Descubriendo el País Vasco I: Donostia - San Sebastián

Famosa por su Festival de Cine, sus playas y una gastronomía que va de los platos más tradicionales a los pintxos más vanguardistas, San Sebastián/Donostia ofrece también un exquísito patrimonio arquitectónico y una rica historia, en medio de bellos paisajes y curiosidades muy diversas.

por Diego Horacio Carnio

Lo primero que viene a mi mente cuando pienso en la ciudad de Donostia/San Sebastián es el Puente de María Cristina, una preciosa estructura con farolas ornamentadas que cruzamos a pie apenas arribados a esta bellísima ciudad bilingüe, luego de que el bus que nos trajera desde dominios galos nos depositara en tierras vascas. En medio quedaron las fugaces visitas a Biarritz, Bayona y Hendaya, siendo esta última la localidad fronteriza donde Franco y Hitler se entrevistaron en los andenes de la estación allá por 1940.

Per volvamos al Puente de María Cristina, que cruza el río Urumea antes de que sus aguas desemboquen en el Golfo de Vizcaya, justo a la altura del espigón de Zurriola, para perderse a partir de allí y para siempre en la inmensidad del Mar Cantábrico. Desde nuestros primeros pasos, esta ciudad a la que llamaremos indistintamente Donostia o San Sebastián durante el devenir de estos párrafos, generó en nosotros una enorme paz, una quietud y una calma en medio de la propia y cotidiana vida citadina, donde por momentos y más allá de la distancia nos regalaba, como el interior mismo de una caracola, sonidos marinos y de gaviotas. Caminamos felices en busca de nuestros aposentos en la hermosa y tradicional Pensión Peñaflorida, ubicada magistralmente en pleno centro de la ciudad, muy cerquita del Casco Histórico y a unas pocas cuadras de la costa, de la playa y del mar. Es muy recomendable este hospedaje; además de su accesible precio, cuenta con la simpatiquísima atención de sus propias dueñas y con unos balcones que permiten vistas de parte de la Bahía de las Conchas y del Monte Urgull, donde se levanta el Castillo de la Mota.

Los primeros asentamientos en lo que hoy es San Sebastián se remontan hasta el 1180 cuando, en las cercanías del monasterio existente en la zona, el rey Sancho el Sabio de Navarra funda la villa medieval que tomó como nombre el homónimo al santo que se veneraba en el monasterio. La ciudad se llamó oficialmente San Sebastián hasta 1980, momento en el que pasó a denominarse también Donostia, tal su nombre en euskera, el idioma original del País Vasco. Desde entonces, es indistinto llamarla de una manera o de otra, aunque los locales prefieren hacerlo en su lengua materna.

San Sebastián supo ser un gran puerto comercial y militar hasta que fue reemplazado por Bilbao. Por momentos de su historia, osciló entra la ocupación francesa y la recuperación española del territorio, situada a escasos kilómetros de la frontera con la nación gala. Durante la Primera Guerra Mundial la cantidad de refugiados que llegaron a Donostia le dio a la ciudad un halo cosmopolita inusual hasta entonces. Entre los arribados se encontraban personajes como León Trotski o Mata Hari, a quienes era usual encontrar acodados en alguna de las mesas de casino. La ciudad empezaba a ganar fama en el mundo. Durante la Guerra Civil Española, San Sebastián cayó rápidamente en manos franquistas y el mismísimo dictador la eligió como residencia oficial de verano entre 1940 y 1975. Su famoso Festival de Cine comenzó a realizarse a partir de 1953 como un evento local, que fue ganando prestigio con el correr de las décadas hasta llegar a ser uno de los ágapes cinematográficos más célebres del planeta.

Pero dejemos de lado la historia y empecemos a recorrer el presente. Un buen punto de inicio, al menos desde donde estábamos ubicados nosotros, es el Parque Alderdi Eder, encuadrado entre el Ayuntamiento y la Bahía de las Conchas y sitio de reunión para muchos artistas callejeros, destacándose entre ellos algunos músicos realmente buenos. El nombre del parque, como de la mayoría de los sitios, esta en euskera y traducido al castellano significa jardines bellos. El luminoso y pintoresco carrusel y las glorietas son espacios que no hay que dejar de ver al pasear por aquí. Luego, uno será atrapado e hipnotizado por la enorme belleza de la Bahía de las Conchas y de su playa homónima.


Fue largo el rato que pasamos parados sobre la baranda que da a la bahía y al mar, disfrutando de una vista marina que por momentos volaba con las gaviotas y por momentos reposaba en la Isla de Santa Clara, intentando dar con el faro que desde antaño sobrevive como centinela de esta roca emergida en medio de las aguas. Si hay una postal característica de San Sebastián, esa es sin dudas la de la Bahía de las Conchas, que es algo así como el alma de la ciudad. Incluso, la Bahía da nombre uno de los galardones que se entregan cada mes de septiembre, cuando se realiza el Festival de Cine de la ciudad.

Interrumpido el hechizo por el canto desafinado de un vendedor ambulante, iniciamos la larga caminata que culminaría por recorrer de punta a punta toda la extensión de la Bahía, observando sus playas casi desiertas por lo invernal de la época y deteniéndonos de vez en cuando en los bares y restaurantes de la costanera para disfrutar de algunos de los vinos rosados de la denominación de origen Navarra, muy bebidos en los pagos vascos.

El Paseo de la Concha va obsequiando a quien lo recorre distintos puntos donde se conjugan áreas elevadas sobre la playa y el mar, túneles y barandales ornamentados con vistosas farolas que en los gélidos tiempos del invierno evocan con nostalgia la ajetreada vida estival de Donostia. En el camino surgen también miradores y plazoletas. Si uno llega hasta el final -nosotros lo hicimos-, podrá apreciar entonces el Peine del Viento, grandilocuente nombre con el que fue bautizado el conjunto de tres esculturas situadas entre las laderas del Monte Igueldo y los acantilados del mar. La obra fue creada por el artista Eduardo Chillida y el Ayuntamiento dispuso su ubicación, a manera de homenaje, en el mismo lugar al que de niño el artista se escapaba para jugar. Cada una de las tres estructuras de acero que componen el Peine del Viento pesa alrededor de nueve toneladas, que se entremezclan con la fuerza de la naturaleza cuando las grandes olas revientan contra las rocas convirtiéndose en millones de gotas saladas que se esparcen por el universo y mojan los rostros y los cuerpos de los ocasionales visitantes. Sobre la explanada y dependiendo de la fuerza de los vientos, quizá el espectador tenga la suerte de observar el Órgano del Mar, otra expresión que combina arte y naturaleza, en la que la fuerza de las olas marinas permite que en forma de chorros el agua emerja por los agujeros diseñados en el piso para tal fin.

Emprendimos el retorno con las energías renovadas. Queríamos llegar al puerto en horas decentes para almorzar algo, pero para eso debíamos desandar lo recorrido. La misión aparentaba un dificultoso cumplimiento, pero valía la pena intentarlo y si no hubiese sido por las pausas fotográficas lo hubiéramos logrado. Igualmente recorrimos el puerto de punta a punta, sin grandes embarcaciones pero con algunos veleros de admirable eslora. El puerto, además de la belleza que porta, es el lugar ideal tanto para obtener vistas fabulosas de la Bahía como de la Isla y sobre todo del Faro que allí se levanta. También, es el punto desde donde emprender el camino hasta el Castillo de la Mota y los distintos miradores del Monte Urgull. Sobre esta elevación se ubica el interesante Cementerio de los Ingleses que tan bien describe la escritora argentina Mariana Henriquez en su libro Alguien camina sobre tu tumba. Como nuestra intención era probar pintxos en alguna de las tabernas que teníamos señaladas como recomendadas, optamos por tomar el camino que atraviesa la Puerta Urgull y el Mirador del Puerto para adentrarnos en el Casco Histórico. Un camino peatonal de curvas y contracurvas nos llevó directamente hasta las puertas de la Basílica Nuestra Señora del Coro, una de las iglesias que no pueden pasarse por alto en San Sebastián. Allí nomás se encuentran también el Escudo de la Ciudad y la Hornacina de su santo patrono. De estilo barroco y no muy grande, el templo se terminó de construir en 1774 y su tesoro más preciado son los frisos de su entrada principal.

En cada calle del Casco Histórico uno se siente tentado a acodarse en una barra o sentarse en una mesa de las tantas y variadas tabernas que se suceden, con nombres de pintxos y platos principales en sus pizarras y un ambiente bien local. Nosotros decidimos apostar en primera instancia por un sitio llamado La Cuchara de San Telmo, ubicado en un rincón algo escondido a dos cuadras de la Basílica del Coro. Enseguida comprobamos la merecida reputación de este pequeño restaurante que elabora de manera sublime los mejores platillos de la cocina vasca contemporánea. Orejas de toro, morcillas, vieiras, mollejas al vino tinto o bacalao... el pintxo soñado estará en este lugar, donde nos atendieron muy cordialmente, explicándonos orígenes, ingredientes y cocción de cada platillo.

Párrafo aparte para el vino elegido, ya que fue el primero de tantos que probaríamos de la Denominación Txacoli, el típico vino vasco hecho con uvas blancas de la variedad Courbu. Estos vinos, además de tener una baja graduación de alcohol, se distinguen fácilmente por ser carbonatados, lo que es igual a decir que tienen algunas burbujillas. Fresco y muy bebible, estos vinos suelen servirse desde lo alto, dejando que el líquido caiga desde una distancia significativa a la copa para que gane en expresión y mejore la experiencia.

Pero dejemos el vino y retornemos al paseo... Ya volviendo hacia la Pensión nos topamos con el Boulevard de Donostia, un espacio verde muy pintoresco, con glorietas, algunos cafés y el Ayuntamiento a un costado.Ya en nuestras camas, aprovechamos para descansar un rato a la vez que atardecía sobre San Sebastián.

Al amparo de la noche y con la luna plateada tatuada sobre las aguas de la bahía, nos lanzamos nuevamente a caminar las calles de Donostia. Nos faltaba conocer buena parte del Casco Histórico así que hacía allí fuimos. No tardamos en perdernos en medio de tanta historia y sin saber muy bien cómo, llegamos hasta la Iglesia de San Vicente, una imponente mole de piedra gótica construida a finales del siglo XV, que se presenta como uno de los edificios más antiguos de la ciudad que aún se conserva en pie.


No muy lejos, nos dispusimos a cenar en otra taberna que nos llamó la atención, en este caso por su menú de pintxos combinados en pasos con maridaje. Hablo del Restaurante Ssua Arde Donostia, otro de los que teníamos agendados de antemano. Altamente recomendado este sitio, donde la carta de vinos por copa se luce por sí sola. De entre sus páginas, elegimos distintos exponentes de la Denominación de Origen Toro, que nos regalaron un mundo de sensaciones.

Nos acostamos felices. Antes de entregarme a los brazos de Orfeo medité sobre la calidad inexpugnable de la gastronomía vasca. Había probado algunos de sus platos en Buenos Aires y en otras ciudades del mundo, pero hacerlo in situ tenía otro significado. Comprobar que pida lo que uno pida, en el restaurante que sea, será siempre una fascinante experiencia que reforzará la convicción de que la cocina vasca está, sin dudas, entre las mejores del mundo.

A la mañana siguiente, bien temprano y mientras la brisa del mar estaba en su mejor momento, salí en caminata solitaria para adentrarme en la parte más nueva de la ciudad y visitar la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián, más llamativa por fuera que por dentro. En las últimas décadas, este edificio de fines del siglo XIX se ha vuelto un emblema del sector más nobel de Donostia. Unos pasos más adelante me encontré con el bonito parque elevado de Basoerdi.

Era hora de retirarnos, de abandonar esta ciudad con la incertidumbre que todo abandono sugiere: nunca se sabe si uno va a regresar. Me subo al bus que nos depositará en Madrid para, desde allí, volver por unos meses a Buenos Aires, mientras imploro en silencio por tener una segunda oportunidad en Donostia, en sus calles, en sus playas y en las mesas de sus tabernas, donde sé que una copa de Txacoli me estará esperando por los siglos de los siglos. Amén.





Comentarios

  1. ME FASCINO' LA DESCRIPCIO'N. ME HIZO VIAJAR EN EL TIEMPO

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    1. Me alegro muchísimo... Abrazo grande.

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    2. Maravilloso recorrido por la historia y la gastronomía de una ciudad fantástica.

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    3. Muchas gracias... Es realmente imposible no hablar de buena gastronomía si uno pasea por el País Vasco...

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