. El castillo, con sus salones y habitaciones, se prestó también a ese juego que nos permitió divagar con bailes de gala y banquetes reales. Convertido en un inmenso museo con mobiliario original que tiene siglos de antigüedad y que permite echar un ojo al pretérito, el Castillo propone un recorrido en el que uno siempre está esperando el momento de asombrarse y pese a lo interesante del lugar, ese momento no llega, como si al Castillo algo le faltara para quedar impregnado en la memoria como una visita inolvidable. Nos fuimos de Wawel con la enorme satisfacción que nos regaló la Catedral y con una especie de desazón por lo insípido del Castillo. Pero no había demasiado tiempo para detenernos en esas reflexiones. El reloj apremiaba y el Barrio Judío nos aguardaba.


Por la calle Jozefa continuamos nuestra incursión por el Barrio Judío y llegamos a uno de los rincones que más me conmovió y que es la cuadra que se extiende justo antes de que uno se encuentre cara a cara con la Antigua Sinagoga, donde se encuentra también un interesante museo sobre la historia y la cultura de los judíos de Cracovia. Vale decir que esta Sinagoga es la más antigua de todas las que se conservan en Polonia, ya que data del siglo XV. Sobrevivió a la ocupación alemana porque los nazis la expropiaron para utilizarla como almacén y aunque le causaron enormes daños, se sostuvo en pie y fue restaurada en los tiempos de la posguerra. A unos pocos metros del templo, yendo en dirección al Río Vístula, no hay que dejar de echarle una profunda mirada a un edificio que a priori parece que está abandonado, pero que en realidad se conserva en ese estado como testimonio del genocidio judío y como homenaje a la familia que lo habitó hasta 1941, año en que los propietarios ingresaron a Auschwitz para ya nunca más regresar. Este edificio se llama Kamienica Bosaków y además de una placa recordatoria a la familia Bosaków, en uno de sus extremos muestra un mural verdaderamente conmovedor.

Atravesamos el Vístula por el Puente Slaskich, por donde también cruzan tanto los automóviles como el tranvía, para llegar a otro de los lugares que cobraron notoriedad a partir de la tragedia desencadenada por la Segunda Guerra Mundial, por la persecución y exterminio del pueblo judío por parte de los nazis. El Memorial de los Judíos del Gueto de Cracovia se emplaza en el mismísimo lugar donde se concretaba la deportación de las miles de familias semitas hacia los cercanos campos de Auschwitz y Birkenau, sobre los cuales ahondaremos en un próximo artículo. El lugar es una explanada amplia que conserva la casilla que ocupaban los militares de las SS y los administrativos del holocausto, quienes controlaban y llevaban adelante la llamada "liquidación del gueto", que no era otra cosa que el envío de enormes contingentes de personas a la muerte más atroz en los campos de exterminio. La plaza contiene un monumento formado por numerosas sillas de bronce, desparramadas en el lugar, cada una de las cuales representa a mil de los judíos que por allí pasaron. En el lugar, aún se respira tristeza, tragedia y angustia. Cerca, la Fábrica de Oskar Schindler nos aguardaba.
Al llegar a la puerta de la Fábrica de Oskar Schindler es imposible no remitirse nuevamente al famoso filme sobre la vida del propietario y sobre la forma en que pudo salvar a cientos de judíos de una muerte segura en los campos alemanes. La antigua Fábrica de Esmaltados se conserva intacta y funciona como un museo de la memoria sobre la historia de Cracovia durante los años en que fue ocupada por las tropas del Tercer Reich. Al ver la fila para ingresar a la Fábrica, me felicité a mi mismo por haberme adelantado a sacar las entradas por la Web, lo que no sólo nos ahorró tiempo de espera sino que nos permitió ingresar sin riesgo a quedar afuera.
En el interior de la Fábrica, el recorrido es excepcional e ilustrativo sobre la ocupación alemana y la persecución a los judíos en Cracovia y permite al visitante conocer, incluso, las oficinas originales del Señor Schindler, su escritorio y algunas de sus pertenencias, además de conocer más profundamente su historia y su quehacer durante los tiempos bélicos.

Antes de abandonar la Fábrica de Schindler, nos sentamos un ratito en el bonito y acogedor café que hay dentro, sobre todo para recobrar energías antes de emprender el regreso a nuestro apartamento. Ya era de noche, por lo que optamos por acercarnos al centro de la ciudad utilizando el tranvía. Luego, caminamos hasta nuestros aposentos, descansamos un rato y volvimos a las calles para disfrutar de la gélida noche cracoviana y buscar un bonito sitio para cenar, algo que hallamos en las mesas de
Miód Malina, un lugar donde el menú tiene platos polacos típicos y buenas pastas italianas. Recuerdo, además de lo delicioso de la cena, que en un momento de la velada comenzó a escucharse de fondo los acordes de una talentosa violinista que entonaba la melodía del tango
"Por una cabeza", lo que hizo de la noche un momento inolvidable. Luego, nos retiramos a descansar ya que al día siguiente debíamos madrugar para trasladarnos hasta los campos de Auschwitz - Birkenau.
Ni siquiera eran las seis de la mañana cuando ya estábamos de pie y casi listos para emprender la visita a los campos de Auschwitz - Birkenau, relato que encontrarán en una próxima crónica, por lo que daré lugar aquí a un par de lugares que conocimos antes y después de la tremenda experiencia de conocer por dentro un campo de exterminio.

Yendo hacia el bus que nos llevaría a Auschwitz, a unas pocas cuadras de nuestra morada y cruzando la Barbacana hacia las afueras del Casco Antiguo, nos encontramos con dos interesantes sitios. El primero de ellos, la Puerta Fortificada de la Muralla que ha logrado sortear obstáculos para mantenerse en pie ininterrumpidamente desde su construcción en el siglo XV. Un poco más lejos, sobre una angosta plaza, no tuvo la misma suerte el Monumento a la Batalla de Grunwald de 1410, que los alemanes hicieron volar por los aires en 1939 ya que los derrotados en aquella lejana batalla habían sido ellos mismos. Incluso, el Monumento mostraba y muestra, ya que fue reconstruido según planos originales en 1976, el cuerpo sin vida del Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Teutónicos Ulrich von Jungingen, derrotado por el rey polaco Vladislao II. Esa ofensa no fue soportable para las tropas nazis y apenas ocupada la ciudad, destruyeron el monumento. Ya de regreso de los Campos y tras haber tomado un breve descanso en nuestras camas, disfrutamos de la noche cracoviana caminando lenta y reflexivamente. Lo experimentado en Auschwitz así lo hizo necesario.

Nuestra última jornada en Cracovia fue tranquila. El bus que debíamos abordar con destina a Nuremberg partiría muy entrada la noche, por lo que sobraran razones y tiempo para disfrutar de un día sin premisas ni prisas, condiciones que en los viajes no suelen abundar y que nos permitieron caminar por zonas de la ciudad que no aparecen recomendadas en ningún lado pero que no por ello son menos bonitas e interesantes.

Bajo esas óptimas condiciones, iniciamos nuestro recorrido bordeando la Barbacana, esquivando los carruajes a caballo que tienen su ruta por ese mismo sector de la ciudad donde, a menos de cien metros de la Puerta de San Florián, uno tiene la posibilidad de elegir entre tres sectores independientes del prestigioso Museo Príncipe Czartoryski. El sector dedicado a las bellas artes guarda y expone pinturas europeas de los siglos XIII a XVIII. La obra más valiosa del museo es La dama del armiño, de Leonardo Da Vinci. Otro edificio del Museo alberga un antiguo Monasterio que exhibe mobiliario y arte sacro, mientras que el tercero de los sectores se corresponde con un viejo arsenal, donde se exponen objetos de guerra y algunas esculturas.

Luego abandonamos la zona intramuros de la ciudad y nos dedicamos a recorrer el parque circundante, a lo largo del cual nos encontramos con algunas estatuas y fuentes significativas. Una de ellas está dedicada a la figura mítica de Lilla Weneda, en honor al libro del poeta polaco Juliusz Slowacki que, según averiguamos, es considerado uno de los grandes escritores de toda la historia de Polonia. Más adelante, dimos con el homenaje que no podía faltar: la fuente en memoria de Federico Chopin. Pero esta fuente tiene una particularidad, que si uno no indaga en su diseño quizá ni siquiera comprenda porqué se la puede relacionar con el famoso compositor decimonónico. A primera vista abstracto, el diseño que la artista María Jaremianka consta de una creatividad muy talentosa ya que la propuesta reproduce la parte interior de un piano, aquella que se acciona al presionar las teclas y que son, en definitiva, las que reproducen los sonidos y dan forma a las melodías.
Cerca de la Fuente de Chopin, al abandonar el parque y adentrarnos nuevamente en la zona urbana del Casco Viejo, se encuentran varios de los edificios universitarios más importantes. Era hora de almorzar y decidimos sentarnos en el Restaurante de la Torre del Viejo Ayuntamiento. Habíamos visto sus mesas sobre la Plaza del Mercado, pero lo que no sabíamos era que el local disponía de un par de pequeños salones subterráneos, ubicados en lo que eran las antiguas mazmorras y dependencias del Ayuntamiento. Bajamos muchos escalones, más de los imaginados, para sentarnos en medio de un ambiente que evoca al medievo más profundo, con paredes y techos de piedras, gruesas columnas y bóvedas formadas entre los muros y el piso. Comimos bien, pero lo mejor fue sentir que estábamos viajando literalmente en el tiempo.
Almorzamos muy tranquilos. Teníamos tiempo para una merecida sobremesa, mientras probábamos algunos dulces locales. Eran cerca de las 15 y en el restaurante ya se observaban caras largas, con ganas de irse. Fue lo único que nos apuró un poco. Al salir, recorrimos el mercado, donde venden chucherías, souvenirs para turistas ávidos de llevarse un recuerdo que no sea sólo memorístico y artesanías de variadas formas y materiales. Valentín cayó en la trampa y compró un par de llaveros. Ante el peligro de que lo invada una fiebre consumista, abandonamos el lugar raudamente.

Atravesamos la parte de la plaza que lleva a la Basílica de Santa María, aquella de la que tanto escribimos al inicio de esta crónica, la de las dos torres tan distintas que dieron lugar a una leyenda para explicar el porqué de sus diferencias. Detrás del enorme e icónico templo se levanta uno más pequeño pero no por eso menos interesante: la Iglesia de Santa Bárbara. Lo bien que hicimos en acercarnos hasta allí. Los alrededores de la gran Basílica, la pequeña plaza y la Iglesia de Santa Bárbara dan forma a uno de los rincones más bellos de la vieja ciudadela de Cracovia. Santa Bárbara, según indica una carta enviada al Papa Benedicto XII en 1338, existe desde aquellos remotos tiempos del siglo XIV, cuando la Peste Negra se devoraba media Europa, el hambre se esparcía por el viejo continente y las ciudades eran lugares para vivir tan inhóspitos como una ciénaga. En ese escenario, Santa Bárbara debió haber sido lo más parecido a un oasis, a un paraíso terrenal. Vale la pena verla por fuera y recorrerla por dentro.
La noche empezaba a asomar y las luces citadinas a encenderse. Buscamos nuestras maletas en la recepción del que había sido nuestro apartamento y nos fuimos felices hacia el sitio indicado para abordar el bus en el que, con un trasbordo en la cercana ciudad de Katowice, atravesaríamos Chequia para arribar bien temprano y de madrugada a la alemana ciudad de Nuremberg. Pero esa será otra historia...
Itinerario por Cracovia - Día Uno
Itinerario por Cracovia - Día Dos
Itinerario de la ruta a Auschwitz-Birkenau - Día Tres
Itinerario por Cracovia - Día Cuatro
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