Las puertas y los fantasmas de Dublín

Fascinante es un adjetivo que no alcanza para describir a Dublín, la exquisita capital irlandesa, cuna de escritores y de músicos, tierra de rebeliones y libertades.

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabrujula

Aterrizamos en el Aeropuerto de Dublín cuando el reloj indicaba que ya eran más de las 18 horas en la capital de Irlanda. Lloviznaba, el mercurio del termómetro estaba debajo del cero y la noche nos hacía saber que llegar al Hotel no iba a ser una tarea sencilla.

Tardamos bastante en encontrar el bus correcto que comenzaría a acercarnos al centro de la ciudad, donde llegamos media hora después, ya pasadas las 20 horas. Dublín empezaba a deslumbrarnos a primera vista. Bajamos del bus a orillas del Río Liffey, que parte a la ciudad en dos, pero antes de continuar camino hacia nuestro hotel, decidimos andar un rato con nuestras maletas a cuestas por las calles céntricas de Dublín, teniendo un apriorística encuentro conl a historia de la ciudad. El icónico O`Connell Bridge, la Avenida homónima y el célebre Monumento a quien da nombre a todo el conjunto, Daniel O`Connell, patriota irlandés de la primera mitad del siglo XIX, apodado El Libertador y uno de los mayores próceres de aquella Irlanda que buscaba liberarse de los ingleses a toda costa. Por detrás del Monumento a O`Connell, una altísima estructura metálica nos llamó poderosamente la atención. Se trataba de The Spire, una gigantesca aguja de acero inoxidable de 120 metros de altura que se yergue en el mismo lugar donde hasta 1966 se encontraba la Columna del Almirante Nelson, volada por una bomba del IRA (Ejército Republicano Irlandés) por considerar ese monumento como un símbolo de dominación británica sobre el pueblo, la ciudad e Irlanda toda. Con grandes festejos y algunos cuestionamientos, The Spire fue inaugurada en 2003 y su nombre oficial es en realidad Monumento de la Luz. Mucho habrá que contar en los párrafos restantes de esta crónica sobre las rebeliones locales que finalmente provocaron la independencia de Irlanda y la división de la isla, ya que en el extremo norte de la ínsula aún existe Irlanda del Norte, que prefirió, más por cuestiones religiosas que políticas, continuar siendo parte del Reino Unido. Mucho habrá que contar pero, por el momento, debíamos continuar camino en busca de nuestro Hotel, si es que queríamos llegar a una hora decente y tener tiempo para cenar algo por los alrededores.

Volver a la ruta prevista para llegar al Hotel fue sencillo y Google Maps mediante, llegamos a la estación Tara Street del servicio ferroviario urbano que aquí llaman Dart y en cuyos vagones recorreríamos la segunda parte del itinerario que nos continuaría acercando a nuestros aposentos, ubicados en el barrio de Lansdowne Road, donde se levanta el futurista Aviva Stadium y se encuantran muchas de las Embajadas extranjeras. Un barrio bello y elegante, alejado del frenesí delo centro dublinés, era en el que viviríamos los próximos días instalados en el Hotel Butlers Townhouse, que en realidad era una fastuosa casona. Nuestra pequeña habitación parecía salida de alguna de las páginas del Dublineses de James Joyce. Era tarde ya y si no nos queríamos quedar sin cenar, debíamos accionar rápidamente. Caminamos unos diez minutos y al cruzar el Río Dodder, tropezamos con el simpático Ristorante Al Boschetto, en cuuyas mesas disfrutamos de una muy buena Cucina Italiana, representada en unos riquísimos Tagliatelle Mariagrazia, el clásico de la casa, que acompañé con una diminuta botella de Chianti.

Butlers Townhouse Hotel in DublinAl BoschettoAl Boschetto Cucina

Amanecimos temprano al día siguiente. Aunque debería decir nosotros amanecimos, porque si es por la salida del sol, el día en estas latitudes insulares comienza bien entrada la mañana. Sin que nos importe demasiado la oscuridad, emprendimos con muchas expectativas nuestra primera jornada completa en la ciudad que vio nacer a escritores de la talla de Bram Stoker, Oscar Wilde, James Joyce, George Bernard Shaw o Jonathan Swift, entre tantos otros. A muchos de ellos volveríamos a encontrarlos en rincones de Dublín, donde ocurrieron hechos trascendentales en sus vidas que marcaron, incluso, sus maneras de escribir y de reflejar la realidad en las páginas de sus libros.

En esta primera incursión dublinesa, decidimos no abordar el Dart Train que rápidamente nos hubiese depositado en la zona céntrica de la ciudad, sino avanzar por sus entrañas a pie, caminando, disfrutando primera de las enormes casas del elegante barrio de nuestro hotel para luego internarnos, de a poco, en las ajetreadas y tradicionales calles que se extienden a uno y otro lado del Río Liffey. En el camino, pudimos conocer los docks del Grand Canal, donde aparcan algunas lujosas embarcaciones y donde se puede almorzar, cenar o simplemente disfrutar de una copa mirando las aguas del lugar.

Disfrutamos también de las típicas puertas de las casas de Dublín, con sus varieté de colores cuyo origen se remonta a variopintas historias, según quien las cuente. Por un lado, están quienes afirman que la diversidad de colores responde a la necesidad de diferenciar una casa de otra, ya que el estilo georgiano con el que se construyeron las hace muy parecidas. Esta hipótesis se vincula fundamentalmente a un hecho imposible de confirmar de manera fáctica, que aduce a las equivocaciones de los borrachos al regresar, sumergidos en un profundo estado etílico, a sus casas y confundirse muchas veces ingresando a la del vecino o golpeando fuertemente las puertas para que les abran. Este problema se salió de lo tolerado cuando un hombre ebrio llegó a su casa y encontró a su mujer con otro hombre, matándolos a ambos debido al estado iracundo que lo invadió. Al rato, el ahora asesino se dio cuenta que en realidad era él el confundido, que la casa no era la suya y que los muertos eran sus vecinos, quienes dormían plácidamente. La fabulesca historia indica que en ese hecho radica, entonces, la idea de diferenciar las casas pintando las puertas de colores distintos, para que quienes regresaban de los pubs con sus cerebros obnubilados por la cerveza o el whisky, no pusieran sus vidas en riesgo y pudieran encontrar su verdadera morada con más facilidad. Puertas rojas, verdes, amarillas, rosas, marrones, azules, celestes o del color que a uno se le ocurra se van sucediendo una tras otra. Hay otra teoría, muy aceptada también, que señala que el origen de las tonalidades de las puertas de Dublín deviene de un pedido que la Reina Victoria de Inglaterra hizo a todos los británicos cuando, en 1861, murió el Príncipe Alberto. En señal de luto, la monarca solicitaba a todos los habitantes del Reino Unido que pintasen sus puertas de negro, adhiriendo de esa manera al dolor fúnebre de la Corona. Pero los irlandeses, siempre atentos para ser rebeldes, desobedecer y molestar a los ingleses, decidieron hacer todo lo contrario y usaron sus pinceles para dotar a sus puertas de vistosos y diversos colores. Sea cual fuera la verdadera historia que se esconde detrás de las puertas de Dublín, la realidad es que cada una de ellas se ha convertido en una postal significativa de la capital de Irlanda, a tal punto que no sólo su impronta le da título a esta pretensiosa crónica de viaje, sino que además muchas de ellas aparecen aquí retratadas.

Un rato después, llegábamos al Liffey River, justo a la altura desde donde puede verse, en el margen opuesto, el Museo Irlandés de la Emigración. Bordeamos el río para llegar nuevamente, como en la noche de nuestro arribo a Dublín, al puente más icónico de la ciudad: el O'Connell Bridge. Además de unir la parte norte y sur de la ciudad, cuentan los lugareños que el Puente tiene la extraña particularidad de ser más ancho que largo. Una vez atravesado, llegamos a The Spire, la aguja que anoche habíamos visto bajo un juego de luces y que ahora veíamos en su estado natural y diurno. En realidad, nos acercamos otra vez hasta este punto de la ciudad para conocer el histórico edificio del Correo, cuya fachada también se disfraza de dinámicas lumínicas cuando cae el sol, pero que esconde uno de los hechos más trascendentales, heroicos y trágicos de la historia reciente de Irlanda. El edifcio de estilo georgiano fue el lugar elegido por los líderes del Levantamiento de Pascuas de 1916 como cuartel general de dicho movimiento independentista. Fue allí donde se leyó el Acta de Independencia de Irlanda y también donde la represión de los ingleses se hizo sentir hasta lograr la rendición de los líderes refugiados dentro del Correo. Muchos de ellos iban a ser ejecutados en las próximas semanas, acontecimientos que provocaron que la opinión pública hasta entonces dividida con la cuestión de la independencia, terminarán por apoyar la causa rebelde. Hubo algunos años más de dominio inglés, hasta que en 1922 se firmaron los acuerdos que determinaron el fin del control británico sobre la isla de Irlanda. Del Edificio de Correos tan sólo sobrevivió la sólida fachada de granito, cuyas columnas y paredes aún guardan las heridas que las balas provocaron en la piedra. El resto del edificio tuvo que ser reconstruido.

Temple Bar
Puente del Medio Penique

Volvimos hacia la ribera del Liffey, aprovechando para averiguar por los horarios y costos de los pasajes en bus a Belfast, en Irlanda del Norte, aunque aún faltaban algunas jornadas para ese viaje. Luego, cruzamos otra vez el río, pero en esta oportunidad lo hicimos por el Puente del Medio Penique, un paso peatonal forjado con hierro fundido en el siglo XIX que supo convertirse en un sitio emblemático de la ciudad. 

Al hacer pie en el lado sur de la ciudad, estábamos en el barrio de Temple Bar, donde también se ubica el famoso y homónimo bar que aparece en muchas de las postales más difundidas de Dublín. Debemos decir que el bar toma el nombre del barrio y que este último preexiste sobre el primero, aunque hay quienes discuten esa aseveración. Lo que nadie discute es que esta zona de la ciudad es el centro de la vida nocturna de los dublineses por excelencia, con infinidad de pubs y restaurantes, locales bailables y tugurios de baja estima y mala fama, todo lo cual lo hace un destino imperdible si uno se encuentra por estas costas y más allá de la hora que marque el reloj porque en Dublín, cualquier momento es bueno para disfrutar de una cerveza.

Nos alejamos de Temple Bar prometiendo volver en un horario más propicio, no para beber porque ya dijimos que no hay momento que no amerite un trago en Irlanda, pero si al menos para observar la zona con el movimiento nocturno. La salida del barrio de Temple Bar nos llevó directamente a las puertas del Ayuntamiento y desde allí nos dejamos llevar por el camino que nos condujo hasta la Catedral de la Santísima Trinidad de Dublín, un templo medieval de casi mil años de antigüedad, originalmente vikinga, luego cristiana y actualmente protestante. Su cripta y su torre son accesibles al público. La Catedral encierra una curiosa historia, protagonizada por un gato y una rata que tienen como atributos estar momificados y expuestos en el interior del templo. ¿A qué se debe semejante cuestión? Parece que el gato perseguía a la rata hasta que el intrépido roedor se metió en uno de los tubos del órgano catedralicio. El felino quiso hacer los mismo y quedó atascado, impidiendo asimismo que la rata salga. Ambos animales hicieron del instrumento musical su tumba, pero vaya a saber uno porqué razón quedaron los dos momificados. Fueron encontrados muchos años después y sus cuerpos tiesos son exhibidos desde entonces en la iglesia, resguardados por un cofre de cristal.

Vecino a la Catedral se encuentra un interesante yacimiento vikingo, que muestra lo que alguna vez fueron los orígenes nórdicos de Dublín. Además de algunos utensilios, uno puede observar señalados en el suelo, la distribución y los tamaños de las dependencias de un campamento vikingo.

Cinco o seis cuadras separan la Catedral y la zona vikinga del otro gran templo de la capital irlandesa: la Catedral de San Patricio. Presente en la escenografía urbana desde el año 1222, el templo lleva el nombre del patrono de Irlanda y se levanta en una zona privilegiada, rodeada de un gran y verde parque. El ingreso a sus interiores cuesta unos 10 euros, que bien valen la pena invertir. Como curiosidad, vale decir que Jonathan Swift, autor de Los Viajes de Gulliver, fue deán de la Catedral y sus restos están enterrados en la nave central de la iglesia. Otra curiosidad, pero ya no dentro del templo sino en sus exteriores, se encuentra atravesando el parque y cruzando la Bride Street en diagonal, justo donde se levanta un condominio de pequeñas y similares casas. Si uno observar en las alturas de sus fachadas, podrá visualizar distintos medallones que ilustran en relieves fragmentos del Gulliver de Swift.

Ya estábamos algo cansados, pero aún nos esperaba una larga caminata que nos llevó por bonitas callejuelas de la ciudad hasta dar con el paradero de la Estatua de Molly Malone, comerciante ficticia de pescados y protagonista de la letra de una famosa canción del folklore irlandés, llamada "Cockles and Mussels", que el tiempo ha convertido en un verdadera himno no oficial a la ciudad de Dublín. Detrás de la estatua de Molly se levanta la interesante St Andrews Church, construida a mediados del siglo XVI y desde hace unos pocos años transformada en local de comidas.

La continuación de la calle desemboca en el antiguo Parlamento de Irlanda, que hoy es la sede del Bank of Ireland y que supo ser un simbólico lugar durante el dominio británico de la isla. De hecho, si uno observa el relieve que sobresale de lo alto del frente del edificio, podrá ver que el león inglés pisa con fuerza y como sinónimo de control y subyugación un arpa, instrumento musical que el símbolo nacional de Irlanda.

Esta zona del Parlamento es uno de los cruces neurálgicos y no nos pareció extraño ver aquí algunas manifestaciones, una de ellas en referencia a un nuevo conflicto desatado entre Israel y Palestina. Un poco más allá, las puertas del Trinity College nos esperaban.

El Trinity College es, en principio, la universidad más importante de toda Irlanda. También la más prestigiosa y seguramente la más antigua, ya que fue fundada en el año 1592 por la Reina Isabel I. Por si todo eso fuese poco, el nivel académica de esta casa de estudios está considerado como uno de los de más alta calidad del mundo. El gran tesoro del Trinity, además de su inmensa historia y prestigio, es su famosa Biblioteca, cuyo Gran Cuarto sirvió de inspiración y modelo para el archivo del templo Jedi que aparece en "El ataque de los clones", una de las películas que compone la saga de Star Wars. La Biblioteca es una de las pocas secciones del Trinity College en la que hay que pagar un ticket para ingresar. Hasta aquí todo lindo, pero debo decirles que el ingreso a este solemne templo bibliófilo tuvo que quedar para una próxima visita, ya que por un reordenamiento de los más de 4 millones de libros que hay dentro, las puertas de la Biblioteca permanecerán cerradas hasta nuevo aviso.

El resto del Trinity igualmente no tiene desperdicio. Sus facultades, hospedadas en bonitos edificios georgeanos, rodean un cuidada parque. En el centro, orgulloso y desafiante, se levanta hacia los cielos el Campanile, un hermoso y trabajado campanario cuya base es un arco de cuatro entradas. La superstición entre los estudiantes afirma que quien pasa por debajo del Campanile, no podrá recibirse nunca ya que reprobará sus exámenes. Por el contrario, quien se recibe suele posar para la foto justo debajo de él.

Estuvimos un largo rato dentro del Trinity, pensando que por los mismos lugares en que ahora caminábamos nosotros, antes lo habían hecho personajes de la talla de Lord Byron o Sir Isaac Newton, para nombrar tan sólo dos. La noche empezaba a fagocitarse a Dublín y emprendimos el regreso hacia nuestro Hotel, que bastante lejos quedaba, condición que no impidió que tomáramos un camino alternativo y algo más largo, pero que nos permitiría conocer un parque que teníamos agendado en nuestra bitácora. No tardamos mucho en llegar a Saint Stephen's Green, un enorme espacio verde que es considerado uno de los pulmones de la ciudad y rodeado por una zona comercial y gastronómica muy interesante. Ingresamos al parque por la esquina donde se yergue el Arco de los Fusileros. Hacia sus adentros, el parque es un verdadera laberinto, con amplios espejos de agua y diversas aves de todos los tamaños que, acostumbradas a la interacción con los humanos, no se espantan cuando uno pasa cerca de ellas, sino todo lo contrario. En una de las esquinas del parque, está ubicada una estatua que representa a Wolfe Tone y que fue creada por Edward Delane. Wolf Tone fue un patriota irlandés que luchó contra la dominación británica de la isla y murió muy joven, a la edad de 35 años, ejecutado luego de un juicio marcial llevado adelante por los ingleses. Separado de la estatua de Tone por pilares de piedra que son parte del conjunto escultórico, en la misma esquina y del lado interior del parque otra obra de Delaney evoca a modo de Memorial los tiempos de las grandes hambrunas que padeció el pueblo de Irlanda.

Mientras caminábamos apaciblemente hacia el hotel, me puse a repasar mentalmente las características de La Gran Hambruna que el Memorial del parque había traído a mi memoria. También conocida como La Hambruna de la Patata, este fatal período tuvo lugar entre 1845 y 1849 y asoló a toda la isla de Irlanda. Alrededor de un millón de personas murieron y otro millón tuvo que emigrar para no perecer. La demografía irlandesa se redujo en un 20 por ciento. La enfermedad que arrasó con las cosechas de Patatas en toda Europa tuvo repercusiones grandilocuentes en Irlanda, cuya población dependía de ese tubérculo por diversos motivos. En aquellos años, Irlanda era parte del Reino Unido y la hambruna causó profundas heridas en esa relación, ya que se culpó, no sin causas, a Inglaterra de no estar a la altura de las necesidades y al hecho de haber dictado leyes que si bien protegieron a los ingleses, dejaron a la intemperie a los irlandeses. La Gran Hambruna se convirtió, desde entonces, en una de las banderas esgrimidas por todos los independentistas irlandeses.

Mientras recordaba lo escrito en el párrafo anterior, llegamos al hotel, nos bañamos y salimos nuevamente al ruedo en busca de algo rico para cenar. Por suerte, son muchos los restaurantes que se ubican en la zona y no tardamos demasiados en elegir el Ballsbridge Pizza, para disfrutar de sus suculentas pizzas a las brasas.

Dormimos muy bien en nuestra aristocrática habitación del Butlers Townhouse, pero muy temprano salí en solitario a recorrer algunos puntos de la ciudad que ansiaba conocer. Puse dirección al centro y empecé a caminar. Mi idea era llegar al Río Liffey y cruzarlo a la altura del Puente Samuel Beckett, para dirigirme hasta el Centro James Joyce. En el camino, no sólo fotografié unas cuantas de las puertas coloridas de las casas de Dublín, sino que pude conocer también, sobre el río, la Custom House, hermoso edificio sede la aduana irlandesa.

Si bien hay muchos escritores irlandeses conocidos en el mundo entero, muchos de los cuales ya hemos mencionado en esta crónica, la figura de James Joyce se eleva por sobre el resto en la ciudad de Dublín. Quizá el lector distraído se pregunte el porqué de esta cuestión. La respuesta es sencilla: Joyce ha escrito mucho sobre Dublín y su gente y sus dos libros más famosos, Ulises y Dublineses, retratan a los personajes citadinos de la capital de Irlanda con maestría y perfección. En relatos anteriores ya nos habíamos inmiscuido con la figura de este célebre escritor, sobre todo en aquella esquela sobre Trieste, en el norte de Italia, donde el escritor decidió pasar parte de su vida. Aquí, en Dublín, hay muchos itinerarios temáticos relacionados a la vida o a los escritos de Joyce. En mi caso, decidí hacer el mío propio y comenzar por la pequeña pero bonita casa que es el James Joyce Centre, donde se guardan objetos que pertenecieron al escritor y se estudia su obra. En esta jornada, aunque rompo con la cronología, me cruzaría más tarde con la Estatua dedicada al escritor que se encuentra sobre la Earl St., casi en la intersección de esa calle con el sitio donde se eleva The Spire, en el corazón mismo de la ciudad. Más tarde, pudimos encontrar algunas de las 18 placas distribuidas en la ciudad para marcar el recorrido de Leopold Bloom, el legendario protagonista del Ulises, una de las cuales es muy fácil de encontrar ya que se encuentra en una de las esquinas del lado sur del Puente O'Connell, justo enfrente del Museo de Cera. Hay muchos sitios más relacionados con James Joyce y su obra. El escritor preserva una omnipresencia en Dublín casi fantasmagórica. 

Se podría escribir un libro sobre los sitios referenciales de Joyce en Dublín y seguramente ya se haya publicado más de uno, por lo que opto aquí por volver a la cronología de la jornada, que nos llevó unas cuantas cuadras más al norte del Río Liffey, hasta el Garden of Remembrance, unos jardines que recuerdan a todos los mártires que murieron por la independencia irlandesa. De forma rectangular, el sitio genera silencio, tiene un altar y un espejo de agua en forma de cruz cristiana. En el altar, se recuerda el mito irlandés de Los Niños de Lir, un relato que fusiona tradiciones mágicas, paganas y cristianas.

Frente a los Jardines del Recuerdo, recomiendo pasar al menos un rato por Hugh Lane Gallery, donde además de libros y obras de arte vanguardistas, uno puede encontrarse con el estudio de Francis Bacon. Pero este sitio no es el único lugar de interés de los alrededores. En su misma vereda, regresando hacia la O'Connell St. uno se topará primero con el Irish Writers Centre y luego, con la llamativa arquitectura de la Abbey Presbyterian Church y su altísimo campanario.

Era ya la hora de almorzar y para ese necesario menester tenía ya planeado algo muy particular. Mi pausa gastronómica sería en lo que otrora fue una Iglesia y cementerio y que hoy es un café, un restaurante y un pub, dependiendo la función de la hora en que uno visite el lugar. The Church Café Bar, así se llama el lugar en cuestión, es imperdible. Pedí una sopa del día y un trozo de salmón ahumado a la irlandesa, que acompañé con una cerveza negra Guinness a temperatura ambiente.

Actualmente, la Iglesia que hoy es bar se ubica sobre una plaza de cemento que décadas atrás supo ser el cementerio predilecto para que los profanadores de tumbas robaran cadáveres, que vendían luego a la Facultad de Medicina para que los estudiantes pudieran hacer disecciones y esas cosas. Por esta razón, no faltan fundamentos para que se tejan sobre esta zona de la ciudad cientos de historia de fantasmas y espíritus que aún vagan por las calles de Dublín. A estos relatos contribuyen las numerosas lápidas que descansan apiladas en uno de los rincones de la plaza, rescatadas de debajo de la tierra por los operarios que llevaron adelante las obras cuando se construyó la plaza. Aquí también está estacionado un antiguo vagón del tranvía, bautizado como The Tram Café que funciona como café y donde preparan unos sándwiches dignos de ser probados.

Saciado el hambre, ya todo estaba listo para una de las visitas que más expectativas me generaba: el  Castillo de Dublín. Para empezar, debo decir que el castillo de castillo no tiene nada, salvo una torre. El resto del edificio es más bien un Palacete o una fastuosa residencia, pero sin dudas nada que ver tiene con un castillo. Esta falencia no le quita nada de su interés y de su brillo al lugar, ya que fue uno de los centros neurálgicos de la historia irlandesa de los últimos siglos. Hasta 1922 funcionó aquí la sede del gobierno británico, por lo que el lugar era la residencia oficial del Lord Teniente de Irlanda o del Virrey de Irlanda, según la época a la que hagamos referencia. En la actualidad, además de Museo, el Castillo es utilizado por el gobierno irlandés para actos o reuniones de alta importancia protocolar. En su interior, se puede visitar los aposentos virreinales, la Sala del Trono que usaban los monarcas británicos cuando visitaban a sus súbditos irlandeses y el maravilloso Salón de Bailes. El Castillo fue un escenario clave en los acontecimientos del Levantamiento de Pascuas de 1916 y en los años siguientes hasta que Irlanda consiguió su Independencia.

No menos atractivos que el interior del Castillo tiene el patio central de mismo, donde además de la Torre del Reloj, puede apreciarse sobre el arco de entrada una Estatua que representa a la Justicia. Esta figura tiene varias particularidades cuyas connotaciones se valoran mejor si uno sabe de antemano que fue construida por los ingleses mientras dominaban con mano de hierro la isla. Sabiendo esto, uno empieza a entender las razones por las que la Justicia, en este caso, no tiene los ojos vendados, ni la espada reposada sobre el suelo, ni la balanza en equilibrio. Como referencia final y teniendo en cuanta todo lo anterior, no llamará tanto la atención que la figura esté de espaldas al pueblo, mirando hacia el interior del Castillo, en los constituye no una metáfora sino una cruda realidad de los padecimientos irlandeses durante el dominio británico del país.


No está de más mencionar aquí que el Castillo de Dublín fue el escenario de uno de los robos más céleres de la historia del crimen. En 1907 desaparecieron del interior del edificio las Joyas de la Corona de Irlanda, siendo uno de los casos irresolutos más importantes de las crónicas policiales.

Al lado del Castillo o mejor dicho detrás de él, no hay que pasar por alto los Dubh Linn Gardens, que no son otra cosa que los jardines del Castillo, pero que guardan la particularidad de haber quedado fuera del complejo museístico y de tener su césped distintas trazas, que representan a serpientes marinas. Un muro de piedra los rodea y se accede a ellos a través de una pesada y antigua verja de hierro. Por último y no por ello menos importante, del nombre de estos jardines que en épocas vikingas fueron un gran estanque, deviene el nombre de la ciudad que hoy recorremos.

Ya era media tarde y teníamos acordada una experiencia nocturna sobre Misterios de Dublín, por lo que regresé al Hotel a buscar a mi compañero de andanzas. Juntos, retornamos al centro de la ciudad y disfrutamos de más de una decena de relatos, algunos de ellos escalofriantes, mientras recorríamos los escenarios dublineses en donde habían sucedido semejantes acontecimientos. Entre todas esas semblanzas, una quedó grabada especialmente en mi memoria y fue la historia de Billy in the Bowl, uno de los asesinos seriales más infames de la criminalística irlandesa. Billy es un personaje que habitó la Dublín del siglo XVIII. Había nacido sin piernas, razón por la cual para trasladarse utilizaba una especie de cuenco, el cual arrastraba con sus brazos por las calles de la ciudad. Esos condicionamientos hicieron que Billy tuviera que vivir como mendigo y que su falta de piernas fuera a su vez motivo de burlas, pero también de que sus brazos tuvieran una fuerza descomunal. Si bien obtenía buenas limosnas, su afición al alcohol hizo que pronto el dinero que le daban no le alcanzara, por lo que empezó a robar, valiéndose de una técnica muy particular: Billy se ocultaba detrás de algunos arbustos al caer la noche y lloraba como su fuera un bebé hasta que alguna mujer se acercara a ver de donde provenía en llanto, momento que era aprovechado por nuestro ladrón para arrastrarse hacia su víctima, saltar a su cuello y ahorcarla hasta dejarla inconsciente. Luego, le sustraía los que encontraba de valor en sus bolsillos y huía. Todo funcionó de esa manera hasta que una noche, Billy ejerció más presión que la habitual y su ocasional víctima murió. La sensación pareció gustarle a Billy, quien a partir de allí optó por asesinar a sus presas antes de robarles. Billy fue matando mujeres hasta que se topó con una que supo defenderse, que le clavó un alfiler en el ojo y que logró escapar, ir a la policía y describir al atacante como un sujeto sin piernas. Billy fue detenido y encerrado. Algunas voces cuentan que murió en prisión y otras que salió en libertad pero que, al no conseguir que nadie le diera una limosna, murió de hambre al poco tiempo. Lo que todos coinciden en afirmar es que si uno camina de noche por la zona de Stoneybatter, Oxmantown y algún que otro barrio de Dublín donde actuaba Billy in the Bowl, podrá escuchar todavía los llantos simulando un bebé en busca de una nueva víctima. 


Itinerario por Dublín Día 1

Itinerario por Dublín Día 2


Comentarios

  1. Que lindo todo lo que escriben!!!

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  2. Sii, fue grande el padecimiento de los irlandeses en manos de los ingleses y muchos sobrevivieron consumiendo papas, por eso hoy la fiesta de dicho tubérculo.

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    1. Fue terriblemente nefasta la dominación inglesa sobre Irlanda. Incluso en aquellos tristes años de subyugación, el escudo del Reino Unido mostraba al león (Inglaterra) pisando el arpa (símbolo de Irlanda por sus tradiciones musicales), como muestra de dominación.

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