Burgos: en los gélidos pagos del Cid Campeador

Con su alma medieval intacta y una tempertaura que suele alcanzar los -10º, Burgos aún conserva las huellas indelebles del Cid Campeador y reminiscencias de sus épocas más doradas, cuando era la gran capital del Reino de Castilla bajo la poderosa mano de Isabel La Católica.

por Diego Horacio Carnio

Un agradable viaje en ferrocarril de un par de horas de duración y una pequeña escala en Valladolid es la geografía que hay que atravesar para llegar desde Madrid a Burgos, la ciudad donde en el Siglo XI vivió Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador, héroe y señor indiscutido de estas frías latitudes españolas.

Situada en la Comunidad de Castilla y León, la ciudad de Burgos suele registrar las temperaturas más bajas de la Península Ibérica, a punto tal que sus habitantes tienen una frase de cabecera que afirma que el frío es su principal producto de exportación. Y no es broma... en los próximos días afrontaríamos marcas de varios grados bajo cero en los termómetros de la región.

Arribamos a la Estación Rosa Manzano del ferrocarril a media mañana y si bien la distancia hasta el hotel era considerable, decidimos caminar por el lapso de algo más de una hora para conocer la ciudad desde las afueras hasta su parte más céntrica, en un trayecto que nos hizo atravesar zonas periféricas y bonitos barrios residenciales. Llegamos exhaustos y helados, pero encontramos un cómodo y cálido cobijo en el Hotel Los Braseros Centro, en cuyas habitaciones nos hospedaríamos en las jornadas siguientes.

Con la temperatura corporal recuperada salimos a caminar sin rumbo por la ciudad. Me esforcé en no recurrir al Google Maps y como el mapa en papel aún no lo tenía entre mis manos, la deriva fue total, seductora y fascinante, como en aquellos viajes de antaño en los que uno se trasladaba sin saber bien ni adónde ni por dónde ir, pero llegando generalmente al destino deseado por obra y mérito de la fortuna. En nuestro caso, las calles que tomamos nos depositaron en la bonita y pequeña Plaza de la Libertad, con una pétrea fuente en su centro y muchísimos asadores en sus límites, uno de los cuales ofició de anfitrión de nuestro almuerzo tardío y desesperado. El postre no fue ni una natilla ni una crema catalana, sino el darnos cuenta que del otro lado de la Plaza se levantaba la Casa del Cordón, oficialmente conocida como el Palacio de los Condestables, habitada a lo largo de la historia por personajes tan ilustres como la mismísima reina Isabel La Católica. Además, esta espléndida residencia fue el sitio en donde los Reyes Católicos recibieron a Don Cristóbal Colón luego del segundo de sus viajes al Nuevo Mundo. Este edificio fue, también, testigo de la redacción de las famosas Leyes de Burgos y de la prematura muerte de Felipe "el Hermoso". Un dato curioso es que debe su nombre de Casa del Cordón al cordón franciscano presente en su fachada. En sus entrañas y actualmente, la Casa contiene una sucursal del CaixaBank, un Museo y una Sala de Exposiciones que al momento en que la visitamos nos permitió disfrutar de numerosas obras de Pablo Picasso, sobre todo grabados del gran maestro del cubismo.

La Casa del Cordón, cuyo nombre se debe a los cordones franciscanos que pueden apreciarse sobre la puerta de entrada

Palacio de los Condestables, Burgos

Sobre la calle de Santander, que es más avenida que calle, se extiende brevemente una acera techada con arcos, llamados los Soportales de Antón. Fue por esta calle que, sin saber demasiado bien cómo, logramos volver hasta las puertas de nuestro hotel. Era momento de un descanso y de un baño reparador, antes de nuestra salida noctámbula en busca de alguno de los muchos restaurantes que nos habían recomendado previamente.

Ya entrada la noche y con un frío que calaba hondo en los huesos, avanzamos mapa en mano hacia la Plaza Mayor de Burgos, donde la gente pasea sin apuro rodeada por los edificios porticados que la circundan. Los colores de las construcciones y el Ayuntamiento del siglo XVII completan el encuadre de una plaza verdaderamente bella. Es aquí donde nace la Calle de la Sombrería, un serpenteante y angosto pasaje que sirve de anclaje a muchos de los mejores restaurantes de la ciudad. Teníamos anotado el nombre de uno de ellos, el Gaona Jardín, donde comimos unas tapas castellanas y otros platillos típicos que estaban mucho más que bien. Costilletas con mojo picón, Risotto de puntalete con Parmesano, Solomillo con boletus y vinagreta de almendras y Papas bravas a la Gaona fueron algunos de los sabores que llegaron a nuestra mesa. Pero hubo tres platos que se robaron mis suspiros y que no pueden dejar de probar si alguna vez andas por estos pagos: Morcillas de Rioseras, Tigre y a los postres, la Tarta de Queso... los tres sensorialmente memorables y todos acompañados por frondosas copas de distintos Rioja tintos.

Estatua del Herrero, Burgos

Al abandonar el restaurante, las temperaturas polares no impidieron que caminemos para tener una primera visión de la magnífica Catedral Santa María de Burgos. Allí parados, sobre la Plaza Rey San Fernando y en plena noche burgueña, el templo gótico nos impactó de sobremanera, aunque será en el siguiente párrafo en el que narraremos con más detalle la experiencia de penetrar en sus adentros y descubrir sus secretos. Era tarde, claro. Era hora de volver al Hotel y descansar. El camino del retorno lo emprendimos pasando por debajo de la Puerta de Santa María y atravesando por vez primera el tradicional Paseo del Espolón, todos lugares que volveríamos a visitar mañana, con la luz y la caricia del sol sobre nosotros.

Me desperté temprano. Demasiado temprano quizá. No quise molestar a Valentín, hijo y compañero de viaje, por lo que decidí salir solo a desayunar y a obtener algunas fotografías con las primeras luces del amanecer. Me dispuse a caminar nuevamente sobre los pasos de anoche, pero a último momento decidí hacerlo a través del Paseo del Espolón, desde el Teatro Principal hacia la Puerta de Santa María. Esta decisión me puso cara a cara con Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, ya que al inicio del Paseo antes mencionado se encuentra su monumento más célebre. Ya hablaremos más adelante sobre este personaje, histórico y mítico al mismo tiempo, que supo constituirse en uno de los símbolos de las guerras intestinas de los reinos ibéricos, tanto entre sí mismos como frente a los árabes. Pero volvamos al relato y retomemos la descripción del Paso del Espolón, creado en el siglo XVIII, que sigue el curso del Río Arlazón, entre el Puente de San Pablo -donde se encuentra la estatua del Cid- y el Puente de Santa María, donde se ubica la Puerta homónima. El recorrido es bonito y tranquilo, tanto que no dan ganas de que el camino acabe, invocando al infinito como parecen hacerlo las copas entrelazadas de los plátanos orientales que se extienden junto al Paseo, que en invierno muestran sus esqueléticos cuerpos de injertos y formas raras, mientras que en primavera y verano dan una sombra asombrosa y se tiñen del color de sus flores.

Hueso del Cid Campeador

No transcurrieron más de unos veinte minutos cuando, a pesar de mi tranquilo caminar, llegué a la Puerta de Santa María y por ende, al final del Paseo. La Puerta es un excelente consuelo ante la comprobación de que el infinito, al menos en la faz terrenal, no existe: aquí finaliza el Espolón. Por debajo de la imponente construcción uno pasa en un instante del Espolón a la Plaza Rey San Fernando y queda nuevamente atónito ante la majestuosidad de la gótica Catedral. En la parte exterior de la Puerta están las figuras, entre otros, del Rey Sancho y del Cid, imponiéndose éste último sobre el primero. Se puede ingresar al interior de la legendaria Puerta por donde el Cid abandonó la ciudad en dirección a un largo exilio impuesto por el monarca. Dentro, funciona un pequeño museo de horarios algo erráticos que van de 11 a 14 y de 17 a 21 hs si la memoria no me falla. Quien ingrese podrá ver mobiliario medieval, obtener las vistas desde el interior de la Puerta y observar una valiosa reliquia: dentro de un tubo de vidrio se encuentra un hueso, que afirman que se trata del radio del antebrazo izquierdo de Rodrigo Díaz. También, en esa misma sala donde hasta 1780 se reunía el Consejo de Burgos, puede observarse una réplica de la Tizona, la legendaria espada que el Cid arrebató al rey marroquí Búcar tras vencerlo en batalla.

Ya en la Plaza Rey San Fernando, me senté en un banco a descansar junto al Peregrino Sarnoso. Desde allí le mandé mi ubicación a Valentín, quien al rato se apersonó en el lugar, sumándose al ágape con la estatua del Peregrino. Vale decir aquí que Burgos es parte del Camino de Santiago y en el suelo uno suele toparse con las conchas que indican al peregrino hacia donde ir para llegar a Santiago de Compostela. Todo indica que el hombre afectado por la sarna no pudo cumplir con su intención peregrina de llegar al sagrado destino. Pero nuestro destino estaba más cerca, era el interior de la Catedral y nada nos impediría cumplir con la misión.

Catedral de BurgosEl peregrino sarnoso

La Catedral de Burgos es imponente por donde se la mire. Es la tercera catedral más grande de España. Su construcción comenzó en 1221 y en ella trabajaron albañiles especialistas en el estilo gótico que ya habían contribuido con sus talentos en templos de la talla de Notre Dame de París o en la Basílica de Saint Denis aunque el principal arquitecto del proyecto fue el alemán Hans de Colonia, introductor del gótico en tierras castellanas. En sus exteriores, se destaca el cimborrio que se levanta en los techos de la nave central del templo y que le da a la Catedral de Burgos su característica externa más emblemática. También sus dos torres agujas casi gemelas, apuntando al cielo sobre su entrada principal, son parte de la arquitectura más fotogénica del edificio, verdaderamente enorme a los ojos del curioso visitante. Las entradas se adquieren en unas oficinas ubicadas sobre uno de los laterales de la Catedral, con precios que oscilan en alrededor de los 10 euros. Al interior de la Catedral se accede por el costado de la escalinata, ya que por la puerta principal -debajo de las torres aguja-, el ingreso es sin entrada pero se llega sólo al vestíbulo. Para recorrer el resto hay que abonar el ticket que puede adquirirse de manera electrónica en la página web oficial del templo.

El Papamoscas de Burgos

Los interiores de la Catedral son espléndidos y están llenos de curiosidades. Una de ellas es el famoso Papamoscas que uno encuentra en un rincón de los altos techos de la zona vestibular del templo, donde la figura de un anciano toca la campana a cada hora al mismo tiempo que abre y cierra su boca, papando moscas como no podía ser de otra manera. Más adelante, en el recorrido, uno se encuentra con la Escalera Dorada de Diego de Siloé, una obra de arte arquitectónica del siglo XVI, símbolo del Renacimiento en Castilla, que lleva a la puerta de uno de los laterales elevados de la Catedral. La Escalera Dorada, más allá de sus dotes artísticos, fue una respuesta del obispo de aquellos años para contrarrestar la costumbre de los mercaderes de Burgos que, para no dar toda la vuelta a la Catedral y ganar tiempo, atravesaban con sus enseres la nave central del templo, sin importarles si se estaba rezando o celebrando la misa. La Escalera vino a ordenar ese caos, ya que sus peldaños complicaban el tránsito de los comerciantes cargados con mercaderías. La medida se reforzó, más tarde, cuando se ordenó que dicha puerta permaneciera cerrada y sólo pudiera ser atravesada por el obispo y alguna que otra dignidad civil o eclesiástica de importancia. Cuentan algunas páginas de los libros de historia que el último en atravesar las puertas y bajar las escaleras fue el propio Napoleón Bonaparte, allá por 1808 cuando estaba de paso por Burgos. En la actualidad, sólo se utiliza los jueves y viernes santos.

Cofre del Cid Campeador

El Altar Mayor y su retablo, los Relieves ubicados en el Deambulatorio que lo rodean y la Capilla del Condestable son sin dudas otros espacios catedralicios que uno no puede dejar de ver. Pero la Catedral de Burgos es inseparable de la historia del máximo héroe de la ciudad, ya que aquí, bajo el asombroso Cimborrio, se encuentra la Tumba del Cid Campeador, donde el guerrero descansa desde el año 1921. Los huesos de Rodrigo Díaz de Vivar y de su amada Doña Jimena tuvieron un largo trajinar hasta ser finalmente depositados en Burgos, donde todo indica que permanecerán por los siglos de los siglos. La sepultura consiste en una sencilla lápida de losa, ubicada estratégicamente en el crucero central iluminado por la luz que se cuela por el Cimborrio, en la que puede leerse en latín que allí está enterrado "Rodrigo Díaz Campidoctor, el que en buena hora nació". No es la única reminiscencia que el templo guarda en relación al Cid. Su Cofre, aquel que usaba para trasladar sus monedas tras ser enviado al destierro, se exhibe en la parte soterrada de la Catedral.

Finalmente, abandonamos el ensueño de la Catedral. Tras un par de cafés reparadores, remontamos las calles de Burgos hacia lo alto de la ciudad, rumbo a la Iglesia de San Ignacio para, desde allí, ascender luego al Castillo de Burgos. La Iglesia fue levantada en el siglo XIII y su rústica y sólida construcción en piedra es un viaje a los tiempos medievales sin escalas. Además, su interior custodia una exhibición de retablos antiguos muy interesante. Es aquí el punto de partida para ascender el cerro y llegar hasta el Castillo que, desde lo alto, domina la ciudad. La subida no es tortuosa y uno llega al destino casi sin darse cuenta. En el momento de nuestra visita, lamentablemente el Castillo se encontraba cerrado por refacciones, pero la caminata sirvió igualmente para obtener hermosas vistas panorámicas de la ciudad desde el mirador que encontramos a mitad de camino.

De regreso a la ciudad, nos sentamos a la mesa de un bonito bar ubicado sobre el Paseo del Espolón y llamado En tiempos de María Castaña, donde disfrutamos de unas buenas tapas y pude probar unos vinos locales que me sorprendieron gratamente.

Tras un paso por el Hotel  y unos churros con chocolate, me dispuse a cruzar río Arlanzón por el Puente de San Pablo, situado justo donde se encuentra el ecuestre Monumento en honor al Cid. Este es un puente histórico, uno de los más importantes entre los que existen en Burgos. Hay referencias al Puente de San Pablo en crónicas escritas en el siglo XIV, pero resulta muy interesante identificar los personajes representados en las ocho estatuas que lo habitan. Una de ellas corresponde a la imagen de Doña Jimena, la esposa del Cid, cuya mirada parece admirar la figura metálica de su marido montado sobre Babieca, su famoso caballo, en el inmenso monumento que se mantiene imperturbable en la rotonda cercana. Las otras estatuas también están dedicadas a personajes que han tenido que ver con la vida del Cid y que aparecen en su Cantar, como su hijo Diego o su sobrino Alfar.

Al cruzar al otro lado de la ciudad por el citado puente, un gigantesco y moderno edificio atrapa la atención del caminante desprevenido. Hablo del Museo de la Evolución Humana, una enorme e interactiva muestra de la historia de los seres humanos, desde los remotos tiempos prehistóricos hasta la actualidad. El MEH, así sus siglas, es admirable. Su diseño es obra del arquitecto español Juan Carlos Baldeweg y se levanta sobre lo que alguna vez fueron los cimientos de un convento domínico. Dentro, la experiencia es lo más parecido a un viaje al pretérito que se pueda realizar sin ingresar al reino de los sueños. Si bien para recorrerlo como corresponde se necesitan varias horas, recomiendo aunque sea una rápida visita por sus sectores más preciados que, mapa en mano, uno no tarda en identificar.

Camino de Santiago

Ya estaba oscureciendo cuando salí del Museo, pero me quedaba tiempo para un encuentro muy especial y esperado por mi, una cita de esas que uno sabe que no podrá olvidar aún antes de que el encuentro mágico tenga lugar. En algún lugar de este lado del río, en el Museo de Burgos, a unas pocas cuadras de donde yo me encontraba, me esperaba paciente y recostada en su vitrina la famosa Tizona, legendaria espada del Cid. Ya habíamos vista la copia en la Puerta de Santa María; era hora de conocer la original y hacia ella se dirigieron mis pasos. El Museo de Burgos, por fuera, no dice mucho. Instalado en la Casa Miranda, un palacio renacentista del siglo XV, guarda en su interior un bonito patio interno que comunica a sus dependencias, donde se alojan objetos que tienen que ver con la historia, el arte y la arqueología de la ciudad. La entrada, de tan simbólica es irrisoria: cuesta 1 euro. En sus galerías pueden encontrarse desde lápidas del siglo II, objetos del tardío Imperio Romano, un altar del siglo VIII y hasta un escritorio del siglo XVII. Pero el interés de quien escribe estas líneas estaba puesto en la Espada del Cid, en la Tizona que nos esperaba a contrarreloj, con los minutos contados para que el Museo cierre sus puerta y mi afán de verla se hiciera trizas y quedara en la nada. Pero llegué y la encontré acostada, plácida y pacífica, recordando quizás los tiempos en que blandía victoriosa en la mano del Cid, orgullosa de sus triunfos pero melancólica en estos tiempos actuales, ya gobernados por la gloria y por la siesta. Imaginaba que la Tizona tendría una especie de atrio, un lugar inmaculado para su estancia eterna, pero me encontré con una espada tendida en un cofre de cristal, sin más referencia que una leyenda museística diseñada de la misma manera que las diseñadas para el resto de los objetos del Museo, como si el curador ignorara el enorme significado de la espada o no supiera que uno puede planificar un viaje de miles de kilómetros con el objetivo de conocer la espada que tanto contribuyó a la liberación de España y a la leyenda de Rodrigo Díaz. Salí del Museo buscando un bar y una copa. Un bridis, solitario y melancólico, era necesario en honor tanto del Cid como de su entrañable Tizona.

Tizonaespada del cid campeadorLa Tizona, espada del Cid

De regreso al hotel me desvié un par de veces para conocer templos cristianos del medioevo que, confiando en mi memoria, no anoté ni observé en mi diario de viaje. Uno de ellos era la Iglesia San Gil Abad, cuya escalinata en su ingreso le otorga un halo especial. Cerca de ella se encuentra el Arco de San Gil, también bonito. De la otra iglesia, hoy no recuerdo su nombre. Lo que recordaré por siempre será el frío, ante el que ninguna iglesia ni ningún Dios pueden otorgar abrigo a quien recorre las calles de Burgos en época invernal.

La última cena burgalesa tuvo lugar en un sitio que nos recomendaron en el hotel, bajo expresa sugerencia de probar allí los tradicionales Cojonudos y Cojonudas, la Sopa Castellana y unos buenos Cayos. Eso hicimos, casi al pie de la letra.






Comentarios

  1. Burgos es cuna de la D.O. Ribera del Duero, una de las más reputadas y reconocidas. Pedir rioja aquí no es de recibo. Saludos.

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    1. Tiene usted mucha razón estimado lector... También hemos bebido excepcionales Ribera del Duero, estando en Burgos y también en un breve paso por Valladolid, más allá de tener esa D.O. como uno de nuestros vinos de cabecera en toda España... Hemos pecado al no nombrarlo y mencionar al Rioja es sólo parte de lo sucedido en el viaje, ya que esa noche, en ese sitio, había una degustación especial de algunos Rioja... Abrazo grande y se agradece el comentario...

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