Sherlock Holmes, Dickens y Van Gogh: Londres, Episodio Tres

En nuestra tercera jornada, las calles de Londres nos llevaron de paseo por la Casa del Duque de Wellington, la de Charles Dicken y la fictica morada del mismísimo Sherlock Holmes, con escalas para observar el Cambio de Guardia y los tesoros artísticos de la National Gallery

por Diego Horacio Carnio

London's panoramic pic

Más allá del tardío amanecer londinense, nuestra idea de empezar la jornada bien temprano no se vio alterada por la demorada salida del sol. Desayunamos en el hotel y emprendimos un recorrido largo, casi fastuoso y exagerado, que nos llevaría todo el día y comenzaría atravesando el inmenso Hyde Park, cuyos límites orillaban el barrio de Paddington, donde se encontraban nuestros aposentos.

Algo habíamos hablado ya del Hyde Park en el primero de los episodios de nuestras crónicas londinenses, donde narrábamos la incursión en el parque tras nuestro arribo a la ciudad. En aquella oportunidad, la noche lo cubría todo. En ésta, tres días después, la oscuridad aún se desparrama entre los árboles pese a ser ya casi las 9 de la mañana. Los inviernos en estas latitudes son así, no sólo fríos, sino de días cortos y noches muy extensas.

El sol fue apareciendo tímidamente mientras caminábamos hacía lo que sería nuestro primer hito de la jornada, el Arco del Duque de Wellington y un poco más allá, la que supo ser su casa. La figura de Wellington es una de las más veneradas dentro de la nutrida historia militar británica. No es para menos, ya que el Duque fue uno de los principales artífices de la guerras mantenidas contra la Francia de Napoleón Bonaparte a principios del siglo XIX, siendo uno de los héroes de la liberación portuguesa y de la independencia española tras hacer huir a las tropas napoleónicas de la Península Ibérica. De hecho y al respecto, ya hemos hablado en un relato anterior sobre el monumento que se levanta en medio de la Plaza de la Virgen Blanca de Vitoria-Gasteiz, en España, que conmemora una de las grandes victorias del Duque. Tras sus triunfos militares, la figura del Duque se colmó de nombramientos de Caballero de numerosas y diversas órdenes, sobre todo por su papel como líder de la coalición que terminó venciendo definitivamente a Napoleón en Waterloo, para luego confinar al malogrado emperador francés en la Isla de Santa Elena, donde fallecería en 1821. Pero volvamos a Londres que es donde estamos, más precisamente al punto exacto donde unen sus vértices el Hyde Park y el Green Park, que es donde el Duque de Wellington tenía su casa, que se conserva actualmente como un museo bajo el nombre de Apsley House. En el espacio verde que se encuentra frente a la Casa, la enorme estatua ecuestre del Duque y el ahora llamado Arco de Wellington, recuerdan al héroe por partida doble.

Habíamos escuchado hablar a un par de españolas sobre la existencia de una enorme mole de bronce, una estatua inmensa de Aquiles levantada en honor a Wellington y situada en las inmediaciones de la que fuera su casa y de donde estábamos nosotros en ese momento. Ni lerdos ni perezosos, consultamos a Google Maps sobre el coloso y nos acercamos hasta él, erguido sobre un pedestal, con su espada en una mano y su escudo en la otra. El bronce que da forma a la figura fue conseguido a través de la fundición de los cañones capturados a los francesas derrotados en las Guerras Napoleónicas.

Achilles Statuearch of WellingtonRoyal Air Force Bomber Command Memorial

El león y el unicornio adornan la Queen Elizabeth Gate, que cruzamos luego de las fotos de rigor con el gran Aquiles para iniciar "nuestra Odisea" por el bellísimo Green Park, con sus ardillas, pavos reales y aves, en dirección al Palacio de Buckingham para tratar de lograr una buena ubicación que nos permita observar cómodamente el tradicional Cambio de Guardia que tiene lugar a las 11 en punto de la mañana. Casi al comienzo de este trayecto, nos llamó la atención otro monumento, el Royal Air Force Bomber Command Memorial, que honra a cada uno de los más de cincuenta y cinco mil tripulantes de diversas nacionalidades que ofrendaron su vida en la lucha contra la Alemania nazi. El monumento muestra a un grupo de aviadores observando los cielos, sobre un pedestal de mármol y bajo una estructura realizada en piedra Portland, cuyo techo se construyó con el aluminio de lo que alguna vez fuera un avión Halifax canadiense derribado en Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial. Cabe destacar que la aeronave recién fue rescatada en 1997 de un pantano belga y que tres de sus tripulantes aún estaban en sus posiciones de combate. Los tres fueron enterrados con todos los honores.

Caminamos toda la traza de Constitution Hill, cruzamos la Canadá Gate y nos apostamos a un costado de la calle The Mall, la misma por la que en minutos más debían pasar los soldados protagonistas del Cambio de Guardia, con el Palacio de Buchingham de fondo. En verano, el Cambio de Guardia se realiza diariamente a las 11, aunque en invierno se efectúa cada dos días, suspendiéndose en caso de lluvia. Otra cuestión que distingue el evento según sea verano o invierno es la vestimenta de los soldados. Si bien siempre llevan el tradicional y abultado sombrero de piel de oso -están hechos con pieles de osos canadienses y pesan alrededor de un kilo cada uno-, el uniforme rojo más característico se usa en los meses cálidos mientras que en los tiempos fríos utilizan un uniforme gris más abrigado. Una vez realizado el Cambio de Guardia, musicalizado con la orquesta militar que desfila junto a los soldados, nos sentimos en condiciones de continuar con nuestro derrotero londinense.

Incursionamos en medio del St. James Park, bordeando por momentos su lago, donde nadan patos y perdices. Al final del parque, tras cruzar la Horse Guards Road, dimos con los subterráneos cuarteles de guerra que utilizó Sir Winston Churchill durante la II Guerra Mundial. Hoy, esta especie de búnker es un museo privado, que abre todos los días de la semana y que cuesta unas 32 libras esterlinas por persona adulta que quiera conocer el lugar desde donde Churchill condujo la contienda bélica que asoló al mundo entre 1939 y 1945. Por cuestiones de tiempo y presupuestarias, decidimos dejar este museo para visitarlo en algún futuro retorno a Londres y continuamos, para realizar algunos videos y fotos, hacia el Parlamento y de la Torre del Reloj, para luego tomar la Parliament Street y conocer dos pequeños pero simbólicos monumentos: el Cenotafio donde anualmente se rinde honor a los caídos en batalla y aquel otro que lleva por nombre Las Mujeres de la Segunda Guerra Mundial y destaca las distintas labores e importantes roles que llevaron adelante las damas ingleses en aquellos belicosos años de mediados del siglo XX. Entre ambos hitos se encuentra la famosa Downing St., en cuyo número 10 reside oficialmente el Primer Ministro del Reino Unido. La calle esta vallada por motivos de seguridad, por lo que no es posible acercarse hasta la pesada y oscura puerta que sirve de entrada a la morada del gobernante. A partir de Downing St. la Parliament St. cambia de nombre y pasa a llamarse Whitehall, esparciéndose a lo largo de ella muchísimos de los edificios gubernamentales más importantes, entre ellos la primera sede de Scotland Yard, antes de desembocar en el amplio espacio que muestra primera la estatua ecuestre del rey Carlos I. Luego, sobre Trafalgar Square, aparece imponente la columna que sostiene al Almirante Nelson y algo más atrás la fachada inconfundible de la National Gallery, el museo de arte por excelencia de la capital inglesa.

Antes de introducirnos en la National Gallery, quisimos conocer el Arco del Almirantazgo y los edificios que lo rodean. El Arco da inicio a la abierta avenida The Mall, que en definitiva une tanto el Arco como Trafalgar Square con el Palacio de Buckingham. Rodeamos el Arco y nos encontramos con una bonita estatua del famoso explorador y visionario James Cook.

Con la misión cumplida, volvimos sobre nuestros pasos para pasar nuevamente debajo del Almirante Nelson y al lado de los petrificados leones que lo escoltan e ingresar a la National Gallery, creada hace 200 años, en 1824, donde desde entonces se han ido acumulando y exponiendo obras de los artistas más ilustres de toda la historia de la humanidad. Leonardo Da Vinci, Raphael Di Sanzio, Paul Cezanne, Pablo Picasso, Vincent Van Gogh, Henri Matisse, Goya, Velázquez, Rembrandt, Gustav Klimt y muchos más. Muchos visitantes llegan hasta aquí para observar de manera presencial una de las pinturas más reproducidas del planeta como lo es Los Girasoles de Van Gogh, que aparece tímidamente sobre uno de los muros de la Sala 43. La Venus del espejo de Velázquez y La Virgen de las rocas de Da Vinci son otras de las obras notables que se exhiben en el Museo.

La amplitud y elegancia de cada salón, de cada rincón y de cada espacio de la National Gallery hacen de la visita un refinado recorrido lleno de colores, matices y texturas, en el que conviven artistas de todas las épocas, corrientes y estilos. Podemos decir que este museo es para el arte lo que el British Museum es para la historia y la arqueología, además de afirmar sin riesgo a equivocarme que la National Gallery es para Londres lo que el Louvre es para París o El Prado es para Madrid.

Estar dentro de un museo siempre me brindó la sensación más parecida a estar sumergido en un mundo alternativo, de paz y tranquilidad, como si posibilitara una vía de escape de la realidad mundana y terrenal de las calles citadinas. Algo similar me ocurre al entrar a cualquier templo religioso sin que mi carácter agnóstico sea un inconveniente para que esa experiencia sensorial se concrete. Ese cúmulo de sensaciones tiene una sola contra: al salir de esos espacios el mundo se nos viene encima nuevamente y nos convierte instantáneamente en una figura más en movimiento por la ciudad. Salir de la National Gallery no fue la excepción.

Eran tiempos de almorzar y recordé que en la Cripta de la Iglesia St. Martin in the Fields funcionaba una cafetería donde también se podía almorzar. A primera vista, la existencia de un lugar para comer en el interior de una iglesia me pareció muy rara. Pero ya me habían dicho que como el Estado británico no gestiona ni subvenciona económicamente a la iglesia católica, los curas y párrocos han buscado estrategias alternativas para financiar los templos, ya sea con conciertos, agasajos privados, proyecciones de películas o como en este caso, con un restaurante en la mismísima cripta. Es una opción para tener en cuenta si andan cerca, ya que además de buenos precios y aceptable menú, el lugar brinda la extraña posibilidad de sentarse a almorzar o a tomar el té en las entrañas de una iglesia, rodeado de muros de piedra, gruesas columnas y preciosos techos abovedados.

Saciado el apetito, iniciamos un largo recorrido para llegar hasta uno de los tantos lugares que tenía anotados en mi bitácora de viaje como punto a conocer: el Museo Charles Dickens. El lugar esta emplazado en la que fue la casa del escritor entre 1837 y 1839. En el museo se pueden observar manuscritos y objetos relacionados con la vida del autor de Tiempos Difíciles. Tras nuestra escala en la casa de Dickens, quisimos visitar la morada de uno de los personajes de ficción que más se confunden con la realidad y del que todos alguna vez escuchamos hablar: Sherlock Holmes. El Museo quedaba bastante lejos de donde estábamos, así que abordamos el Underground en la estación Hammersmith & City de la Línea Circle, que nos devolvió a la superficie a unos cien metros del Museo. ¡Elemental Watson!

El Sherlock Holmes Museum está dedicado a la figura del detective más famoso de todos los tiempos y es relativamente nuevo, ya que se inauguró en 1990. El ticket sale unas 20 libras esterlinas por persona pero para los fanáticos de Sherlock esa cifra no será ningún inconveniente. La muestra recrea ese mundo victoriano en el que el detective resolvía los casos que el novelista Sir Arthur Conan Doyle describía magistralmente en las páginas de sus numerosos y atrapantes libros. La casa que alberga la muestra está ubicada en el 322 B de Baker Street, icónico domicilio para todos los amantes del misterio, donde vivían Sherlock Holmes con su compañero, el Doctor Watson, y la entrañable ama de llaves, la Señorita Hudson.

Caminamos luego hasta el Hotel. Cenamos y nos recostamos para descansar. Habíamos andado mucho y mañana partíamos hacia Bristol, rumbo a la frontera con Gales.


Itinerario del tercer día en Londres






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