Catorce horas en Berlín

Una cancelación del vuelo a Varsovia nos trajo de nuevo a Berlín, donde pasamos unas cuantas horas caminando sus calles antes de continuar con la ruta planificada, por tierra, hacia la capital polaca.

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabujula

Esta breve esquela de viaje nace de un contratiempo. Habíamos dormido plácidamente durante nuestra última noche en Edimburgo. Lo habíamos hecho en el Hilton del Aeropuerto dado el temprano horario de salida de nuestro vuelo con destino a tierras polacas, a la ciudad de Varsovia con exactitud. Todo marchaba diez puntos, hasta que nos enteramos que el vuelo había sido cancelado. ¿Qué opciones teníamos?

La primera de las opciones era no desesperar. Al ser un vuelo de la low cost Ryanair, la solución no estaba en ningún mostrador sino en la App de la aerolínea. Quienes vuelan frecuentemente con líneas de bajo costo, sabrán a qué me refiero. De entre las pocas opciones que nos permitían continuar de alguna manera con el itinerario planificado rumbo a Polonia, optamos por abordar un avión que salía en una hora con destino a Berlín. Discutimos un buen rato con el personal que controlaba los equipajes porque pretendían que paguemos un extra al estar excedida dos centímetros del tamaño permitido una de nuestras maletas, Es increíble como a veces están al acecho con estas cuestiones en las líneas de bajo costo, pero entiendo que así funciona. No eran pocos los que pagaban altas cifras por el exceso, ya sea de peso o de tamaño. Nosotros evadimos ese costo. Ya sea por nuestra férrea postura a no abonar lo solicitado como por el hecho de que ese vuelo lo tomábamos por cancelación del original, la cuestión es que tras unos minutos de debate, terminamos abordando el avión sin problemas y sin pagos extras. De esta manera, sin quererlo y casi un año después, la capital alemana nos recibiría nuevamente para pasar unas 14 horas frenéticas y fabulosas al mismo tiempo.

Lo único que teníamos claro de este periplo inesperado del viaje era que la escala comenzaba en el Aeropuerto Berlín Brandeburgo y debía terminar en la Estación Südkreuz del ferrocarril, ya que era allí donde, finalizado el día, debíamos apersonarnos para abordar el bus en el que viajaríamos durante toda la noche hasta Varsovia. El avión aterrizó en la capital alemana a eso de las 9 de la mañana. Tardamos un buen rato en orientarnos dentro de la inmensa terminal aérea berlinesa, hasta que dimos con el tren que nos llevaría, con alguna combinación del subterráneo, hasta la ya mencionada Estación Südkreuz. Una vez allí, dejamos las maletas en un casillero de la consigna de equipaje y emprendimos una larga caminata que concluiría aquí mismo unas cuantas horas después.

Lo importante en estos párrafos es dejar en evidencia lo mucho que puede aprovecharse una escala imprevista de unas cuantas horas en una ciudad que, en este caso, fue Berlín. Decidimos empezar el recorrido caminando, aunque Südkreuz está bastante alejada del centro de la ciudad. Con la ventaja de haber estado en Berlín por unos cuantos días unos meses atrás, nos pareció interesante conocer a pie sus barrios periféricos, lugares por donde no habíamos transitado en el viaje anterior.

Entre las alternativas para movernos desde la zona sur en la que estábamos en dirección al centro, optamos por seguir el trazado que se extiende en paralelo a las vías del tren. Descubriríamos más adelante que ese camino se convierte en bonitos y amplios espacios verdes, sitios de juegos y esparcimiento que ya estaban bastante frecuentados por familias berlinesas a pesar de no ser aún las 11 de la mañana.

Unos cuarenta y cinco minutos después de iniciado el avance sobre Berlín, hicimos nuestra primera parada técnica para comer y beber algo. Nos sentamos en Kaffee Lieben Wir, un pequeño café de raíces arábigas que hizo las veces de restaurante y pedimos algunas de las sopas de la casa, muy especiadas todas ellas, sabrosas, aunque algunos aromas aún hoy me resultan indescriptibles.

Mientras comiamos, por la ventana observé un cartel que indicaba, del otro lado de la calle, la existencia de un Búnker o algo por el estilo. No dudamos en cruzar una vez terminado el ágape y nos encontramos con el misterioso Berlín Story Bunker, un antiguo refugio subterráneo antiaéreo que sobrevivió a la guerra y a la ocupación posterior de los aliados y que hoy es un formidable museo. Dentro de sus muros de concreto, además de la fascinante oportunidad de conocer un búnker por dentro, uno se encuentra con una muestra testimonial de lo que fue la Alemania Nazi y hasta con una réplica de algunas habitaciones del que fuera el Führerbunker, originalmente situado bajo la Nueva Cancillería del Reich, pero hoy semidestruido e inaccesible.

Dos cuadras más adelante del Búnker Museo nos encontramos con otro vestigio que dejó la guerra: el Anhalter Bahnhof. En sus tiempo de gloria, antes de la desastroza derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, la Anhalter Bahnhof fue una imponente estación de ferrocarril, una de las principales de Berlín, pero también de las más infames. Desde sus andenes se deportaron más de 55.000 judíos berlineses a los campos de trabajo y de exterminio del este de Europa.

La estación fue víctima de los furiosos bombardeos aliados y de los ataques de la artillería soviética en su avance hacia el centro de la capital del Reich. Sus techos cayeron y sus muros quedaron tan dañados que fueron demolidos en la posguerra. Hoy tan sólo se conserva la parte central de su fachada principal, sobre la que aún pueden observarse los daños de las esquirlas y proyectiles. Una placa recuerda a los judíos que desde aquí partieron a encontrarse con una muerte atroz. Por lo demás, actualmente el lugar se encuentra muy descuidado, sobre todo en lo referido a la limpieza, pese a lo cual no deja de ser un sitio conmovedor que mueve a la reflexión y al pensamiento, visible desde la estructura sobreviviente para toda persona que camine por el lugar. No pasa lo mismo con otros sitios que fueron emplemáticos en el pretérito de Berlín y que la Guerra ha hecho desaparecer, como por ejemplo el cercano Palacio del Príncipe Alberto, que ya no existe como tal y que si no fuera porque el terreno donde antes se lucía orgulloso es parte del actual museo denominado Topografía del Horror, uno no se percataría ni siquiera que alguna vez existió. Ya estábamos en el centro de Berlín.

En esta zona de la ciudad, muchos son los lugares de interés para el curioso visitante. Son lugares que hemos visitado en nuestra anterior y no muy lejana visita a la capital alemana, crónica que pueden leer haciendo click aquí para acceder a la entrada del blog correspondiente. Para los interesados en la historia del Tercer Reich, de sus atrocidades, de la Segunda Guerra Mundial, del Holocausto y de la posterior Guerra Fría, encontarán en esos párrafos nuestras visiones de algunos de los sitios más importantes en relación con esas temáticas: el Ministerio del Aire de Göering, el Cuartel General de la Gestapo convertido hoy en la angustiante muestra Topografía del Horror, partes de lo que fue el Muro de Berlín y ya más cerca de la Puerta de Brandenburgo, el sitio donde se encontraba el Führerbunker y el imprescindible y emocionante Monumento a los Judíos de Europa Asesinados.

Brandenburger Tor
Al llegar a la Puerta de Brandenburgo, nos sentamos un rato descansar y a apreciar el devenir citadino en una de las bancas de la Pariser Platz -Plaza de París-, un sitio generalmente colmado de gente que se encontrataba llamativamente en un estado casi desértico.

Nos había quedado pendiente del viaje anterior, ingresar al Reichstag para conocerlo por dentro y poder ascender hasta su vidreada y modernosa cúpula. La vez anterior no pudimos porque habíamos dejado los pasaportes en el hotel, así que era una de las acciones a realizar en esta nueva, inesperada y veretiginosa estadía en Berlín. Pero el destino se ensañó con nosotros o al menos, con nuestras intenciones de acceder a ese inmenso, simbólico e histórico ediificio. Esta vez una marcha de protesta en los alrededores del Reichstag fue el impedimento. Estuvimos un rato en la marcha, que protestaba contra el avance de sectores de la ultra derecha en el mapa político alemán.

Era notable que Berlín había estado bajo copiosas nevadas en las últimas jornadas. El Tiergarten, ese enorme pulmón verde berlinés, así lo atestiguaba con sus céspedes blancos y sus espejos de agua congelados, sobre los cuales podríamos haber caminado de haber tenido el coraje de hacerlo. Los senderos del parque nos fueron llevando hacia la gran rotonda donde fluye hacia el cielo la Columna de la Victoria, la Siegessäule como se le dice en lengua germana. Este icónico monumento alemán, así como el cercano homenaje a Bismarck y otras estatuas dispersas en la zona, también las habíamos visitado en nuestra anterior visita, pero fue muy significativo volver a estar en contacto con ellas. Es como un reencuentro con viejos conocidos, que en este caso son muy viejos, no tan conocidos y absolutamente inanimados.

Ya estaba cayendo la noche cuando emprendimos el retorno hacia la Puerta de Brandenburgo, a la que llegaríamos para verla bellamente iluminada. Aún teníamos tiempo para caminar algunas cuadras por la elegante Unter den Linden, el boulevard principal de Berlín. Debíamos volver a la Estación Südkreuz, pero no lo haríamos caminando porque el cansancio era ya devastador. Regresaríamos en el subterráneo, lo que nos daba algo más de tiempo para sentarnos, nuevamente y un año después, en la barra del bonito Steel Vintage Bikes Café, donde nos atendió el mismo camarero argentino que la última vez que habíamos estado por aquí. Comimos algo y aproveché para probar un par de etiquetas de vinos: Un Carmenere del Piave y un Rosso de la Toscana.

Nuestros pasos pusieron sentido hacia la Potsdamer Platz en una Berlín ya completamente anochecida. Bajando por una escalera situada allí, descendimos hasta los andenes del Subterráneo y volvimos bajo tierra hasta nuestro punto inicial, la Estación Südkreuz. Aún teníamos un par de horas de espera hasta que llegara el momento de acoodarnos en las butacas de nuestro Flixbus con destino a Varsovia. Compramos unos pretzel riquísmos, recién horneados. Con la noche aparecieron también las sombras, que en esta parte suburbana de Berlín son muchas... homeless, drogadictos, borrachos y toda una fauna típica de una terminal de trenes de la que Alemania, como tantas partes del mundo, no está excenta. Estuvimos muy alertas hasta que, en la parte externa de la estación, finalmente apareció el bus.

Un largo viaje nos esperaba a través de la negra noche con destino a la capital polaca. Era imposible no pensar, mientras avanzábamos en esa dirección, en el avance de las tropas del Tercer Reich que, allá por los inicios de septiembre de 1939, daría inicio a las hostilidades de la contienda que el mundo conocería como la Segunda Guerra Mundial y que se cobraría más de 80 millenes de muertes. Esta sensación se acrecentó al cruzar el puente sobre el Río Oder que sirve de frontera entre ambos países, tras lo cual el sueño nos devoró.

No puedo, de ninguna manera, coincidir con Sabina y decir que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Fuimos felices en Berlín hace casi un año atrás y volvimos a serlo en este impensado y fugaz regreso. 


Itinerario en las catorce horas de Berlín

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