Edimburgo, la gótica capital de Escocia

Edimburgo propone una aventura interminable entre cementerios y edificios góticos, castillos y fuentes congeladas, parques, catedrales e ilustres escritores y fantasmas, que hacen de la capital de Escocia un recuerdo verdaderamente memorable

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabrujula

Siempre sentí un amor platónico por Edimburgo. No me pregunten porqué, pero desde que era un adolescente imaginaba visitar esta ciudad, caminar por sus calles en el frío invernal y en la oscuridad extendida de estas latitudes septentrionales. Mucho fue lo que vi y leí sobre sus góticos edificios, sobre los cementerios que se esparcen por su anatomía urbana y sobre las terroríficas y tétricas historias que forman un extenso tejido de mitos y leyendas. Más de tres décadas tuvieron que transcurrir para que mis pies pisaran, finalmente, las calles de la capital escocesa y mis pasos se adentraran en una realidad casi paralela, donde el tiempo parece escurrirse de manera diferente a la del resto del mundo.

Habremos aterrizado aproximadamente a las 15 horas, después de no más de una hora de vuelo desde Belfast. Al venir de un territorio británico como es Irlanda del Norte y llegar a otro como es Escocia, los trámites migratorios son mínimos. Cumplido ese requisito, un bus nos dejó en tan sólo 18 minutos en pleno centro de la ciudad, en la puerta de nuestro Hotel, que en este caso sería el Cityroomz Edimburgh Hotel.

Tenía tanta efusividad por estar en Edimburgo que tiré literalmente mi equipaje en la habitación y salí a realizar un primer reconocimiento por la ciudad. No tenía un itinerario claro ni definido, sino que me dejé llevar y así, de manera espontánea y casual, pude ver cosas maravillosas. En principio, me sirvió de faro la bandera de Escocia que vi flamear en lo alto de la torre de la cercana St, John`s Scottish Episcopal Church, construida en 1816. Sabría luego que aquí, en este bello templo, tuvo lugar el primer casamiento entre personas del mismo sexo acontecido dentro de una iglesia en todo el Reino Unido.

A pocos metros y casi sin darme cuenta, me encontré caminando sobre tumbas, entre viejas lápidas de piedra con los nombres borrosos de los difuntos que dormían allí su sueño eterno. Al principio, me sentí raro e incluso irrespetuoso por las pisadas que dejaba sobre el manto verde del camposanto, aunque ningún letrero me advirtió que había ingresado en el Cementerio de la Iglesia de St. Cuthbert, cuyos orígenes algunos historiadores datan en el siglo VII, mientras que la mayor parte de los estudiosos ubican su fundación en los alrededores del año 1127, aunque el edificio actual del templo tuvo grandes reformas que le cambiaron mucho el aspecto en 1894. El cementerio no ha sufrido reformas, pero evidentemente ha sufrido el paso del tiempo. Uno puede tropezar con alguna de las muchas de las lápidas partidas y recostadas sobre el piso, incluso hay sectores que parecen haber sido incendiados. El estupor inicial por caminar sobre las tumbas se fue desvaneciendo y con los días, aprendería que en Edimburgo como en toda Escocia y en gran parte del Reino Unido, los cementerios son tratados como parques públicos, donde los locales se juntan a charlar, descansar, hacer un picnic o tocar la guitarra, sin ninguna solemnidad ni ningún temor a que los muertos se quejen por tales actos. Fue aquí, parado en una sepultura, desde donde tuve el primer contacto visual con el Castillo de Edimburgo, ubicado en la cima del peñasco que domina la ciudad. La imagen es poderosamente impactante.

La caída del sol, en estas latitudes y en invierno, es un fenómeno que no se hace esperar demasiado y que comienza muy temprano, casi como una urgencia desmedida que acentúa aún más el carácter gótico de la ciudad. Fue aquí donde tuve mi primer encuentro con una historia relacionada con un perro en Edimburgo. Entenderán que si digo primera es porque en los próximos días tendré algunas más, impensadas todas ellas de manera previa, pero durante mis jornadas en la ciudad terminaría entendiendo la estrecha relación entre los habitantes de la capital escocesa y los canes. En definitiva, fue en el Cementerio de St. Cuthbert donde mis pasos se cruzaron con los del Perro Bum o lo que es más acertado, con su estatua. Todo indica que el perrito llegó como polizón en un barco proveniente de San Diego y al no tener dueño, fue el perro de todos. Quizá por eso se acostumbra que quien visita su estatua le deje un palito, que algunos creen que por las noches Bum lo busca y se lo lleva adonde sea que esté. ¿Creencias populares o fenómenos paranormales? Vaya uno a saber... No podía ponerme a dilucidar la cuestión en ese momento. No eran ni siquiera las 16.30 y ya la oscuridad de la noche me pisaba los talones. Debía apurarme si no quería ser devorado por ella o encontrarme con el espectro del Perro Bum en vivo y en directo.

El mismo sendero del Cementerio de St. Cuthbert que me llevó hasta el Pero Bum, me permitió también llegar hasta un enorme parque rectangular llamado Princes Street Gardens, ubicado a espaldas de la Iglesia y a los pies de la roca que sostiene al Castillo y que por ello se llama Castle Rock. La primera impresión del parque fue eterna y memorable: la Fuente Ross me aguardaba con sus aguas saltarinas totalmente congeladas por las temperaturas bajo cero del gélido ambiente. El hielo formaba estalactitas y estalagmitas que hacían de la fuente una atracción irresistible. Hice algunas fotografías y continúe. En los próximos días sería habitué de este camino y frecuentaría la Fuente Ross en varios momentos del día, eligiendo las primeras horas de la mañana como mi momento proferido para sentarme aquí un rato, mate en mano, a contemplar las aguas congeladas y de fondo, el magnífico Castillo de Edimburgo que visitaríamos mañana, ya que habíamos sacado las entradas anticipadas desde Buenos Aires.

El Princes Street Gardens es grande, aunque no por eso gigantesco. Lo que no hay dudas es que es parte fundamental de la escenografía urbana de Edimburgo y un paso obligado para cualquier viajero que ande por la ciudad. Si uno es curioso, sabrá encontrar en los rincones del parque varios memoriales y monumentos muy interesantes, como el Memorial de Robert Louis Stevenson, pequeño pero significativo, erigido en honor a uno de los grandes escritores escoceses, autor de obras mundialmente famosas como La isla del tesoro o El extraño caso del Doctor Jekill y el Señor Hyde. De índole más bélica, se esparcen en el parque distintos sitios conmemorativos de las acciones de los escoceses y sus aliados en ambas contiendas mundiales. Una enorme piedra labrada, la Norwegian Memorial Stone, es el elemento elegido para recordar a los soldados noruegos que entrenaron junto a las tropas locales para enfrentar a Hitler en la Europa continental. Unos metros más allá, el Memorial de Wojtek, el Oso Soldado, rinde honor al animal que fuera mascota de las tropas polacas y a su cuidador. Más lejos, un soldado americano con la vista clavada en el Castillo que se asoma en el horizonte es la figura que recuerda a todos los soldados americanos de raíces escocesas que perecieron en las guerras mundiales. Muy cerquita se levanta el ecuestre homenaje a los Royal Scots Greys, guardia escocesa célebre por su carácter aguerrido y osado. Ya en el extremo del parque, habiéndolo atravesado de forma completa, se encuentra el Monumento a los Royals Scots, que recuerda todas y cada una de las batallas donde este regimiento ha participado, incluyendo la contienda de 1982 en las Islas Malvinas entre el Reino Unido y la Argentina.

La noche, el frío y el hambre se aliaron en contra de mi continuo y decidido primer avance por la ciudad, convenciéndome no sin esfuerzo que lo mejor era regresar al Hotel, sacar a Valentín de su letargo y empezar a pensar en el restaurante donde quisiéramos tener nuestra primera cena en Edimburgo. Retorné al hotel, pero no de forma directa, sino que lo hice pasando por lugares que visitaríamos en los días siguientes. Con intención meramente aproximativa, fui hasta la puerta de la National Gallery of Scotland, desde donde tuve una primera y lejana apreciación del fastuoso e inmenso Monumento a Sir Walter Scott, dirigiéndome luego hacia la Royal Mile para caminar esa histórica calle por vez primera y abandonar la misma antes de llegar a las puertas del Castillo, para volver lentamente y combatiendo las bajas temperaturas al hotel. Una ducha caliente era más que necesaria.

Ya recuperado de un principio de congelamiento, dejamos nuestra habitación y por recomendación culinaria del conserje del hotel, un joven argentino que hace unos años se caso con una escocesa y vino a para a esta ciudad, nos dirigimos hacia la zona del Boulevard George St., donde abren sus puertas variados locales gastronómicos, posicionándose el barrio como uno de los polos más recomendables para cenar o beber unas copas. Caminamos las cinco o seis cuadras que separaban el hotel del restaurante elegido deteniéndonos tan sólo unos minutos en la esquina las calles Sándwich y Queensferry, para conocer la boutique de Johnnie Walker, una de las etiquetas de whisky escocés más conocida entre las miles que componen el portfolio del país más identificado con esta bebida alcohólica de todo el mundo. Ya tendremos tiempo, en párrafos futuros, de hablar del Scotch Whisky, pero por el momento continuemos hacia el restaurante elegido, el glamoroso Gusto Italian, donde me incliné por un Pato a la Miel en Aceto de Módena y una buena copa de un Montepulciano d'Abruzzo que estaba realmente muy bien para la ocasión.

La mañana siguiente la comenzamos desayunando en el Lobby del cercano Caledonian Hotel Curio Collection by Hilton, uno de los mejores alojamientos de la ciudad que permite entrar al bar a quienes no se hospeden en sus lujosas suites. No nos demoramos demasiado porque a la 9 teníamos contratado un Free Tour a pie, por lo que poniendo en juego nuestra puntualidad británica nos apersonamos en la intersección de Royal Mile y la High Street, el lugar indicado para encontrarnos con nuestra guía, que nos hizo remontar nuevamente la Royal Mile en dirección al Castillo, mientras nos brindaba información sobre lugares, edificios y otros menesteres que aparecían ante nuestros pasos.

La Royal Mile es un museo a cielo abierto y es la calle más importante y antigua de Edimburgo. A pesar de que a mitad de camino pasa a llamarse High Street, la Royal Mile es considerada una sola calzada y sus orígenes se mezclan con los de la ciudad, no pudiendo concebirse la una sin la otra. La Royal Mile une el Castillo de Edimburgo con el Palacio de Holyroodhouse, aposentos oficiales de la Familia Real Británica cuando visita la capital de Escocia. Es por ese recorrido, por su extensión y los puntos que une que la Royal Mile lleva ese nombre, que se traduce como Milla Real. Son innumerables los puntos de interés que aparecen al recorrer esta hermosa calle medieval. Para empezar está plagada de pubs, bares y restaurantes, de toda clase y reputación. También, el viajero encontrará desperdigados a diestra y siniestra distintos sitios para realizar catas o degustaciones de la bebida nacional escocesa, el Whisky, aunque los propios guías y lugareños no recomiendan tener esa experiencia sobre la Royal Mile ya que hay mejores lugares alejándose de ella. También son muchísimos los callejones que se abren a ambos costados de la Milla Real, ya se como angostas callejuelas, empinadas escalinatas o simples pasadizos que llevan a realidades paralelas y fascinantes, como el Museo de los Escritores -del que les hablaré luego- que encontramos detrás de uno de esos portales que permiten la aventura de internarse en el reflejo fiel de lo que alguna vez fuera la vieja Edimburgo.

Entre ese sinfín de cosas para ver y mientras esperábamos a que empezara el recorrido guiado, nos entretuvimos visitando el Tron Kirk Market, una rareza de marcadillo artesanal situado al interior de lo que alguna vez fue una iglesia, cuya fachada conserva la alta torre en la que antes había campanas y hoy solo es gobernada por un reloj. El siguiente punto, ya con el acompañamiento de la guía, fue el Ayuntamiento, llamado oficialmente Edinburgh City Chambers, construido en 1753. La explanada del edificio está separada de la Royal Miles por una serie de arcos continuos, que permiten al Ayuntamiento estar distanciado del ajetreo callejero, pero sin perder por eso el libre acceso de los ciudadanos a sus entrañas.

Frente al Ayuntamiento se encuentra la Parliament Square, donde se levanta una pequeña pero interesantísima estructura que lleva el nombre de Mercat Cross, lugar en el que se llevaban a cabo ejecuciones y castigos ante el público, pero que también fue el sitio elegido desde 1707 para realizar las proclamas reales y los anuncios que debían llegar al pueblo, como la muerte de un monarca o cualquier otra novedad que tuviese que ver con la Corona. Desde aquí se anunció, por ejemplo, la incorporación de Escocia a la Commonwealth en la segunda mitad del siglo XVII. En la parte ciega de la construcción era común que se encerraran convictos o mujeres acusadas de brujería, mientras que en la cima de la columna ya no existe una cruz sino un unicornio, símbolo de Escocia. Si uno dispone de unos minutos puede introducirse un poco más en la Parliament Square para conocer una de las estatuas más antiguas de toda Gran Bretaña y la más vetusta de Edimburgo: un modelo ecuestre que eterniza al Rey Carlos II.

A sólo unos pasos del Mercat Cross emerge la solemne Catedral Presbiteriana St. Giles de Edimburgo, gótica como la ciudad que la rodea y de bellas naves interiores, se ha mantenido activa durante más de 900 años, ya que fue inaugurada en el año 1124. El templo ha sido testigo de la vertiginosa y cambiante historia religiosa de Escocia, habiéndose fundado como una iglesia católica que ha trocado de credo con las modificaciones que trajo primero la Reforma y luego las guerras entre escoceses e ingleses. Para ingresar exigen una "donación" de 6 libras esterlinas que bien vale la pena "donar". Dentro del edificio se encuentra la bonita Capilla Thistle o Capilla del Cardo que, adosada en 1911, es un sitio dedicado a la Muy Noble Orden del Cardo, el cuerpo más prestigioso de la caballería militar escocesa. De nuevo en la calle, saludamos a la estatua de Sir Walter Scott y continuamos camino para encontrarnos una cuadra más adelante con otra imponente iglesia, en este caso la Tolbooth Kirk. Esta icónica iglesia, conocida popularmente como The Hub, ya no funciona como lugar de culto, algo que pasa muy a menudo en las iglesias británicas, muchas de las cuales transforman sus funciones para dejar de ser lugares de oración y convertirse en ámbitos con otras funciones. En el caso de Tolbooth Kirk, desde hace décadas que se convirtió en el Centro de Informaciones del Festival de Edimburgo, el festival gratuito de arte al aire libre más grande del mundo. Si bien es imponente, el edificio de The Hub no es tan antiguo como parece, datándose su construcción entre los años 1842 y 1845. En esta parte de Edimburgo que es la más vieja y por eso se llama Old Town, todos los edificios parecen de épocas extremadamente lejanas, aunque algunos no lo sean tanto. La característica que si comparten todos ellos es su espectacularidad, su derroche arquitectónico y gótico y sus colores, siempre a tono con el cielo plomizo de la ciudad. Justo enfrente de Tolbooth otra iglesia se cruzó con nosotros, en este caso St. Columba's Free Church of Scotland, que merece un vistazo. No traten de entender demasiado la organización eclesiástica de los escoceses, será una tarea dificultosa y de dudoso éxito.

Luego, tomamos por Upper Bow, una callejuela que se escapa de la Royal Mile hacia el sur y que se transforma de a poco en una empinada escalera que se introduce sin permiso en la fabulosa Victoria Street, una de las calles más lindas de la ciudad, que se extiende en dos niveles, uno al ras del suelo y otro balconeando sobre esa calzada. Si uno se posiciona como bajando de la Royal Mile y toma hacia la derecha, podrá encontrarse con uno de los sitios más sanguinarios de toda Edimburgo: el cadalzo de las brujas y los enemigos religiosos en lo que alguna vez fue el Gross Market o Mercado de la Hierba y que hoy funciona como una plaza llena de bares y restaurantes con mesitas al airte libre. Otrora en el tiempo, este fue el el sitio elegido para ejecutar a las mujeres acusadas de brujería y por lo tanto hay muchas historias sobre ellas y sus verdugos. También aquí se levantó la horca en donde perecieron cientos de protestantes durante las guerras religiosas entre Esocia e Inglaterra. Bautizado como Covenanters Memorial, una roca recuerda a las víctimas que murireron en esta plaza, donde el cadalzo funcionó de manera efectiva hasta 1780.

Estábamos muy cerca del famoso Cementerio de Greyfriars y no había motivo que nos impidiera acercarnos. Greyfriars es el camposanto más visitado por quienes viajan a Edimburgo, pero debo decirles que no es el que más me impactó. Tanto el de St. Cuthbert, mencionado en párrafos anteriores, como otros que comentaré más adelante, tuvieron en nosotros efectos más trascendentales y un contacto con el "más allá" mucho más cercano. Pero obviamente si uno está en Edimburgo no puede dejar de visitar Greyfriars, ya sea para escuchar la historia de Bobby, el perro que custodió la tumba de su amo durante catorce años, hasta que el propio can murió en enero de 1872. Hoy, amo y perro descansan a pocos metros de distancia en Grayfriars, siendo la tumba de Bobby la más visitada del cementerio y siendo también una excepción al permitírsele a un animal estar sepultado en un camposanto de seres humanos, aunque sigue habiendo controversias y versiones contrapuestas por esta razón. Para los interesados en la vida del perrito, no deben confundir la tumba con la Estatua que erigieron en su honor, la cual queda ubicada sobre la calle, fuera del predio.

Pero volvamos al espléndido Cementerio de Greyfriars, que no sólo tiene a Bobby entre sus moradores. No son pocos quienes otorgan Greyfriars el adjetivo de embrujado, ya que hay una creencia muy establecida entre los lugareños acerca de la existencia de fantasmas que deambulan por las  noches entre lápidas y tumbas. La leyenda más conocida supone que el espíritu del odiado e infame George Mackenzie, quien supo ser Abodago del Rey, ronda estos rincones de Edimburgo. Mackenzie "the Bloody", así llaman a su espectro, fue quien periguió y ejecutó a muchos de los Covenenters durante las guerras religiosas escocesas, lo que no le restó tiempo para hacerse cargo también de cuestiones vinculadas con las mujeres acusadas de brujería, acusando a algunas y defendiendo a otras. Está enterrado en Greyfriars desde 1691 y según cuentan, su sitio preferido dentro del Cementerio son los calabozos donde se encerraban a los Covenanters que tanto persiguió en vida. Se cree que el fantasme de Mackenzie causa cortes y moretones en los cuerpos de quienes se cruzan con él, siendo muchos los visitantes que han denunciado esos percances sin ningun fundamento cientítico que pueda explicar el origen de tales lesiones. Tal es el tenor de estas cuestiones, que el cementerio ha sido exorcizado dos veces y la tumba de Mackenzie fue en varias ocasiones aislada del contacto con el público. Algunos medios especializados en cuestiones paranormales sitúan al Cementerio de Greyfriars como uno de los lugares más aterradores del planeta.

Por último y antes de abandonar el cementerio, a muchos les parecerá útil saber que de las lápidas de Greyfriars surgieron varios de los nombres con los que la escritora J.K. Rowling bautizó a sus personajes de la saga de Harry Potter.

Nos despedimos de nuestra guía. Eran alrededor de las 11 y recien a las 13 debíamos estar en el Castillo. Teníamos tiempo para almorzar algo y visitar algunos lugares más. Decidimos entonces almorzar en el Museo Nacional de Escocia, al que regresaríamos mañana para recorrerlo. Luego, llegamos hasta la sede del Old College de la Universidad de Edimburgo, fundado en la segunda mitad del siglo XVIII como una ampliación de la Universidad local, en cuyas aulas estudiaron personajes de la talla de Alexander Graham Bell, Charles Darwin o David Hume, entre muchos otros. Los escritores Arthur Conan Doyle, Walter Scott y R.L. Stevenson también egresaron de esta casa de altos estudios.

De manera mágica el tiempo se esfumó y ahora debíamos apurarnos para llegar al Castillo de Edimburgo a tiempo, no sólo para ingresar, sino para presenciar el Cañonazo de la Una de la Tarde, una tradición que desde 1861 hace tronar con una bala de salva los mediodías de Edimburgo y que orignalmente servía para que los barcos amarrados a la bahia pudieran poner en hora sus relojes. Hoy, la costumbre continúa y es un evento diario que se escucha en toda la ciudad, pero que puede verse en vivo y en directo si uno se apersona a la hora indicada en el Castillo.

El Castillo de Edimburgo es un lugar imperdible y si uno tiene tiempo debería dedicar unas cuantas horas a recorrerlo, tratando de no dejar ningún rincón sin visitar. Según el momento que uno elija para viajar, puede convenir sacar la entrada anticipadamente por la Web oficial, aunque también puede adquirirse en la puerta. Por la Web a veces hay promociones que permiten, por una pequeña diferencia, hacerse con la Guía Oficial del lugar.

Son muchas las cosas para ver dentro del Castillo, que es en sí mismo un punto panorámico que favorece las vistas aéreas de la ciudad. Además, contiene varios museos, memoriales, armerías y hasta un palacio con reliquias ancestrales. Además, se trató durante mucho tiempo de un enclave inexpugnable que fue orgullo de Escocia y de sus soldados. Trataré de avanzar ordenadamente...

Una vez que el Cañonazo de la Una de la Tarde hizo lo suyo, avanzamos sobre algunas de las baterías de cañones que, apostadas sobre la muralla, apuntan al mar. Doblamos luego a la izquierda, siguiendo el camino que subía y accediendo a un patio interno custodiado por el Monumento ecuestre del Comandante del Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial Sir Douglas Haig. Los edificios que rodean al patio exhiben una valiosa muestra de objetos relacionados con la historia militar de Escocia y principalmente con las dos contiendas mundiales. Tiene allí sus sede el National War Museum y un poco más adelante, ya habiendo abandonado el patio de Douglas Haig, el Museo del Regimiento Real Escocés. Un poco más adelante, nos encontraríamos también con el Museo de la Guardia de Dragones de Esocia y con la Prisión Militar del Castillo, así como algunas secciones recreadas en el interior de algunos edificios que dejaban ver la manera en que se vivía murallas adentro en otras épocas.

Ya llevábamos un par de horas caminando por el Castillo cuando atravesamos la Foog's Gate, la puerta de piedra que comunica a las secciones más elevadas del Castillo. Primero nos acercamos a la Capilla de Santa Margarita, una pequeña y pétrea habitación consagrada al rezo y la oración que tiene el enorme honor de ser el edificio más antiguo de toda Edimburgo que queda en pie, ya que fue fundada por el Rey David I, hijo de Margarita, a principios del siglo XII. La Capilla sobrevvió a todas las batallas en las que el Castillo tomó parte e incluso también a la demolición ordenada por Robert the Bruce pata evitar que volviera a caer en manos inglesas. La Capilla esta muy bien custodiada por una de las armas más particulares de los tiempos medievales como lo fue el gran cañón Mons Meg, un arma de asedio considerada la más poderosa de su tiempo, que podía lanzar piedras de 150 kilos a una distancia algo mayor a los tres kilómetros. Este impresionante dispositivo dejó de utilizarse en 1550 y se lo usó para disparos simbólicos hasta que en una de esas ocasiones, en 1681, explotó. Fue restaurado como pieza de museo, pero fue capturado por los ingleses que se lo llevaron como trofeo exponiéndolo en Londres durante más de 75 años, lapso tras el cual fue devuelto a Escocia en 1829. 

El punto más alto de la fortaleza esta ocupado por una serie de edificios, cuyas fachadas comarten el mismo espacio en forma de patio de armas. Uno de esos edificios es el solemne Scottish National War Memorial, donde el respeto por los mártires guerreros escoceses es tan grande que no se permite ni filmar ni tomar fotografías. Los otros edificios que forman el reactángulo del patio de armas son el Gran Salón y el Royal Palace. El Gran Salón se terminó de construir en 1511 y tuvo varias restauraciones. Por su parte, el Royal Palace es, como su nombre lo indica, el Palacio Real y fue morada de la Corona Escocesa mientras ésta existió. Fue en una de sus habitaciones donde María Estuardo dió a luz al Rey Jacobo VI, coronado desde 1603 como primer monarca de Escocia e Inglaterra. Carlos I fue el último rey en dormir en el Palacio del Castillo, pasando allí la noche previa a su coronación en 1633.

En el primer piso del Royal Palace se encuentran los Honores de Escocia, la colección de joyas de la Corona Escocesa, el tesoro real más antiguo del Reino Unido. Oro, plata y piedras preciosas dan forma a la corona, el cetro y la espada de la nación escocesa, cuyos reyes portaron con honor hasta la derrota y unión con Inglaterra, en 1707, año a partir del cual las Joyas fueron enconfradas y selladas como símbolo de sumisión. Aquí también se resguarda la Piedra de Scone o Piedra de la Coronación, un bloque lítico utilizado desde hace siglos para la toma de los atributos del poder por parte de los reyes escoceses primero y de los británicos después. La Piedra fue robada por los ingleses en 1296, en un intento por despojar a Escocia de sus símbolos nacionales. La piedra permaneció en manos inglesas por casi 800 años, hasta que en la Navidad de 1950 un grupo de cuatro estudiantes universitarios escoceses la robó del interior de la Abadía de Westminster, en Londres, para llevársela nuevamente a Esocia. Pero un accidente hizo que la piedra se partiera en dos pedazos y los estudiantes, atemorizados, escondieron una parte en la ciudad de Kent y la otra en Leeds. Finalmente, ambos pedazos llegaron por distintas vías a Glasgow y allí un cantero profesional la reparó como pudo. El operativo policial para dar con la piedra y con los autores del robo no tenía precedentes y los universitarios cedieron a la presión y decidieron abandonar la Piedra en la Abadía de Arbroath, más de un año despuñes de haber cometido el hurto. La Piedra fue encontrada y devuelta a Westminster justo a tiempo para la coronación de la Reina Isabel II, en 1953. Hubo que esperar hasta 1996 para que Inglaterra decidiera devolver la Piedra a Escocia, depositándola en el Castillo de Edimburgo junto a las Joyas, con la condición obligatoria de que la Piedra viaje a Londres para cada llegada al trono de un monarca británico.

La parte final del recorrido por el Castillo incluyó la Batería de la Media Luna, una temible formación de cañones para atacar a quienes osaban asediar el Castillo y que hoy, en tiempos distintos y pacíficos, sirve para obtener matavillosas vistas de la ciudad. Ya descendiendo por la escalera que lleva a la salida del Castillo, nos encontramos con un espacio muy significativo: el Cementerio para Perros del Castillo. Ya les había adelantado que la relación de Edimburgo y su gente con los canes era muy peculiar y aquí hay otra muestra de ello.

Estábamos extasiados y cansados. Ya eran cerca de las 17 y el sol desaparecía. Decidimos volver al Hotel para descansar un rato. Al a noche nos sumaríamos a un Tour de Fantasmas, que no terminaría por cubrir las expectativas que teníamos cuando tomamos la decisión de participar. Hay muchas opciones para realizar en torno a esta temática espectral y seguramente alguna valga la pena. La nuestra consistió en un recorrido por la Royal Mile y alguno de sus alrededores que culminó entre las tumbas del pequeño Cementerio de Canongate Kirk, un sitio sin demasiado misterio para formar parte de un tour sobre fantasmas. Incluso, me animaría a decir que de todos los cementerios que hay en Edimburgo, el de Canongate es el que menor temor inspira.

Una larga caminata debimos hacer desde Canongate hasta nuestros aposentos. En el camino nos sentamos a cenar en un Restaurante sobre la calle West Port que, pese a la hora, aún estaba abierto. La caminata sirvió para realizar nuevas observaciones nocturnas de Castle Rock y del Castillo iluminado.

Al día siguiente, aunque en verdad siguió siendo de noche hasta casi las 9.30 de la mañana, me eyecté de la habitación con la idea de recorrer la parte más nueva de Edimburgo, con edificios que mayoritariamente se construyeron en el siglo XIX. 

Antes de sumergirme en esa parte de la ciudad, quise llegar hasta los pies del Monumento a Sir Walter Scott, para verlo de cerca y hacer algunas fotos. Este homenaje gótico y victoriano al autor de Ivanohe constituye el monumento más alto del mundo hecho a la figura de un escritor. Hay horarios erráticos en los que se puede acceder a la obra y escalar los 287 peldaños para ver la ciudad desde arriba. A Scott se lo considera el precursor y fundador del género de la novela histórica y no son muchos los que lo identifican como escocés, ya sea porque en las biografías figura como británico o porque la mayor parte de sus escritos están ambientados en Londres.

Crucé la Princess Street, que más allá de su nomenclatura como calle es una avenida que separa la Edimburgo medieval de la Edimburgo más moderna. La arquitectura cambia radicalmente y la distribución del espacio también, organizado en esta parte bajo criterios más cuadriculares y ordenados, menos caóticos que las callejuelas medievales. A unas pocas cuadras me tomé unos minutos pata descansar en una de las bancas de la elegante St. Andrews Square, plaza dominada por la alta Columna Trajana que rinde tributo al Vizconde de Melville. Fue aquí sentado que mirando el mapa y recordando lo que en algún lado había escuchado, decidí encaminarme hacia Calton Hill, una de las siete colinas que rodean la ciudad y en donde se distribuyen importantes sitios de interés y se obtienen las mejores vistas hacia los cuatro puntos cardinales, llegando incluso a visualizarse el mar y la bahía. Estaba listo para esta emprender el ascenso, pero por las dudas me tomé unos segundos para disfrutar de un café caliente y unos huevos revueltos en el lobby del Parliament House Hotel, un sitio divino que encontré por casualidad mientras avanzaba en busca de Calton Hill.


Llegar a la base de Calton Hill ya es hermoso antes de empezar a subir. Luego, pareciera que uno va a perderse ante la dificultad de encontrar el camino de ingreso, que aparece de repente, en medio de una pared de piedra.  Escaleras y rampas de fácil acceso me llevaron de manera confortable hasta la cima, donde me dediqué a descubrir cada uno de los monumentos que allí se encuentran. Asi, fueron sucediéndose uno tras otro, el Monumento al filósofo Dugald Stewart, un antiguo cañón portugués, el Monumento Nacional de Escocia de estilo griego y la Columna del Almirante Nelson, muy distinta a la que se levanta en Trafalgar Square, en Londres. Hay más y todos son muy bellos, pero si hay algo que elijo de Canton Hill por sobre todas las cosas son sus vistas.

Intenté descender de la colina por un lugar distinto al que había recorrido para subir, pero el camino me jugó la broma de devolverme una y otra vez al primer sendero. Al salir nuevamente a la calle, me percaté que enfrente había una extraña entrada, algo camuflada entre la vegetación y la piedra. Crucé e ingresé, sin saber bien en dónde me estaba metiendo. Era el fabuloso Cementerio de Old Calton y créanme que lo de fabuloso no es ninguna exageración. Entre todos los cementerios que conocí en Edimburgo, este fue el que más me atrajo y el que más me impactó. Las razones para tales elogios son varias. En primer lugar, el alejamiento del camposanto respecto al centro de la ciudad y a las rutas más transitadas por los turistas, lo que me permitió estar prácticamente en solitario los más de sesenta minutos que permanecí recorriéndolo.

El Cementerio abrió sus puertas -o sus tumbas- a principios del siglo XVIII y su huésped más famoso es el filósofo David Hume. Aquí, este exponente de la ilustración tiene un mausoleo circular que envuelve su sepultura. El carácter ateo del difunto filósofo provocó que en muchas ocasiones se intentara profanar su tumba, pero la vigilancia impuesta por las autoridades lo impidió.

Además de lápidas y tumbas esparcidas sin demasiado orden, hay algunos monumentos funerarios dignos de mencionar, como el de los Mártires Políticos, que consiste en un gran obelisco de piedra erigido en homenaje a cincos reformistas enjuiciados y ejecutados por sus propuestas liberales, que incluían el sufragio universal, algo inaceptable para la época. Es curioso que quien diseñó el Obelisco, un reconocido arquitecto llamado Thomas Hamilton, esté enterrado justo detrás de su obra.

El Monumento a los Escoceses Caídos en la Guerra Civil Norteamericana es otro de los hitos que uno puede hallar en Old Calton. En esta obra, Abraham Lincoln está sobre el pedestal mientras que un esclavo sostiene un libro en señal del mayor logro de todos: la libertad.

Dentro del Cementerio hay también una torre, que a simple vista puede confundirse con parte de un castillo. Pero en realidad es una torre de vigilancia, construida en 1820 espacialmente para cuidar que los saqueadores y profanadores de tumbas no puedan ejercer su vil actividad dentro de los muros de Old Calton. Recordemos que la existencia de universidades de medicina significó para las grandes ciudades europeas la necesidad de cadáveres para la investigación científica de los estudiantes. La mayor parte de las veces, esos cuerpos se robaban de los enterramientos más recientes de los cementerios urbanos. Old Calton no fue la excepción y la torre de vigilancia fue un intento vago de evitarlo. Los sobornos le restaron eficacia a esa estrategia.

Son varias más las tumbas que convocan la atención, sobre todo por sus tallas, formas o simplemente por el estado en que las dejó el paso del tiempo. No es raro, por ejemplo, encontrar lápidas o sarcófagos de piedra elevados del suelo con fechas como 1728 o 1762. En una de ellas se destaca la figura labrada sobre la piedra de una calavera y de un reloj de arena. Otras tumbas parecieran haber sufrido los efectos del fuego, como si hubiesen sido incendiadas adrede, vaya a saber uno el porqué.

El eximio pintor David Allan, el actor William Woods, el destilador de whisky John Haig y los editores y rivales William Blackwood y Archibald Constable son algunos otros personajes célebres que descansan en Old Canton. Pero la lápida que más bonita me pareció fue la que se conoce con el nombre de Piedra de John Gray, erigida por él a sus difuntos progenitores en el año 1760 aproximadamente.

Junto al Cementerio se levanta un sólido edificio que es la Sede del Gobierno de Escocia, un órgano colegiado que trata sobre cuestiones locales con cierta autonomía respecto de Londres. Algo parecido habíamos observado tanto en Gales como en Irlanda del Norte. Seguí adelante y cuando la calle se estaba convertir en autopista, logré bajar nuevamente hacia Calton Road y seguir en dirección al próximo destino: el Palacio de Holyroodhouse, ubicado justo donde termina la Royal Mile.

Holyroodhouse es la morada de la realeza británica en Edimburgo. Aquí se hospeda el rey y su familia cuando visitan la ciudad, permaneciendo el resto del año como un Museo. El valor de la entrada ronda las 20 libras esterlinas, aunque menores y adultos mayores tienen alguna bonificación. Obras de arte, mobiliario de época, salones decorados y tesoros impensados pueden encontrarse en el interior de este palacio real.

Frente a la residencia monárquica, hace algunos años vio la luz un edificio que ha estado en el centro de la discordia y de la crítica, con detractores y defensores por cantidades casi iguales. Estoy refiriéndome al Nuevo Parlamento de Escocia, un edificio vanguardista y ultramoderno que nada, pero nada tiene que ver con el contexto urbanístico del medioevo que lo rodea. Por esta razón hay un sinfín de posturas negativas que surgieron cuando el edificio era tan sólo un proyecto, cuando se lo estaba construyendo y cuando por fin se lo inauguró. En lo personal, la construcción me pareció una gran obra de la arquitectura contemporánea, pero creo que desentona con el resto del cuadro que lo rodea. Igualmente mis aplausos para su creador, Enric Miralles, cuyo diseño es cautivador.

Desde su propio final comencé a remontar la Royal Mile en dirección al Castillo, otra vez, pero no para ver lo que ya había visto en los días anteriores, sino para visitar algunos museos y observar el movimiento de los pubs y cantinas. El primer sitio donde ingresé fue el Museo de Edimburgo, un pequeño complejo que une distintas casas típicas y muestra elementos que ilustran el desarrollo económico de la ciudad. Está situado justo frente al Cementerio de Canongate, el mismo que visitamos con motivo del poco exitoso Tour de los Fantasmas. Vecino al Cementerio un segundo museo abre sus puertas. Se trata del The Peopple's Story Museum, que recorre la historia, las profesiones y la cultura social de los habitantes de Edimburgo.

En ambos casos, la entrada es completamente libre y gratuita, como sucede en todos los museos que dependen directamente del estado británico, una virtud que por suerte seguiríamos comprobando en futuras incursiones.

Avancé unas cuantas cuadras, siempre por la Royal Mile. Quería pasar una vez más por Cockburn Street, una de las calles que más me había asombrado hasta el momento. La había visto de noche y ahora la veía de día y en ambos casos es bellísima. La había observado al subir desde Princess Gardens y ahora lo hacía en la dirección opuesta y entre estas dos variantes me quedó con la primera. Cockburn St. es mucho mas bonita cuando se sube en dirección a la Royal Mile que cuando se va en sentido opuesto. 

Este céntrico recorrido por el corazón de la Edimburgo medieval me permitió ver grandes relojes callejeros, estupendas fachadas de antiguas viviendas, carteles de vivos colores que anuncian cualquier cosa que a uno se le ocurra y estatuas de personajes universalmente conocidos como el ya mencionado David Hume o el economista Adam Smith.

Aproveché para meterme por cuanto pasadizo o pasaje encontré accesible a ambos lados de la Royal Mile. Alguno de ellos no conducían a ningún lado y otros eran ingresos cuasi privados a viviendas particulares, pero algunos fueron experiencias muy lindas y extrañas. De repente iba hasta el final de un pasillo y salía lateralmente a otra calle o en ocasiones me encontraba que el angosto pasaje conducía a una plaza o patio interno. Eso me sucedió justo cuando ya había abandonado el modo random y con el Google Maps en mano estaba a la búsqueda, no sencilla por cierto, del The Writers' Museum, que aborda la vida de tres de los más ilustres escritores escoceses de todos los tiempos como lo son Walter Scott, Robert Louis Stevenson y Robert Burns. La entrada, aquí también, es gratuita, aunque se aceptan donativos y en este sentido no hay que permitirse ser tacaños.

Writers' Museum

Retratos, libros raros e incunables, objetos y muebles de los tres literatos están expuestos en las distintas habitaciones del Museo, emplazado a una casa que Lady Stairs adquirió en 1719, pero que fue levantada en 1622 y que a permanecido intacta a lo largo de los siglos, sobreviviendo a incendios y tormentas y convirtiéndose hoy una de las casas más antiguas y mejor conservadas de Edimburgo.

Les contaba que el Museo de los Escritores estaba situado en los adentros de uno de los tantos pasajes que se abren hacia los costados de la Royal Mile. En este caso, además del Museo hallé también la Makar's Court, un sitio tranquilo y agradable, donde se puede tomar un respiro y jugar a encontrar en el suelo las losas que contienen inscripciones relacionadas con literatos escoceses de todos los siglos.

Ya estaba con ganas de sentarme a comer algo en alguno de los tantos lugares que me había cruzado durante la mañana. Recordé que bajando hacia Victoria Street se sucedían uno tras otro los locales de comidas, tabernas tradicionales donde comer algo y tomar un buen whisky no debería ser algo complicado. Pero lo fue... hasta que dí en el Grass Market con el paradero de Biddy Mulligans, una peculiar y rustica cantina donde guiado por el mozo me pedí un estofado de cordero de la casa, una pinta de cerveza negra escocesa y una medida de whisky de una etiqueta que ya no recuerdo pero que era de la región de las Highlands. Valentín, que se había sumado tras la visita al Writers' Museum, se adosó al almuerzo y también al itinerario que aún faltaba recorrer.

National Museum of Scottland

Ya satisfecho, puse el timón en dirección al próximo objetivo de la jornada que era el Museo Nacional de Escocia, también con entrada libre y gratuita. Habíamos estado almorzando ayer aquí, por lo que ya tenía una idea de lo inmenso que era el Museo. Nuestro recorrido, con un mapa bastante impreciso, fue algo caótico y apresurado, pero en seguida empezamos a orientarnos y a seleccionar las salas que más nos interesaban ver. Hay un gran pabellón de inventos -Escocia es tierra de grande inventores-, donde se plantean experiencias interactivas muy entretenidas. Es en este sector donde nos encontramos con una vieja conocida nuestra como la Oveja Dolly, famoso lanar por haber sido el primer ser viviente clonado de manera exitosa en todo el Globo. Allí estaba, disecada e inmóvil, dentro de una vitrina de cristal a la vista de todo aquel que quisiera mirarla.

Hay elementos y objetos de todas las geografías y culturas del planeta en las distintas salas y salones de este magnífico Museo, cuya estructura también es digna de asombro. Los reinos animal, vegetal y mineral tiene su lugar entre los pasillos, así como la cultura paneuropea, de oriente y de occidente y las raíces históricas de las Islas Británicas en general. El Museo Nacional de Escocia es una equilibrada mezcla del concepto museístico típico del Siglo XIX, fusionado con los aspectos tecnológicos y experimentales del nuevo milenio, lo que permite no sólo disfrutar de las colecciones expuestas, sino también tomar conciencia de los cambios y transformaciones que entidades como los museos han tenido hasta en sus aspectos más sencillos. No quiero poner el punto a esta parte de la crónica sin hacer referencia a la hermosa terraza accesible que tiene el museo en sus azoteas, desde donde pueden tomarse bonitas placas fotográficas de los alrededores, entre ellos de la Universidad de Edimburgo y del vecino Cementerio Greyfriars que hemos recorrido con anterioridad. 

El tiempo dentro del Museo se escurrió con la sutileza del saber. Ya estaba cayendo la noche y el frío era insoportable, lo que no nos impidió poner rumbo a la National Gallery of Scotland, donde nos veríamos las caras con los más prestigiosos pintores de la historia universal del arte. La National Gallery de Edimburgo es algo asi como la versión escocesa  de la Gallería Nacional que se encuentra en Londres. Por sus salas uno puede encontrarse con obras de artistas de la dimensión de Salvador Dalí, Eugene Delacroix, Pablo Picasso o Vincent Van Gogh entre muchos otros.

Regresamos al hotel despacio, sin dejar de contemplar la ciudad en sus distintas facetas crepusculares. El cielo amenazaba con largarse a llorar y esas lágrimas de lluvia con mojarnos. Apuramos el paso. Teníamos la intención de cenar en algun lugar clásico y yo, en particular, de probar algunas etiquetas de whisky. Por esa razón, luego de un baño reparador, nos acercamos hasta el muy bonito salón del The Angels Share Hotel and Bar, donde probamos platos de raigambre escocesa fusionados con ingredientes y técnicas contemporáneas. Me di el gusto, también, de degustar cinco etiquetas de whiskys de distintas regiones de Escocia y aprender un poquito más sobre esa gran bebida. Luego, fui presa fácil para Orfeo.

Antes del amanecer, empezamos la nueva jornada en Edimburgo ordenando un poco las maletas, ya que por la tarde cambiaríamos de hotel para pasar nuestra última noche escocesa en el Hampton by Hilton Edinburgh Airport Hotel, ya que nuestro vuelo de mañana a Varsovia salía muy temprano. Ante ese horario, la mejor opción era dormir en el Aeropuerto. Pero teníamos gran parte del día para recorrer sitios que todavía nos quedaban pendientes por conocer. Desayunamos unos cafés y unas galletas de chocolate en  Greggs y nos arrojamos a los brazos de la ciudad una vez más.

La lectura de un folleto turístico que me habían dado en el Hotel y que leí mientras bebía mi café, me sugirió un lugar que por extraño, me resultaba digno de ser visitado. Era la primera vez que tenía referencia del Pozo de San Bernardo y la intriga hizo el resto. Además, estaba ubicado en una parte de la ciudad por la que no habíamos caminado aún y era un punto que podíamos conjugar con otros lugares que nos fueron apareciendo en el mapa una vez que apuntamos nuestra brújula hacia esas coordenadas. Terminamos los cafés y partimos hacia el enigmático Pozo de San Bernardo.

Llegar al Pozo de San Bernardo fue toda una odisea. Tomamos Queensferry en dirección al Río Leith. Ya en camino y en virtud de lo que nos iba apareciendo en el Google Maps, decidimos añadir algunas escalas y pasar primero por Dean Village, un pueblo semi rural que fue fundado por monjes en el Siglo XII y que vive a los pies de las aguas del Río Leith. Fue un acierto sumar este lugar a la ruta. Casas de piedra y un pintoresco puente son parte de las postales que regala este armonioso rincón, donde se respira paz y tranquilidad.

Desde Dean Village el camino bordeó el río en medio de la vegetación y luego de un buen trecho, llegamos al Pozo de San Bernardo, llamado así en honor al santo que, en algún momento del siglo XII, por primera vez bebió de sus aguas y se sintió tan reconfortado que se convenció del carácter mágico y curativo de esos manantiales, cuya existencia mantuvo en un hermético secreto que sólo compartió con algunos monjes amigos. Recién en 1760 el secreto salió a la luz y muchas personas empezaron a llegar a Edimburgo buscando el manantial descubierto por San Bernardo para paliar dolencias y enfermedades. En 1788, un noble que supuestamente se había curado gracias a las aguas, compró toda la propiedad e hizo construir un emplezamiento que simula a un templo clásico ateniense de forma circular para rodear y proteger el Pozo. Dentro, hizo colocar una figura de la diosa griega de la salud, llamada Higía.

St. Mary's Episcopal Cathedral

Tras conocer el Pozo, continuamos caminando por el sendero que sigue el curso del río, en medio del aire puro de esta zona llena de vegetación que tiene Edimburgo en esta parte no tan conocida de su geografía urbana. En un momento del camino nos desviamos para volver al cemento de la ciudad y para conocer un par de plazas que por su forma circular nos llamaron la atención en el mapa. De plazoleta en plazoleta y de plaza en plaza llegamos hasta el Albert Memorial, otra referencia que nos bifurcaba el pensamiento hacia el difunto esposo de la Reina Victoria, cuyo fantasma nos perseguía ya desde Dublín.

No nos detuvimos demasiado ya que no teníamos intenciones de rendir tributo al príncipe Alberto. Nos dirigimos raudamente hacia nuestra próxima parada, que era la formidable St. Mary's Episcopal Cathedral, una enorme iglesia construida en piedra y con tres torres que se esfuerzan por alcanzar el reino de los cielos. Una de ellas, incluso, es la estructura más alta del egido urbano de Edimburgo. El templo data del siglo XIX, como la mayoría de los edificios de este lado de la ciudad, que estilísticamente es una continuidad del New Town. Esta Catedral tiene la particularidad de poseer cuatro puertas, todas ellas de importancia, una por cada punto cardinal. La principal es la que da hacia el oeste, decorada con la figura de San Pedro y las llaves para abrir el cielo.

Victoria St.

Nos hicimos un rato para almorzar y elegimos hacerlo en NAM, un restaurante especializado en gastronomía vietnamita que estuvo verdaderamente bien. Al terminar la sobremesa, nos dimos cuenta por enésima que no teníamos demasiado tiempo, ya que antes de partir con destino al Hilton del Aeropuerto debíamos pasar por el hotel a buscar el equipaje y previo a eso queríamos llegar a ver un cementerio más de esta ciudad de Edimburgo, la cual cada vez me convencía con profunda convicción de que si existiese un portal entre el mundo de los vivos y de los muertos, el lugar ideal para ubicarlo sería en la capital de Escocia.

El Cementerio en cuestión fue el de Dalry, al que llegamos después de dedicar una rápida mirada a un espectacular edificio escolar Donaldson y de cruzar varias vías férreas. El camposanto nos resultó muy atractivo de día, porque de noche debe ser ralmente tenebroso, con muchas de sus lápidas rotas y sus sepulturas carcomidas por la vegetación, como si nadie cuidara que eso no suceda. Pero no es una queja... al menos a nosotros esos rasgos descuidados del Cementerio de Dalry nos resultaban muy seductores. 

Finalmente, emprendimos el regreso al hotel. No fue directo, sino que nos dimos un último momento junto a la congelada Fuente Ross, como despedida de la primera imagen que tanto nos impactó de esta inolvidable Edimburgo.

El bus nos dejó en el Aeropuerto en menos de veinte minutos. Ya era de noche, aunque la oscuridad en los inviernos escoceses no suele tener ni horario ni contemplación. Descansamos... la desconocida Polonia nos aguardaba. O al menos eso pensábamos...


Itinerario por Edimburgo Día 1

Itinerario por Edimburgo Día 2

Itinerario por Edimburgo Día 3

Itinerario por Edimburgo Día 4

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