Venecia, entre góndolas y suspiros

A bordo de una góndola o a pie por sus laberínticos pasajes, Venecia devela sus secretos ante de la curiosidad de quienes la visitan, regalando en recuerdos imborrables un souvenier mucho más valioso que sus coloridos cristales de Murano

por Diego Horacio Carnio


Una de las primeras curiosidades de Venecia es que su territorio urbano se encuentra diseminado entre el continente y las islas, unidos ambos por vías férreas y carretera, por lo cual hay que estar muy atentos a la hora de comprar el boleto del tren o de reservar un hotel, asegurándose que el destino final sea realmente la escenografía veneciana de góndolas y canales y no la escala previa de la Venecia continental, sin tantos atractivos. Venecia tiene dos estaciones de tren: Venezia Mestre y Venezia Santa Lucía. Es a ésta última a la que uno tiene que arribar para emprender desde allí el descubrimiento de la que alguna vez fue llamada La Serenísima República de Venecia.

Contábamos con una sola jornada para recorrer Venecia, ciudad en la que había estado veinte años atrás y que se mantenía tal como yo la atesoraba en mis memorias. Al anochecer, debíamos abordar un bus con destino a Trieste, así que empezamos nuestro trajinar sin perder el preciado tiempo del que disponíamos. Lo primero fue buscar una consigna de equipaje para dejar a resguardo nuestras maletas y no cargar con ellas por toda la ciudad, así que dimos con la misma empresa que tan buenos resultados nos había dado en Milano: Stow Your Bags, muy cerquita de la Stazione di Santa Lucia. Luego, Google Maps en mano, nos dispusimos a recorrer Venecia sin prisa, hasta donde pudiéramos llegar antes de tener que abandonar la ciudad y seguir viaje.

Lo primero que uno ve cuando sale de la estación de trenes es el Gran Canal y aquí se abren distintas posibilidades, en una situación que hace honor a aquella colección de libros infantiles llamada "Elige tu propia aventura". Se puede optar por emprender la aventura abordando una embaración o a pie. Navegando se puede llegar más velozmente al punto que uno quiera de la ciudad, pero esa decisión implicaría perderse un montón de sitios de interés, por lo que nosotros decidimos continuar a pie y descubrir Venecia caminando. Para ello, cruzamos el Gran Canal por el Ponte degli Scalzi, que une ambas orillas a la altura de la Chiesa di Santa Maria di Nazareth, que tiene algunos frescos interesantes en su interior.

A partir de aquí, nos adentramos en Venecia a través de estrechas callejuelas, pequeños puentes y enredados canales, pasando por sottopórticos, angostos pasajes y extraños lugares, topándonos con gondoleros en plena navegación, máscaras típicas de los carnavales locales y piezas de Murano de todos los colores. De este espléndido derrotero recuerdo, entre otros, el Ponte de la Bergama, cuyo cruce nos permitió obtener nuestras primeras fotos con la traidcional góndola sobre las aguas.

Continuamos camino por la Fondamenta Garzotti, que avanza al lado del río Marín, hasta el pequeño Sottopórtico Dei Squelini, a partir del cual el camino se hace angosto y sinuoso hasta llegar al Ponte Ruga Bella, una verdadera postal veneciana en movimiento. Unas cuadras más adelante nos esperaba otro bonito puente, en este caso el Ponte dei Parucheta.

Cada callecita y cada canal de Venecia despierta mil curiosidades. Cada rincón parece parte de un museo y cada ladrillo o baldosa podría ser una reliquia. Comimos algo al pasar en uno de los diminutos negocios que aparecen de vez en cuando. Elegimos engañar a nuestros estómagos con unos riquísimos sandwichs de mortadela con pistacchios, para luego continuar en dirección al Ponte Cavalli, luego del cual y sucesivamente, visitamos los interiores de dos iglesias: la Chiesa di Sant Aponal y la Chiesa di San Silvestro, esta última con un Campanario de altura considerable.

Casi sin darnos cuenta, estábamos nuevamente frente al Gran Canal, pero en esta ocasión a algunos cuántos metros del Ponte de Rialto, quizá uno de los más célebres puentes venecianos y en cuyos alrededores se encuentran la mayoría de las empresas gondoleras en las que se puede contratar un paseo. No está de más señalar que el Ponte de Rialto fue construido en 1591 y es uno de los más antiguos de la ciudad. Desde aquí, el camino nos guió hasta la Piazza San Marco, lugar donde se erigen los edificios más famosos de Venecia, no sin antes detenernos en una vieja trattoria sobre la vía dei Fabbri para almorzar unas buenas pastas al dente.

La enorme Piazza San Marco data del siglo XII, tiempos en que Venecia era una de las ciudades estado más poderosas de Europa. Centro de reunión de locales y turistas, a la Piazza la rodean construcciones emblemáticas como el Palacio Ducal, la Basílica de San Marco y el famoso e inmenso Campanario que parece llegar hasta el cielo y más allá.

Lo primero que hicimos fue apersonarnos en la Basílica para poder conocerla por dentro, para lo cual se pueden obtener las entradas allí mismo. Los interiores del templo están suntuosamente decorados, en muchos casos utilizando la técnica del mosaico, una muestra de la influencia bizantina en esta región. Esta Basílica se convirtió en la principal iglesia veneciana luego de que La Serenísima República cayera ante los cañones de los ejércitos de Napoleón en 1797 y fuera el propio Bonaparte el que decidiera que a partir de ese momento, San Marco se convierta en el Duomo de la ciudad.

Con 99 metros de altura, el Campanario es otro de los símbolos de la Piazza, que supo ser también faro orientador de los marineros y hoy es una de las mayores atracciones turísticas a la que se puede acceder y desde donde los amantes de las vistas obtienen su premio al llegar a su cúspide, después de abonar los 10 euros que cuesta la entrada. Pocos saben que el Campanario original se derrumbó en 1902, por falencias en su construcción que se fueron agravando con el correr de los siglos desde el XII hasta su colapso final el 14 de julio del año señalado anteriormente. La estructura fue reconstruida en 1912 y es la que continúa vigente en la actualidad.

Hacia la costa, la Piazza se convierte en Piazzeta y es aquí donde pueden admirarse las Columnas de San Marco y de San Teodoro, la primera de las cuales tiene en lo más alto al icónico león alado. Sobre la Piazzetta y vecino a la Basílica, es imperdible el Palazzo Ducal, una obra maestra de la arquitectura gótica construida entre los siglos XIV y XV, cuyos tickets se obtienen en su página web y cuestan unos 30 euros, que parece mucho pero la visita bien lo vale.

Si uno camina sobre la mismísima vereda que separa al Palazzo Ducal del mar, se llega al señorial Ponte della Paglia, punto desde el que se observa el ya mítico Ponte dei Sospiri o Puente de los Suspiros, que une el Palacio Ducal con la antigua prisión de la Inquisición y que debe su nombre a la creencia de que al cruzarlo, a forma de despedida melancólica antes de pasar a los calabozos, los presos suspiraban en su pequeña ventana por última vez antes del encierro.

Aquí también nosotros dimos nuestro último suspiro veneciano antes de emprender la retirada de la ciudad, ya que se acercaba la hora de partir. Para ello, remontamos el camino andado hasta regresar a las cercanías de la Stazione di Treni de Santa Lucia. Allí, recuperamos nuestro equipaje y caminamos un rato más en espera de la hora indicada, pudiendo conocer la interesante  y elegante Chiesa de San Geremias y Santa Lucia. También hubo tiempo de un expreso y unos canoli. Luego, el tren nos llevo hasta la parte continental de la ciudad, bajando en Venezia Mestre, desde donde empezamos la odisea de encontar el sitio desde el cual salía nuestro Flixbus con destino a Trieste. Finalmente, después de mucho buscar, dimos con el lugar indicado y al rato, estábamos cómodamente sentados para realizar el trayecto de algo más de dos hora que nos depositaría en la disputada Trieste, lugar donde más de cien años atrás nació il mio nonno y antesala de nuestro abandono de Italia hacía la Europa oriental.





Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares