Bonjour París

 En esta primera crónica parisina, recorreremos algunos de los puntos más tradicionales de la capital francesa, incluyendo en ese rail a sus principales monumentos e identificando algunos tips que nos pueden hacer ahorrar tiempo y dinero, mientras disfrutamos de lo mucho que tienen para mostrar las calles de la "la Ciudad Luz".

por Diego Horacio Carnio

Torre EiffelBasílica del Sacré Cœur

Ni en tren ni en avión, a París llegamos en un Bus que nos trajo desde Brujas y que tras una breve escala en Lile nos depositó en la soterrada Estación de Bercy, en una de las orillas del Sena, a la altura de la Paserelle Simone de Beauvoir y del Accor Arena. Nuestro "hotel" -entenderán luego el encomillado-, se llamaba Absolute Paris Republiqué y quedaba a una hora a pie desde donde nos dejó el bus, por lo cual pusimos piernas en movimiento y comenzamos tanto la caminata como el recorrido por la famosa Ciudad Luz.

La ruta a pie nos permitió tropezarnos con algunos sitios que de otra manera no se si hubiésemos conocido. La Rue de Bercy nos puso en contacto con la Gare de Lyon, una de las siete estaciones de trenes que tiene París. Más adelante, al doblar en el Boulevard de la Bastille, bordeamos el Canal del Arsenal, siempre lleno de yates de pequeño calado, observando los bonitos jardines que adornan su puerto para llegar, luego, a la Place de la Bastille. Quienes no hayan estado nunca por estas latitudes no se hagan ilusiones con este sitio, ya que de La Bastilla nada ha quedado y todo lo que uno encuentra en el lugar donde antaño estaba la famosa prisión es la Columna de Julio, que no conmemora la Revolución de 1789 sino la de 1830. La marcha continuó por las veredas del Boulevard Lenoir en un largo pero bonito camino que nos permitió llegar hasta la Place Jules Ferry, ya a unos cuantos pasos del Hotel. Al entrar a la habitación nos pasó lo mismo que le pasa a muchísimos visitantes de París: nos encontramos con una habitación más parecida a una mazmorra que a un dormitorio. La capital francesa tiene una hotelería que deja bastante que desear cuando no se trata de hoteles de lujo o de cadenas internacionales. Sépanlo, es difícil encontrar buenos precios para pasar unas noches en París, pero más complicado es encontrar un hotel confortable que cumpla al menos con las expectativas de lo que uno paga, lo que explica el entrecomillado del párrafo anterior.

Dejamos las maletas y abandonamos nuestra mazmorra para emprender nuestra primera expedición parisina, en esta caso con rumbo a Montmartre, el bohemio barrio de los artistas. Para ello, nuestros pasos siguieron primero el curso del Canal Saint Martin, que cruzamos a traves de férreo y giratorio Pont tournant de la Rue Dieu, para luego tomar el Boulevard de Magenta y la Rue de Dunkerque y al final de esta arteria tocar con los ojos la silueta de la Basílica del Sacré Cœur, en lo alto de Montmartre. La antesala del famoso templo es un bonito parque, con carrusel incluido, desde donde uno puede optar para elevarse hasta la Basílica por el funicular -pago- o por las escaleras. Tomamos la segunda opción y una vez en lo alto nos detuvimos a observar las bellas postales panorámicas con París a nuestros pies. Las barandas de hierro muestran cientos de candados que cuelgan de ellas, como gestos de amantes anónimos con esperanzas de amores eternos.

Ingresar a la Basílica del Sacré Cœur es gratis, aunque llegar hasta la cima de su cúpula tiene un costo de unos 6 euros. Nosotros no subimos. Las vistas desde la explanada fueron lo suficientemente buenas como para ser superadas por una altura mayor. El interior neobizantino de este edificio, construido en la década de 1870, es interesante y bien vale una audioguía. Vale decir que la Basílica del Sacré Cœur es el segundo sitio religioso más visitado de París, detrás de Notre Dame.

Al salir del templo, caminamos por las laberínticas callejuelas de Montmartre, por momentos subiendo y al instante bajando, hasta llegar a la Place du Tertre, colmada de cafés y de artistas que exhiben sus obras y pintan retratos de los transeúntes. Por la Rue Norvins nos movimos muy lentamente, disfrutando del comienzo del atardecer, hasta arribar a la emblemática esquina que gobiernan los restaurantes Le Consulat y La Bonne Franquette, protagonistas indiscutidos de las jornadas de Montmartre. Nos sentamos en una de las mesas que La Bonne Franquette tiene sobre la calle, justo al lado de su puerta de entrada y mirando hacia Le Consulat, para probar algunos de los más de 200 vinos de todas las denominaciones de origen francesas, acompañados por platillos tradicionales de la cocina gala como la Salchicha de Pistachio de Colette Sibilia o la Sopa de Cebollas.

Grata sorpresa tuvimos cuando al bajar un par de calles por la Rue del Saules nos encontramos con el viñedo Clos Montmartre, una perlita para enofilos del mundo que anden por aquí y que a pesar de estar la mayor parte del año cerrado al público, es algo que no se ve todos los días. La Estatua del Hombre atravesando la pared y el Museo de Relieves de Dalí son otras de las atracciones que pueden aprovecharse mientras uno está en Montmartre.

Ya con la luna sobre el cielo de París emprendimos el regreso al hotel. Bajamos de lo alto del monte por las escalinatas de la Rue Foyatier, que aparecen en muchísimas películas y donde transcurre una de las escenas más importantes del filme John Wick IV, cuando el protagonista debe subir a contrarreloj hasta la basílica para batirse a duelo. París de noche es encantador, sobre todo en las callecitas que se alejan de las principales arterias. Decidimos cenar en el Restaurante ubicado debajo de nuestro hotel mazmorra, la Brasserie La Bonne Bière, no siendo ésta la última vez que nos sentaríamos a sus mesas durante nuestra estancia en la Ciudad Luz.

Al día siguiente, la acción comenzó temprano ya que nos encontramos al comienzo de la mañana con el guía de nuestro Free Tour en el Hòtel de Ville, deslumbrante Ayuntamiento parisino con una historia que abarca varias versiones de este edificio, la última que data del año 1882 ya que las anteriores fueron siempre destruidas por la violencia de los levantamientos y revoluciones que tuvieron a París como escenario. El Hòtel de Ville es neorrenacentistamente hermoso, con fachadas que muestran en pedestales y estatuas a los grandes personajes de la historia de la ciudad y muros que aún guardan sangrantes las heridas de la Segunda Guerra Mundial, con balazos y esquirlas todavía visibles en ellos. Unos cuantos metros nos separaban del Río Sena y hacia allí fuimos.


No es novedad decir que París está atravesada por el Sena y que los orígenes de la ciudad mucho tienen que ver con las dos islas fluviales que emergen de sus aguas: la Île de la Cité y la Île de Saint-Louis. En ellas, sobre todo en la primera, el visitante parisino se encontrará con varios de los lugares más célebres de la capital francesa. Viniendo desde el Hòtel de Ville llegamos a la Île de la Cité por el Pont de Arcole, cuyos 80 metros de extensión fueron construidos entre 1854 y 1856, en reemplazo de una estructura anterior. Por este puente cruzaron las tropas comandadas por el General Leclerc con el objetivo de tomar el Ayuntamiento durante la reconquista de París frente a los nazis.

La Rue de Arcole desemboca directamente en la Catedral de Notre Dame que, como muchos de ustedes sabrán, se incendió en 2019 y en el momento de nuestro pasó por París aún estaba cerrada y en refacción. El templo, levantado en el siglo XIII, es uno de los más claros exponentes del estilo gótico tradicional y conserva todo su encanto pese a los daños ocasionados por el fuego. Fueron necesarios casi 200 años para construir el edificio, que rápidamente se convirtió en una de las iglesias más visitadas y famosas del mundo, lo que le valió un lugar entre las páginas de la más ilustre literaura de la mano de escritores de la talla de Victor Hugo, entre muchos otros. Sobre la explanada del templo esta la boca de entrada a la Cripta Arqueológica de la Île de la Cité, un interesantísimo museo subterráneo sobre la historia de los inicios de la ciudad. Otro punto que no hay que dejar pasar es la Prefectura de la Policía, ubicada frente a la explanada de la Catedral, sitio de importancia cabal durante la resistencia francesa contra los ocupantes alemanes entre 1940 y 1945.

Rodeamos la Prefectura y cruzamos el Sena a través del histórico Pont Saint-Michel para recorrer algunas de las calles del Barrio Latino. La Fuente de Saint-Michel y la Iglesia de San Severino fueron algunos de los puntos tocados en esta parte de la ciudad en la que volveríamos a adentrarnos en los días siguientes para descubrir algunos de sus secretos. Retornamos hacia la Île de la Cité y por el Boulevard del Palais nos apersonamos ante la Sainte Chapelle, cuyos interiores azulados nos dejaron boquiabiertos. La historia de esta pequeña capilla gótica es muy curiosa e interesante. Resulta que hacia el año 1246, el rey San Luis de Francia ordenó su construcción para albergar las reliquias adquiridas por sus embajadores en Siria y Constantinopla, destacándose entre ellas la Corona de Espinas que supuestamente utilizó Jesucristo el día que fue crucificado. Si bien la fe no tiene fronteras, estudios científicos coinciden en que la probabilidad de que la corona sea verídica es casi nula. El ingreso a la Sainte Chapelle tiene un costo de 11 euros, pero los primeros domingos de cada mes es gratis, como en casi todas la iglesias y museos de París.

 

Otros dos edificios vecinos de la Sainte Chapelle para tener en cuenta son el Palais de Justice y la Conciergerie. La elegante sede de la justicia francesa deslumbra ya desde sus portones negros y dorados. Está construida sobre los cimientos del antiguo Palacio Real de San Luis y de él se desprende la estructura  de la Conciergerie, en la cual también nos ahorramos los 10 euros de la entrada por ser primer domingo del mes. Tambien llamado Palais de la Cité, la Conciergerie fue el hogar de los reyes de Francia entre el Siglo X y el XIV y desde 1392 sus pisos inferiores se convirtieron en una prisión. De hecho, aquí fueron encerrados a la espera de ser decapitados personajes fundamentales de la historia gala como Maximiliano Robespierre y la reina María Antonieta y en sus entrañas funcionó el Tribunal Revolucionario entre 1793 y 1795. Es muy buscado por los turistas el Reloj ubicado en una de sus torres, con vistas al Sena.

En el Pont au Change nos detuvimos para apreciar, apacibles, las aguas del Sena y observar a lo lejos la silueta inconfundible de la Torre Eiffel. Este puente tan característico de la ciudad es escenario de la afamada novela Los Miserables de Victor Hugo y regala algunas de las vistas más lindas de la Île de la Cité y las riberas parisinas.

Reiniciamos nuestro itinerario recorriendo la parte final de la Île por las orillas del Sena y contorneando la fachada de la Corte de Casación hasta el Pont Neuf -Puente Nuevo-,una sólida estructura de piedra inaugurada en 1607 que en dos tramos une la Île con ambas riberas del río. Este sector de la isla marca el final de la misma hacia el noroeste, terminando en lo que hoy es un pequeño parque público con forma de punta que otorga hermosas vistas de las aguas del Sena. Pero lo más curioso lo constituyen dos monumentos. Por un lado, se impone en el lugar la estatua ecuestre del rey Enrique IV de Francia, quien fuera asesinado en su carruaje en 1610. Fue este monarca quien finalizó la construcción del Pont Neuf tres años antes de su homicidio. El otro monumento es el erguido en honor al Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Templarios, Jacques de Molay, ya que en las inmediaciones se encontraba la principal fortaleza que la milicia religiosa poseía en París, demolida en dos fases por las órdenes de Napoléón Bonaparte primero y Luis Bonaparte después.

Cruzamos hacia la orilla sur del Sena y caminamos hasta el Pont das Arts, el mismo que Julio Cortázar menciona en el recorrido inicial de su novela Rayuela -que retomaremos en la nota "La París de Cortázar" que estamos preparando- y cruzamos en dirección al Museo de Louvre. En este primer acercamiento al que quizá sea el Museo más famoso del mundo, dedicamos el tiempo a caminar por sus patios, a realizar la trillada fotografía sosteniendo la pirámide de cristal y observar las masivas cantidades de gente que hacen cola para ingresar. Un secreto que cada vez es menos secreto para ahorrar tiempo: hay otras entradas además de la principal, una de ellas en el Metro y otra en la entrada que da al Pont das Arts. Dicen los que saben que en ellas prácticamente nunca hay que esperar demasiado. La estrella del Louvre es la Gioconda, pero muchas de las obras más importantes del arte se encuentran exhibidas en sus pasillos y galerías.

Ya en los Jardines de Las Tullerias nos dispusimos a descansar un rato, pero nos dimos cuenta que eran más de las 12, que no habíamos almorzado y que debíamos apurarnos para llegar hasta el Hotel Pullman, donde nos esperaban para llevarnos a conocer el Palacio de Versailles. El almuerzo lo solucionamos con unos crepés al paso que vendían en el parque y que los fuimos comiendo mientras avanzábamos hacia la Place de la Concorde, coronada con el antiguo Obelisco de Luxor, obsequio llegado desde las tierras del Nilo allá por 1830. Fue en este lugar donde se instaló la guillotina que hizo rodar las cabezas de Luis XVI y María Antonieta, entre muchos otros, durante los turbulentos años del Terror Jacobino. Cruzamos el Sena por el bellisimamente ornamentado Pont Alexandre III para continuar por la Quai d`Orsay desde la explanada del Hôtel des Invalides hasta la archirepresentativa Torre Eiffel.

El Palacio de Versailles tendrá su propia crónica, que podrán leer aquí en breve, por lo que continuaremos en este párrafo narrando nuestro primer encuentro con la Torre Eiffel, el monumento más visitado del planeta. El ticket de entrada para un adulto tiene un valor de casi 20 euros y conviene adquirirlo en la Web de la Torre, donde informan además sobre los tiempos de espera para el ascenso, que suelen ser extensos. Gustave Eiffel comenzó la construcción de la hoy emblemática estructura de hierro el 26 de enero de 1887, con motivo de la Exposición de París de 1889 en la que se conmemoraba el primer centenario de la Revolución. Con algunas resistencias e intentos de demolición, la Torre sobrevivió al paso del tiempos, a las guerras y a las revoluciones para convertirse en el símbolo indiscutido de la capital francesa. Cuando cae el sol, al comienzo de cada hora y durante unos cinco minutos, la Torre regala un show de luces imperdible, siendo desde los Jardines del Trocadero el mejor lugar para observarlo. En la explanada del Trocadero es donde Hitler y sus arquitectos predilectos -Speer y Breker-, hicieron sus placas fotográficas tras la conquista de París.

Si uno tuviera que elegir un único monumento para subir y ver París desde las alturas, muchos pensarían automáticamente en la Torre Eiffel. Otros propondrían las terrazas de las Galerías Lafayette. En cambio, si hay que elegir sólo uno, yo les propongo el Arco del Triunfo. ¿Qué razón me mueve a esta recomendación? Algo tan simple que no siempre se tiene en cuenta... Desde el Arco del Triunfo, las vistas de París son majestiosas, pero sobre todas las cosas tienen el agregado de que en ellas aparece la Torre Eiffel en escena, algo que no sucede si el lugar desde el que miramos la ciudad es la propia Torre. Obviamente, el Arco del Triunfo no es tan sólo una linda vista. Allí se encuentra la Tumba al Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial y dentro del monumento hay una interesante exhibición sobre la historia de su construcción, odenada por el propio Napoleón Bonaparte a comienzos del Siglo XIX. Su anhelo era pasar por el debajo del Arco después de cada triunfo conseguido en batalla, pero el emperador sólo logro pasar por debajo del Arco muchos años después de haber fallecido, cuando sus restos fueron repatriados. Las colas para acceder suelen ser muy largas, por lo que siempre conviene anticiparse y comprar las entradas que por unos 16 euros se venden en su página web oficial. De esta manera, uno gana tiempo que puede invertir luego en caminar tranquilamente a lo largo de los Champs Élysées o de la Avenue de la Grande Armée.

Ya que mencionamos los restos mortales de Napoleón Bonaparte, hablemos del Hôtel des Invalides, imponente lugar donde se encuentra su tumba. Con su enorme y característica cúpula dotada de ornamnetos dorados, Invalides fue en un comienzo y como su nombre lo indica, un hospedaje para soldados veteranos heridos en batalla. Este soberbio edificio alberga hoy el Museo del Ejército, el Memorial Charles de Gaulle y el Museo de la Orden de Liberación, éste último con una muestra interesantísima sobre los tiempos en los que Francia estuvo ocupada por los nazis. Pero más allá de todo, la mayor parte de la gente se acerca hasta aquí para conocer la Tumba de Napoleón Bonaparte, ubicada justo debajo de la gran cúpula, en un reciento circular y sumergido que puede observarse tanto a nivel como desde los balcones del ala principal del edificio. Allí, una gran urna contiene los restos del emperador, repatriados en 1840 desde Santa Elena, isla en donde murió en 1821. No es el único, ya que lo acompañan otros personajes ilustres de la historia francesa como el Mariscal Foch o el Mariscal Turenne. También lo acompaña su hermano José Bonaparte -conocido como "Pepe Botella" y quien fuera rey de la España ocupada por las tropas napoleónicas- y su hijo Jerónimo, además de muchos otros militares galos que por sus méritos se ganaron un lugar entre las paredes del Hôtel des Invalides.

Tumba de Napoleón Bonaparte

Caminamos luego hasta el Barrio Latino, atravesando el Jardín de Luxemburgo y visitando la Universidad de La Sorbone, abriéndonos paso por las calles parisinas hasta llegar al otro gran sitio que, sin ser un cementerio, está dedicado a muertos ilustres: El Panteón. Tal como su nombre lo indica, el Panteón fue inaugurado en 1781 esta dedicado a honrar la memoria de todos los personajes ilustres civiles de la vida francesa. Escritores, científicos, políticos, artistas... uno puede recorrer sus lugares de descanso en un itinerario deslumbrante por el interior de este templo neoclásico. Aquí, entre otros, duermen el sueño eterno prsonajes de la talla de Jean Jacques Rousseau, Montesquieu, Marie Curie, Voltaire, Alexander Dumas, Emilio Zolá, Jean Jourés, Jean Monnet o Louis Braille.

París se destaca por una presencia de cultos funerarios muy importantes. En este sentido podríamos ampliar y mucho los dos párrafos anteriores o agregar las visitas a las catacumbas o a sus famosos cementerios de Montparnasse o de Peré Lachaise, donde descansan personajes tan disímiles como Jim Morrison, Julio Cortázar, Federico Chopin u Oscar Wilde entre muchos otros. Tan amplio sería el texto que pronto escribiremos una crónica especial sobre La París de los Muertos, que estará publicada en las próximas semanas.

Ya era de noche... Estábamos cansados y decidimos volver despacito hasta nuestro hotel mazmorra. También decidimos cenar en un coqueto restaurante que estaba cerca del hotel, sobre el canal de Saint Martin, un clásico del barrio llamado Hôtel du Nord, de cuya carta pedimos un rico pato al estilo de los Pirineos. Sobre este restaurante quiero comentar dos cosas. Por un lado, el hecho de que cruzar sus puertas es trasladarse a los años `30 en un verdadero viaje en el tiempo. Por otro, que aquí, en una de sus habitaciones y hace casi cien años atrás, hubo un asesinato que dió lugar a la publicación de un libro y a la producción de una película, en ambos casos bajo el título Hôtel du Nord. Del filme se pueden visualizar algunos fragmentos y pósters en Internet, mientras que el libro aún puede conseguirse en alguna librería de viejo si la suerte acomaña. Es aquí donde pondremos el punto final a este primer relato de nuestra visita a París, en el que aglutinamos de alguna manera la experiencia de conocer algunos de los lugares más clasicos de la capital gala.













Comentarios

  1. Majestuosa Paris con todos sus rincones y con la belleza de su arquitectura, calles y monumentos, además de los rincones gastronómicos. Excelente relato de un ciudad eterna.

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