Ámsterdam y las calles de Ana Frank

Famosa por su Barrio Rojo, Ámsterdam es un laberinto de calles y canales donde perderse es un placer. Su Mercado de Flores, su Palacio Real y el encanto de sus museos se suman a la estremecedora historia de Ana Frank y a las pinceladas tristes pero talentosas de Van Gogh, entre muchos otros personajes célebres que eligieron la capital de Países Bajos para vivir.

por Diego Horacio Carnio

Basílica de San NicolásNEMO MuseumEl atracadero de Waalseiland, frente a nuestro hotel

Tardamos unas seis horas en recorrer a bordo del ferrocarril la distancia que separa a Berlín de Ámsterdam, para después sólo demorarnos unos diez minutos a pie hasta llegar a nuestro Hotel Library Ámsterdam, donde libros en todos los idiomas adornaban las paredes de lo que era una típica y angosta casa holandesa, de varios pisos y con mucha madera en su estructura. Siempre me parece un valioso plus cuando el hospedaje elegido cumple con ser parte integral de la ciudad y permite a uno vivir los días y noches que allí se quede como si estuviera en la casa de un amigo o pariente.

Ya dueños de nuestra habitación, nos deleitamos al mirar por nuestra ventana y ver las aguas de Waalseiland, un hermoso atracadero de botes a cuyo otro lado se encontraba la Biblioteca Pública de Ámsterdam y hacia un costado el moderno Museo de Ciencias NEMO, que asoma entre el agua y la escollera como si fuera la proa de un enorme barco. Salir a caminar por esta zona es caminar literalmente sobre el agua, una sensación que en la capital de Países Bajos se repite constantemente. En este caso, los colgantes puentes peatonales dan esa sensación de levitar y permite gratos paseos con pausas en pubs y restaurantes si la sed así lo requiere.


Casa de Ana Frank desde el otro lado del canal

Un rato más tarde ta estábamos perdidos entre las calles y los canales de la ciudad. Extraviarse es muy fácil y muy encantador a la vez. Casi sin darnos cuenta llegamos hasta las puertas de la Basílica de San Nicolás, ubicada enfrente y espejo de agua mediante, de la Estación Central a la cual habíamos arribado un par de horas antes. El interior de la iglesia amerita una avistaje, ya sea por los frescos de sus techos o los vitrales de sus muros. Luego, seguimos caminando y bordeamos el canal Oudezijds Achterburgwal que se adentra a la ciudad entre las típicas casas amsterdamesas, cruzando de uno al otro lado del canal a través de los bonitos puentes que fueron apareciendo ante nuestros pasos. Quizá el más significativo de estos puentes sea el Stoofbrug, de diseño vanguardista. 

En las inmediaciones, sea de noche o de día, se expande el famoso Barrio Rojo, donde Sex Shops y prostitutas que se muestran detrás de vidrieras o ventanales están por doquier, como también los negocios de venta de cannabis y sus consumidores. En mi opinión, si hay un lugar en toda Ámsterdam que carece de encanto es justamente el Barrio Rojo, sitio incluso anacrónico para una ciudad tan progresista y moderna como la capital neerlandesa. Fue en el siglo XVI cuando este puerto de lo en aquel entonces si era correcto llamar Holanda, se convirtió en un lugar lleno de tabernas y prostíbulos a la espera de los barcos que traían cientos de marineros deseosos de placeres mundanos.

Fue en los años ´60 cuando los neones rojos volvieron a brillar con fuerza y dieron nombre al barrio en el que la prostitución recobraba el primer lugar en la pantomima urbana. Lo difícil de entender es como, en pleno siglo XXI, siguen vigentes tales prácticas que ni siquiera causan asombro o transgresión, pero que llaman mucho la atención por el hecho de que las prostitutas protagonistas sean las más de las veces inmigrantes de países no europeos. Entiéndase lo que digo... no es por la práctica en sí misma que me posiciono en un lugar crítico, sino porque detrás de cada escaparate donde baila y se muestra una persona, existe la posibilidad de acción de la industria de la trata de blancas y de la explotación sexual, las cuales no creo que se eviten más allá de la utópica idea de que en Europa o en Países Bajos existan controles. Penes de siliconas, elementos sadomasoquistas, provocativos conjuntos y hasta un Museo del Sexo son cosas mucho más interesantes para ver que las prostitutas bailando a través de un vidrio. Debo destacar el enorme respeto por la diversidad de género que existe, no sólo en el Barrio Rojo, sino en toda Ámsterdam.

Stoofbrug, uno de los puentes emblemáticos de ÁmsterdamEl bebedero del Gran PezUna de las muchas casas flotantes de la capital de los Países Bajos

El otro componente famoso del Barrio Rojo lo componen los Coffee Shops. Vale decir aquí que Países Bajos fue uno de los primeros estados en legalizar la venta y el consumo del Cannabis -marihuana-, allá por los años '70. En 2009 hubo una nueva regulación que bajó a 5 gramos la cantidad permitida para vender y tener uno en su poder para consumo. Surgieron así los Coffe Shops, que no son otra cosa que bares con expendio de alcohol y venta de hasta 5 gramos de cannabis por persona y por día. En este sentido, las leyes son muy duras con quienes las vulneran y los permisos sólo alcanzan a las cantidades ya mencionadas de cannabis, estando estrictamente prohibidas todas las demás drogas y sustancias, con elevadas penas a quienes incumplen la normativa.

No verán fotos aquí del Barrio Rojo, ya que no se recomiendan tomarlas en la zona en cuestión, por lo que respetamos esta norma. Igualmente, googleando en la web, encontrarán un sinfín de imágenes con las que puedan fácilmente saciar la curiosidad.

No todo es prostitución en el Barrio Rojo, sino que también hay lugar para la religión y lo digo porque es aquí donde se levanta uno de los edificios más antiguos de la ciudad: la Iglesia Oude Kerk. En 1306 el templo fue consagrado al catolicismo, pero en 1578 y tras la Reforma Protestante, se convirtió en un centro calvinista tras la victoria que Guillermo "el Taciturno" obtuvo sobre los tercios españoles. Dentro de la iglesia, llama la atención que casi la totalidad del piso esta conformado por lápidas de tumbas centenarias que guardan los restos mortales de héroes militares, políticos y religiosos.

Disfrutamos de las calles de Ámsterdam con tranquilidad, algunas de ellas verdaderamente angostas y otras convertidas en bellísimos pasajes techados, similares a galerías decoradas con mucho estilo. En una de ellas nos encontramos cara a cara con el Big Fish, una cabeza de pez gigante que funciona como bebedero al interior de uno de estos pasajes. Al rato, llegamos a la Plaza Dam, la principal plaza de la ciudad flanqueada por el Palacio Real, el Museo de Cera de Madame Tussauds y el Monumento Nacional a los Caídos en la Segunda Guerra Mundial. Dam significa represa en neerlandés y es el nombre que le ha quedado a la plaza ya que en el mismo lugar pero siglos atrás existía allí uno de los muros contenedores de agua más importante de aquellos tiempos.

A pocos metros de la Plaza Dam domina la escena el Palacio Real, antiguo ayuntamiento que hoy forma parte de los cuatros edificios a disposición de la Corona de Países Bajos, cantidad establecida por el Parlamento. En este caso, el Palacio no funciona como residencia sino como museo y centro de recepciones de la realeza desde 1808, manteniéndose abierto al público cuando no está siendo utilizado para tal fin. El Monumento a los Caídos en la Segunda Guerra Mundial se encuentra enfrente del Palacio, a unos ciento cincuenta metros y cruzando una avenida. Este Monumento construido en mármol travertino, es un memorial a todas aquellas personas que perecieron en manos de los nazis que ocuparon la ciudad y el país desde mayo de 1940 hasta casi el final de la contienda. Cada 4 de mayo se honra a la víctimas en una ceremonia que congrega a la realeza, a las autoridades civiles y a los ciudadanos de la ciudad.

Palacio Real de ÁmsterdamAdoquines en memoria de las víctimas judías del HolocaustoMonumento a Baruch Spinoza

Entre tantos edificios notables que rodean la zona de la Dam, uno se encuentra con el que alberga al Museo de Cera Madame Tussauds, uno de los más afamados del mundo. Nombramos el lugar porque es un sitio de referencia que para los amantes de este tipo de atracciones que puede resultar importante e interesante. Nosotros decidimos no entrar por cuestiones de tiempos y prioridades, pero sepan que la entrada puede adquirirse en su sitio web y cuesta unos 23 euros.

Luego de almorzar unas buenas pastas y disfrutar de un par de copas de vino, decidimos bordear canales y cruzar puentes para acercarnos a conocer el Flower Market, pequeño pero hermoso mercado callejero de flores donde pueden conseguirse los famosos tulipanes holandeses. Para el viajero es bueno saber que uno puede llevarse algunos paquetes de semillas de esta típica flor de los Países Bajos, aunque les cuento que sembrarlas y que crezcan en climas distintos a los de su origen no es tarea sencilla.

El frío se hacía más intenso a medida que la noche empezaba a caer en Ámsterdam. Decidimos sentarnos a la mesa de una de las muchas cafeterías que se encuentran desperdigadas en las calles y pedir algunos chocolates, sin saber que tal acción nos llevaría directamente a una cara y dulce adicción: los chocolates artesanales locales son un verdadero paraíso sensorial. Lo mismo nos pasaría unos días después en Bélgica. Probar chocolates en estas latitudes del mundo es un viaje de ida sin retorno.

El resto de la jornada la dedicamos a pasear sin prisa ni apuro por la ciudad. Fuimos observando algunas curiosidades, como por ejemplo que las fachadas de las casas están muchas veces inclinadas hacia fuera de la línea de paredes, como si fueran a caer, algo que obviamente no ocurre ni suele ocurrir. También es llamativo que cada una de las casas de la ciudad tengan en su punto más alto, sobre la calle, un tirante de hierro con un gancho. Uno supone enseguida que debe ser para en caso de mudanza o de compra poder subir con sogas los muebles, a sabiendas de las estrechas dimensiones de los interiores de las casas y esa suposición se confirma cuando vemos efectivamente los ganchos en acción. Nos llamaron la atención también las casas flotantes y cuando decimos casas flotantes no hacemos referencia a los barcos utilizados como moradas -que también existen y a montones en Ámsterdam-, sino a estructuras flotantes que sirven como soluciones habitacionales para una ciudad cuya superficie acuática es mucha. Las casas flotantes, a diferencia de las embarcaciones usadas como casas, no navegan, sino que se mantienen estáticas en su flotación. Muchas de ellas se alquilan a través de plataformas como Booking, algo que tendremos en cuenta en nuestra próxima visita a la capital de los Países Bajos.

Antes de llegar al hotel, cenamos en un bonito restaurante italiano. Hay mucha comida callejera y muchos bocadillos al paso en Ámsterdam, pese a que la cocina neerlandesa no es de las más sabrosas, motivo que hace que existan muchas ofertas de cocina internacional entre los restaurantes que abren sus puertas cada noche.

Descansamos bien y el sol nos despertó temprano, al colarse por las cortinas de la habitación. Salimos en la dirección opuesta a la jornada anterior y fue un acierto. Enseguida nuestros pasos nos pusieron en contacto con la Montelbaanstoren, una torre defensiva del siglo XVI que desde hace unos trescientos años luce en sus cuatro lados un gran reloj. Bordeamos por un buen rato el Canal donde encontramos más casas flotantes hasta llegar a la Casa Museo Rembrandt, donde vivió el famosísimo pintor barroco neerlandés y donde se conserva el mismo ambiente en el que creaba sus obras. La entrada general cotiza a unos 20 euros, aunque niños, jóvenes, estudiantes y docentes obtienen descuentos que suelen llegar al 50 por ciento.

Seguimos luego a la vera del Zwanenburgwal hasta el Monumento que en 2008 se erigió en honor a Baruch de Spinoza, uno de los mayores exponentes de la filosofía europea del siglo XVII. Este sitio es también un buen lugar para observar las aguas del río Amstel, el mismo que da vida a la intrincada red de canales de la ciudad.

Chocolates en AluminiumbrugAluminiumbrugMás chocolates en Aluminiumbrug

Habiendo desayunado en Espressobar Puccini y comprado unos chocolates en Puccini Bomboni, nos detuvimos a disfrutarlos en el Aluminiumbrug, un puente levadizo con un sistema de básculas que es muy pintoresco. De esta manera, acumulamos energía para la larga caminata que nos esperaba y que tenía por destino la zona de los museos más importantes de Ámsterdam. El Rijksmuseum es la puerta de entrada a este sector de la ciudad. Entre sus muros se encuentran muchas de las obras de arte más célebres de la pintura neerlandesa, pero atravesándolo por sus arcos uno llega a una zona abierta donde abren sus puertas algunos otros museos, todos ellos imperdibles aunque para elegir a cual entrar y a cual no cada uno tendrá sus propias técnicas e intereses, ya que los precios de las entradas no son muy amigables con el bolsillo y los tiempos de los relojes no son eternos. Además del Rijksmuseum, uno puede optar por conocer el famoso y pequeño Moco Museum, con obras de Dalí y Bansky en su interior pero también con instalaciones y esculturas interactivas de acceso gratuito en su exterior. Unos metros más adelante llegamos hasta el Museo Van Gogh, con algunas de las obras más famosas del pintor que se cortó su propia oreja y las famosas cartas a su hermano Theo.

Moco MuseumInstalaciones externas del Moco MuseumInstalaciones externas del Moco Museum

La soleada jornada permitía vivir un día de invierno casi primaveral, así que decidimos hacer un paseo por el cercano Vondelpark, el parque urbano más grande Ámsterdam, que data del siglo XIX y tiene estanques, restaurantes y hasta un anfiteatro. El Vondelpark fue el lugar ideal donde descansar un rato y probar algunos bocadillos locales. Estuvimos un largo rato hasta que decidimos emprender el regreso al hotel, que se encontraba bastante alejado, por lo que finalmente decidimos ir directamente a la Casa de Ana Frank, lugar para el que ya teníamos las entradas en nuestros bolsillos.

Tras unos cuarenta minutos de un tranquilo trajinar cruzando puentes y canales, llegamos a la Casa de Ana Frank cuando aún faltaba algo más de una hora para el horario de nuestra visita, así que dividimos el tiempo entre conocer las calles aledañas al museo y sentarnos en una de las mesas del Café De Prins, de cuyo menú elegimos algunos platillos locales y probamos un par de vinos blancos alemanes.

A la hora indicada, ingresamos a la famosa Casa de Ana Frank. La visita al lugar donde Ana y su familia se mantuvieron escondidos de los nazis durante casi dos años y medio, junto a su familia y algunas personas más en tiempos de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. El escondite, conocido como "la casa de atrás", estaba situado de manera secreta en las dependencias de la empresa, detrás de una biblioteca que era en realidad la puerta de entrada a una empinada escalera que conducía a las habitaciones secretas que ocupaba la familia Frank y las cuatro personas que se sumaron a ella -la familia Van Pelz y el odontólogo Fritz Pfeffer-. Recorrer los mismos lugares donde Ana y los suyos vivieron atemorizados y ocultos, es triste y estremecedor. Fue en este marco de encierro en el que Ana no sólo se convirtió en una voraz lectora sino que escribió sus experiencias en su diario, publicado póstumamente por su padre -el único que sobrevivió a la guerra- bajo el titulo El Diario de Ana Frank, que se convirtió en uno de los libros más famosos y leídos del mundo, traducido a decenas de idiomas. La entrada al Museo cuesta 16 euros e incluye le uso de la audioguía en la lengua que uno requiera. Además de los recintos donde se ocultaron los Frank, las instalaciones del edificio cuentan la historia de Ana antes de tener que esconderse y la historia de los judíos antes de la invasión alemana.

Salimos conmovidos de la Casa de Ana Frank. Caminamos en silencio y como si fuera una relevación comenzamos a ver las veredas, frente a algunas casas distribuidas por la ciudad, adoquines de bronce con una leyenda. Los habíamos visto antes pero no nos habíamos detenido ni en ellos ni en sus significados, que ahora nos dábamos cuenta que señalaban las casas de los judíos exterminados en los campos de muerte de la Alemania nazi durante los años de la ocupación.

Cenamos en silencio. No emitir sonido por unas horas fue, quizá, nuestro mejor tributo a todas aquellas víctimas que se cobró la irracionalidad de la persecución del nacionalsocialismo en el continente europeo, a sus miedos, sus aterradoras noches y la indiferencia que las más de las veces rodearon sus pedidos de ayuda. Mañana nos íbamos a Brujas, en Bélgica, pero el estremecedor recuerdo de la corta vida de Ana Frank se quedaría con nosotros para siempre.

Montelbaanstoren, gran torre medieval con relojMuseo Van GoghRijksmuseum





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