Auschwitz, las tierras del mal absoluto

Si en el mundo existe un lugar símbolo del mal, sin dudas es Auschwitz - Birkenau, los campos de exterminio donde la voracidad de la muerte y el inefable poder del odio dieron forma al infierno más temido para centenares de miles de seres humanos.

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabujula

Explanada a donde llegaban los trenes con prisioneros en Auschwitz-Birkenau

Se respira muerte en Auschwitz. Se inhala muerte y tragedia en este lúgubre rincón del planeta donde el grito y el silencio se estrechan las manos. Se sienten aún los aromas pútridos de los cadáveres quemados, de la corrupción de los cuerpos, de la sal acumulada por lágrimas mal lloradas.

Auschwitz hubiera sido una mediocre película de ciencia ficción, en el caso de no haber sido la más cruda de las realidades y una de las piezas centrales en el escenario del Holocausto llevado adelante por el Nacionalsocialismo alemán. Es, hasta nuestros días, el sitio donde se llevó a cabo el mayor asesinato en masa de la historia. El filósofo polaco Zigmunt Bauman definió a este campo de exterminio como el producto más acabado de la modernidad, imposible siquiera de ser pensado sin los aportes tecnológicos e ideológicos que la era moderna trajo consigo. Max Horkheimer y Theodor Adorno vinculan al Holocausto con algunos de los postulados del iluminismo, sobre todo a la imposibilidad que tuvo el pensamiento ilustrado para superar eficientemente el mito al cual combatía. Para estos autores, la civilización emanada del iluminismo no ha podido cumplir con su misión ilustrada y los campos de exterminio son pruebas fehacientes de ello. El propio Adorno, en su obra Dialéctica Negativa, manifiesta aún con más fuerza que Auschwitz simboliza el gran fracaso de la civilización y afirma de forma tajante que "escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie". Esa categórica afirmación sobre la defunción de la poesía fue contradicha, por suerte para las letras, por la pluma de Paul Celan, poeta ucraniano que logró con los versos de su "Fuga de Muerte" tejer un abrigo literario y señalar una forma de describir y denunciar lo padecido por aquellos cuya humanidad fue ultrajada y acabada en los campos de exterminio nazis. En una noche fría y oscura de 1950, Celan se lanzó al Sena para nunca más emerger de sus aguas. Su poesía lo sobreviviría como epitafio de una historia. Su testimonio también.

Auschwitz I
Desde Cracovia, el bus tardó una hora y media en recorrer un camino que no por bello, pierde su sello indeleble de desdicha y fatalidad. Visitar Auschwitz-Birkenau no es hacer turismo, sino tomar consciencia. No es un viaje de ensueño y descubrimiento, sino de pesadilla y de trágica confirmación. Es, también, una visita ineludible para entender la magnitud del genocidio perpetrado por los alemanes durante gran parte de la Segunda Guerra Mundial, tan atroz que se llevó la vida física de más de 6 millones de personas y el alma en vida de muchas más. Aunque parezca una paradoja, la muerte del alma fue la herencia más tangible que nos dejó el Holocausto, un descenso a los infiernos cuyas huellas podemos seguir y sufrir de la mano de Primo Levi y su ya clásico "Si esto es un hombre", páginas testimoniales y sinceras sobre lo que campos como los de Auschwitz pueden generar en la mente y el alma de la especie humana.

Al llegar al Centro de Recepción e Interpretación para Visitantes, descendimos del bus y nuestra guía, Úrsula, nos hizo una primera observación vinculada con el respeto que debíamos tener en el recorrido que a punto estábamos de emprender. Por mi parte, creí innecesaria esa advertencia, pero inmediatamente supuse que muchas de las personas que llegan hasta el Campo de Auschwitz - Birkenau quizá piensan que vienen a un parque temático o a un museo como cualquier otro. Lamentablemente, algún ejemplo de esa postura encontraríamos a lo largo de nuestra visita, que comenzó con un ingreso a las instalaciones muy cuidado y muy organizado, con controles estrictos de seguridad para evitar cualquier tipo de problemas. Creo que hay más controles para entrar a Auschwitz que para ingresar a un avión, a una embajada o a un palacio presidencial. Entiendo, también, que esos cuidados no están de más. 

arbeit macht frei
Una vez que atravesamos el Centro de Visitantes nos encontramos enseguida y cara a cara con la emblemática Puerta de Entrada al campo, aquella que reza "Arbeit Macht Frei", que en español significa "El trabajo te hace libre". El lema, compartido por varios campos de exterminio a lo largo de Europa, parece una broma siniestra, casi tan aterradora como el comentario que los guardias de la SS hacían cada vez que los prisioneros llegaban a Auschwitz, murmurando que allí "los judíos entraban al campo por la puerta y salían por la chimenea" y envolviendo sus horribles palabras en siniestras carcajadas. En diciembre de 2009, el letrero fue robado de la puerta de Auschwitz. Dos días después, la policía lo encontró enterrado en el norte de Polonia. Tres personas, un neonazi alemán y dos polacos, fueron enviados a prisión por el hecho.

Cruzamos la puerta como si fuera un portal a otro mundo, a un universo con energías diferentes. Los carteles, los bloques, las garitas y los alambrados electrificados y con púas iniciaron un viaje sin escalas a los tiempos del horror. Otrora usados como barracones por el ejército polaco, tras la ocupación alemana en 1939 esos edificios fueron ocupados por los nazis y desde 1940 transformados en un campo de concentración. En sus inicios, fueron pensados para acumular la enorme cantidad de polacos arrestados por las tropas de ocupación. La orden de abrir este campo la emitió el mismísimo Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, quien eligió personalmente el lugar, muy cerca a la localidad polaca de Oświęcim, a la que los alemanes le cambiaron el nombre por el de la tristemente célebre Auschwitz. Fue a partir de 1942 cuando Auschwitz (que en realidad es un complejo de tres campos diferentes: Auschwitz I, Auschwitz II-Birkenau y Auschwitz III-Monowitz) comenzó paulatinamente a convertirse en un campo de triple función: concentración, trabajo y exterminio.

Apesadumbrados, fuimos recorriendo los callejones del interior del campo, pasando entre grotescos edificios que los nazis numeraron y llamaron bloques, lugares húmedos, fríos y oscuros donde se hacinaban a los prisioneros entre los que había una amplia mayoría de judíos de nacionalidades diversas, pero también detenidos políticos, gitanos, soldados rusos atrapados en el frente, criminales, testigos de Jehová y homosexuales. Desde 1942, el campo se convirtió en el centro del exterminio masivo de los judíos europeos. La Solución Final de Hitler y los suyos dejaba de ser un proyecto para convertirse en realidad tras la Conferencia de Wannsee, encabezada por el siniestro Reinhard Heydrich en las afueras de Berlín en enero de 1942. Los engranajes de la muerte estuvieron en marcha a partir de entonces.

Los pabellones, llamados bloques y numerados, tenían múltiples propósitos: eran barracas para prisioneros, cocinas, salas de enfermería, laboratorios para experimentos humanos o calabozos

Los judíos, principal blanco del dispositivo nazi, murieron únicamente por causa de origen, simplemente por ser judíos e independientemente de su edad, sexo, profesión, nacionalidad o convicciones políticas. Tras la selección de los que podían trabajar, se asesinaba en las cámaras de gas a la mayoría de las personas ingresadas en el campo, consideradas por los médicos nazis como no aptos para el trabajo; se trataba de personas enfermas, ancianos, mujeres embarazadas y niños. Estas personas no eran incluidas en los registros del campo, es decir, no se les asignaba ningún número ni se les registraba, quedando cualquier evidencia de sus existencias simplemente borrada de la faz de la vida. Las otras, las que sí podían trabajar, tendrían el privilegio de sufrir un tiempo más el hecho de estar prácticamente muertos en vida, sabiendo que si no fallecían por la fatiga del trabajo forzado, lo harían por hambre, por sed, por enfermedad, por el capricho de un nazi malhumorado o por el destino final de las cámaras de gas. La esperanza no existía en los campos de Auschwitz.

Todo lo que puede observarse en el interior de Auschwitz, por más oscuro que parezca, es más oscuro aún en vivo y en directo. Entre los distintos bloques, hay algunos cerrados al público y otros abiertos, en los que se puede entrar y encontrar los espacios colectivos y baños que compartían los prisioneros, testimonios vivos y terrenales de la muerte y el infierno. Espacios en que los sueños de libertad eran devorados por las más crudas pesadillas de opresión y fanático salvajismo. En otros pabellones hay exhibiciones, duras, de esas que golpean en la existencia misma de quien las recorre. Montañas de maletas que jamás volvieron a manos de sus dueños, cantidades siderales de lentes, de zapatos, de brazos y piernas ortopédicas, de cabello humano o de juguetes inanimados son parte de lo que uno va encontrando en el interior de los bloques. Particularmente impactantes son los bloques destinados a experimentos médicos, que nos trajeron a la memoria a ese ser despreciable que fue el Dr. Joseph Mengele, quien supo refugiarse tras la guerra en la Argentina, al igual que muchos otros criminales nazis como Adolf Eichmann o Erich Priebke, por mencionar tan sólo unos pocos. Algunos, como Mengele que murió mientras nadaba en una playa de Brasil, lograron evadir a la justicia humana; otros fueron alcanzados por ella. El caso más paradigmático quizá sea el de Eichmann, quien vivió en Buenos Aires bajo identidad falsa hasta que el MOSAD, los servicios de inteligencia israelíes, lograron ubicarlo, secuestrarlo y presentarlo ante un Tribunal en Israel, donde fue encontrado culpable de ser uno de los arquitectos del Holocausto y condenado a morir en la horca. Un famoso relato de ese juicio surgió de la pluma de Hannah Arendt en su libro "Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal", en el que la filósofa -que en su juventud supo ser pareja de Heidegger-, analiza desde la moral y la política las razones que hicieron posible el Holocausto.

Auschwitz I horca de Hoss
En continuidad con el aspecto jurídico, no es un dato trivial que en los Juicios de Nuremberg, al declarar como testigo, el comandante del Campo de Auschwitz Rudolf Hoss se enorgulleció de haber "despachado" más de dos millones y medio de judíos, mientras alardeaba sobre la eficacia de sus cámaras de gas y describía el funcionamiento de los hornos de cremación. De hecho, Hoss se atribuyó el descubrimiento sobre el venenoso pesticida Zyclon B, producto esencial en el aniquilamiento masivo que permitió asesinar hasta a unos dos mil prisioneros al mismo tiempo, quienes engañados con el pretexto de tomar una ducha, eran gaseados hasta morir. Cuando se daban cuenta de la verdadera naturaleza de las duchas, ya era tarde. El propio Hoss, enjuiciado tras la derrota alemana por crímenes contra la humanidad, fue sentenciado a morir en la horca, pero no en cualquier horca sino en una de las del campo que supo comandar. De hecho, se eligió para ajusticiarlo el cadalso situado al lado de los hornos de cremación y muy cerca de la casa donde Hoss había vívido como Dios junto a su esposa y sus hijos, en una vida totalmente normal que se retrata en el filme "Zona de interés", recientemente galardonada con un premio Oscar a la Mejor Película. La horca en cuestión aún está en pie, como testigo infatigable del espanto y de la angustia, pero también de la justicia que tarde o temprano llega.

Auschwitz Birkenau
En los bordes del campo el cartel con la leyenda Achtung!, Halt! o Stoj! y el dibujo de las tibias y la calavera seguía siendo igual de claro y aterrador a como debió haber sido en los tiempos de apogeo de este reino del horror. Recuerdo con especial angustia el espacio abierto entre los bloques 10 y 11, en los cuales funcionaban unos calabozos o mazmorras, húmedos y patéticos, absurdos y violentos como una condena a muerte. En el espacio abierto que mencioné funcionaba un paredón de fusilamiento, llamado Muro de Ejecuciones, donde todavía hoy pueden observarse las huellas del horror en las marcas que las balas dejaron sobre la piedra de la pared delante de la cual eran ubicadas las víctimas. Este lugar suele tener algunas flores en recuerdo de las personas asesinadas, homenajes que en el resto del campo no son visibles. Se narra que en las jornadas de fusilamientos, que eran casi diarias, la sangre de los asesinados recorría como arroyos el patio y desembocaba en la calle. Los cadáveres podían pasar días acumulados sobre un costado, hasta que les llegara el turno de emprender su último viaje hacia las llamas de los crematorios.
Paredón de la Muerte - Auschwitz

Por momentos, se torna insoportable el relato visual que uno va observando a medida que avanza entre los bloques que componen el campo de Auschwitz. La sensación de impotencia, la racionalidad sobre la que los alemanes sentaron todo el sistema de muertes masivas, las imágenes tantas veces vistas en documentales o en fotos que ahora uno puede situar en esa geografía tan lejana que es Auschwitz; todo eso hace que cada acto de respiración sea un homenaje ante tanta fatalidad.

Consternados, al cabo de unas dos horas abandonamos Auschwitz I para dirigirnos, en bus, hasta el cercano campo Auschwitz II - Birkenau, cuya más penosa y conocida postal es el pórtico por donde ingresaban los trenes que llegaban llenos de hombres, mujeres y niños, para luego partir vacíos. Como mencioné en líneas anteriores, apenas descendían de los trenes, las familias eran separadas por sexo y todas aquellas personas que por cualquier razón no pudieran se utilizados en los duros trabajos previstos, eran enviadas desde allí y sin ningún otro trámite a las cámaras de gas que se habían construidos cerca de las vías del ferrocarril para facilitar la tarea de los guardias.


Antes de establecer un plan sistemático de aniquilación, sobre pilares racionales e industriales que garantizaran rapidez y eficiencia al menor costo posible, las personas indeseables para el régimen nacionalsocialista eran ejecutados a partir de fusilamientos, donde los soldados alemanes disparaban varias veces al día sobre los cuerpos indefensos de niños, mujeres y hombres. Los cuerpos eran luego enterrados en fosas comunes. De hecho, las propias víctimas cavaban primero sus fosas, para luego ser fusilados al borde de las mismas y no tener que destinar tiempo al traslado de los cuerpos. Los alemanes no tardaron en determinar que ese procedimiento carecía de la velocidad que necesitaban para se objetivo de borrar de la fas del planeta a todo un pueblo -a varios pueblos en verdad-. También les preocupaba el stress postraumático que sus propias tropas sufrían al someterse al rol de verdugos.

birkenau

Es curioso y siniestro como los alemanes se preocuparon por el bienestar psicológico de sus tropas asignadas a los campos de exterminio, mayoritariamente miembros de las SS, ideando un dispositivo impersonal en el que cada soldado tenía una función puntual e insignificante por sí sola, pero que cobraba importancia en el complejo mecanismo industrial de la muerte. De esta manera y de forma diferente a lo que sucedía cuando se apretaba un gatillo, ningún alemán sentía que era el responsable de ninguna muerte e incluso, en última instancia, hasta podía aludir que seguía órdenes y que no tenía ni la más mínima idea del resultado final de su acción. Tal lógica de funcionamiento devela los niveles de planeamiento y de inteligencia puestos al servicio de los asesinatos masivos de judíos.

En Auschwitz-Birkenau se encontraba la mayor parte de las cámaras de gas y de los crematorios. Al caminar el campo, se pueden observar los restos de esos macabros edificios que los propios nazis se ocuparon de demoler antes de su derrota final y ante el avance de las tropas soviéticas. Todo era válido para borrar las pruebas del genocidio. Están documentadas las indicaciones que a tal efecto ordenó llevar adelante Himmler, en un intento de eliminar todo rastro del horror en el marco de sus planes personales de negociar con los aliados una paz consensuada a espaldas del propio Hitler.

Los restos de las cámaras de gas y de los hornos, en medio del invernal paisaje lleno de nieve, barro y agua, se introducen en las retinas del visitante como imágenes que jamás serán olvidadas. Uno lo sabe a medida que sigue avanzando. Uno lo sabe cuando vuelve a la comodidad de su hotel en la cercana Cracovia. Uno sabe que lo que está viendo será parte de su memoria hasta el final de sus días. Ese recuerdo inmortal, creo que es el más genuino y sentido homenaje que quienes habitamos el mundo podemos hacerle a las víctimas del Holocausto.

Es llamativo que uno de los pocos crematorios que aún sigue en pie en toda la inmensidad de Auschwitz, esté justamente situado a un costado de la horca en la que se ajustició al comandante Hoss. Es macabro darse cuenta que, desde la casa donde Hoss vivía con su esposa y sus hijos, se podía observar fácilmente el humo que salía de la chimenea de los hornos cuando éstos estaban en funcionamiento, es decir, casi siempre. Si bien ingresamos a este crematorio, no están permitidas las fotos en su interior.

Las callejuelas gélidas y embarradas, con restos de nieve aquí y allá, nos llevaron en silencio hasta uno de los barracones que se conserva en su interior tal como era cuando los prisioneros, hacinados y muertos de frío, pasaban aquí las horas de lo que ni siquiera puede llamarse descanso, entre el trabajo y la muerte, pudiendo ésta última hacer su llamado en cualquier momento y sin motivo alguno más que la necesidad de cumplir con la cifra de asesinados diaria que exigía el comandante del campo y los planes de exterminio como parte fundamental de lo que los nazis llamaban la Solución Final al Problema Judío en Europa.

Entrar a las barracas en donde dormían los prisioneros hace que todo se vuelva aún más triste. Quienes recién se incorporaban al campo debían dormir en las literas más bajas, que eran a su vez las más frías y las más castigadas por la convivencia misma con los demás ya que, a falta de sanitarios, no eran pocas las veces en que las necesidades se hacían in situ, acostados en las literas, generando que una lluvia de excrementos y orines cayeran sobre los cuerpos semidormidos de los que estaban acostados más abajo. La sanidad no existía en aquellas latitudes. Tampoco la bondad ni la empatía. Simplemente, no eran posibles tales existencias. En ese contexto, las enfermedades potenciadas por el clima, por la malísima alimentación, por el maltrato y por lo insalubre de la convivencia, estuvieron siempre al acecho y se llevaron la vida de miles y miles de individuos.

Restos de lo que alguna vez fueron las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau y que fueron destruidas por los propios alemanes, bajo órdenes de Himmler, para intentar ocultar las pruebas del genocidio perpetrado contra la humanidad

Antes de emprender el silencioso retorno a Cracovia, nos quedamos un buen rato sobre la amplia explanada que se extiende a ambos lados de la vía férrea. A lo lejos, observábamos algunos vagones que sobrevivieron al tiempo y a sus pasajeros. Hacia el fondo del terreno, cuando ya no hay vía y empieza el bosque a adueñarse del paisaje, se levanta el Monumento Internacional a las Víctimas de los Campos de Auschwitz, inaugurado en 1967. En 27 idiomas distintos se puede leer  en sus relieves: "Que este lugar sea para siempre un grito de desesperación y una advertencia para la humanidad, donde los nazis asesinaron a cerca de un millón y medio de hombres, mujeres y niños, principalmente judíos de varios países de Europa. Auschwitz-Birkenau 1940-1945".

Para una experiencia complementaria de este relato, pueden visitar haciendo click aquí, el video publicado en mi Instagram.

Ubicación de los Campos de Auschwitz I y Auschwitz II-Birkenau


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