Un tesoro medieval llamado Bérgamo
En el norte de Italia nos espera Bérgamo, un tesoro de estirpe medieval al que se accede por funicular y que esconde tras sus murallas, altas torres de piedra, empinadas calles y pintorescas plazas e iglesias.
por Diego Horacio Carnio
Menos de dos horas demoró el tren que abordamos en Milano para llegar a Bérgamo, una ciudad dividida en dos sectores bien diferenciados: la Cittá Alta y la Cittá Bassa. Unidas ambas por un funicular y por sinuosos y empinados caminos, es la parte elevada la más interesante y hacia allí nos dirigimos apenas salimos de la Estación de Trenes, cuando ya anochecía sobre la región de Lombardía.
La parte baja de la ciudad es moderna, mientras que la alta está detenida en el medioevo y es encantadoramente laberíntica, razón por la cual tardamos un buen rato en dar con el paradero de nuestro hospedaje, que en esta ocasión fue La Casa di Sofía, un bonito apartamento estratégicamente ubicado y con todo lo necesario para disfrutar de una estancia espectacular en la Cittá Alta de Bérgamo.
Pese al cansancio de la jornada, Bérgamo nos sedujo para salir a conocerla enseguida y así lo hicimos. La noche había caído y la ciudad se mostraba en claroscuros ante nuestros ojos. Nos dirigimos a la Piazza Vecchia, alma y corazón de un lugar que nos colmó de asombro y placer desde el primer momento, como un amor a primera vista. Il Campanone, el Palazzo della Ragione y la Catedral nos miraban intrigantes... mañana sería el turno de visitar esos impactantes edificios. Por el momento, nos dedicamos a subir y bajar por algunas callejuelas y a buscar un lindo lugar para cenar.
Mucho nos habían hablado de lo buena que era la gastronomía bergamesca, más nuestras expectativas serían colmadas con creces cada vez que nos sentáramos en alguna mesa durante los próximos días. Para la primera cena elegimos un lugar soñado: Ristorante Hotel Il Sole. Ubicado en una bonita esquina de la aún más bonita Piazza Vecchia y salido de una película de época, nos apersonamos en una de las mesas de este piccolo ristorantino, donde ordenamos una degustación de quesos de la región como entradilla y unos gnocchi di patate fatti in casa con ragú y un brasato -osobuco- al Valcalepio con le sue polente. ¿Postres? Claro que sí y fue un tiramisú servido en jarra, así como lo leen. No puedo finalizar este párrafo culinario sin contarles que acompañé la cena con un vino Il Calepino de la Denominazione di Origine Controllata Valcalepio, con uvas provenientes de viñedos cercanos.
Les cuento que entre los platos típicos de la cocina bergamesca se encuentra la Polenta, que además de estar preparada de una manera sabrosísima, acompaña casi todas las opciones que uno puede pedir, ya que en estas latitudes se convierte en un elemento indispensable para sobrevivir al gélido invierno que impera alrededor.
Bien abrigados, caminamos felices las cuadras que nos separaban de nuestras camas. Era hora de descansar y todo indicaba que el día siguiente sería largo y fantástico.
La mañana amaneció fría, con el cielo algo nublado, pero nada se interpondría entre Bérgamo y nosotros. La caminata matutina se inició con la idea de bordear las murallas de la Cittá Alta, visitando todos los miradores, iglesias y lugares de interés que fueran surgiendo en el camino. Apenas salimos del hotel a la calle, bajando una pequeña escalinata, nos encontramos con la Piazza Mercato delle Scarpe, de pequeñas dimensiones pero con la importancia de ser el punto de llegada y partida del funicular a la Cittá Bassa. Pero nuestro momento de bajar aún no había llegado, por lo que continuamos por la Via Porta Dipinta hasta encontrarnos con la Fontana del mismo nombre, utilizada tanto en el pasado como en el presente para el abastecimiento de agua por parte de la población. Un poco más adelante, dimos con la Chiesa di Sant`Andrea, cuyo interior demanda una breve pero inspiradora visita. El acceso es gratuito, siempre y cuando uno encuentre sus puertas abiertas, algo que no suele suceder.
Al salir de la Iglesia, nos desviamos por una escalinata que nos terminó llevando hasta el Baluardo di San Michele, uno de los sectores de la muralla construida por la Serenísima Reppublica di Venezia como una avanzada defensiva en los tiempos tumultuosos de los siglos XV y XVI. Las vistas desde aquí son exquísitas, en un contexto verde y silencioso.
El siguiente punto del itinerario fue la Chiesa di San Michele al Pozzo Bianco, un templo que según documentos hallados recientemente, dataría del año 774 de nuestra era. Esta Iglesia es una de las visitas obligadas si uno pasa por Bérgamo y varias son las razones. A priori, su antigüedad ya constituye un motivo para dedicarle algunos momentos, aunque casi nada quede de aquel edificio construido por los lombardos en el Siglo VIII que sufrió, con el tiempo, varias restauraciones y reconstrucciones. De hecho, la fachada fue agregada en el siglo XX, cuestión que explica porqué de afuera la iglesia no llama para nada la atención de quienes pasan por sus puertas y no son pocos lo que siguen de largo, perdiéndose la oportunidad de conocer este atípico y pintoresco lugar. Ubicada sobre su propia plaza y lindante con la Casa del Vicario, la primera particularidad que presenta la Chiesa di San Michele al Pozzo Bianco, además de su nombre, es que al abrir sus pórticos uno se encuentra una iglesia completamente a oscuras, más allá del tenúe rayo de sol que se filtra por alguna de sus raquíticas ventanas. Para encender las luces es necesario ingresar una moneda de 1 euro en el dispositivo que se encuentra en el lado exterior de la entrada. De esa manera, se enciende una luz. Con tres o cuatro euros, serán más las luces prendidas y mejor la apreciación del lugar. Un consejo: si no quieren invertir demasiadas monedas en encender todos los focos, prestén atención y elijan activar los del subsuelo, donde se encuentra la cripta y los cuatros frescos que la decoran, que son más antiguos que los que deslumbran en el altar principal. A la cripta se accede por una empinada escalera que se encuentra en uno de los costados. No duden en bajar, ya que pareciera que la escalera esta fuera de uso pero en realidad es de libre acceso al público.
Continuamos nuestro derrotero bergamesco y llegamos a la Porta Sant´Agostino, uno de los ingresos más antiguos que atravesaba las murallas de la ciudad y que se conserva prácticamente intacta. Muy cerquita de ella, pudimos visitar el Monasterio de Sant´Agostino y la sede de la Universidad degli Studi di Bérgamo, ya que ambos forman un mismo conjunto arquitectónico. La iglesia, ubicada en las colinas orientales de la ciudad, tuvo rango religioso hasta 1797, cuando fue desacralizada para convertirse en un cuartel militar y a partir de 2014, en la Sala de Conferencias de la Universidad.
La Vía della Fara nos llevó de manera zigzagueante hacia los Baluardos de Fara y de San Lorenzo, ambos con vistas en elevación sobre los valles circundantes, lo que promueve que uno vaya tomándose ciertos respiros y descansos sumamente gratificantes para los ojos. Es sobre éste último bastión que se puede observar la Porta di San Lorenzo, otro de los accesos medievales que permitían ingresar a la ciudad fortificada de Bérgamo. Esta puerta, a diferencia de la anterior, tiene el agregado de un camino en elevación que la nivela con el terreno y que seguramente la convertía en una parte inexpugnable de la muralla.
Desde la Porta di San Lorenzo subimos un par de cuadras para llegar a la Chiesa di San Lorenzo alla Boccola, a cuyo lado se encuentra el pequeño pero particular Oratorio de los Muertos, construido en tiempos en los que la peste asólo la ciudad, en los alrededores del año 1630. Dentro de la sencilla pero antiquísma iglesia, también se encuentra una capilla dedicada a los enfermos de aquella plaga. La puerta del templo y del oratorio es el sitio donde se encuentran otros dos puntos inetersantes. Uno es la Columna de San Lorenzo y el otro es la Fontana del Lantro, que lamentablemente se encontraba cerrada por refacciones cuando pasamos por allí.
Luego de la reparadora parada, el ascenso hacia el centro de la Cittá Alta nos condujo directamente a la Torre del Gombito, levantada en el siglo XII y ubicada en el que antaño fue el cruce de caminos más importante en la larga historia de Bérgamo y que actualmente continúa siendo la construcción más alta de la parte antigua de la ciudad. Por desgracia, la Torre se encontraba cerrada al público y sólo pudimos admirarla por fuera. Les aconsejo no angustiarse cuando se choquen con el acceso vedado a un edificio o monumento en sus viajes, ya que es lógico y normal que entre tantos lugares milenarios muchos se mantengan en restauración cíclica. Recuerden, además, que todo lo que uno no ve en un viaje es un buen pretexto para volver pronto a ese mismo lugar.
A una cuadra de allí estaba la Piazza Vecchia, acerca de la cual ya escribimos algo en párrafos anteriores. Ahora la veíamos de día, iluminada por un sol radiante que, en medio del frío, le otorgaba una sensación de abrigo para nuestras humanidades. Dimos unas cuantas vueltas y nos decidimos a ir hacia el funicular para visitar, aunque sea un rato, la Cittá Bassa y darnos el gusto de viajar en ese medio de trasporte no tan típico ni usual.
Camino a la estación del funicular y al descender las mismas escalinatas por las que habíamos transitado a la mañana temprano, cuando esta caminata recién comenzaba, decidimos probar unas polentas "al paso" en un local franquiciado muy popular y económico llamado Polentone. Esa polenta, bien abrasadora y acompañada por un vino brulé -vino caliente-, fue unos de los manjares que llevaré por siempre en mi memoria.
Terminada la polentosa colazione, cruzamos la plaza e ingresamos en la Terminal Alta del Funicular, sacamos los tickets y al rato estábamos a bordo del pequeño bólido que desciende perpendicularmente la pendiente y en menos de diez minutos deja a quien lo aborda en el destino. Caminamos unas cuadras por los alrededores de esa zona de la Ciudad Baja, que es moderna, de calles amplias y vistas más contemporáneas. Luego, volvimos a subirnos al funicular para ascender hasta los cielos bergamescos. Un café, unos panes con Nutella y a descansar un poco en nuestro cómodo hotel.
Era de noche ya cuando volvimos a las calles de Bérgamo y caminamos muy lentamente por ellas, disfrutando la escenografía hasta que se hiciera la hora de cenar. Hasta tuvimos tiempo de sentarnos en un Bar de Vinos llamado Papageno, en donde pude probar un corpulento tinto Valcalepio cosecha 2017 de la Bodega Cantina Social Bergamasca.
La cena fue a unos metros del bar, en un lugar muy agaradable, sobre uno de los laterales de la Piazza Vecchia, llamado Cafe Tasso 1476, cuyo menú pueden conocer haciendo click aquí. Orientados por la camarera, ordenamos unos Casoncelli alla bergamasca y un Risotto con piselli, gamberi marinati al limone e la sua bisque, dos platos muy ricos, siendo el primero una de las más típicas pastas de toda la Lombardía italiana. Si me permiten, les cuento una remembranza sobre el restó, ya que es interesante saber que abrió sus puertas en el año 1476, antes de que Colón llegara a América, bajo el nombre de la "Locanda delle due spade" y en 1681 adoptó el nombre de "Torquato Tasso Caffé e Bottigleria", en honor a la estatua del gran poeta que se habia levantado muy cerca. Es curioso saber también que, en 1849, en plenas guerras del Risorgimiento, el restaurante fue alcanzado por un cañonazo austríaco y que diez años más tarde se reunieron aquí algunos de los voluntarios bergamescos dispuestos a seguir a Garibaldi en la famosa Expedición de los Mil. El sitio tomó su nombre actual hacia fines del Siglo XIX. Pensaba en estas fabulosas historias cuando las cien campanadas que desde el cercano Campanone replican todas las noches a las 22 en punto me extrajeron del país de las reminiscencias.
Al siguiente amanecer, desde muy temprano nos dispusimos a disfrutar nuestra última jornada en Bérgamo, para lo cual tomamos por la Via Corsarola en dirección a la Piazza Vecchia, pasando antes por el Palazzo Scotti, una de las tantas residencias señoriales que hay en la ciudad. Arribamos luego a la explanada que une la Catedral, el Campanone, el Baptisterio, la Basílica di Santa Maria Maggiore y la Capelle Colleoni. La pregunta era ahora... ¿Por dónde empezar?
Lo hicimos por la Catedral del año 1459, que lleva el nombre de Sant´Alessandro Martire. Creanme que no les miento cuando les digo que el interior del templo es uno de los más bellamente ornamentados que he visto en mi vida, al punto que no sólo vale la pena conocerlo, sino que es obligación hacerlo. Además de los invaluables tesoros artísticos que posee, en el Altar Mayor hay una urna en la que se conservan los restos de San Alejandro, patrono de Bérgamo. También, en ocasiones, se exhibe una tiara que pertenecio al Papa Juan XXIII.
Pegada a la Catedral abre sus puertas la Basílica di Santa Maria Maggiore, otra iglesia con interiores magníficos e imperdibles. Tapices, frescos y estucos nos dejaron boquiabiertos y se sumaron a la impactante fachada de mármol. Medianera mediante, la Capelle Colleoni, construida por el jefe de una importante familia de la ciudad y que cumple a la vez el papel de ser santuario y mausoleo para una de sus hijas, tiene también sus gratos encantos. Los techos de la Capilla son dignos de ver. En diagonal y hacia la izquierda se puede observar el Baptisterio del siglo XIII, estupendamente conservado gracias a distintas restauraciones pero que lamentablemente se encontraba cerrado al público.
Finalmente, nos esperaba el Campanone, también conocido como la Torre Cívica que, desde sus más de 52 metros de altura, ofrece deliciosas vistas de la ciudad en 360 grados. Se puede subir gran parte de la estructura con el ascensor instalado en 1960. Después de un rato verdaderamente largo y agradable mirando la ciudad desde arriba, bajamos y nos aprestamos a conocer el Palazzo Podestá que en conjunto con la Torre forman parte del Museo de las Historias de Bérgamo. La entrada para ingresar la Torre y al Museo cuesta 5 euros y puede adquirirse de manera presencial en el lugar. Si tienen tiempo, justo enfrente pueden visitar el Palazzo della Ragione, edificio del Siglo XII que ha sufrido incendios y devastaciones pero que aún conserva mucho de su espendor original.
El resto de la jornada la dedicamos a simplemente pasear sin apuro y sin prisa por las callecitas de la ciudad. Antiguas arcadas, un lavatorio público del siglo XIX que aún continúa usándose, viejas casonas, empalizadas y ancianos curas con sotanas fueron algunos de los ingredientes del recorrido. A media tarde, con las valijas en mano, tomamos por última vez el funicular para descender a la Cittá Bassa y caminar hasta la Stazione del Treno. Verona nos esperaba...
Para más imágenes de nuestros viajes, los invitamos a seguirnos en @lepetithistoriador_ok
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