Trieste, tras las huellas de James Joyce en los confines de Italia

Ciudad de cafés notables, refugio de escritores y siempre disputada por diferentes naciones, Trieste se esconde en la geografía europea en su golfo homónimo, allí donde culminan las tierras italianas y las aguas del Mar Adriático.

por Diego Horacio Carnio

Llegar hasta Trieste fue toda una odisea, no tanto porque sea dificultoso conseguir transporte -hay trenes, buses e incluso ferrys-, sino porque sus horarios no son los mejores. Por costos y tiempos, nuestro deseo de hacer el trayecto entre Venecia y Trieste en tren se vió sustituido por un micro de la empresa Flixbus, excelente y económia opción para traslados que se puede utililizar en casi toda Europa. Llegamos a la ciudad ya de noche y caminamos las cuadras que separaban la Terminal de Buses de nuestro Hotel, el bonito y bien ubicado Nuovo Albergo Centro.

Debo decir en este segundo párrafo, que la idea de visitar Trieste -un destino no tan habitual en las rutas de viaje más tradicionales-, se debió a varias razones, pero principalmente a la intención de conocer la ciudad que vio nacer a mi nonno allá por 1919 y respirar, aunque sea simbólicamente, el mismo aire que llenó sus pulmones por primera vez hace ya más de cien años atrás. A ese noble cometido se sumaban otros, como intentar dar con la oficina de legalizaciones para tramitar la actualización de la partida de nacimiento de mi abuelo y el hecho de estar Trieste ubicada en el camino indicado para adentrarnos en Eslovenia y de allí recorrer varios puntos de la Europa oriental. Pero amén de todos estos motivos, es justo aseverar que la ciudad nos maravilló con sus cafés notables, sus historias de guerras y de escritores y poetas, su mar bravío y su invierno tormentoso y frío. ¿La conocemos juntos?

Nuestra primera noche en Trieste sirvió para estremercernos con la furia del Adriático, a cuya costa nos acercamos una vez que dejamos las maletas en nuestra habitación. Ese primer paseo por las calles oscuras de la ciudad fue sensorialmente mágico y espotáneo, con la mística que le agregaba ser la ciudad natal de mi abuelo. A un par de cuadras del hotel tuvimos nuestra primera sorpresa, ya que sobre el puente que cruza el Canal Grande di Trieste, entre los muchos bares que hay en la zona, nos encontramos con el famoso escritor irlandés James Joyce, cuya estatua en tamaño real lo ubica caminando en ese mismísimo punto. Vale aquí recordar que el autor del Ulises vivió en Trieste durante 16 años, entre 1904 y 1920, cuando la ciudad pertenecía al Imperio Austrohúngaro, período en el que escribió varios de sus relatos publicados más tarde bajo el título de Dublineses, además de aventurarse a redactar su obra más famosa, interpretada por el antihéroe Leopold Bloom.

La vía Roma nos condujo, en medio de la noche y bajo una lluvia que amenzaba con convertirse prontamente en furiosa tormenta, hasta la Piazza della Borsa, donde sentado en un banco y leyendo un libro nos esperaba el famoso poeta Gabrielle D`annunzio, célebre literato y héroe de guerra italiano, uno de los fundadores del cuerpo de elite conocido como los Arditti y creador del Estado Libre del Fiume que existió entre 1920 y 1924, pero por sobre todas las cosas una controvertida figura a partir de su nacionalismo exacerbado y sus relaciones con el fascismo de Benito Mussolini.

Dejamos al soldado poeta y a unos pocos metros de distancia y ya casi frente al mar, nos sentamos a una de las mesas del notable Caffé Tommaseo, que forma parte del circiuto de cafés y confiterías históricas de la ciudad y es el más antiguo que aún tiene abiertas sus puertas al público, las cuales inauguró en 1830 para convertirse rápidamente en un lugar de culto y encuentro para intelectuales y protagonistas del Risorgimento Italiano. Unas copas de vino y unos canapés fueron parte de la velada.

Cruzamos luego la Riva Tre Novembre e hicimos contacto con las agitadas aguas del Adriático, en momentos en que el viento y la tormenta realmente se presentaban aterradores, por lo que caminar por el Molo Audace -un muelle de piedra del siglo XVIII- fue toda una osadía. Empapados por la luvia y por la rompiente de las olas contra la costa, nos acercamos hasta unas esculturas de figuras humanas en tamaño real que, en el ambiente de la noche borrascosa, cobraban enorme significancia. Una de ellas es Le Ragazze di Trieste, un soldado abanderado que emerge de las aguas marinas por una escalinata y que se encamina hacia la Piazza Unitá d`Italia, situada enfrente. En el mismo lugar e integradas al mobiliario urbano, están las estatuas de un grupo de niños felices que contemplan tanto la ciudad como el mar.

Era tarde, estábamos mojados y casi congelados, así que decidimos emprender el regreso al hotel y dejar para mañana los lugares que vimos y que no vimos hoy. Camino a nuestros aposentos, encontramos una pizzería abierta donde probamos una excelente fainá que ofició de cena, mientras nos interiorizábamos un poco más sobre la historia de la ciudad, que cambió de "entidad propietaria" varias veces con el correr de los años. En el siglo XVIII fue puerto y única salida al mar de Austria, incorporándose más tarde al Imperio Austrohúngaro. Recién tras la Primera Guerra Mundial, Trieste pasó a manos italianas.

El desayuno se sirvió temprano en el Hotel y antes de las 8 de la mañana ya estábamos nuevamente en el ruedo, caminando por las veredas de Trieste. Iniciamos el día con la búsqueda de la oficina correcta para llevar adelante la certificación de la partida de nacimiento del nonno, búsqueda que nos consumió un par de horas hasta dar con el sitio indicado, pero no con el día, ya que era martes y los martes la dependencia indicada no tenía atención al públíco. Más allá de las buenas intenciones del personal del Ayuntamiento, el trámite no pudo concretarse, cinrcunstancia que será motivo para regresar pronto a la bella Trieste.

Frente a las oficinas del Centro Cívico se haya el Teatro Romano di Trieste, un anfiteatro que se visita gratuitamente desde el exterior, obteniéndose una buena vista general del sitio. Si uno desea visitarlo más intimamente debe enviar una solicitud por correo electrónico, lo cual suele resultar engorroso. Este Teatro, que data de principios del Siglo II, se recuperó en 1938, cuando su estructura quedó a la vista luego de la demolición de unas casas que lo ocultaban. Vale la pena darse una vuelta por aquí, ya que las ruinas se conservan muy bien en lo que podemos considerar como un valioso museo a cielo abierto.

       

Otro valioso lugar por el que ya habíamos pasado de noche pero volvimos con la luz del sol fue la Piazza Unitá d`Italia, rodeada por lujosas palacetes que hoy son utilizados comos sedes gubernamentales y burocráticas. La Prefettura de la ciudad, otrora Palazzo della Luogotenenza Austríaca es uno de ellos que, en la búsqueda del trámite antes mencionado, tuvimos la posibilidad de entrar y conocer, algo que vale mucho la pena. Otro de estos edificios es el Palazzo del LLoyd Triestino, antigua sede de la empresa naviera líder de la región hoy convertido en oficinas del estado. 

En la Piazza Unitá d`Italia hay tres detalles más que no hay que perderse. El primero es la Fontana de los Cuatro Continentes, del escultor bergamesco del siglo XVIII Giovanni Battista Mazzoleni. Esta vistosa fuente no incluye a Oceanía en sus homenajes continentales -por eso son 4 y no 5-, pero además guarda la historia de su desmantelación en 1938 con motivo de la visita del Duce Benito Mussolini, para despejar la Piazza de obstáculos que puedan entorpecer a las aduladoras masas fascistas. La escultura volvió a su sitio recién en 1970.



El segundo de los detalles es el pintoresco Caffé degli Specchi -Café de los Espejos-, otro de las notables confiterías de Trieste, situado en lo que fuera el Palazzo Stratti, construido en 1839, donde sentarse a beber un refirgerio comer alguna de las especialidades de su menú es siempre un placer.

Por último, al menos en esta breve crónica, les recomiendo no perderse ningún detalle de las luminarias de la Piazza, con artísticas alegóricas a la historia de la ciudad y a su italianización después de la Primera Guerra Mundial.

De manera muy tranquila, caminamos luego por el contorno de la costa marítima hasta el puerto, visitando en el itinerario varios muelles y el Salone degli Incanti, sito en el edificio de la antigua pescadería central de Trieste, hoy convertida en un fascinante Centro de Exposiciones de Arte Moderno y Contemporáneo que realmente vale una visita.

Ya de regreso, con el mapa de los mejores cafés históricos de Trieste en la mano, decidimos entrar al ubicado en el lobby del voluptuoso y elegante Savoia Excelsior Palace Hotel para sentarnos a la mesa de su notable Le Rive Lounge Bar, donde disfrutamos unos ricos Cappuccinos en un fantástico ambiente decimonónico, con la mirada perdida en el mar a través de los enormes ventanales del salón.

Mucho hay para ver en Trieste y el tiempo predeterminado para este destino nos pareció escaso, por lo cual deberemos volver en algún momento para seguir recorriendo sus calles, conociendo su gente y visitando sus ilustres cafés... También, para visitar el famoso Castillo de Miramar, ubicado a unos cuantos kilómetros del centro y lugar de residencia del emperador Maximiliano de México antes de su partida al país azteca. Pero ya es momento de adentrarnos en algunos de los países de la Europa Oriental, el primero de los cuales será Eslovenia. Allí nos vemos en el próximo episodio de este gran viaje.


 

Comentarios

  1. Bello Trieste... Tan bello y tan lejano se podría decir...

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  2. Hermosa Burdeos por si historia y por sus vinos. Burdeos bien vale una misa.

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    1. Triste y Burdeos son dos imperdibles del Viejo Mundo

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    2. Son dos lugares fantásticos en Europa y no tan visitados como uno suele creer.

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