La muralla de Ávila

 Dos horas en ferrocarril desde Madrid son suficientes para llegar a Ávila, la bonita y medieval ciudad cuya muralla se sostiene en el tiempo como protectora de un valioso patrinomio histórico, cultural y religioso.

por Diego Horacio Carnio

La mejor opción para visitar Ávila desde Madrid es abordar un tren en la Estación de Príncipe Pío, disfrutar de las dos horas de viaje y prepararse para descubrir una pequeña y fascinante ciudad que tiene el mérito, no pequeño por cierto, de poseer las Murallas medievales mejor conservadas de toda Europa.

Bajamos de nuestro vagón en la estación de ferrocarril de Ávila y desde allí comenzamos a caminar, remontando la Avenida Portugal en dirección al Casco Histórico de la ciudad. A medida que avanzamos, las calles van paulatinamente dejando de estar habitadas por construcciones modernas para dejar a la vista estructuras edilicias de antaño, bien conservadas, que empiezan a hacernos vivir un viaje en el tiempo a través de unas pocas cuadras. Cuando finalmente llegamos a la parte más antigua de la ciudad, lo hicimos ya imbuídos en el contexto, en una especie de clima de otra época, como habiendo retrocedido velozmente varios siglos en el tiempo.

Antes de cargar contra la Muralla, nos detuvimos ante la Basílica de los Santos Vicente, Sabina y Cristeta, un templo que a primera vista no pareciera datar del Siglo XI, ya que su estilo románico y su conservación casi intacta, engañan al ojo del viajero, pero debemos decir que el edificio tuvo una cuidada restauración entre los siglos XIX y XX. La historia sugiere que los tres santos que dan nombre a la iglesia fueron martirizados y enterrados en el mismo lugar donde éste se levanta. Vale la pena detenerse un rato y si el horario lo permite, conocer sus interiores. Rodeamos la Basílica y luego nos dirigimos a la famosa Muralla de Ávila, que rodea zona más antigua de la ciudad.

La Muralla de Ávila, junto con el Casco Histórico que protege y algunos otros sitios extramuros, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985. La construcción defensiva cuenta con muros de unos doce metros de altura y casi tres metros de grosor, que sirvieron como fortaleza militar inexpugnable desde que el rey Alfonso VI de León ordenara levantarla hacia finales del Siglo XI, aunque recientes hallazgos arqueológicas indicaron que los primeros cimientos datan de la era romana, del Siglo I más precisamente. Me posicioné frente a los muros, los miré fijamente y quedé atónito al tomar noción que esas murallas que se elevaban ante mi tenían, con sus dos mil años de existencia, la misma edad que Cristo.

Atravesamos la fortificación por la Puerta de San Vicente. La Taberna de los Verdugo que aparece apenas uno cruza la Muralla, frente a la Fuente de Sofraga, fue el sitio ideal para la tan esperada pausa culinaria de media mañana, aunque ya eran casi las once y media. Mientras descánsábamos, me puse a ojear el mapa en papel que había conseguido en la estación. Siempre instento, más allá de las bondades del Google Maps, conseguir en cada ciudad que visitamos un mapa en papel, a la vieja usanza, que me da la posibilidad de entretenerme señalando rutas trazadas y lugares visitados. En el mapa de Ávila comenzó a llamarme la atención la existencia de un notable número de palacios familiares distribuidos por el casco histórico, cuyas dimensiones no son inmensas. De hecho, el nombre de la taberna en la que estábamos sentados se correspondía con el del Palacio de los Verdugo, del que de hecho el restaurante formaba parte. En este caso, el Palacio cobró vida en 1531. El acceso al mismo es libre y graruito, aunque los horarios para hacerlo son limitados. 

Les relataba en el párrafo anterior que la cantidad de palacios distribuidos en el limitado espacio del casco histórico de Ávila es asombrosa. Al abandonar nuestra mesa y bajando por la calle de López Nuñez, en tan sólo dos nos encontramos con otros dos palacios, en este caso el de los Águila y el de los Mojaraz. El primero se encuentra cerrado al público mientras que el segundo es hoy un hotel de categoría en cuyo lobby puede uno disfrutar de un café o un té. Otros palacios que irán apareciendo a lo largo de itinerario avileño serán el de los Superunda, en los Deanes, el de los Serrano o el de Don Juan de Henao, sólo para mencionar algunos. Los fuimos observando en el devenir de nuestro paseo, entrando en algunos y siguiendo de largo en otros por cuestiones de tiempo.

En nuestro mapa de papel había señalado como un sitio importante la Plaza del Mercado Chico. Me llamaba la atención esta plaza encerrada por las propias edificaciones y viviendas de la urbe, bien al estilo del medioevo. De hecho, al investigar un poco, efectivamente averiguamos que la plaza data del siglo XI, cuando Ávila tuvo un proceso de crecimiento y renovación demográfica. Tres de sus lados tienen pórticos de arcos continuos, sobre los que luego y hacia el cielo, se extienden edificios de dos plantas de altura. Rectangular en su forma, sobre los lados más breves de su geometría se encuentran, enfrentados, el Ayuntamiento de la Ciudad y la Iglesia de San Juan Bautista. La plaza se encuantra comunicada con el resto de la ciudad por diversos pasajes, algunos de ellos bajo pórticos, entre los que nosotros elegimos el Arco de Nuestra Señora del Consuelo primero y luego el que nos llevo a las puertas del templo de San Juan Baustista, una sólida iglesia construida en piedra cuyos interires y techos abovedados bien valen la pena una visita.

Desde la iglesia pusimos rumbo a la Catedral en una caminata que hizo recorrer las entrañas de la ciudad y encontrarnos con la calle que lleva el nombre del escritor argentino Enrique Larreta, quien frecuentaba mucho Ávila, sobre todo para llevar adelante liturgias literarias junto a su amigo Miguel de Unamuno. En esta misma calle abre sus puertas el Mercado de Abastos de la ciudad que, si bien los hay mejores en otros sitios de España, vale la pena sumarse al ajetreo de los comerciantes y clientes y hacerse de algunas especias típicas como el azafrán o la pimienta verde. No será tan pintoresco y variado como el Marcado de Cádiz o La Boquería de Barcelona, pero el de Ávila también tiene lo suyo.

Unos metros más y ya estábamos en las puertas de la Catedral, mezcla de estilo gótico y romano, robusta masa de piedra que tiene la particularidad de que su ábside forme parte de la muralla y justofique en gran parte la solidez que en apariencia muestra el templo. Siempre me parecieron interesantes las catedrales. Sobre todo las europeas, que guardan cientos de acontecimientos de los más variados rubros en los largos siglos que fueron testigos de la historia misma del viejo continente. Coronaciones, celebraciones de bodas, asesinatos, traiciones, batallas, incendios... ¿Qué historia podríamos encontrar detrás de los gruesos muros de la Catedral de Ávila? Un par de datos de por sí valiosos: este templo fue el primero de estilo gótico que se construyó en la Península Ibérica y que su interior alberga las tumbas del historiador Claudio Sánchez Albornoz y de quien fuera presidente de España entre 1976 y 1981, Adolfo Suárez, quien le da nombre al Aeropuerto Barajas de Madrid.

Tan atractivas como el interior de la Catedral son las explanadas y las callecitas que la rodean, que forman incógnitos vericuetos que, a fin de cunetas, nos llevaron hasta un hermoso rincón de la Ávila intramuros. Aclaro que lo de rincón es literal. La Plaza Adolfo Suárez -el mismo personaje que está enterrado en la Catedral-, se ubica en uno de los rincones que forma la Muralla, justamente donde se encuentra la Puerta del Alcázar y la Fuente de Agua Potable, que conviven con el Verraco de las Cogotas, una escultura pétrea de autor desconocido que según los especialistas en la materia proviene de los tiempos de la Edad de Hierro. La Puerta del Alcázar es uno de los accesos más populares para quienes quienran recorrer la Muralla, con entradas que rondan los 8 euros. Sepan que los lunes, como muchos otros sitios de Ávila, la Muralla no está abierta al público.

Lo apacible atrapa y este rincón de Ávila no era la excepción, por lo que estuvimos mirando caer las aguas de la fuente un largo rato, hasta que decidimos cruzar la Puerta del Alcázar y salir por un rato de la ciudad amurallada. Nos habían hablado muy bien del Paseo del Rastro y sus miradores y comprobamos que no nos habían mentido. Emplezado en altura, con la Muralla a un lado y la Bajada del Peregrino y el valle citadino al otro, el paseo regala bella vistas y la posibilidad de almorzar en un lugar que recomiendo: La Bruja Restaurante. La carta, con platos de autor pero con productos de estación, muy locales varios de ellos, abre en la imaginación culinaria de quien la mira un verdadero mundo de sensaciones. Pedimos un plato que aparecía señlado como el ganador del segundo premio Ávila en Tapas 2016, con un sofisticado nombre: Esferas crocantes de patata, queso de cabra y bacon, con frutos rojos y reducción de mostaza y miel. Acompañamos el premiado platillo con unas empanadillas de ají argentino y un par de copas de Verdejo de la DOC Rueda, más precisamente un Valdihuete de Viñas Murillo que maridó de manera formidable con los platos elegidos. Amorzar a los pies de la Muralla y con la vista perdida en la inmensidad del paisaje es una grata experiencia, que aquí les dejo retratada en un bonito video. retratada en un bonito video.

La modorra de las panzas llenas no fue impedimento para continuar con el itinerario avileño. Remontamos el Paseo del Rastro siguiendo la Muralla hasta la Puerta de la Santa, cuyo nombre se debe a que al ingresar nuevamente intramuros de la ciudad, aparece ante uno la Basílica y Casa Natal de Santa Teresa de Jesús, quien nació en Ávila y vivió entre ésta y otras ciudades en el siglo XVI. A su lado, un interesante museo situado en la cripta de la Basílica que recorre la vida de la Santa es también una recomendable visita.

Estábamos a media tarde y debíamos empezar a pensar en el retorno a Madrid. Nos pareció que atravesar la ciudad desde la Plaza de Santa Teresa hacia el lado norte de la Muralla era una buena opción para conocer transversalmente la ciudad. ¡Vaya si lo fue! En el derrotero mismo de nuestro regreso, visitamos fugazmente el Palacio de los Polentinos, que funciona como un pequeño Museo del Ejército. Luego, atravesamos la Plaza en homenaje a esa ferviente y temprana feminista española que fue Concepción Arenal para cruzar hacia el exterior la Muralla por la Puerta del Carmen. El Paseo que en este sector acompaña la extensión de la Muralla muestra unas vistas mucho más agrestes que las del lado sur del muro. Eran épocas invernales y aunque ya se había producido la génesis del crepúsculo, el suelo mostraba aún la permanencia del hielo que, refugiado del sol por las sombras de la Muralla, continuaba generando riesgos de patinazos entre los caminantes.

Al cabo de unas decenas de minutos, estábamos situados nuevamente en la Basílica de los Santos Vicente, Sabina y Cristeta, la misma que nos había dado la bienvenida al comienzo de esta periblo de nuestro viaje. Teníamos ganas de observar desde fuera como se emplazaba el ábside de la Catedral en la Muralla. Un poco más allá bordeando los muros se levanta una serie de escutluras, entre las que recuerdo la de Santa Teresa, la de Isabel la Católica y la del Poder del Señor. Finalmente, al tropezar con una pista de patinaje sobre hielo rodeada por una colorida kermese, emprendimos la caminata final con dirección a la Estación del Ferrocarril, donde abordaríamos la primera formación que nos devolviera a Madrid.

Ya de noche, mientras cenábamos unos bocadillos de calamares en un pequeño y desvencijado comedor cerca de Puerta del Sol, extraje del bolsillo interior de mi abrigo el mapa de papel de la ciudad. Muchas eran la líneas que marcaban lo recorrido, pero muchos eran los puntos de interés que no habíamos podido ni siquiera tocar de cerca. Palacios, tamplos, alhóndigas y museos que quedarán como excusa para una futura visita a esta pagos tan memorables de la ciudad amurallada de Ávila.














Comentarios

Entradas populares