El puente colgante de Portugalete

A menos de media hora de Bilbao uno puede visitar Portugalete y asombrarse con su famoso Puente Colgante, caminar por sus escolleras y perder la vista en la inmensidad del Golfo de Vizcaya

por Diego Horacio Carnio

Portugalete

Había amanecido nublado en Bilbao, pero el pronóstico era alentador y las referencias que nuestra anfitriona en la Pensión Basque Boutique nos hizo sobre Portugalete no nos dejaron otra opción que emprender la aventura de ir a visitar esa ciudad situada en la desembocadura de la Ría sobre el mar y famosa por su Puente Colgante, llamado oficialmente Puente de Vizcaya.

Todo era un buen presagio en relación con Portugalete. Durante la noche, había soñado con puentes y escolleras y mi despertar estuvo colmado de pensamientos sobre aquello que Orfeo había depositado inconscientemente en mi mente dormida. Siempre me gustaron los puentes y creo que el hecho de cruzarlos tiene mucha significativas, aplicable a diversos aspectos y momentos de la.vida. no hay ni formas únicas ni motivos siempre claros para cruzar un puente. Las expectativas de lo que encontraremos al otro lado de un puente tampoco pueden ser precisadas con exactitud. Muchos son las cabos que suelen quedar sueltos ante la aventura que puede significar un puente por cruzar. Ya veremos, por ejemplo, que hay puentes como el de Portugalete que se cruzan incluso sin caminar... 

El Metro une el Casco Histórico de Bilbao con Portugalete y en menos de media hora uno llega a esta bonita ciudad, fundada en 1322 y bendecida desde aquellos tiempos por el puerto natural que se forma en sus costas, motivo por el cual estuvo poblada por marineros y pescadores desde sus más tempranas edades. De hecho, su nombre deviene de la original nomenclatura Ugaldeta, a la que los romanos le antepusieron su característica portuaria, quedando en definitiva y para siempre bautizado como Portugalete. Hay otras teorías sobre el nombre del lugar, pero ésta es la más aceptada y significaría algo así como "las Rías del Puerto".

Lo cierto es que escalamos los peldaños del Metro y salimos a la luz bajo un cielo que había perdido su carácter plomizo y se mostraba ahora diáfano y celestial. Habíamos desayunado en Bilbao, antes de salir, pero eso no fue razón para que no probáramos algunos bocadillos de jamones ibéricos de distintas calidades en uno de los locales que apareció mientras desandábamos la Avenida de Carlos VII rumbo al puerto, que tras cruzar la Avenida Gral. Castaños se hace más pronunciada la pendiente que lleva a la Ría y de allí al mar. Descendimos de manera muy agraciada, pero a sabiendas que toda inclinación luego hay que subirla y que esa faena tendría su costo un rato más tarde. Ahora era momento de encontrarnos con las aguas, con la costa, con el colorido cartel con el nombre de la ciudad y finalmente con el Puente Colgante de Vizcaya y su imponente estructura de hierro, que une las ciudades de Portugalete y de Getxo, separadas desde tiempos inmemoriales por la Ría.

El Puente fue construido a fines del siglo XIX y trae a mi memoria estructuras de estilo similares como el Elevador de Santa Justa en Lisboa o la Torre Eiffel en París. En realidad, a lo que todos llamamos Puente Colgante correspondería llamarlo Puente Transbordador, ya que eso es lo que es. Una amplia plataforma en la que viajan varios vehículos y peatones a la vez, cruza ambos márgenes de la Ría ininterrumpidamente, durante todo el día. Los pasajes se sacan allí mismo, en el momento, por unos cuantos centavos. El viaje dura unos pocos minutos, en los que uno puede relajarse y observar a uno y otro lado la extensión de agua salada penetrando en el continente europeo. Ya del otro lado, la ciudad de Getxo nos recibe y por ella andaremos un buen rato. Vale decir que el puente, mediante un desembolso más abundante de dinero, puede cruzarse por sus pasarelas superiores, a pie, algo que no nos pareció necesario hacer ya que preferimos invertir el tiempo en otros menesteres.

El transbordador deja a su pasaje frente a la Plaza, a la que decidimos no cruzar por el momento para continuar camino a pie, por la costanera que lleva el nombre de Evaristo Churruca, ingeniero español que construyó el Puerto de Bilbao. Este camino nos lleva bordeando la Ría hasta encontrarnos cara a cara con el mar, una vez que el derrotero costero nos deja a las puertas de la escollera. Allí, el Monunento a Churruca muestra al Ingeniero sentado con la vista hacia el mar y a sus pies, la lucha eterna entre el hombre y el mar, con un Poseidón tratando de resistir la fuerza humana en una escena que no por ser de piedra conmueve menos.


Luego de recorrer toda la explanada que se interna en las aguas del Golfo de Vizcaya, dejamos nuestras huellas en la Playa Las Arenas, en una jornada que se mostró más que benévola con sus temperaturas primaverales en medio del invierno. Desde la orilla del mar, con el agua que amagaba intermitentemente con mojarnos los pies, observábamos las casas más cercanas, sobre la costa, imaginando vacaciones familiares en tiempos de antaño, cuando Getxo era un lugar muy visitado por las elites locales. Luego, nos sumergimos entre las calles de la ciudad, ordenadas y limpias, como si la arena no llegara a posarse sobre ellas. Algunas iglesias no muy interesantes y nuevamente estábamos sobre la costa de la Ría, junto al Puente Colgante, que luego de un rato cruzamos para volver a Portugalete.

Era momento de sentarme a beber una copa de buen Txacoli al costado de la Ría, mirando desde lejos el Puente y los techos y cúpulas más elevados de la ciudad. Elegimos el Bar Siglo XX, muy cerca de donde se levanta la Cofradía de Mareantes y Navegantes de San Nicolás y San Telmo de la Noble Villa de Portugalete. También, fue el momento de recordar lo que había leído acerca de Portugalete y sus tiempos en que sólo era transitada por marineros que colmaban sus tabernas en busca de una buena jarrilla de Txacoli, de mujeres y de diversión antes de hacerse nuevamente a la mar. Es justamente por esas jarrillas de vino que a el gentilicio de los lugareños suele ser jarrilleros, aunque oficialmente al originario de aquí se le llame portugalujo.

Las campanadas de la Basílica de Santa María de Portugalete parecían sonar al lado nuestro y geográficamente casi que era así. Pero las escaleras para llegar hasta sus puertas eran empinadas, agobiantes, cansadoras. Pero de una u otra manera, para emprender nuestra retirada y comenzar con la operación retorno a Bilbao debíamos subir. ¡Qué mejor que hacerlo por el camino que nos ponía en contacto con la iglesia más importante de  la ciudad y una de las principales postas del Camino de Santiago de la costa!

Ya era de noche cuando arribamos a nuestros aposentos bilbaínos. No recuerdo bien qué cenamos, si que salimos en busca de unas ricas Carolinas para luego retirarnos a descansar.




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