Una cita en las Catacumbas de Bratislava
En viaje a Viena desde Budapest, decidimos desviarnos del camino por unas horas para visitar la capital de Eslovaquia y conocer algunos de sus sitios más ineteresantes... Una cita con Bratislava no se tiene todos los días así que los invito a acompañarnos.
por Diego Horacio Carnio
El tren expreso que abordamos en Budapest a atravesó la frontera entre Hungría y Eslovaquia y nos dejó sin escalas en la Estación Hlavna de Bratislava, bajo una fuerte tormenta que cubrió todo el ambiente de nieve. Un café caliente y unas galletas en uno de los paradores de la estación sirvieron de tentempiés para emprender el recorrido a pie por la ciudad, cuidándonos de no resbalar en el abundante hielo de las aceras.
Salimos de la estación y caminamos a la vera de las vías de una especie de tranvía urbano, en medio de un arbolado boulevard en el que, por momentos, la nieve y el hielo dejaban a nuestros pies presos del lodo y el barro, una constante de lo que iba a ser nuestro paseo por la capital eslovaca.
Tomamos por la Avenida Stefanikova y casi sin darnos cuenta nos encontramos, de repente, en medio de un bonito y nevado parque que un rato después descubriríamos que eran los Jardines Presidenciales, antesala del también bello Palacio Presidencial. Nos llamó la atención que en un lugar tan importante no hubiera una vigilancia acorde, salvo un par de garitas y centinelas. Dejamos como huella efímera de nuestro paso por allí un muñeco de nieve y nos llevamos a cambio algunas fotos, pero antes de continuar con nuestra ruta nos detuvimos a admirar la fechada principal de la casa del Primer Mandatario de Eslovaquia y la modernosa fuente que se encuentra a sus puertas llamada Fuente de un Planeta de Paz.
Tras cruzar una amplia avenida, comenzamos a inmiscuirnos en la parte más antigua de la ciudad, en la mismísima Ciudad Vieja de Bratislava. Lo hicimos a lo grande, avanzando por una bello pasaje con puentecitos y estatuas, el mismo que en tiempos medievales sirvió de acceso a la ciudadela fortificada hasta encontrarnos cara a cara con la Puerta de San Miguel, la única que queda en pie de lo que fueron las murallas medievales y una de las construcciones más antiguas de la ciudad. Debo decir que aquí experimenté, como ya me ha pasado otras veces, una sensación casi mística al atravesar el vetusto portal, como si de alguna manera al hacerlo me convirtiera para siempre en parte de la ciudad, fusionándome con todos aquellos seres que en algún momento y a lo largo de los siglos, transitaron este mismo camino que hoy nos toca transitar a nosotros.
Pero más allá del cúmulo de sensaciones esotéricas, lo cierto es que a través de la Puerta de San Miguel ingresamos en el plano más intimo y traidcionalista de Bratislava, lo que ameritaba buscar un lindo lugar para almorzar algunos de los platos de la cocina eslovaca. Lo hicimos en Koliba Kamzic Michalská, un muy agradable Restaurante ubicado a escasos metros de la Puerta de San Miguel, donde probamos unos bocadillos bratislavos y un Riesling eslovaco Irsai Oliver 2017 de la región de Malokarpatská.
Desde allí, lentamente y disfrutando del tranquilo entorno, caminamos hasta una pequeña y pintoresca plaza, no muy grande pero con bonitos edificios circundanetes, en cuyo centro está la Maximiliánova Fontana, una fuente en honor a quien fuera alguna vez emperador de estas tierras. En esta misma plaza hay muchas construcciones muy fotogénicas, entre las que se destaca el Antiguo Ayuntamiento de la ciudad, con su torre y su fachada que deja a la vista el alero de tejas multicolores que en los últimos tiempos se ha convertido en una de las postales de Bratislava. La torre data apróximadamente del año 1370, mientras el resto del edificio ha tenido refaccione sy reconstrucciones múltiples a lo largo de la historia. Alrededore de la Plaza Principal, además de haber bonitos bares para hacer una agradable pausa, se encuentran la mayor parte de los edificios más emblemáticos de la capital eslovaca, como la Iglesia de los Jesuitas y el Palacio del Primado, pero no todos, ya que para llegar a la Catedral y al Castillo aún nos faltaba un trecho por recorrer. ¡Y hacia allí fuimos!
De la Plaza Principal emprendimos la caminata hacia el Castillo de Bratislava y que nos llevaría por angostas y empinadas callejuelas, pasando por las puertas de viejas y desvencijadas casas, así como de antiguos y curiosos templos y edificios. Nos asombró primero que la calle Sedlärska que tomamos apenas abandonada la zona de la Plaza, nos introdujera en vetustas arcadas que dejan a ciertas calles prácticamente techadas y dan a la ciudad una característica singular, muy medievalista, que nos hizo sentir como si fuésemos protagonistas de algún capítulo de El nombre de la rosa, del recordado escritos y semiólogo italiano Umberto Eco. Justo saliendo de los arcos, nos encontramos con la Iglesia de la Elevación de la Santa Cruz y unos pasos más adelante con la curiosa Emabajada de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de los Caballeros de San Juan de Jerusalem, de Rodas y de Malta.
La calle nos llevó entre algunas casas en ruinas y algunas construcciones algo más conservadas, incluyendo parte de la antigua muralla de la ciudad, hasta chocar con la poco agradable Autopista Staromestká, un monstruo de asfalto contemporáneo que aparatosamente y sin nada de buen gusto, parte a la cuidad en dos.
Finalmente, luego de pispear el bello Palacio Provost, llegamos a la otrora famosa e importantísima Catedral de San Martín, templo en el cual durante casi trescientos años fueron coronados los reyes húngaros, cuando estos territorios aún le pertenecían a Hungría. Lo primero que se destaca de la fachada catedralicia es su torre, robusta y alta, en cuya punta no hay una cruz sino una réplica gigantesca de la Corona de San Esteban, de la cual ya hablamos en nuestro episodio dedicado a Budapest. El ingreso a la iglesia, gratuito y libre salvo en horarios de oficios religiosos, se encuentra en uno de los laterales del edificio. Les aseguro que el templo es mucho más vistoso e interesante por dentro que por fuera, así que háganse un lugarcito en sus cronogramas e ingresen a conocer este templo construido en 1452.
En su momento, la Catedral se levantó sobre los terrenos pertenecientes a un viejo cementerio, razón por la cual existen bajo sus cimientos un complejo de túneles con Catacumbas, lugar en el que tendría lugar nuestra cita que da título a esta crónica y que puede ser visitado si uno toma el coraje necesario para hacerlo y desciende por la escalera que se oculta dentro del templo, en uno de los costados, sobre la misma nave lateral en la que se haya cerca de la puerta de entrada a la Catedral. Si recomiendo, porque así me lo recomendaron a mi, avisar al personal de la Catedral que van a bajar, sobre todo para que no cierren la tapa de la escalera y se queden bajo tierra hasta el próximo horario de apertura. En las Catacumbas descansan difuntos en nichos y sepulturas que datan de cientos de años atrás, en angostos pasadizos que hacen del ambiente algo tétrico y pacífico al mismo tiempo. Nuestra cita con la eternidad había sido honrada y era momento de continuar con nuestro devenir en Eslovaquia visitando el famoso Castillo de Bratislava.
El Castillo de Bratislava se encuentra emplazado en lo alto de una colina pertenenciente a los Pequeños Cárpatos, por lo que para llegar hasta él hay que emprender un ascenso que comienza casi a la salida de la Catedral, luego de cruzar por debajo la Autopista que parte a la ciudad en dos. Allí se encuentra el cómodo y agradable sendero que lleva a la cima de la colina y a las puertas del Castillo.
Durante la subida, que no es para nada empinada, fuimos ganando altura y ante nuestras retinas fueron apareciendo vistas inigualables, tanto de la ciudad y su casco antiguo como del Río Danubio y los puentes que lo atraviesan. Desde aquí la Catedral luce aún más imponente y uno puede apreciar, además, la Torre UFO, conocido como Torre para la Observación de Ovnis, construcción que se ha vuelto en los últimos años un símbolo de Bratislava. Por caprichos del reloj, la torre sólo la vimos de lejos, pero a quienes les interese pueden descubrir más sobre ella en su página web oficial.
La subida, después de atravesar la antigua Puerta de Segismundo, culmina literalmente a las puertas del Castillo, custodiadas por una enorme estatua ecuestre de Leopoldo II y donde actualmente funciona el Museo Nacional de Eslovaquia. La entrada al Castillo cuesta unos 10 euros y es también el pasaporte para conocer los interiores del Castillo, que obviamente valen la pena. La exposición del Museo es bastante ecléctica, con elementos que narran la historia del país y muestran su arte y su cultura. Hay una sala entera dedicada al Papa Francisco, quien no hace mucho visitó el lugar. No se pierdan de buscar la torre -el Castillo tiene cuatro pero sólo a una de ellas se puede acceder- para acceder a las mejores vistas. En la jornada que nos tocó pisar suelo eslovaco nevaba copiosamente, así que las vistas se enriquecieron con los copos blancos cayendo del cielo.
Los alrederores del Castillo son también dignos de atención. Son muy llamativas las ornamentaciones en los muros de ingreso, con figuras que representan soldados muertos, metáfora que resignifica el sacrificio y la eternidad de los otrora guardianes del bélicoso recinto.
El atardecer ya tocaba las puertas del cielo cuando emprendimos el lento regreso a la estación de trenes para viajar, en este caso, a la imperial y elegante Viena, donde pasaríamos los próximos días de nuestro viaje por el Viejo Mundo. En el trayecto, tuvimos tiempo de detenernos en el bonito Café Bazaar, donde merendamos algo y en mi caso, pude probar dos o tres vinos eslovacos.
Al rato, la suerte estaba echada y nosotros a bordo del tren rumbo tierras austríacas. Recuerden que para acceder a Reels de viajes podrán hacerlo en @lepetithistoriador_ok y para sumarle a eso más info sobre vinos y gastronomía los esperamos en @elperfectovino
Hermoso. Y la narrativa, espectacular. Parece que estuviera realmente en ese lugar. Felicitaciones al escritor que nos hace vivir momentos maravillosos.
ResponderEliminarMuchas gracias por los halagos... Bratislava es una ciudad tan fascinante que escribir sobre ella es un placer.
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