Cardiff, paredón y después...

La pequeña capital del País de Gales combina reminiscencias medievales y modernas, en las que conviven el célebre Castillo , su tradicional Mercado y el fabuloso Millenium Center, todo enmarcado por la Bahía que lleva el nombre de esta bonita ciudad de Cardiff.

por Diego Horacio Carnio - @labitacoraylabujula

El título de esta crónica remite a una de las estrofas de un conocido tango. La elección tiene obviamente un porqué, que se explica en una razón a la vez simple y a la vez curiosa. Después de desembarcar del bus que nos trajo desde Bristol a Cardiff, caminamos como siempre la distancia que separaba el punto de llegada en la Real Escuela Galesa de Música y Teatro con nuestro Hotel, el Angel Hotel Cardiff City, ubicado muy cerca del famoso Castillo local. Era de noche, nevaba y desde la ventana de la habitación podíamos ver de manera algo difusa, entre los copos de nieve que caían y la oscuridad de la noche ya nacida, un extenso paredón. Nos llamó la atención tal existencia, pero ante la poca visibilidad y la amenaza de una tormenta de nieve, decidimos no sólo cenar en el lobby del hotel, sino dejar para mañana la búsqueda de certezas relacionadas con ese largo y hasta el momento misterioso muro, de algunas de cuyas partes parecían brotar extrañas figuras zoomorfas. Al amanecer del día siguiente, comprobaríamos que se trataba del Animal Wall, una de las tantas postales que nos regalaría la ciudad a la que recién llegábamos.

El Animal Wall, tiene su propia historia y es mucho más que una pared. Fue diseñado en 1866 por el arquitecto William Burges, quien actuaba bajo el mecenazgo del tercer marqués de Bute, John Crichton-Stuart, quien había heredado tal fortuna que hizo que en su época fuera considerado el hombre más rico del planeta. Entre lo heredado estaba el mismísimo Castillo de Cardiff, que el marqués despreciaba profundamente por considerarlo antiestético. Algo de razón tenía. Lo cierto es que el muro se construyó finalmente en 1890, con Burges ya fallecido y fue emplazado en el perímetro del Castillo, para intentar darle algo más de estilo supongo yo. La versión original de 1890 constaba de nueve figuras de animales, entre ellos la hiena, la foca, el oso, una leona, dos leones, un lince y dos babuinos. La historia del Muro de los Animales no termina ahí, sino que en 1922 fue íntegramente trasladado a su posición actual, a unos cuantos metros de la original, en el lugar exacto hacia donde da la ventana de nuestra habitación. Hoy el paredón encierra parte del Bute Park, el espacio verde más amplio de la ciudad cuyo nombre evoca al marqués antes mencionado, ya que esas tierras eran suyas. En 1931 se le añadieron al Muro seis figuras más: un pelícano, un castor, un buitre, un oso hormiguero y dos mapaches. Escribir aquí sobre el Animal Wall es sencillo y en nada transmite la curiosidad que despierta la pared antes de investigar y averiguar, cuando de ella poco sabíamos.

Sacamos unas cuantas fotos del Muro y por el intenso frío que gobernaba en la capital galesa decidimos volver a nuestros aposentos a buscar más abrigo, hecho que me permite escribir aquí una breve apostilla sobre el Angel Hotel Cardiff, de inmensas y vetustas habitaciones con ventanas hacia el Bute Park, con señoriales escaleras y su anticuado pero elegante vestíbulo. Un hotel de época, que alguna vez supo ser una referencia casi de lujo para los viajeros cuyos itinerarios los hacían pasar una o más noches en Cardiff.


Rápidamente regresamos a las calles. A unos cien metros de la puerta del hotel pasa el Río Taff, el cual cruzamos para comenzar nuestra expedición a pie con destino a la Catedral de Llandaff, un medieval templo ubicado a poco menos de una hora del centro de la ciudad.

El largo paseo hacia Llandaff nos permitió codearnos con los barrios galeses tradicionales, que se extienden alejándose de la zona del Castillo y de la High Street, donde se suceden una tras otra pintorescas casas con una arquitectura que fusiona aspectos normandos y victorianos. Seguimos la Cathedral Rd. hasta que se extingue al colisionar de manera casi imprevista con los Llandaff Fields, un gran parque que en definitiva es una extensión del ya inmenso Bute Park. Fue a la entrada de Llandaff Fields que hicimos una pausa en el Café Castan, donde la intención de una infusión se dejó llevar por la tentación y se convirtió en un varieté de pequeñas porciones de pizza.

Ya faltaba menos para llegar a destino. Hubo que cruzar todo el espacio verde para adebtrarnos en un sendero cubierto por frondosos árboles que, a pesar del invierno, conservaban sus hojas. Las partes más altas de la Cathedral ya se avistaban, pero no pudimos resistirnos a abrir la vieja y desvencijada puerta de hierro que da acceso al antiguo Cementerio de Llandaff, una perlita que no teníamos prevista en la expedición del día. El cementerio "abrió sus tumbas" en 1885 y en esos primeros años fue recibiendo a sus iniciáticos huéspedes. Las distintas tumbas, lápidas de piedra la mayor parte de ellas, se distribuyen sin demasiado orden por el predio. No serían las últimas que veríamos en el paseo ya que luego, al acercarnos a la Cathedral, comprobaríamos la existencia de otras sepulturas que por cuestiones nobiliarias se habían ubicado más cerca de la morada de Dios.

Dimos con la Catedral de Llandaff por el lado trasero del templo, que era donde desembocaba el camino que, cementerio mediante, nos había traído desde el centro de Cardiff hasta aquí. Los orígenes del templo son propiedad de la mitología y señalan el Siglo II como su punto de partida, cuando el Rey Lucius, primer cristiano británico, fue aceptado dentro del catolicismo por el Papa a cambio de que levantara en tierras de Bretaña la primera iglesia de estas latitudes. Así lo hizo... o por lo menos así lo señala la creencia que une aquel primitivo emprendimiento con el actual, con unos 1800 años de historia en el medio.

Observé atónito la inmensidad de la Catedral por unos cuantos minutos, mientras empezábamos a rodearla por la izquierda, pasando entre lápidas perdidas y pisando la tierra que envuelve a los muertos. Es allí, entre los difuntos, donde se alza una cruz celta del siglo X. Piedra y pasto lo dominan todo. Al llegar al frente del templo, me alejé para poder tomar una buena fotografía y luego, mientras filmaba, me acerqué e ingresé hasta que una señora me retó porque había niños en el lugar y yo no podía de ninguna manera abusar de ellos filmándonos. Me llamó la atención, tanto la señora como el hecho de que los niños en cuestión estaban dentro de la Catedral, pero a mas o menos unos 70 metros de mi posición. A partir de aquí, operé dentro de la Catedral con la cámara en modo furtivo y más allá de lo sorprendente que puede ser su interior, lo más llamativo es un inmenso Cristo en la Gloria -así se lo llama-, que se sitúa sobre un grotesco arco de hormigón, una estructura que poco tiene que ver con el entorno y que de alguna manera lastima los ojos que buscan disfrutar de la arquitectura medieval de la vetusta iglesia.


Llandaff Cathedral no estuvo ajena a los daños provocados por las bombas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. El 2 de enero de 1941 el edificio fue alcanzado por una mina lanzada en paracaídas que destrozó el techo de su nave central, durante los sucesos conocidos como el Cardiff Blitz.

Subiendo por una escalera hacia uno de los costados de la Catedral, nos encontramos con el Llandaff War Memorial y más allá, el pintoresco pueblo que se extiende hacia el este y donde conviven muchos y pequeños bistrós. Elegimos para almorzar un acogedor restó italiano llamado Porro Llandaff, donde hacen unos exquisitos langostinos al coco y una terrina de codillo de jamón que hace honor a la gula. Seguimos nuestro camino, luego, ya con intenciones de retorno al hotel, pero tratando de conocer la mayor cantidad de rincones posible. Fue así que ingresamos por un antiguo pórtico medieval a los Jardines del Obispo, muy cuidados, que hoy son parte de un colegio. Con ese objetivo, decidimos cambiar la ruta de regreso y nos desviamos hacia el Río Taff, sumergiéndonos de a poco en las pasturas del Bute Park y encontrándonos con unas pequeñas cascadas que pasan por debajo del Blackweir Bridge, un moderno y angosto puente que atraviesa el río, justo donde las aguas tienen su ruptura. El resto del camino lo hicimos bordeando el Taff hasta llegar prácticamente a las puertas de nuestro Angel Hotel, donde después de descansar un rato, cenamos en la habitación.

Después de cenar, salí solo para recorrer los alrededores nocturnos del barrio y di con el paradero de un hermoso Wine Bar llamado Nighthawks, donde habría de pasar un buen rato en cada una de las cuatro noches que pasaríamos en Cardiff, escuchando jazz y probando diversos vinos, con etiquetas de disímiles lugares de mundo como Eslovenia, Francia, Sudáfrica, Croacia o Moldavia, tan sólo para nombrar algunos lejanos terruños. Por supuesto que también existían en la carta ejemplares sudamericanos, de Chile y Argentina sobre todo. En esta primera noche en el Wine Bar pude probar mi primer vino inglés, un correcto blanco con buena acidez y un final de boca destacado. Fue el primer vino inglés en mi bitácora enófila y hasta ahora el único de ese origen, reseñas que pueden encontrar en mi sitio especializado en vinos: El Perfecto Vino

Despertamos temprano al día siguiente y nuestra primera intención fue ingresa al Castillo de Cardiff, ícono monumental de la ciudad, pero un cartel colgado en la puerta indicaba que estaba cerrado por restauración. No son pocas las veces que estas situaciones suceden en un viaje, sobre todo en Europa, donde las características del patrimonio histórico hacen necesarias periódicas refacciones y tareas de mantenimiento en pos de conservar los sitios en buen estado. No hay que hacerse malasangre cuando esto sucede, ya que es un hecho que abre una invitación a volver a la ciudad en donde no se pudo disfrutar de uno de sus lugares más emblemáticos.

Antes de modificar el itinerario previsto y seguir camino, rodeamos el perímetro del Castillo para obtener vistas desde otras perspectivas y ver, también, si encontrábamos alguna puerta que por olvido haya quedado abierta y por la que pudiéramos ingresar al predio. Fue imposible, pero algunas de las fotos valieron la pena.

Tomamos luego la High Street, que se convierte más adelante en St. Mary Street. Pero antes del cambio de nombre de la calle principal de Cardiff, nos dimos una vuelta por el tradicional Mercado, donde entre locales que venden ropa, juguetes y electrónica, se destacan los sitios gastronómicos, donde pueden degustarse algunos de los platillos tradicionales de la cocina galesa y británica a precios realmente amigables. Tomamos nota, pues volveríamos por aquí cuando el estómago lo indique. Por el momento, tocaba seguir avanzando y enseguida, apenas salimos del Mercado, uno alta torre eclesiástica nos llamó la atención y una sensación irresistible nos hizo ir hacia ella, cruzando toda la Chucrh Street como si la torre fuese El Flautista de Hamelin y nosotros dos ratas. Era Iglesia de San Juan el Bautista, que junto al Castillo de Cardiff es uno de los dos edificios medievales que aún siguen en pie en el centro de la capital galesa. La iglesia fue fundada en 1180 y desde entonces ha vivido cientos de peripecias, que acompañaron a las propias vicisitudes que atravesó la ciudad. Sufrió saqueos, bombardeos y otras inclemencias. A su lado, todavía se pueden observar algunas sepulturas del cementerio urbano que antes se extendía incluso hasta la zona donde hoy se encuentra el Mercado. Dentro del templo, el órgano de 1894 es considerado una joya musical de valor incalculable.

Dirigiéndonos hacia la Cardiff Central Library, nos topamos con el Museum of Cardiff y no pudimos resistirnos a entrar a dar al menos un vistazo. Con ingreso gratuito, la muestra es muy interesante y plantea un recorrido interactivo por la historia de la ciudad. Nuevamente en las calles, caminamos las pocas calles que separan el museo de la Biblioteca, en cuya explanada hicimos contacto con una escultura moderna y bellísima que tuvo su origen como publicidad de la empresa Alliance, cuyo nombre refiere a la obra. Más allá de esa característica comercial, tan propia del arte contemporáneo por otra parte, la imponente puesta representada por un aro y una especia de aguja de dos puntas, es un recreo visual para la vista. Detrás, el edificio de la Biblioteca Central de la ciudad espera ansioso ser visitado. algo que recomiendo para disfrutar de una moderna arquitectura puesta al servicio de la lectura y de los libros.

El camino, que ahora ya sabíamos que tenía como destino final la Bahía de Cardiff, continuó por debajo del viaducto justo cuando pasaba por sus rieles el ferrocarril. A partir de allí es notable como cambia la fisonomía de la ciudad, volviéndose cada vez más portuaria y fusionando partes muy modernas con otras quedadas en el tiempo, que denotan el gran trabajo de recuperación de esta zona urbana que durante muchas décadas quedó al borde del olvido y hoy es una de las más potentes y cambiantes de Cardiff. La Bute Street nos sirvió de guía para llegar hasta uno de los sitios que desde su creación se ha convertido en un ícono de la capital galesa: el Wales Millenium Centre. Opera, ballet, literatura y gastronomía tienen lugar allí, en un marco majestuoso, con un diseño exquisito de sus interiores y una monumental arquitectura exterior, donde sobresale su impactante fachada. En ella pueden leerse dos frases entrelazadas, una en galés y otra en inglés, ambos idiomas oficiales del País de Gales. La primera frase es "Creu Gwir fel Gwydr o Ffwrnais Awen", que se traduce como "Crear la verdad como el cristal de un horno". La segunda frase dice en inglés "In these Stones Sorizons Sing", lo que significa "En estas piedras los horizontes cantan". Ambos versos surgieron de la pluma de la poetiza Gwyneth Lewis. El Centro fue inaugurado en 2004 y desde entonces se convirtió en uno de los rostros más conocidos de la capital del País de Gales.


Más allá del Wales Millenium Center se agitan armoniosamente las aguas de la Cardiff Bay, la bahía que enmarca a la ciudad y regala hermosas vistas. El paseo es digno de ser recorrido y junto a las aguas, lo primero que uno encuentra es un vistoso edificio de ladrillos colorados cuyo diseño delata que su construcción se ubica en las postrimerías del siglo XIX. Es el Pierhead Building, que supo ser sede de la Asamblea de Gales y hoy es un interesante museo de historia, con mobiliario y documentos y a través de cuyas ventanas puede uno entender como se percibía la Bahía más de cien años atrás. En su frente, el edificio posee una torre, no muy alta, pero que contiene un reloj de cuatro caras, lo que le valió el mote de Pequeño Big Ben o Big Ben de Cardiff.

Vecino al Pierhead se encuentra The Senedd, que no es otra cosa que el Parlamento Galés, órgano legislativo, descentralizado y unicameral de la nación galesa. El edificio tiene una arquitectura vanguardista que combina materiales y curvas. Se puede ingresar de manera gratuita y disfrutar de un tour guiado solamente disponible en inglés. El diseño bien vale una visita, que puede convertirse en una verdadera experiencia política si el momento coincide con la celebración de una sesión del Senado, la cual puede observarse como público desde la parte superior, quedando el recinto debajo, como en un pozo visual.

Desde aquí empezamos a bordear literalmente la costa de la Bahía, que nos llevó primero hasta la Norwegian Church Arts Centre, una antigua iglesia de madera para los marineros noruegos que llegaban a estas latitudes que hoy funciona como centro de exposiciones de obras de arte locales y posee también una bonita confitería en la que pueden probarse pastelillos típicos de la cocina galesa. Desde la Iglesia Noruega las vistas panorámicas de la Bahía son espectaculares.

Cruzamos el Origami Bridge para continuar nuestra ruta hacia los confines de la Bahía. Nuestra intención era llegar al menos hasta el mirador bautizado como Scott of the Antartic Exhibition, un punto panorámico que contiene también material informativo sobre el Scott que le da nombre, un marino y explorador británico que murió en 1912 al intentar ser el primero en llegar al Polo Sur. Llegamos y estuvimos un buen rato desafiando al viento y disfrutando de los veleros que surcaban las aguas de la Bahía antes de emprender el regreso. Ahí cerquita, en el suelo, nos tropezamos con una figura que bautizaron como The Enourmus Crocodrile, que luego sabríamos que estaba emplazada allí en homenaje al escritor Roald Dahl, autor de ilustres obras como "Charlie y la fábrica de chocolate", "Matilda" o "El gran gigante bonachón", entre muchas otras.

Mucho hacía ya que el mediodía había pasado y pese a que nos habíamos estado alimentando de bocadillos callejeros o de los pastelillos de la Iglesia Noruega, el regreso nos hizo pasar por el Mercado de Cardiff y allí nos metimos, ávidamente y en busca de algo caliente para comer. En el primer piso del Mercado, se encuentran varios puestos de comida, aunque también descubriríamos más tarde un par realmente buenos en la planta baja. Comer en el Cardiff Market puede ser rico, barato y típico al mismo tiempo, ya que existen variadas ofertas con precios amigables para almorzar. Tengan en cuenta que a la noche está cerrado. Los tradicionales pasteles rellenos con carne, morcilla o estofados variopintos son las opciones más recomendables, pero hay mucho más... Por tan sólo unas 6 libras esterlinas, uno puede irse realmente satisfecho después de vivir una experiencia gastronómica con sabores locales fascinante.

Al salir del Mercado, la noche se había devorado la ciudad. Volviendo al hotel pasamos por el Castle Arcade, un pasaje techado y precioso que se extiende en forma de L entre la High St. y la Castle St. y en cuyos interiores hay varios bares y restaurantes -entre ellos nuestro Wine Bar de cabecera que nombramos en párrafos anteriores de esta misma crónica-. Una vez en el hotel, el descanso sólo se vio interrumpido por una fugaz salida en pos de conseguir algo para cenar, con una parada express en el bar de vinos incluida.

Nuestra tercera jornada en Cardiff comenzó de manera muy amena, muy tranquila, lo que no es sinónimo de que hayamos dormido de más, ya que fuimos de los primeros huéspedes del hotel que aquella mañana nos sentamos a desayunar. Los desayunos británicos son verdaderamente vigorosos y para prueba de ello alcanza la foto que acompaña este relato unas líneas más arriba. La morcilla y los hongos son algunas de sus marcas distintivas, aunque debo hacer referencia a un producto que nos ha resultado espantoso y que todavía hoy me genera rechazo: la Marmite. Que cosa fea esta pasta untable a base de levaduras sobrantes de la producción de cerveza, popular sólo en Gran Bretaña por suerte, donde incluso genera una polarización entre los locales, amándola unos y odiándola otros. Yo me anoto entre los segundos.

El primer destino del día era el Bute Park, ese inmenso pulmón verde que ya hemos mencionado antes. Es verdaderamente grande el parque, razón por la cual decidimos perdernos en él sin una intención clara ni un itinerario definido. Esa displicencia nos llevó al extravío y a una salida no planificada sobre uno de los costados del boscoso parque que nos hizo emerger a la altura de la zona universitaria, sobre la North Rd., donde se encuentran las escuelas de arquitectura y de farmacia de la Universidad de Gales. Fue así, casi de casualidad, que llegamos hasta Alexandra Gardens, una prolija y rectangular plaza situada en una privilegiada ubicación del Centro Cívico de Cardiff, con un césped y canteros con flores muy cuidados. Pero lo mejor del parque son sus monumentos. En el centro, el protagonismo lo tiene el Monumento Nacional de Guerra de Gales, una estructura pétrea y circular en la cual es muy común encontrar coronas fúnebres de papel en memoria de los caídos en las numerosas guerras en la que participaron soldados galeses. Entre otros monumentos, hay uno en homenaje a los voluntarios galeses que resultaron muertos en la Guerra Civil Española y otro, muy significativo para nosotros, que es el Memorial de la Guerra de las Malvinas -Falkland para los británicos-, que recuerda a los soldados de la Welsh Guards que cayeron o resultaron heridos en el conflicto bélico que en 1982 enfrentó al Reino Unido y a la Argentina por la posesión de las Islas Malvinas, en el Atlántico Sur.


Desde Alexandra Gardens son sólo un par de cuadras las que permiten llegar hasta las puertas del Museo Nacional de Cardiff, el más importante del País de Gales. Dentro de sus muros, además de proponer un fascinante y divertido recorrido por la historia de Gales, también se encuentra el Museo Nacional de Arte, la National Gallery como le dicen aquí, en donde tuve la dicha de encontrarme con obras importantísimas de relevantes artistas a nivel mundial. Entre ellas, "El Beso" de Rodin me dejó fascinado. Rubens, Monet, Cézanne, Renoir y Van Gogh son sólo algunos de los fabulosos pintores cuyas obras decoran las paredes del museo.



Ya retornando a la zona del hotel, pudimos conocer también la fachada principal del Ayuntamiento, el Monumento a la Guerra Sudafricana y la Corte Galesa. Un pasadizo subterráneo nos dejó al otro lado de la North Rd., en la parte trasera del Castillo. Nos dimos una vuelta por el Mercado para probar algunos pasteles y guisados que no habíamos degustado en nuestras anteriores visitas y luego, nos retiramos a nuestros aposentos. Debíamos hacer las maletas. Mañana volábamos con rumbo a Dublín en Irlanda, para lo cual debíamos madrugar más que otras veces para poder tomar primero el tren y luego un bus que nos dejara en el Aeropuerto Internacional de Cardiff, a unos cincuenta minutos de distancia si uno acierta con los transportes y horarios más convenientes. Este Aeropuerto no es muy utilizado, siendo el de uso más común para llegar o partir de Cardiff el Aeropuerto de Bristol. Llegamos unas tres horas antes de la partida de nuestro avión, en un hall casi desierto, que nos hizo pensar en la existencia de una terminal aeroportuaria fantasma.

Itinerario primer día en Cardiff


Itinerario segundo día en Cardiff


Itinerario tercer día en Cardiff

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