Belfast, la cuna del Titanic en Irlanda del Norte

Belfast es una ciudad misteriosa, en cuyos astilleros nació el célebre trasatlántico Titanic y cuyas calles fueron escenario de sangrientos enfrentamientos religiosos y políticos, pero que hoy ha recuperado la armonía y ha vuelto a estar en la brújula de los viajeros del mundo.

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabrujula

Titanic Belfast y SS Nomadic

Este viaje comienza en un país y culmina en otro, aunque lo que lo hace especial es que no se atraviesa ninguna frontera entre ellos o al menos ninguna frontera en donde haya que presentar papeles o pasaportes. Desde hace ya unos cien años que Irlanda está dividida en dos y no hay mejor manera de comenzar esta crónica que haciendo referencia a esa división, a sus porqués y a todo lo que provocó en la vida de miles y miles de irlandeses.

En nuestra crónica anterior sobre nuestro paso por Dublín dimos algunos indicios y narramos algunos de los acontecimientos que llevaron a resistencias, rebeliones, luchas y finalmente a la independencia de Irlanda, rompiendo lazos centenarios de subyugación con el Reino Unido, particularmente con Inglaterra. Tras aquellos hechos, la mayor parte de Irlanda logró su autonomía total del Reino Unido, pero una región del norte de la isla prefirió continuar bajo la órbita británica, concretándose así la división de Irlanda, aunque eso no solucionó las tensiones entre ambas tierras irlandesas, las cuales incluso recrudecieron hacia fines de la década de 1960, cuando se desató una ola de violentos enfrentamientos que duró cerca de 30 años, hasta el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que sentó las bases de una paz que se extiende hasta hoy.

La división de Irlanda no fue sólo por cuestiones políticas, sino que las razones religiosas tuvieron un peso enorme en los acontecimientos que marcaron a fuego la historia de la isla y que terminaron causando la muerte de más miles y miles de irlandeses y británicos. Debemos dejar en claro que los nacionalistas más férreos eran católicos, mientras que los unionistas que no querían romper lazos con el Reino Unido eran protestantes que vivían mayoritariamente en el noreste de la ínsula. Temían convertirse en una minoría dentro del nuevo país y eso fomentaba entre ellos su lealtad a la Corona que los gobernaba desde Londres. Fueron los integrantes de esta minoría protestante y leal a la Realeza inglesa quienes, atemorizados por lo que podía llegar a pasar tras la firma del Tratado de Autonomía de 1912, fundaron la Ulster Volunteers, que al poco tiempo ya contaba en sus filas con más de cien mil milicianos y otros tantos miles de rifles conseguidos mediante el contrabando, lo que les permitió armarse. La Ulster Volunteers se oponía con fervor al autogobierno irlandés que buscaban los nacionalistas católicos, ante lo cual éstos últimos también optaron por formar una milicia armada a la que llamaron Irish Volunteers. Todo estaba listo para que explotara la guerra civil en Irlanda, incluso antes de que la independencia se consiguiera, hecho que terminaría ocurriendo en 1922.

El estallido de la Primera Guerra Mundial trocó las prioridades y las tensiones se calmaron, mientras irlandeses de ambos bandos partían de la isla para luchar contra los alemanes en los campos de batalla europeos. En medio de la guerra tuvo lugar el Levantamiento de Pascuas de 1916 que, aunque sofocado por tropas británicas en Dublín, fue el punto de partida para alcanzar la independencia de 1922. En esos años de lucha tuvo su nacimiento el Ejército Republicano Irlandés, conocido por sus siglas como el IRA, que aglutinó en sus filas a las milicias católicas que ya existían y sumó miles de nuevas voluntades en los isleños que percibían a la autonomía como una realidad cada vez más cercana.

Los británicos eran conscientes de que no podían detener lo inevitable. Entonces, desde Londres, reflotaron la idea de dividir a la isla en dos, como medida de pacificación entre los irlandeses en pugna y de protección para los protestantes del norte. Detrás de esas intenciones se escondía, obviamente, la idea británica de continuar con algo de poder e influencia en las tierras de Irlanda. La partición no fue solución para la decena de problemas subyacentes que seguían vigentes entre los habitantes, sobre todo entre aquellos católicos que quedaron viviendo en los seis condados del Ulster. El Tratado Anglo-Irlandés de 1922 señaló el comienzo de la existencia del Estado Libre de Irlanda, que a partir de 1937 pasaría a denominarse República de Irlanda. Una paz incómoda existió en la isla hasta 1968, cuando las tensiones estallaron y por treinta años, hasta el Tratado de Viernes Santo de 1998, el IRA y las tropas del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte mantuvieron una guerra sin cuartel. En la actualidad, salvo excepciones, se vive un clima de convivencia pacífica, no sólo entre las dos Irlanda, sino y sobre todo entre los habitantes de la región del Ulster, a cuya capital Belfast llegábamos nosotros.

Nuestra llegada a Belfast fue algo accidentada. No tanto como la historia reciente irlandesa, claro, pero una confusión con los horarios de los pasajes del bus que nos traería de Dublín hasta la capital de Irlanda del Norte generó algunas dificultades. El error, naturalmente, fue de quien escribe estas líneas, ya que al adquirir los boletos del bus con ayuda de una chica argentina que me facilitó su tarjeta de débito local para que no usara la mía y pudiera pagar en efectivo, confundí la fecha y dejé superpuestos los horarios de viaje y de visita al Museo del Titanic, una entrada que había costado mucho conseguir y que habíamos sacado meses antes, no sin un oneroso desembolso monetario para lograr contar con esos tickets, que tenían día y hora estrictamente establecidos. Llamé al Museo, pero como los martes estaba cerrado, no hubo posibilidad de cambiar el ticket para el día siguiente. Llamé entonces a la empresa de buses y a duras penas logré que pudiéramos viajar en un bus que salía dos horas antes de lo pautado en la primera opción. Si los astros se alineaban y nada raro pasaba, era probable que llegáramos a tiempo para visitar el Museo del Titanic según lo planeado.

La carrera a contrarreloj no impidió que disfrutáramos de un último café irlandés en Dublín antes de partir y de la campiña de la isla durante el trayecto que duró unas tres horas y media. El bus nos dejó en la puerta de un hotel céntrico del Belfast, que no era el nuestro. Desde allí y sin perder un minuto, abordamos con nuestras maletas un taxi y nos dirigimos raudamente hacia el puerta de Belfast, donde más de un siglo atrás fue construido el RMS Titanic y donde hoy se levanta el Titanic Belfast, un modernísimo museo dedicado al barco, a su trágico hundimiento y a las víctimas de aquel naufragio acontecido en el helado Atlántico Norte en 1912, cuando el inmenso navío chocó contra un iceberg que lo mandó, en menos de tres horas, al fondo del mar. Felices por llegar a tiempo, pagamos al taxista, depositamos nuestras valijas y abrigos en los casilleros del Museo y nos aventuramos a conocer la asombrosa y triste historia del Titanic.

Titanic BelfastTitanic BelfastTitanic Belfast

Titanic Belfast es un hito para quienes visitan la capital del norte irlandés. Inaugurado en 2012 y estratégicamente ubicado en el mismo sitio donde cien años atrás fue construido el trasatlántico más famoso de todos los tiempos. De hecho, aún existe el dique seco y la plataforma donde se construyó y se botó al mar el Titanic, que integran este museo que recorre toda la historia del barco, desde que fue concebido, diseñado, construido y lanzado al mar, hasta su primer, único y último viaje con destino a New York, en cuyo camino lo aguardaba la tragedia y la muerte que tan célebre lo hicieron en el mundo entero. La experiencia al recorrerlo es inolvidable. Dentro del vanguardista edificio que alberga al Museo, uno puede encontrarse con objetos originales de la embarcación, sectores de la muestra interactivos que hacen que uno esté imaginariamente dentro del barco o en los momentos en que el Titanic era construido en los astilleros del puerto. La visita permite acceder, también, a datos sobre la tecnología y la vida a bordo del trasatlántico e información de la tragedia que acabó con su existencia, sobre sus pasajeros y tripulantes y sobre las incursiones submarinas que se llevaron a cabo para hallar y explorar sus restos. Entre muchas otras cosas, descubrimos que uno de los pasajeros del viaje inaugural del Titanic era argentino.


Finalizamos la visita fascinados y acongojados al mismo tiempo, ya que el itinerario cuenta sobre las vidas que se perdieron y uno llega a conocer de manera casi íntima a algunas de las víctimas del naufragio. Recogimos nuestras maletas, nos abrigamos y salimos del museo para encontrarnos con la ciudad de Belfast y algunas de sus imágenes más memorables. 

Caminamos arrastrando nuestro carry on entre las dársenas del puerto y las calles de la ciudad, encontrándonos en el camino con varios puntos de interés que teníamos anotados previamente en nuestra agenda. El primero de ellos fue otro barco, emparentado también con el Titanic: el SS Nomadic. Dos son los puntos en común entre el Nomadic y el Titanic: ambos fueron propiedad de la empresa White Star Line y el primero estuvo al servicio del segundo, como barco auxiliar. El Nomadic es hoy un barco museo que forma parte del mismo complejo del Titanic Belfast, pero para acceder hay que abonar otro ticket. Esta ubicado en un dique seco, por lo cual se puede observar toda la contextura de la nave e incluso sus hélices.

Toda la zona portuaria de Belfast esta renovada y modernizada, como parte del plan de reconstrucción del que fuera parte el mismísimo Museo del Titanic. Caminar por el puerto es todo un placer y un constante descubrimiento de vanguardias arquitectónicas, como por ejemplo el Arena Stadium y el Premier Hotel. Las aguas del Mar de Irlanda, que separa esta isla de Gran Bretaña, bañan las costas del Puerto, pero enseguida que uno avanza hacia el interior de la ciudad, esas aguas dejan de ser marinas para convertirse en parte del Río Lagan que atraviesa Belfast partiéndola en dos partes poco simétricas entre sí.

Muchos son los puentes que unen ambas partes de la urbe. Nosotros decidimos cruzar a través del Lagan Weir Footbridge, un puente peatonal de diseño contemporáneo que nos dejó, una vez atravesado, al lado de una curiosa escultura de un pez, conocida en Belfast como The Big Fish. La obra, que representa a un salmón, fue realizada con azulejos de colores que narran la historia de la ciudad por el artista John Kindness en 1994 con motivo de celebrar el saneamiento del río Lagan. Dice el mito urbano que si uno besa al pez se vuelve un poco más sabio. Muy cerquita, los amantes de las figuras curiosas tendrán la oportunidad de encontrarse cara a cara con Sammy the Seal, una simpática escultura de una foca creada por la compañía artística de Paul Hogarth.

Calder Fountain

Cruzamos la calle frente al Gran Pez en dirección a Queens Square. Enseguida nos dio la bienvenida la histórica Fuente Calder, construida en 1859 en honor a la persona que le da nombre y que fuera en sus tiempos uno de los primeros en preocuparse de la luchar contra la crueldad hacia los animales. Un poco más allá, levantando la vista, nuestros ojos empezaron a visualizar la Torre del Reloj, que es en realidad un memorial en homenaje al Príncipe Alberto que se construyó en 1860. Para quienes no lo recuerden, Alberto había sido el consorte de la Reina Victoria y se trata del mismo difunto por el cual la Corona Británica había solicitado a los habitantes del reino pintar las puertas de sus casas de negro en señal de luto, algo que quienes leyeron la crónica sobre Dublín saben que tuvo como resultado todo lo contrario, generando en rebeldía los vistosos y múltiples colores que adornan las puertas de las moradas dublineses. En Belfast eso no sucedió y si bien no he encontrado mención alguna a si se cumplió aquí con el mandato fúnebre de pintar las puertas de negro, este Memorial que recuerda mucho al Big Ben londinense deja en evidencia la postura diferente que respecto al fallecido príncipe tuvo el pueblo de Belfast. Los suelos pantanosos sobre los que se levante este Memorial de la Torre del Reloj han provocado cierta inclinación, que sólo es perceptible desde cierta perspectiva, pasando desapercibida si uno no mira la torre desde el punto de vista correcto.

Avanzamos por la High Street y a los pocos metros tuvimos la posibilidad de toparnos con el primero de los muchos callejones llenos de grafitis que nos íbamos a cruzar durante nuestros días en Belfast. Estos callejones son verdaderas postales de la esencia de la capital de Irlanda del Norte, parte de la cultura y del alma de la ciudad.

El callejón, en este caso, nos llevó hasta una de las avenidas principales de Belfast, la cual impacta de frente con el imponente City Hall, lugar que visitaríamos mañana pero que nos dejó hipnotizados por su belleza. Ahora era momento de seguir viaje hacia el hotel, sin hacer demasiadas paradas ya que la noche y la tormenta amenazaban con alcanzarnos en cualquier momento y ante cualquier distracción. Esta realidad no nos impidió desviarnos un par de calles para conocer la Gran Ópera de Belfast, un magnífico teatro que se luce mucho más por sus interiores que por su exterior, algo que también terminaríamos por comprender mañana.

Por fin, después de tanto trajín y de haber salido de Dublín doce horas antes, llegamos con nuestras valijas a cuestas hasta nuestros aposentos, ubicados en el ETAP Belfast Hotel, un lugar de habitaciones pequeñas que según me pareció, simulaban ser camarotes de un barco. Nos registramos, descansamos un rato, nos duchamos y empezamos a sentir el llamado del hambre. Era hora de salir a cenar y mientras calentaba un poco el cuerpo bebiendo un té en el lobby, hice una búsqueda en el sagrado Google Maps y apareció en la pantalla un lugar llamado Villa Italia, ubicado a unas diez cuadras del Hotel. El frío era atroz, pero abrigados de pies a cabeza fuimos valientes y hacia allí fuimos. Al rato, en el horizonte de la noche apareció el Restaurante Villa Italia, de marcado estilo toscano. Habíamos llegado a destino y debíamos festejar que estábamos vivos y no congelados. Aprovechamos para probar unas pastas y en mi caso, pedí además unas lonjas de cordero a punto medio, con papas y verduras, acompañado por un par de copas de un Nero D'avola del que no recuerdo la etiqueta. Un tiramisú fue el postre elegido al final de la velada. Era hora del regreso y el descanso. Mañana será otro día largo.

Belfast amaneció bajo una fuerte nevada, que disfrutamos a través de la ventana de nuestra habitación, mientras nos preparábamos algunas variedades de tés para comenzar la jornada a la manera británica. Salí temprano y en solitario para realizar un recorrido político por Belfast, para entender mejor la guerra civil entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, un período que como hemos señalado en los primeros párrafos de esta nota se extendió por tres décadas, entre 1968 y 1998 y se cobró la vida de más de 3.600 personas. Los locales llaman a ese violento segmento de tiempo con el nombre de "Troubles", lo que se traduce como "problemas". Aquellos "problemas" no fueron menores, sino acontecimientos de los que todos hemos oído hablar o hemos leído, en los que los disparos y las detonaciones eran algo rutinario en la guerra urbana que mantenían el IRA y las fuerzas del Reino Unido, el primero por la incorporación del Ulster al resto de la Irlanda independiente; el segundo por continuar con la división de la isla. En el marco de ese enfrentamiento, comenzaron a proliferar en el oeste de Belfast barricadas, que luego se trasformaron en muros inexpugnables, que acabaron por dividir los barrios protestantes de los católicos y a sus habitantes. Resulta tragicómico que a esas barreras surgidas de la violencia se las haya bautizado y aún hoy se las llame Muros de la Paz.

Muchos de esos Muros de la Paz ya existían cuando se firmaron los Acuerdos de Paz del Viernes Santo, en 1998, pero la gran mayoría de los todavía existentes se levantaron luego de la firma del tratado. Hoy los Muros de la Paz son tristes vestigios de un pasado turbulento, pero muestran los riesgos de un presente en el que las rencillas religiosas y políticas no parecen estar del todo sanadas. Hoy, los muros están ilustrados y pintados con murales que describen la historia de aquellos tiempos y rescatan las figuras de los mártires y héroes de aquellas batallas. Por todos estos motivos, en los últimos años los Muros de la Paz se han convertido en un peculiar atracción turística. En fin... hacía allí me dirigía, para profundizar mi mirada sobre Belfast y aprender y tratar de comprender algo más de su violenta historia.

Los Muros pueden llegar a ser muy altos y están construidos con ladrillos, con metal y con hormigón. Es evidente que quienes los levantaron no lo hicieron como algo temporario. La evidencia histórica los respalda. El sectarismo y las divisiones entre los norirlandeses no han desaparecido, aunque en la actualidad aparezcan como conflictos más camuflados, más subterráneos, menos visibles.

Caminé un buen rato hacia el oeste de la ciudad, conociendo una Belfast bastante diferente a la de sus zonas más céntricas en la que nos habíamos movido ayer. Mi primera parada en el itinerario de los Muros sería la Divis Tower, un alto y cuadrado edificio de unos veinte pisos, que tuvo en el pasado la particularidad de albergar en sus departamentos más altos a los puestos de vigilancia que el ejército británico utilizaba para controlar desde la altura lo que pasaba en los cercanos barrios católicos. Avancé por la Falls Road, una de las principales calles de uno de los barrios católicos más importantes de Belfast, a través de la cual llegué al Garden of Remembrance, un sitio dedicado a la memoria de los miembros del IRA muertos por la causa de una Irlanda unida y libre. Un poco más adelante, siempre por la Falls Road, me encontré con el Bobby Sands Mural, dedicado al activista y líder del IRA y del Partido Sinn Féin, quien murió en 1981 luego de mantenerse en huelga de hambre por 66 días en protesta por el trato dado por las autoridades británicas a los prisioneros de las organizaciones armadas nacionalistas irlandesas.

En dirección al próximo mural marcado en mi mapa, el camino me permitió conocer casi por casualidad el Monasterio de Clonard, cuya interesante iglesia es una de las más antiguas de Belfast. No me distraje demasiado y seguí avanzando hacia el Clonard Martyrs Memorial Garden, donde además de milicianos reciben reconocimiento muchos de los niños y niñas que murieron en los años de violencia. Cerca, se levanta el Peace Wall, de los más largos y altos muros de toda la ciudad, que se extiende sobre el Cupper Way. 

Era momento de abandonar el barrio católico y pasar al otro lado, al barrio protestante, donde con un cambio de motivos, de banderas y de rostros, los muros dejan ver nuevos murales. Parece mentira, pero es una dolorosa verdad que para pasar de un barrio al otro haya que hacerlo por alguna de las pocas puertas de metal que los comunican, a sabiendas que al caer la noche esas puertas se cierran, aún hoy, aislando en sus residencias a católicos de protestantes.

En la zona protestante, la mayor parte de los murales se encuentran a lo largo de la Shankill Road y el primero que visité fue el Memorial Garden homónimo. Aquí, además de honrar a las víctimas de las Guerras Mundiales, se homenajea a las nueve personas que murieron al explotar una bomba sin aviso previo en la vía pública. Muy cerca, el Bayardo Memorial también honra a muertos y heridos en el atentado con artefactos explosivos al Pub Bayardo en 1975, en el que murieron cinco personas y otras cincuenta terminaron con lesiones graves.

La última escala de mi recorrido por la historia violenta y trágica de Belfast fue en Shankill Parade, donde se encuentran algunos de los murales más famosos de la ciudad y más visitados por los viajeros interesados en conocer la historia de Irlanda. En este caso, todos lo motivos pintados en las paredes son pro británicos, con imágenes de la Familia Real, de héroes militares ingleses y de banderas norirlandesas y la Triple Jack del Reino Unido. En esos muros, también hubo lugar para retratar a miembros de los grupos paramilitares anglófilos, como el UVF y la UDA, que operaban bajo estructuras clandestinas en contra del IRA.

El mediodía había pasado hace rato. Volví al hotel pensativo, abrumado, consternado por una realidad que pese a haberse pacificado enormemente, aún no ha podido dejar atrás los odios religiosos y políticos. Si bien el gobierno de Irlanda de Norte se comprometió a demoler los Muros, eso no ha sucedido todavía y nada hace pensar que suceda en el corto plazo.

La escala en el hotel fue muy breve. Mucho faltaba por ver en Belfast y poco era el tiempo que nos quedaba en la ciudad, ya que mañana a media tarde teníamos nuestro vuelo con destino a Edimburgo, en Escocia. Salimos con dirección al Belfast City Hall, donde había reservado una visita guiada para las 15 horas, lo que nos dio tiempo para detenernos en el camino a comer unas pizzas y recargar energías.

La puntualidad británica es una realidad y aquí lo comprobamos una vez más. Ni un minuto hubo de retraso para iniciar nuestro recorrido por el interior del espléndido Ayuntamiento, inaugurado en 1906, luego de que en 1898 la Reina Victoria otorgara a Belfast el estatus de ciudad. Construido en piedra portland, el edificio fue diseñado por Alfred Brumwell Thomas y es considerado un orgullo para los norirlandeses. Su enorme cúpula verde es un símbolo de la ciudad y según nos contó la guía, los interiores del Ayuntamiento inspiraron a los constructores del Titanic para ambientar los salones y camarotes del barco. El Salón Recibidor, justo debajo de la cúpula, es magnífico. Durante la visita se puede acceder al Recinto donde se llevan adelante la debates entre los concejales e incluso, uno puede probarse las investiduras de esos funcionarios públicos y sentarse en sus escaños.



La ruta continuó con destino a la Catedral de Santa Ana, la más grande de la ciudad. De culto protestante, el templo es de estilo románico y comenzó a construirse hacia finales del siglo XIX, literalmente encima de lo que hasta entonces había sido una pequeña iglesia, también llamada Santa Ana. La principal característica que diferencia a esta iglesia de otras, es la enorme Aguja de la Esperanza que pasa del interior al exterior del templo atravesando el techo, realizada totalmente en acero inoxidable y colocada en este sitio en 2007. No es necesario esforzarse demasiado para caer en la comparación entre esta Aguja y la que ya hemos visto en el centro de Dublín... aquí nadie habla de competencias entre ambas capitales de Irlanda, pero es muy curiosa la mutua existencia de las agujas y el material utilizado para darles entidad.

Salimos del templo y sin pausa nos acercamos a la Custom House, antiguo edificio de Aduanas de la ciudad, ubicado a orillas del río Lagan, muy cerca de donde se encuentra el Big Fish. En las escalinatas de este palacete esta emplazada la Estatua del Orador, que resume en su figura a los muchos que utilizaron los peldaños de la Aduana para hacer proclamas o leer discursos. Tuvimos ocasión de volver a ver de cerca tanto la Torre del Reloj como la Queen Square, para que luego el itinerario nos llevara hasta la Jaffe Memorial Fountain, una bonita estructura amarilla erigida en 1874 en recuerdo del primer y hasta ahora único alcalde de Belfast de origen judío: Otto Jaffe.

Pusimos rumbo a la Gran Estación Central para asegurarnos nuestros traslados de mañana hacia el Aeropuerto. El recorrido hasta allí nos permitió pasar por varios callejones y contemplar la esencia del arte callejero de Belfast. También, pudimos conocer la Sociedad Presbiteriana de Historia, cuya sede es arquitectónicamente muy interesante.

Conseguidos los pasajes para llegar con tiempo mañana al Aeropuerto para abordar el vuelo que nos llevaría a Edimburgo, regresamos al Hotel no sin antes pasar por un mercado cercano para comprar algo que sirviera de cena, que comimos en el Lobby y que consistió mayormente en chocolates... Belfast merecía una dulce despedida y nosotros se la brindamos. Al día abandonaríamos la ciudad con la certeza de que Belfast es intriga, es rebelión y es sumisión al mismo tiempo; es conflicto religioso, usurpación de almas y tierras y nieve y niebla y mucha lluvia y mucho frío y poco sol y whisky y cerveza negra y tantas cosas más que sólo pueden resumirse en los grafitis y aromas de sus calles y callejones...



Itinerario primer día en Belfast

Itinerario por los Muros y los Murales de Belfast

Itinerario segundo día en el centro de Belfast

Comentarios

Entradas populares