Vitoria-Gasteiz, la capital de los naipes

Pequeña y encantadora, Vitoria-Gasteiz no sólo es la capital del País Vasco, sino también una urbe con muchos secretos por revelar y fascinantes lugares por descubrir, como su Catedral o el Museo Fournier de Naipes, que hacen de esta ciudad un destino magnífico y no tan tradicional

por Diego Horacio Carnio

 
 

Debo aceptar que la inclusión de Vitoria-Gasteiz en el itinerario de nuestro viaje fue hecha a último momento y sin saber muy bien con qué nos íbamos a encontrar en la capital del País Vasco. Al momento de incluirla en nuestra ruta, había demasiadas cosas que ignorábamos de esta ciudad, como por ejemplo su importancia en las guerras de independencia contra los franceses o su estrecha relación con el mundo de los naipes, al ser la cuna de las famosas barajas españolas Fournier. Pero de descubrimientos se nutren los viajes y por eso razón fue todo un acierto que nuestros pasos se detuvieran por unos días en la que quizás sea la ciudad más ecológica de toda España. ¡Bienvenidos a Vitoria-Gasteiz!, anunciaba el cartel en la Estación del Ferrocarril y vaya si nos sentíamos a gusto... Eran más de las 17 y la luz del sol estaba ya desapareciendo y la noche, precoz e invernal, nos invitaba a sumergirnos en este nuevo destino.

Pocas cuadras caminamos hasta llegar a nuestro bello y moderno Kora Green City Hotel, un espléndido y ecológico alojamiento que despertaba en uno ganas de quedarse allí para siempre. Dejamos maletas y mochilas en la Habitación 303 que dispusieron para nosotros y nos salimos a sumergirnos en lo profundo de la noche, que todavía conservaba el plus de las luces navideñas que destellaban por toda la ciudad, una postal constante en toda Europa para estas fechas.

Nuestros primeros desplazamientos por Vitoria-Gasteiz nos llevaron por el Mercado de Abastos, donde aprovechamos para comer un potpurrí culinario, saltando de un puesto al otro, saciando nuestro apetito y comprobando nuevamente los méritos de la gastronomía vasca. Esta primera incursión nos sirvió también para comprender el carácter ecológico, verde y sustentable de la ciudad, un aspecto en el que cada vecino está comprometido y alrededor del cual se nota una significativa inversión del gobierno local. Incluso el fotogénico cartel con el nombre de Vitoria-Gasteiz refleja esta ecológica forma que tienen los locales de auto percibirse como urbe comprometida con el medio ambiente. Aquí nadie se toma en broma el hecho de que la ciudad donde viven sea considerada verde y sustentable.

Las calles vitorianas nos llevaron, luego, hasta la Plaza de los Fueros, un enorme sitio triangular y monumental construido en granito por Luis Peña Ganchegui y Eduardo Chillida -el mismo autor del Peine del Viento en San Sebastián-. La Plaza es un homenaje a los deportes y juegos tradicionales vascos, por lo que además de un anfiteatro consta de un frontón de pelota vasca o bolera alavesa y una superficie para practicar el arrastre de toros, demostración de fuerza que hoy se realiza con enormes y pesados bloques de piedra. Como ya hemos visto en el aspecto idiomático con el uso del euskera -de hecho Gasteiz es en nombre de Vitoria en esa lengua-, la identidad vasca está presente en muchos aspectos más allá de las letras.

Era momento de continuar avanzando. La idea era llegar a la Plaza de la Virgen Blanca antes de que se haga muy tarde y hacia ella fuimos. Antes, el mapa nos puso frente a frente con el bellísimo edificio que funciona como sede del Correo, rodeado por la Plaza de los Caledones de Oro. Pero en Vitoria el asombro no da lugar a la pausa y en un abrir y cerrar de ojos la calle que se encuentra detrás del Correo nos precipitó, de golpe y sin aviso, al interior de la amplia Plaza España, rodeada en toda su perfecta extensión cuadrangular -única en España- por edificios con pórticos que parecen la representación de un moebius infinito y que encierran completamente a la plaza, con excepción de los salvoconductos que pasan por debajo de ellos y permiten tanto el ingreso como la liberación de este inmenso espacio. El Ayuntamiento, la Oficina de Turismo y muchas otras dependencias importantes se sitúan aquí, siendo la Plaza un sitio de referencia donde, por ejemplo, suelen comenzar muchos de los Tours guiados por la capital vasca.

Finalmente, atravesamos el pasadizo que nos condujo a la lindera Plaza de la Virgen Blanca, la más emblemática de la ciudad. Si la de España era de una perfecta forma cuadrada, la anatomía de un triángulo irregular de la Virgen Blanca es lo primera que contrasta y llama la atención. En su centro, el Monumento a la Batalla de Vitoria, enfrentamiento épico y decisivo entre las invasoras tropas francesas de José Bonaparte y los ejércitos independentistas y británicos bajo el mando del Duque de Wellington. El monumento muestra sobre el alto pedestal la figura de una Victoria Alada -la famosa Nike-, rodeada en los cuatro lados por relieves que retratan la contienda y que muestran tanto el sufrimiento como el regocijo por el resultado obtenido en aquella epopéyica mañana del 21 de junio de 1813, fecha clave para que sea un hecho la Independencia Española. 

Nos quedamos un buen rato en la Plaza, observando las coloridos edificios que la rodean en sus laterales y la Iglesia San Miguel Arcángel que se sitúa imponente en el vértice más estrecho de la Plaza y cuya visita en profundidad quedaría obviamente para mañana. Es en esta Plaza de la Virgen Blanca donde se encuentra el cartel con el nombre de la ciudad, realizado con arbustos verdes, en sintonía con las características medioambientales que mencionábamos en párrafos anteriores. Ya era hora de descansar.

La cama nos expulsó temprano al día siguiente. Teníamos intención de sumarnos a uno de los Free Tour de Civitatis, pero por razones poco claras no habíamos reservado. Igualmente nos apersonamos a la hora señalada en el lugar indicado -la Plaza España- y nos sumamos al grupo. Siempre es valioso hacer uno de estos paseos porque permiten un muestreo iniciático de la ciudad en que uno se encuentre. En mi caso, siempre apunto lugares o datos en mi libreta que suelen servirme más tarde para profundizar en el conocimiento del lugar donde me encuentre. Los hay mejores y los hay peores, por supuesto, pero todos dejan algo que sirve para afinar el ojo viajero. En este caso, además de las buenas recomendaciones del guía sobre lugares para comer y el carácter de imperdible que ostenta la visita a la Catedral -ya hablaremos de ella-, los datos históricos compartidos por nuestro anfitrión fueron de enorme valía. De otra manera, mucho de lo aquí contamos no se hubiera escrito.

Entre esos datos valiosos, el guía nos comentó brevemente la historia de algunos de los muchos palacios que habitan la ciudad. Uno de ellos es el Palacio Escoriaza-Esquivel, situado junto a la antigua Muralla. Es curiosa la biografía del dueño del inmueble: Don Fernán López de Escoriaza supo ser médico personal tanto del inefable Enrique VIII de Inglaterra como del no menos poderosos Emperador Carlos V de España y su familia. El edificio es un gran ejemplo de la arquitectura renacentista vasca y sus ornamentaciones, más la interiores que las exteriores, bien merecen una pausa y una tranquila mirada. Sobre la puerta principal de su fachada se destacan los rostros del matrimonio propietario. Visitar su interior dependerá de la suerte que el viajero tenga con sus horarios, muy dispersos y poco cómodos para poder ingresar fácilmente al Palacio.

Pegado al Palacio hay una plazoleta con uno de sus lados limitado por los restos de la Muralla. Es aquí el mejor lugar para observar la poca existencia que queda en pie del otrora inexpugnable y defensivo muro de la ciudad. Incluso, descendiendo por el lindera Cantón de las Carnicerías, uno puede atravesar el arco que penetra la muralla, pasando por debajo de la vieja y restaurada puerta medieval con sus amenazantes puntas en dirección al suelo y a las cabezas de los desprevenidos caminantes. Un pequeño espacio verde nos recibió del otro lado del muro, ideal para tomar un respiro, descansar unos minutos y continuar con el itinerario.

El Palacio de Montehermoso, que según cuentan las malas lenguas fue residencia de una de las amantes de José Bonaparte, es otro de los clásicos edificios que uno puede encontrarse por las calles de Vitoria-Gasteiz. No hay vitoriano que no repita y confirme que en ese edificio se refugio Pepe Botella -así llamaban burlescamente al hermano de Napoleón que fuera rey de la España ocupada por los franceses- mientras huía de territorio ibérico cuando la Guerra de Independencia estaba prácticamente decidida en favor de los locales.

Llama mucho la atención la cantidad de rampas automatizadas, escaleras mecánicas y ascensores que hay en el espacio público de Vitoria. Su relieve irregular, con subidas y bajadas constantes, es la excusa que deja a las claras el ímpetu que esta ciudad tiene por la inclusión de aquellas personas con problemas de movilidad, permitiendo estos artilugios traslados sencillos y facilitadores para todos los peatones. Fue justamente en la rampa ubicada frente al Palacio de Montehermoso donde nos despedimos del guía y del resto del contingente para irnos a visitar la Catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz.

Para empezar a hablar de la Catedral de Vitoria debemos decir que estuvo veinte años -entre 1994 y 2014- cerrada al público por los serios problemas estructurales y el enorme riesgo de derrumbe que amenazaba al edificio. Por esta razón, actualmente las visitas son únicamente guiadas y las entradas deben reservarse personalmente o a través de su página web. Llegamos hasta el templo sin reservas y sin saber de tal requisito, pero la gracia de Dios nos amparó bajo su velo y conseguimos tickets para un par de horas más tarde, por unos 11 euros. Teníamos un breve interludio y aprovechamos para almorzar en una de las tantas tabernas ubicadas en la zona gastronómica más tradicional, sobre la Calle Cuchillerías, llamada Gautxo Bistró Bar, una cocina que fusiona platos vascos y mediterráneos con sabores uruguayos. Tras unas cazuelas de guisado y unas copas de vino, volvimos a la Catedral para conocerla por dentro en una visita que, a pesar de que no lo sabíamos aún, sería de las más inolvidables.

El enorme templo gótico abrió sus puertas en 1181 gracias al impulso dado a la construcción por el rey Sancho El Sabio de Navarra. En aquellos tiempos, se ubicaba sobre la antigua aldea de Gasteiz, lo que devela algo del misterio de la nomenclatura mixta de la ciudad. Son varias las razones que dan originalidad y hacen obligatoria la visita a la Catedral. Por un lado, las obras de restauración aún siguen vigentes y el recorrido que las incluye, pudiendo el intrépido viajero caminar entre sus cimientos y visualizar la tecnología empleada para que el templo no se venga abajo y desaparezca. Por otra parte, en las naves que componen el interior de la Catedral, quedan a la vista las grietas, fisuras y hendiduras que dejan al descubierto sus muros, techos, columnas y dinteles. También sus paredes exteriores dejan ver las cicatrices que el tiempo y los defectos de construcción han provocado. En el área del transepto, esos daños son muy visibles.

Subir a la Torre de la Catedral es toda una aventura en sí misma, que empieza atravesando los angostos pasajes intramuros del Triforio, un sector que en los templos catedralicios no siempre está abierto al público. Desde el Triforio -claustrofóbicos abstenerse-, la visión global y completa de la iglesia es fascinante, A medida que se avanza van apareciendo empinadas escaleras de piedra o madera y  esporádicos y breves balcones al aire libre desde donde se comienzan a obtener bellas vistas en altura sobre la ciudad, preludios de los paisajes aéreos que serán el premio mayor para quienes logren llegar hasta la cima de la Torre. Habrá que atravesar obstáculos, pero bien vale la pena el esfuerzo. Una vez llegados a la cumbre de la Torre, al Atalaya de la Catedral, sabrán porqué se los digo. Y si quieren un preámbulo visual de todo lo que pueden ver dentro de la Catedral de Vitoria-Gasteiz pueden hacer click aquí y disfrutar de una muy bien lograda visita virtual que, además, compara el estado del edificio en distintos momentos de los últimos veinte años.

No quiero dejar de hablar de la Catedral sin hacer alusión a que este templo, maravillosa perla del gótico ibérico, sirvió de inspiración al afamado escritor Ken Follet para la segunda parte de su saga Los Pilares de la Tierra, que lleva como título Un mundo sin fin. La ciudad de Vitoria, que cada tanto vuelve a recibir al autor con los brazos abiertos, incluso ha emplazado una estatua de cuerpo entero de Follet, que recibe sonriente a quienes esperan el momento indicado para ingresar a la Catedral. De hecho, la última novela del escritor galés nacido en Cardiff, intitulada La armadura de la luz, vuelve a situarse en Vitoria, en este caso en medio de la renombrada batalla que abrió el camino a la independencia española ante los franceses.

Abandonamos la Catedral absortos, sumergidos en un pensamiento escapado de las válvulas del tiempo, liberado de los cánones del espacio, que fue volviendo a nosotros lentamente, mientras volvíamos a recorrer las calles de la ciudad y regresábamos inconscientemente a nuestro aquí y ahora, tan lejano y tan cercano a esos momentos atemporales vividos en lo profundo del viejo y herido templo catedralicio. Eran horas de cenar. El estómago así lo indicaba y para el hambre no hay mejor reloj que el propio cuerpo. Nos sentamos nuevamente en otra de las tabernas de la Calle de las Cuchillerías. Disfrutamos de unos pintxos, sabrosos como el País Vasco nos tiene acostumbrados. El reloj de pared que estaba en la grisácea pared del comedor marcaba las 17.30. La prematura oscuridad de la noche invernal, cómplice de los deseos del hambre, nos había engañado nuevamente. Pero detrás del engaño pueden esconderse ciertas virtudes, que en este caso nos permitieron llegar a horario a otra de las citas ineludibles si uno se encuentra en Vitoria. Me refiero al Museo Fournier de Naipes.

El Museo Fournier de Naipes de Álava debe su existencia a Don Heraclio Fournier, quien fundó una imprenta allá por 1870 que con el tiempo se especializó en la confección de naipes de todo tipo y estilo, pero muy especialmente los de baraja española. Quienes están acostumbrados a los juegos de cartas con baraja española, como el Truco o la Canasta tan tradicionales en países como la Argentina, recordarán que el As de Oro de la mayoría de los mazos más populares mencionaban tanto a Fournier como a Vitoria en ese naipe y eso se debe a que esas cartas eran fabricadas aquí, en la capital vasca, en lo que hoy es el Museo situado en el Palacio de Bendaña, sobre la ya tantas veces nombrada Calle de las Cuchillerías. Pequeño pero muy interesante, el Museo permite recorrer la historia y el diseño de los naipes a través de los años. Además de oros, bastos, espadas y copas, hay también barajas francesas, recreativas y hasta de Tarot. El museo permanece cerrado en el intervalo de la siesta, pero vuelve a abrir alrededor de las 16 y hasta las 18.30 hs.

Bajando por Cuchillerías se llega hasta la concurrida Plaza del Machete, uno de los sitios más tradicionales de reunión para los vitorianos. Además de dejar a la vista el desnivel entre la vieja ciudad amurallada y los barrios aledaños, rodean a la Plaza espléndidos edificios como el Palacio de Villa Suso, uno de los más importantes de la ciudad. La Plaza debe su nombre al machete que se encuentra incrustado en uno de los muros de la vecina Iglesia de San Miguel Arcángel. Ante este machete juraban los gobernantes locales cumplir las leyes y ser honestos con el pueblo, a riesgo de que el incumplimiento sea castigado con la muerte, situación en la que el machete tendría su rol protagónico y punitivo.

Nombrábamos recién a la Iglesia de San Miguel Arcángel, la misma que al principio de esta crónica observábamos desde la Plaza de la Virgen Blanca. Construido entre los siglos XIV y XVI, su pórtico principal es digno de asombro. En la plazoleta de su fachada se encuentra El Celedón, una estatua de bronce dedicada al personaje central de las Fiestas Patronales de Vitoria que se celebran cada 4 de agosto y donde El Celedón, no la estatua sino un muñeco, es lanzado desde la plazoleta para atravesar sobrevolando, atado a una cuerda y sobre la muchedumbre agolpada, la Plaza de la Virgen Blanca. El viaje de El Celedón culmina al entrar pos los ventanales de una de las casas y salir caminando entre la gente -no la estatua ni el muñeco, sino un humano elegido para la ocasión-.

Habrá que visitar Vitoria-Gasteiz nuevamente, a principio del algún agosto, para poder sentir en alma propia la alegría de la fiesta más tradicional de la ciudad y ver en vivo y en directo el milagroso vuelo de El Celedón y su alquímica conversión humana. Será en otra ocasión, pues la noche ha caído y mañana nuestro tren parte con rumbo norte, más precisamente hacia Bilbao.











Comentarios

  1. Un viaje fascinante por euskadi. Gracias por compartirlo.

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