Palacios, Abadías y Monumentos: Londres, Episodio Uno

La inmensa Londres se extiende a ambos lados del Támesis con una cotidianeidad frenética y cosmopolita, que desde los primeros pasos asombra con célebres edificios, museos y monumentos que recuerdan guerras y batallas y dejan a la vista la enorme herencia imperial de la capital británica.

por Diego Horacio Carnio

British Parliament

Aterrizamos en Gatwick, el más lejano de los seis aeropuertos con que cuenta la ciudad de Londres. Tocamos tierra inglesa en el mismo momento en que lo hicieron otros dos aviones provenientes de Bombay y Nueva Delhi, razón por cual tardamos el triple en concretar los trámites migratorios, en medio de una vorágine digna de un gigantesco hormiguero humano, entre turbantes y barbas entremezcladas con los bindis que lucen los entrecejos de las mujeres hindúes, que señalan el punto exacto del sexto chakra, que algunos vinculan también con el tercer ojo.

Fue una llegada colorida, salvo por la mirada poco amigable que nos regaló el oficial de migraciones al sellarnos el pasaporte, sobre todo al cruzar su vista con los sellos obtenidos en un viaje anterior a Ushuaia, en la Tierra del Fuego argentina, que mostraban las ya famosas siluetas de las Islas Malvinas en rúbricas que aludían a los eternos reclamos de soberanía sobre el archipiélago insular. No lo sabíamos aún, pero Malvinas iba a ser un elemento trascendente durante nuestro viaje por el Reino Unido.

Después de perdernos varias veces en las entrañas de Gatwick, logramos abordar el tren que en una hora recorrió la distancia que separa el Aeropuerto de la ciudad para dejarnos en Victoria Station, en pleno centro londinense. No eran aún las 20 hs. pero la oscuridad de la noche ya se había extendido sobre la invernal Londres. Decidimos ir en busca de nuestro hotel caminando, para estirar las piernas y tener un primer contacto personal con la ciudad. No teníamos ni una libra esterlina en el bolsillo, lo que dio también un fundamento económico a la larga caminata hacia Paddington, bonito barrio en el que se encontraban nuestros aposentos, en el interior del Queensway Hotel. Ese trajinar nos permitió conocer algunos lugares que de otra manera no creo que hubiésemos conocido, como la Lowndes Square Gardens. En el trayecto atravesamos el inmenso Hyde Park, donde nos encontramos con el Memorial del Holocausto. También, durante el paseo, nos topamos con las primeras cabinas telefónicas rojas y con los clásicos autobuses de doble piso londinenses.

Finalmente, llegamos a la que sería nuestra base en Londres. Teniendo en cuenta los precios que se barajan en la capital inglesa, tanto nuestro hotel como varios de los que abren sus puertas en la zona de Paddington, se convierten en excelentes opciones para hospedarse. Ya en nuestra habitación, descansamos un rato antes de salir a conocer los alrededores y buscar algún lugar para cenar, aunque el horario -eran cerca de las 22 hs- nos jugaba en contra. La oferta gastronómica londinense también complotaba contra nuestra primera experiencia culinaria en la ciudad, por lo que nos terminamos decidiendo por comer algo al paso en un carrito de shawarma que se encontraba a un par de calles del hotel, casi enfrente de la Estación Paddington del ferrocarril. Nuevamente en nuestra habitación, me quedé un rato mirando la calle por la ventana, que daba sobre un alargado espacio verde que luego sabríamos que se llamaba Sussex Gardens.

Era temprano al día siguiente, cuando salimos a la calle para empezar a conocer Londres. Tuvimos nuestra primera experiencia en el Undergound londinense -una inmensa red de subterráneos- para llegar a nuestro primer punto del día: Trafalgar Square. No olvidábamos que en algún momento deberíamos cambiar algunos Euros por la moneda local, aunque nos daríamos cuenta en los próximos días que el efectivo casi no se usa, encontrándonos una y otra vez con el fastidioso cartelito "Cashless" que avisaba a los desprevenidos que los billetes de libras esterlinas no serían aceptados, haciendo casi obligatorio el uso de las tarjetas de crédito o débito y el pago electrónico para casi todo.

Ya en Trafalgar Square, apenas emergimos del Underground, nos dio la bienvenida la famosa estatua del Almirante Nelson que domina  el lugar desde la altura gracias a la elevada columna que la sostiene. Un par de leones custodian al Almirante. Desde aquí, si no hay niebla ni smog, puede verse a lo lejos la Torre del Reloj, conocida popularmente como el Big Ben. Pero no nos adelantemos, ya que en la puerta de la bonita iglesia Saint Martin in the Fields nos esperaba nuestra guía para realizar un recorrido por las zonas más emblemáticas de Londres que serviría como introducción en esta enorme ciudad. Tuvimos tiempo de comer un tentempié en la cripta de la Iglesia, donde existe una cafetería que no sólo tiene buenos precios sino que permite comer algo en un escenario inusual. El reloj marcó la hora de inicio del tour, que comenzó con puntualidad inglesa. La guía nos llevó en un recorrido comentado que comenzó bajo la sombra del Almirante Nelson y siguió por la aristocrática Av. Pall Mall, donde tienen su sede algunos de los más famosos clubes de caballeros, donde los miembros de las clases acomodadas de Inglaterra se reúnen a tomar el té de las "five o'clock" o a beber brandy, según la hora. Si bien en estos tiempos parece una ridiculez hablar de clubes de caballeros en los que las mujeres no pueden ingresar, la tradición continúa vigente en varios de estos sitios, mientras que otros han sabido adecuarse al paso de los siglos.

Caminamos por la Pall Mall Avenue hasta llegar a Waterloo Place, pequeño espacio en medio del tráfico de buses de doble piso y automóviles, donde se levanta el macizo Memorial de la Guardia de la Guerra de Crimea. Más allá, al otro lado de la calle., se extiende un boulevard y se pueden observar las estatuas de Eduardo VII sobre su caballo y del Duque de York, de pie sobre una altísima columna, muy parecida a la del Almirante Nelson que habíamos visto en Trafalgar Square. De a poco, nos íbamos percatando de en cada rincón de Londres hay evocaciones a batallas, guerras y héroes militares, lo que sin dudas representa un cúmulo de reminiscencias sobre el pasado imperialista de los británicos. Cabe destacar que en Inglaterra, la mayor parte de los monumentos no son financiados por las arcas estatales, sino que se construyen por medio de la donación de los vecinos, un sistema que evidentemente ha permitido la existencia de cientos y cientos de estatuas, fuentes y reconocimientos esparcidos por toda la ciudad.



La caminata nos llevó hasta Saint James Palace y el Friary Court, donde pudimos admirar su arquitectura de estilo Tudor e informarnos que antaño fue una residencia real hasta que los aposentos de la monarquía se trasladaron a Buckingham a finales del Siglo XVIII, aunque aún hoy el edificio se sigue utilizando para que cada nuevo rey firme su designación ante el fallecimiento o la abdicación del monarca que lo precedió. A pocos metros de allí se inicia el sendero que rinde culto y memoria a la Princesa Diana, el cual recorre 11 kilómetros de la ciudad a través de parques y calles. Más adelante, por la Mall Av. nos esperaba el Victoria Memorial y detrás el Palacio de Buckingham, atestado de gente a pesar del intenso frío y de que no habría Cambio de Guardia hasta mañana. En sus orígenes, el Palacio era simplemente un Petit Hotel hasta que fue adquirido por el rey Jorge III, convirtiéndose en residencia oficial de la monarquía desde el reinado de la Reina Victoria hasta nuestros días. Hicimos las fotos de rigor y huimos del ajetreo por el St. James Park con rumbo a la Abadía de Westminster.

No tengo dudas de que uno de los sitios que no deben dejar de visitarse en Londres es la Abadía de Westminster. El ticket de ingreso es elevado -unos 29 euros por persona si mal no anoté en mi diario de viaje-. pero vale cada penique de lo que cuesta. Al valor histórico, religioso y arquitectónico del edificio, debemos sumarle que en su interior descasan eternamente algunos de los personajes más fascinantes de la humanidad, haciendo de la Abadía un inmenso y recargado cementerio en el que uno camina literalmente sobre los más de tres mil muertos que allí yacen. Sin darse cuenta, en cualquier momento uno puede estar con los pies codeándose con la tumba de personalidades como Sir Isaac Newton, Charles Darwin, Charles Dickens, Robert Browning o Stephen Hawking, sólo para nombrar algunos. El Santuario de San Eduardo el Confesor y las sepulturas de numerosos reyes y reinas también se encuentran bajo los techos de Westminster, así como la infaltable Tumba al Soldado Desconocido.



La Abadía tal como la conocemos hoy comenzó a construirse en el año 1245, pero algunos de sus cimientos datan la década de 1040, cuando Eduardo el Confesor -sus restos también descansan en la Abadía- ordenó construir allí un templo del que hoy sobreviven algunos arcos y columnas. Este detalle permite asegurar que todas las coronaciones de monarcas ingleses y británicos desde el año 1066, tuvieron lugar en Westminster, así como muchas de las bodas reales que se festejaron a lo largo de casi mil años. De hecho, la Silla de la Coronación puede observarse en el interior de la iglesia, protegida en un recinto por un vidrio blindado, de que sólo se la saca para coronar al nuevo monarca, tal como se hizo con todos los reyes y reinas coronados en los últimos 700 años. La Capilla de la Fuerza Aérea es otro de los rincones imperdibles que se esconden dentro de la Abadía de Westminster. 



Silla de la Coronación, Abadía de Westminster

Por fuera de las naves centrales y laterales del templo, hay también mucho para ver. Las galerías del Claustro son muy bellas y conectan con la antigua Sala Capitular que data del año 1250 aproximadamente. Esta Sala octogonal, rodeada de bancos de piedra, se centra en una columna de ocho fustes que sostiene el techo abovedado. Un dato no menor es que la puerta de madera maciza de la Sala fue construida hacia el año 1050,  lo que la convierte en la puerta más antigua de toda Inglaterra. Los góticos pasillos del Claustro llevan también al College Garden, un vistoso jardín con mucho verde desde donde se obtiene una buena vista de la Torre Victoria, una de las dos que muestra el Parlamento británico.

La salida de la Abadía se efectúa por la fachada principal, la más icónica del templo, donde se sitúan las dos torres en aguja que aparecen en todas las postales. En la plazoleta se levanta desde 1861 el Memorial del Motín de Crimea y la India, que recuerda a quienes habiendo estudiado en la Escuela de Westminster, perdieron la vida en los conflictos de Crimea y en los levantamientos hindúes de 1857 y 1858. Enfrente, Deans Yard también merece una visita.

Nuestro camino continuó por la Parliament Square Garden, donde nos llamaron la atención algunas de las estatuas que allí conviven, todas guardando el tamaño real de la persona a la que muestran. Pudimos conocer así a las versiones metálicas de Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Benjamin Disraeli y Sir Winston Churchill. A los pies de Churchill obtuvimos una buena panorámica de la Torre del Reloj del Parlamento.

No demoramos mucho en seguir a la manada y cruzar hacia las veredas del Parlamento. Nos acercamos de a poco a la Torre del Reloj, que restaurada recientemente lucía brillante y orgullosa. Popularmente, a esta Torre también se la menciona como el Big Ben, aunque para ser precisos debemos aclarar que ese apodo refiere a la enorme campana que vive dentro del reloj y que pesa unas 14 toneladas. Desde el 2012 su nomenclatura oficial cambió y pasó a llamarse Elizabeth Tower, en honor al jubileo de diamantes de la reina Isabel II. El ingreso a la Torre no está permitido para extranjeros, mientras que si algún ciudadano británico deseara escalar sus 334 peldaños deberá realizar antes un engorroso trámite solicitando el permiso del Parlamento.  No son pocos los que aseguran que el Reloj del Parlamento es el más famoso del mundo y puede que tengan razón. Son siete los metros que tiene cada uno de los cuatro relojes de la Torre, cuyas agujas empezaron a correr en mayo de 1859 y no se detuvieron ni siquiera con los bombardeos que los alemanes lanzaron sobre Londres en la Segunda Guerra Mundial. La puntualidad del Big Ben casi nunca se ha visto alterada.

La mejor vista completa del Parlamento, que incluye tanto a la Torre del Reloj como a la Torre Victoria, se obtiene del otro lado del Támesis, así que cruzamos el Puente de Westminster y nos quedamos observando el histórico edificio desde la otra orilla del río por un buen rato, para luego acercarnos al famoso London Eye, que quizá sea la noria más fotografiada del planeta y es la más alta de Europa. Pero sus tickets son carísimos y la fila para acceder es extremadamente larga. El tiempo en Londres es siempre escaso y no íbamos a perderlo subiendo a un mecánico artefacto giratorio.


La luz londinense, que nunca es mucha, empezaba a desvanecerse. Valentín tenía intenciones de comprar algunas medallas de la Primera Guerra y nos habían recomendado visitar para tal efecto las casas de anticuarios y coleccionistas situadas sobre Cecil Court. Cruzamos nuevamente el Támesis a la altura del Parlamento y bordeando el río nos encontramos con el Monumento Memorial a la Batalla de Inglaterra, que enaltece a aquellos que lucharon en el aire contra los aviones alemanes en los bombardeos que los nazis pensaron como el inicio de una invasión a gran escala de Gran Bretaña. El Monumento excede a la mera figura de los aviadores británicos e introduce en el relieve a las mujeres que trabajaban en las fábricas de municiones, a los vigías y observadores que buscaban en los cielos a los aviones enemigos, al personal técnico en tierra, a quienes tenían a cargo las defensas antiaéreas y a los bomberos que sofocaban el fuego provocado por la bombas incendiarias alemanas.


Subiendo dos calles desde la orilla del Támesis, el camino hacia la zona de los anticuarios nos hizo tropezar con el Monumento al Soldado Gurkha, que nos trajo a la memoria la participación en Malvinas de estas brigadas de soldados nepaleses que pelean junto a las fuerzas británicas desde 1815. Caminamos unos metros más y ante nosotros aparecieron las puertas del Horse Guards Parade, cuartel de la Guardia Montada del Rey. Este edificio, custodiado por guardias de pie y a caballo, existe desde los tiempos de Enrique VIII y continúa siendo el sitio en donde cada año se festeja un nuevo aniversario del natalicio del soberano. El lugar saltó a la primera plana de los diarios del mundo cuando en 1991, la residencia oficial del Primer Ministro ubicada en el 10 de Downing Street fue atacada por morteros lanzados por miembros del Ejército Republicano Provisional de Irlanda (EIRE) desde un auto estacionado justamente dentro del Horse Guards Parade. Desde entonces, ya no se permiten autos en las inmediaciones.

Remontamos la transitada Whitehall y llegamos nuevamente a Trafalgar Square, donde unas cuantas horas más temprano habíamos comenzado la travesía de nuestra primera jornada en Londres. Un rato después, ya estábamos buscando en los distintos locales de Cecil Courts las medallas tan deseadas por Valentín. Cecil Courts es muy pintoresco y llegar hasta allí nos permitió adentrarnos en el barrio de Covent Garden y conocer sus fabulosas calles. Ingresamos en un par de negocios de antigüedades, pero la suerte con las medallas buscadas nos fue esquiva, ya sea por la carencia de las mismas o por su precio. Pero la tercera fue la vencida y Valentín pudo llevarse en el bolsillo un par de esas preseas bélicas.

Retornamos al hotel ya de noche y con mucho frío. Apelamos nuevamente al Underground para sortear el camino de regreso a Paddington. Nos bañamos, nos abrigamos y nos fuimos en busca de un lugar para comer algo rico. Por un momento nos olvidamos de la floja gastronomía local, pero al recorrer el barrio y chocarnos una y otra vez con el cartelito de "Fish and Chips", decidimos sentarnos a la mesa del pequeño y acogedor Ristorante San Marco para disfrutar de unas ricas pastas y ponerle punto final a esta primera jornada en la capital británica.

Itinerario del primer día en Londres



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