Verona, Romeo y Julieta

Tan hermosa es Verona que hasta el mismísimo William Shakespeare, sin haber puesto jamás un pie en ella, la tomó como escenario de su más famosa obra y ubicó aquí la trágica historia de Romeo y Julieta, los amantes más famosos.

por Diego Horacio Carnio

Piazza delle ErbeLa Casa de Julieta, con su mítico balcón y su estatua de bronceLa Arena di Verona, uno de los íconos de la ciudad

Es ineludible comenzar esta historia en las páginas escritas por William Shakespeare: "En Verona, dos jóvenes enamorados, de dos familias enemigas, son víctimas de una situación de odio y violencia que ni desean ni pueden remediar. En una de esas tardes de verano en que el calor inflama la sangre, Romeo, recién casado en secreto con Julieta, mata al primo de ésta".

La ciudad de Verona esta plagada con la eterna discordia entre Capuletos y Montescos. En cada rincón se respira la tragedia shakespearena y no son pocos los que llegan hasta aquí para jurarse amor eterno. Por estas razones, esta crónica comienza a los pies del famoso balcón de la Casa di Giulietta, donde además del Museo que nos lleva a recorrer su morada y sus aposentos, uno se encuentra cara a cara con el bronce de la estatua de esta célebre dama, donde es imposible no sucumbir a la tentanción de una trillada toma fotográfica. El ingreso al patio de la estatua desde donde puede observarse el mítico balcón es libre y gratuito, salvo los lunes que está cerrado al público. Pero la entrada al Museo de la Casa di Giulietta tiene un costo de unos 6 euros y sólo puede conseguirse a través de la página web oficial. Por un par de euros más, uno puede sumar también los tickets para visitar la Tumba di Giulietta y la Galería de Arte Moderno Achille Forti.

Cuentan los asesinos del encanto que el balcón fue agregado al edificio con posteridad, por lo cual es imposible que allí se haya reposado Julieta a la espera de su Romeo pero eso... eso a nadie le importa. Entre fantasía y realidad gana la primera y eso queda demostrado en las miles de cartas que amantes de todo el mundo dejan a Giulietta aquí, en su casa. Pero Verona sobrepasa a la tragedia y al drama de Romeo y Julieta. ¿La recorremos?

La Stazione Porta Nuova nos dió la bienvenida a Verona, una ciudad que recostada en los márgenes del río Adigio, es mucho más que el símbolo de los amores imposibles y de las tragedias más terribles. Testigo de la historia a través de reliquias edilicias de los tiempos del Imperio Romano y de fastuosos y extravagantes palacios e iglesias de épocas medievales, mucho hay para ver en Verona y eso nos quedó claro al empezar a caminar por el Corso Porta Nuova hacia nuestro petite hotel llamado Casa Panvinio, cuyas elegantes habitaciones se sitúan justo frente al Adigio y a breves distancias de casi todos los lugares de interés.

Ya instalados, caminamos bajo la lluvia con nuestros paraguas hasta la Piazza delle Erbe, algo así como el alma viva de Verona y epicentro de su vida social, política y económica, además de contar con el pergamino de ser la más antigua de la ciudad. La Columna de San Marco y la Fontana di la Madonna, fechada hacia el 380 de nuestra era, son los principales ornamentos que la decoran, pero la vista se encandila con los edificios que la rodean, como el Museo Palazzo Maffei y la Torre dei Lamberti. Para ingresar al Museo las entradas se adquieren en su página web y dentro de él pueden encontrarse obras de arte y mobiliario de los últimos dos mil años. Por su parte, la Torre dei Lamberti propone imperdibles vistas desde la cima de sus 84 metros de altura y las entradas, que salen unos 6 euros, pueden obtenerse en su web.

Desde la Piazza delle Erbe sugiero prestar especial atención a las Casas Mazzanti que se levantan a uno de sus lados y que se caracterizan por tener sus fachadas con frescos del artista Alberto Cavalli. El edificio data del Siglo XIII, aunque fue restaurado en profundidad en el XVI. Los frescos fueron pintados en esta segunda etapa.

Detrás de la Piazza delle Erbe hay otra, llamada Piazza dei Signori, con bellos atractivos. Para empezar, una linda estatua de Dante Alighieri resalta en su explanada. El Palazzo del Podestá, la Loggia del Consiglio y el Palazzo del Cansignorio son obras arquitectónicas muy apreciables. Por otra parte y apenas alejados de la Piazza se yerguen dos Arcos, el de la Tortura y el Scaligere, que forman parte del complejo funerario de la familia Scaligere y son un tesoro que no hay que perderse si uno pasa cerca. 

La noche ya había invadido la escena cuando nos dispusimos a comer unas pizzas en el Caffé Ai Lamberti, situado en la mismísima Piazza delle Erbe, con ua vista privilegiada sobre el histórico lugar. Al cabo de un rato, una buena sobremesa y aún lloviendo, retornamos al hotel para descansar con la mente puesta en todos los lugares que debíamos recorrer al día siguiente.

Despertamos temprano y desayunamos en el salón que el hotel disponía para tal efecto, de forma completamente gratuita, atorándonos con cantidades descomunales de Nutella. Luego, salimos nuevamente al encuentro de los secretos y atractivos de Verona.

Decidimos costear el río Adigio, cruzando al otro margen por el Ponte Garibaldi para visitar los vestigios romanos que allí se conservan y nos topamos con la curiosidad de un monumento dedicado al controvertido pseudocriminalista Césare Lombroso y con el Bastión de San Giorgio, fortificación que fue refugio ante los bombardeos que la ciudad soportó en la Segunda Guerra Mundial.

Unos metros más adelante, el Adigio hace una curva pronunciada y uno se encuentra con varios puntos dignos de conocer. Por un lado, el puente que queda a la vista es el Ponte Petra, un puente de piedra construido por los romanos en torno al año 100 y que fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial para, posteriormente, ser reconstruido usando en lo posible las mismas piedras originales. Las fotografías que se obtienen desde el puente pueden llegar a ser bellísimas si uno se toma el tiempo para encontrar la mejor perspectiva. Antes de cruzar el río hacia el casco histórico conviene hacerse un rato para visitar el antiguo Anfiteatro Romano levantado en los tiempos del emperador Augusto. También, si cuentan con los favores de Cronos, pueden tomar el funicular para ascender hasta el Castel San Pietro y observar desde allí a Verona en todo se esplendor.

Cruzando el Ponte Pietra y adentrándose en las murallas de la ciudad, visitamos la magnífica catedral, il Duomo di Verona, con su fachada de piedra y sus bellos interiores. Desde aquí, caminamos por callejuelas y nos dejamos extraviar en ellas, descubriendo secretos casi a cada paso. Llegamos así hasta la gótica Basílica di Santa Anastasia, con una torre aguja que hipnotiza y que ya habíamos observado desde el Ponte Pietra.

A unas cuatro manzanas de allí dimos con el paradero de la Casa di Romeo porque, obviamente, el muchacho enamorado tenía un lugar donde dormir y ese lugar no era precisamente el balcón de Julieta. El sitio no es muy visitado por los viajeros y turistas, algo que se entiende ya que la edificación es una propiedad privada que prácticamente no llama la atención y que si no fuera por Google Maps quizá uno ni se enteraría que existe, más allá que aquí hayan o no vivido los Montesco.

La hora de comer había llegado y ya teníamos nuestra reserva en la tradicional Osteria a La Carega, que habíamos visto a la vuelta de nuestro hotel y que el propietario del hospedaje nos la había recomendado como sitio en el que comen los veroneses. Allí nos sentamos para ordenar un par de lasagnas y un buen Valpolicella, una de las Denominazione di Origine Controllata más afamadas de toda Italia. Los Valpolicella, que se vinifican con uvas Corvina, Corvinone, Rondinella y Morinara, pueden tener dos versiones, la simple y la superiore, salto de calidad dictado por el hecho de que el vino logre superar los 11º de alcohol. El postre del almuerzo fue un típico bizcocho que vino acompañado de una tradicional Grappa, en una particular mini botella de Amaro, una versión que se produce artesanalmente en las cercanías de Verona y que tiene más de diez botánicos en su esencia, que la convierten en un licor excepcional.

Era momento de acercarnos a la Arena di Verona, un anfiteatro romano excelentemente conservado que aún hoy alberga espectáculos de ópera, con una capacidad para veinte mil personas. Las entradas para visitar el edificio se sacan en las boleterías del mismo, pero si lo que uno desea es participar de alguno de los muchos conciertos que allí se realizan, los boletos se obtienen en la web de la Fondazione Arena di Verona. El vetusto estadio es una especie de Coliseo, mucho más pequeño y algo menos imponente, pero que sin dudas merece ser visitado ya que es un ícono de Verona construido en el 30 d.C. en una zona exterior de la ciudad amurallada de aquel entonces. Ingresar a conocer la Arena por dentro es una acción obligada para todo el que se encuentre cerca, a pesar de que las refacciones son muy visibles y le quitan algo de magia al lugar. Uno puede moverse con absoluta libertad en la Arena, subir a sus gradas, caminar por los recovecos de sus pasillos internos y hasta pisar lo que alguna vez fue el campo de batalla de los gladiadores.

Muy cerquita, cruzando la Piazza Brá, vale la pena acercarse hasta el Palazzo della Gran Guardia, del siglo XVII, que hoy funciona como un pintoresco centro cultural y de convenciones. Casi al lado se levanta el Palazzo Barbieri, donde funciona el Ayuntamiento de la ciudad.

Luego de disfrutar de los alrededores de la Arena y caminar por toda su circunsferencia, nos trasladamos a la zona de la Vía Giuseppe Mazzini, la parte más comercial de Verona, para ver -y sólo ver- las vidrieras de los grandes diseñadores europeos. Nuestros pasos nos fueron llevando por la ciudad al tiempo que anochecía y casi sin quererlo, como si el destino se obstinara en que nuestros días en Verona culminaran donde había empezado, nos hallamos de repente y nuevamente bajo el balcón de la Casa di Giulietta, donde con un beso en su estatua nos despedimos tanto de ella como de la bonita ciudad de Verona.

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