Budapest, la Perla del Danubio
Sobreviviente de asedios y de guerras, Budapest aún conserva el esplendor de sus tiempos de gloria, que hacen de la capital húngara una de las urbes más elegantes e interesantes del Viejo Mundo
por Diego Horacio Carnio
Una furiosa tormenta eléctrica nos recibió en el anochecer de Budapest, al arribar pasadas las 22 hs a la Estación de Buses de la ciudad, ubicada en el barrio de Népliget. Algo perdidos entre la lluvia y la oscuridad, el idioma y el cambio de moneda no ayudaban -en Hungría se utiliza el Florin-, ya que la lengua local es indescifrable y no teníamos ni un solo florín en nuestros bolsillos, razón por la que debimos cambiarle un puñado de euros al guardia de la estación para al menos poder abonar el traslado hasta el hotel. Un rato después, dimos finalmente con la parada del bus urbano que nos acercaría hasta el Hotel Rumor, nuestra morada en la capital húngara. Estos primeros momentos en Budapest fueron vertiginosos, al punto de sentir que estábamos moviéndonos casi a ciegas por la ciudad, con los celulares sin batería y sin acceso a Google Maps, lo que sumado a todo lo que les contaba antes, hizo que percibiéramos nuestra llegada al hotel casi como un milagro. La tormenta no cesaba, era tarde y hacía muchísimo frío, por lo que decidimos comprar unos quesos y algo de pan y cobijarnos al ámparo de nuestra habitación.
A la mañana siguiente, si bien la lluvia continuaba cayendo, lo hacía en minúsculas gotas que casi no mojaban, por lo cual salimos armados con nuestros paraguas a conocer esta magnífica ciudad que alguna vez, allá en el tiempo, fue en realidad dos ciudades: Buda y Pest. Sin querer adentrarnos demasiado en cuestiones toponímicas, vale como dato saber que esas dos ciudades se unieron en una sola a partir de 1873, aunque existen registros del nombre Budapest al menos desde 1831. Sea como fuera, lo que hoy es Budapest tuvo su fundación en tiempos prerromanos, cuando los celtas llamaron Aquincum al iniciático asentamiento. Las primeras tribus húngaras llegaron a esta zona en algún momento del siglo XI, a partir del cual la ciudad creció y fue ganando importancia geopolítica hasta convertirse, en el siglo XIX, en una de las capitales del poderoso Imperio Austrohúngaro.
Volviendo al presente y a nuestro viaje, lo primero que hicimos fue rendirle homenaje en su estatua a la famosa Emperatriz Sisi -apodo transaformado en Sissi a partir del filme biográfico del director Ernst Marischka-. Sisi fue una de las últimas grandes emperatrices de Europa y aunque su matromonio con el emperador Francisco José no la hizo del todo feliz, su rebelde personalidad la convirtió en una persona muy querida por el pueblo húngaro ya que fue gracias a ella que Budapest pudo convertirse en la segunda capital del imperio. La muerte de su hijo el príncipe Rodolfo, en 1889, la sumió en una profunda depresión de la que nunca se recuperaría. Finalmemente, en 1898 y en Ginebra, la emperatriz encontraría la muerte a manos de un anarquista italiano que no dudó en asesinarla con un estilete cuando la vió paseando tranquilamente por las orillas del lago Lemán. Los restos de Sisi se encuentran en la Cripta Imperial de Viena, la cual más tarde visitaríamos al pasar por la capital austríaca, lugar del cual les contaré en una próxima crónica.
Habiendo rendido el homenaje correspondiente, volvimos sobre nuestros pasos hasta la Plaza de Erzsébet, que se encontraba frente a nuestro hotel cruzando la calle. Allí se yergue sobre el horizonte el Budapest Oriáskereke, una gigantesca noria cuyos tickets salen unos 12 euros.
Como aún era temprano y todavía no habíamos desayunado, decidimos visitar el Café Gerbeaud, uno de los cafés más ilustres de Budapest. Ubicado sobre la coqueta Plaza Vörösmarty Tér y a unas tres manzanas del Río Danubio, el Gerbeaud es una de esas confiterias que no se olvidan fácilmente, en cuyos mostradores se exhiben macarons de todos los colores y distintas piezas de pastelería dignas del paladar más goloso y exigente. Allí disfrutamos de unos Crepés de Gerbeaud que estaban muy interesantes, pero para más opciones pueden visualizar el menú. Debo decirles que desde el exterior el lugar no ofrece demasiadas expectativas, pero que el interior supera a cualquiera de ellas ampliamente. ¿Qué más contarles sobre este hermoso café? Puedo decirles que abrió sus puertas el 14 de octubre del año 1858 y que sobrevivió a las dos guerras mundiales y al período comunista, aunque en esos años de influencias soviéticas el local pasó a manos del estado.
Era hora de entrevistarnos con el famoso Danubio y hacia allí fuimos, encontrándonos cara a cara con el curso de agua a la altura del Puente Elizabeth o Puente de Sisi, estructura colgante que data de principios del siglo XX. Desde allí bordeamos el río por un largo rato, pasando por el famoso Puente de las Cadenas y llegando finalmente al Puente Margarita. En el trayecto, tuvimos un primer contacto visual con muchos de los edificios más célebres Budapest, entre ellos el Parlamento, el Castillo de Buda y el Bastión de los Pescadores. Pero antes de referirme a esos lugares emblemáticos, quiero hacer referencia a un sitio conmemorativo que llama a la reflexión...
Muchos de ustedes sabrán que la historia reciente de Budapest esta signada por las profundas cicatrices que dejó en ella la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, algo de lo que hablaremos con mayor profundidad párrafos más adelante. Pero déjenme decirles que si caminan por la costa del río, metros antes de llegar al Parlamento, van a encontrarse con un lugar conmovedor: el Monumento de los Zapatos en la orilla del Danubio. Este sitio está dedicado a la memoria de los cientos de judíos que fueron asesinados y arrojados a las aguas del río por los fascistas húngaros del Partido de la Cruz Flechada y luego, directamente por los nazis que ocuparon la ciudad. Los zapatos son un emblema ya que antes de fusilar a las víctimas dispuestas de manera tal que sus cuerpos cayeran al río, se los hacía descalzar para aprovechar los zapatos en épocas bélicas donde éstos escaseaban.
Luego de la obligada y necesaria reflexión ante los zapatos, nos dirigimos al Parlamento para conocer sus interiores. Las entradas para la visita guiada se encuentran disponibles en varios idiomas y se adquieren en el mismo edificio o en su página web. Como la visita en español comenzaba a las 14 hs, aprovechamos el tiempo para ir a almorzar en algunos de los bonitos bistró de los alrededores. Elegimos sentarnos en una de las mesas de Elysée Bistró & Kávéház, donde además de disfrutar de un guisado picante, pude deleitarme con un vino Tokaji, el más tradicional y tìpico de los vinos húngaros. En este caso -porque habrá más-, se trató de un Kvaszinger Sárga Muskotali Dry, con uvas provenientes de la región de Tokaj Hegyalja, siendo ese el lugar original de la Denominación Tokaji.
El tiempo pasó volando y no habíamos llegado ni a los postres cuando nos percatamos de que ya teníamos que estar en las puertas del Parlemento para conocer este impresionante edificio neogótico por dentro. Construido entre 1884 y 1902, sus exteriores son muestra de la grandeza de la ciudad en aquella época y sus interiores están decorados principalmente en mármol y oro. El corazón del Parlamente late en la Sala de la Cúpula, donde se encuentran exhibidas algunas de las reliquias más valiosas de la nación húngara, como lo son la Corona de San Estaban, su Cetro, su Espada y su Orbe Imperial. No está permitido fotografiar ninguno de estos objetos. De hecho, no se permiten ni tomas fotográficas ni filmaciones de ningún espacio del Salón de la Cúpula, custodiado las 24 horas por agentes especialmente entrenados para esa función. La Corona de San Esteban, con su cruz doblada, es un símbolo que luego uno encontrará en distintos puntos de la ciudad, como por ejemplo en ambos lados del Puente de Margarita. Sin dudas, visitar el Parlamento es una de esas cosas que no deben dejar de hacerse bajo ninguna circunstancia si uno esta en la capital de Hungría.
Con los ojos atiborrados de lujo, salimos nuevamente al mundo exterior y emprendimos el cruce del Danubio a través del Puente Margarita, no sin antes conocer el Monumento al Conde István Tisza, uno de los mas queridos próceres de Hungría y la estatua a Imre Nagy, uno de los gobernantes durante la época comunista del país. Pero volvamos a nuestro itinerario que aún nos falta un largo recorrido... Cruzar el Puente Margarita, construido entre 1872 y 1876 y uno de los más largos que atraviesa el Danubio, es una aventura caótica, sobre todo por el tráfico y el ruido que impera en su traza. A mitad del cruce, uno puede encontrarse con le Isla de Margarita, paseo recomendado para primavera o verano pero no para tiempos invernales. Ya del otro lado del río, en lo que sería la antigua ciudad de Buda, comenzamos a caminar hacia la zona del Castilllo, siguiendo el curso del agua y desviándonos en algunos momentos para conocer un poco las arterias más comunes y menos turísticas de la ciudad. Recuerdo que esas calles poco vistosas nos regalaron la anécdota de poder narrar que tomamos un café en un bar tan pequeño que tan sólo tenía una mesa...
Desde este lado del río, según el momento del día y la ubicación del sol, uno puede obtener soberbias tomas fotográficas del Parlamento y de los puentes que surcan de orilla a orilla el Danubio. El sol se ocultó mientras recorríamos esta parte de la ciudad y al llegar a las inmediaciones del Castillo de Buda nos encontramos puntualmente con la guía que nos acompañaría en nuestro recorrido nocturno por ese histórico sitio de Budapest.
La cita con la gúia de habla hispana tuvo lugar en el Monumento al Kilómetro Cero, lugar en el que nacen todas las carreteras húngaras. Desde allí, a un costado la vista se deslumbra con el Puente de las Cadenas y al otro con el mismísimo Castillo, al que se accede tanto por un funicular como a pie, combinando la subida con algún tramo en ascensor. Fue esta segunda opción la elegida por nosotros, así que nuestros pasos nos fueron elevando lentamente y a medida que subíamos las vistas noctámbulas sobre Budapest se hacían cada vez más bellas.
El Castillo de Buda ha sido la residencia de los reyes húngaros y de los emperadores austrohúngaros cuando se encontraban en la ciudad. Su construcción inicial data del siglo XIV, pero sus reconstrucciones, reformas y ampliaciones han sido muchas, lo que permite afirmar que el Castillo, tal como está, fue terminado en 1904. Pero en este sentido debemos agregar el edificio sufrió enormes estragos durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en los momentos en que los nazis comenzaron su retirada ante el avance del Ejército Rojo, causando destrozos en toda la ciudad y particularmente en el Castillo, que debió ser atacado fuertemente con fuego aéreo y de artillería por los soviéticos para provocar la rendición final de los alemanes. Por estos motivos, aún hoy, el Castillo de Buda continúa con partes en reconstrucción, aunque su esplendor ha sido prácticamente recuperado de manera completa, aunque con los percances que el estilo neoclásico impuesto por el nuevo gobierno comunista de la posguerra a su decoración y a sus alegorías históricas y monárquicas.
La visita al Castillo con guía vale la pena, ya que sus relatos permiten realmente conocer leyendas y rincones que de otra manera quedarían en el insípido universo de lo ignorado. Nosotros optamos por contratar el Free Tour nocturno en Civitatis, donde podrán encontrar muchas otras alternativas para hacer en la capital húngara. Pero continuemos recorriendo el Castillo. Sobre la fachada externa, por ejemplo, se levanta mirando a la ciudad la estatua ecuestre del Príncipe Eugenio de Saboya, oficial del Sacro Imperio Romano Germánico que liberó a Hungría de los turcos, motivo que le valió el tratamiento de héroe en estas latitudes. Ingresamos luego a la Plaza Hundayi-udvar para detenernos frente a la Fuente del Rey Matías -Mátyás-kut en el idioma local-, obra del escultor Alajos Stróbl creada en 1904. ESta fuente es uno de los sitios más fotografiados de Budapest y representa al joven monarca descansando sobre un manantial en medio de una jornada de caza. Tan venerada es esta fuente en Hungría que no son pocos los que la llaman como "la Trevi de Budapeste".
Tras atravesar un inmenso pórtico llegamos al Patio de los Leones, centro neurálgico del Castillo que, como su nombre lo indica, se encentra custodiado por estatuas que representan a esos feroces felinos. Además del valor arquitectónico y cultural de este espacio, la huellas de la historia aún están presentes en sus muros, que muestran las heridas de las balas de la II Guerra Mundial en sus cementos y estucos.
Abandonamos el Patio de los Leones y también el Castillo de Buda para introducirnos en el fascinante barrio medieval de Budapest, que se extiende en las mismas colinas donde se ubica el castillo y es de una inmensa riqueza testimonial, camino en el que además pudimos conocer el Palacio Presidencial, que alberga tanto las oficinas como los aposentos del primer mandatario húngaro, aunque en la política del país es más importante la figura del Primer Ministro que la del Presidente, la cual guarda un carácter meramente simbólico.
Ya en el barrio antiguo de Budapest, cada callecita invita a un viaje en el tiempo y al desafío de creer o no creer algunas de las cosas que allí sucedieron con el correr de los siglos. Por ejemplo, se dice que el Conde Drácula en persona estuvo prisionero en los laberintos subterráneos que se encuentran debajo de las casas y calles del barrio, algo que puede o no que haya sucedido y sobre lo cual no hay acuerdo entre los historiadores. Si quieren convencerse de entrar o de no hacerlo, pueden chusmear haciendo click aquí. En nuestro caso, seguimos de largo. Muy cerquita se conserva como museo la casa en la que nació el famoso escapista e ilusionista Harry Houdini. El Museo Houdini es un punto de encuentro de magos y amantes de lo increíble que llegan de todas partes del mundo y si los trucos y pases de magia te atrapan, éste es tu lugar.
Nosotros, con algo de lluvia cayendo en nuestros paraguas, decidimos continuar camino hacia el Bastión de los Pescadores, pero antes nos detuvimos a observar la Estatua Ecuestre del András Hadik, levantada en 1937 para honrar la memoria de quien fuera entre 1774 y 1790 el principal líder militar del país. Pero este monumento esconde una leyenda que lo hace muy interesante: desde 1950 a esta parte existe la creencia que acariciendo los testículos del caballo uno se asegura un deseo, el cual generalmente para los tursitas es volver algún día a Bidapest. La tarea no es sencilla, ya que treparse al pedestal es bastante complicado, algo que puedo decir por experiencia propia.
Doblando a la esquina los ojos son sorprendidos por la silueta lejana pero inmensa de la Iglesia de Matías, llamada así en honor al rey Matías Corvino, aunque deben tener en cuenta que sus puertas abren de 9 a 17 y que las entradas se adquieren vía web en su sitio oficial. Si bien el actual templo data de la segunda mitad del XIX, todo indica que fue construido sobre los cimientos de la capilla que el rey Béla IV ordenó levantar hace más de mil años, en el 1015 de nuestra era. El reducto religioso presenta un campanario en punta muy alto y a sus puertas se erige una Santísima Trinidad, que es una plegaria monumental que se levantaba en muchas ciudades para recibir protección divina ante algunas de las pestes que solían azotar a Europa. Nos llamó mucho la atención este estilo de rogar al cielo, pero sería algo que encontraríamos presente más adelante en muchas de las ciudades que visitaríamos en este lado del Viejo Mundo.
Vecino al templo de Matias se encuentra el impresionante Bastión de los Pescadores, una fortaleza que data de fines del XIX y cuyas siete torres representan a las siete tribus magiares que se establecieron en estas tierras en el siglo IX. En la actualidad, el Bastión ofrece un hermoso paseo y lo que para muchos son las mejores vistas elevadas de la capital de Hungría.
Era tarde, estábamos cansados, algo mojados por la lluvia y bastante lejos del hotel. Todos esos motivos nos inclinaron a abordar un bus urbano que nos acercara a las inmediaciones de nuestras camas. Con la ayuda de la guía pudimos dar con el transporte indicado y hacía allí nos fuimos a descansar después de una larga y fructífera jornada.
Apenas amaneció, nos fuimos a desayunar el esplendoroso Café New York, otro de los cafés ilustres que hay que conocer si uno pasa unos días en Budapest. Ubicado a unos diez minutos andando desde el hotel, tanto el edificio que lo alberga como sus interiores son impresionantemente hermosos. La construcción de lo que hoy es el Boscolo Hotel de Budapest fue concluida en 1895 y en sus inicios era una empresa de seguros llamada New York, nombre que heredaría el café que está en una de sus esquinas desde entonces. Los barrocos salones interiores son magníficos y parecen extraidos de algún cuento de fantasía. Todo es rico en el Café New York, pero sin dudas lo mejor es sentirse dentro de una obra de arte. En serio se los digo... no dejen de pasar por este lugar al menos para verlo y luego seguir de largo.
Con el paladar contento nos fuimos al encuentro de Oläf, nuestro guía del Free Tour de la II Guerra Mundial nos llevó en un recorrido por interesantes y trágicos lugares de Budapest que tuvo su inicio en la Gran Sinágoga, el templo más importante de la inmensa comunidad judía que habita en la ciudad que fue construido en estilo arábigo a mediados del siglo XIX. Su tamaño la ubica en el segundo lugar en el mundo en cuanto a dimensiones. Si uno observa atentamente la entrada al templo, se dará cuenta que su disposición difiere del trazado de la calle, lo que se debe a la regla tradicional de que todas las sinágogas deben mirar al este, hacia Jerusalén. Más allá de la admiración que suscita la Sinágoga, creó que es el Cementerio ubicado en su patio interior el lugar que más me conmovió, creado por las atrocidades nazis en contra del pueblo judío llevadas adelante durante la ocupación alemana de la ciudad. Aquí, quiero contarles que en Budapest y hacia el final de de la guerra, en noviembre de 1944, se dispuso la instalación de un gueto para reubicar a la población judía, donde las privaciones, el hambre y el maltrato provocaron aberrantes cantidades de muertes cuyas víctimas debieron ser enterradas en este sitio interno de la Sinágoga. El gueto fue liberado en enero del `45, pero para ese momento ya eran miles los cuerpos que se acumulaban en las veredas y parques, muchos de ellos congelados por el frío del invierno. Gran parte de esos cadáveres son los que hoy están sepultados en fosas comunes en el patio de la Gran Sinágoga de Budapest.
Nos sorprendió no encontrar demasiados recordatorios a víctimas judías en las calles, lo que seguramente se deba al perfil colaboracionista que tuvo Hungría para con las fuerzas del Eje durante la contienda, alineándose detrás del regimen hitleriano. Si pudimos ver el Monumento el Gueto de Budapest, expuesta sin mucha pompa en uno de los muros que lo limitaron en los duros tiempos de la guerra. Visitamos también, ingresando a un viejo edificio abandonado, los restos del verdadero muro construido para encerrar en el gueto a los judíos húngaros, una experiencia verdaderamente escalofriante cuando uno se imagina el sufrimiento de quienes vivieron el holocausto en carne propia.
Culminado el recorrido matutino, almorzamos unas ricas y calentitas sopas de goulash en Remma´s Bistró, un restaurante que resultó todo un hallazgo por lo tradicional de su propuesta gastronómica, que acompañamos en este caso con un extraño pero delicioso vino proveniente de Rumania: un Bella Geza Classic de la región montañosa de Zärand. ¡Pero he aquí una curiosa paradoja territorial! Sepan ustedes que si estuviéramos antes de la Primera Guerra Mundial, este vino que hoy es rumano sería en realidad húngaro, ya que los territorios de Zärand pertenecían a Hungria y fueron perdidos en beneficio de Rumania después de los tratados de paz que pusieron fin a aquella contienda.
Tras el almuerzo, pasamos por el hotel a buscar algunos florines y nos dirigimos a la imponente Basílica de San Esteban, cuyas entradas pueden adquirirse tanto en las boleterias ubicadas frente a uno de sus laterales o en su página web oficial. Lo cierto es que tener la entrada con acceso a la Sala del Tesoro y sobre todo a la Cúpula y Terraza del templo es fundamental para que la experiencia sea completa.
San Esteban vivió en torno al año 1000 y fue un santo y un rey al mismo tiempo, conjunción extraña si las hay. Lo cierto es que es considerado el fundador de Hungría y es venerado como tal tanto en el ámbito eclesiástico como en el político. Quizá suene raro, pero dentro de la Basílica se conserva como reliquia medieval La Santa Diestra, la mano derecha del rey que había escapado de la putrefacción del resto de su cuerpo y que se conserva actalmente en un ornamentado relicario, donde mis propios ojos vieron el puño cerrado y casi intacto de aquel rey muerto hace ya mas de mil años.
La Basílica es enorme y sus interiores tienen un aura especial. Refaccionada tras la guerra, sobre todo en sus tejados, subir a su terraza permite vistas soñadas sobre toda Budapest. Además, al subir uno accede a pasadizos que incluyen el interior de la cúpula, lo que nos da una visión muy atìpica de la iglesia.
La Plaza de San Estaban, frente a la Basílica, es una gran y bella explanada que desemboca en la semi peatonal calle Zringi U, donde en medio de los muchos comercios y restaurantes uno puede encontrarse cara a cara con El Policía, una estatua de bronce en tamaño natural de un regordete agente de la ley al que muchos le pulen la barriga en búsqueda de un dudosa suerte.
Ya nocheciendo, continuamos nuestro camino hasta chocarnos con el río, justo en el Puente de las Cadenas y muy cerca del muelle donde debíamos embarcanos para navegar un rato por las aguas del Danubio. Este paseo nocturno, a bordo de un barco panorámico y con una copa de vino de cortesía en la mano, no sólo es encantador sino que ademas es muy económico... les dejo aquí el link para más info sobre esta actividad que permite visuales del Parlamento y el Castillo de Buda iluminados mágicamente.
De vuelta en tierra firme, aprovechamos para cenar en Red Pepper, un local franquiciado que está en varios puntos de la ciudad y en el que se come muy bien. Optamos por unos típicos Goulash en panes, algo que por estos pagos se ve bastante, acompañado obviamente por un vino, en este caso otro Tokaji. Antes de irnos, busqué en Google la traducción literal del nombre del plato que pedimos y nos causó gracia: se llamaba "Sopa juguetona de estofado y legumbres".
Aún nos faltaba conocer un lugar clave, así que habiendo cenado salimos rápidamente a las gélidas calles de Budapest para dirigirnos hacia la Ópera Nacional de Hungría. Si hubiésemos tenido tiempo, sin dudas hubiéramos asistido a una función de ópera o de ballet o de música clásica en este escenario rodeado por un edificio majestuoso, situado sobre la Avenida Andrássy, a unas pocas cuadras de la Basílica de San Esteban e inaugurado en 1884 con la presencia del Emperador Francisco José. Su fachada, su antesala y todo lo que uno pueda ver en este Teatro vale realmente la pena.
Ya era tarde y estábamos cansados. El día había sido largo pero valioso, aunque aún nos restaba conocer algunos de los Ruins Bar de la ciudad, que son característicos de Budapest y funcionan en edificios dañados, ruinosos y recuperados a medias luego de la guerras, lo que les da su nombre y principal cualidad. Nuestra última noche en Budapest la cerramos probando unos dulces húngaros muy ricos que vendían cerca del hotel, donde también aproveché para hacerme con unos cuantos paquetes de páprika y de un par de frascos de mostaza, ambos productos hechos con maestría en tierras húngaras. Mañana un tres nos depositará en Viena, pero esa será la historia del próximo capítulo de esta historia.
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