Brujas, un aquelarre imperdible en Bélgica

 Entre los muchos encantos que ofrece Bélgica, la ciudad de Brujas se destaca por sus encantadores canales de agua, sus puentes, sus edificios medievales de estilo gótico y las historias y leyendas que encierran sus calles, algunas de ellas heroicas y otras sangrientas.

por Diego Horacio Carnio

El nombre de Brujas no proviene en realidad de ninguna práctica de magia negra realizada en esta región de Europa, sino de la cantidad de puentes que tiene la ciudad para sortear la infinidad de cursos de agua que la atraviesan. De hecho, el nombre de Brujas en el neerlandés original es Brugge, que deviene de la palabra brug, que significa puente en la lengua local.

Brujas es considerada ciudad desde mediados del siglo XI y es actualmente la capital de Flandes Occidental y su geografía hídrica le a valido el apodo de "La Venecia del Norte". Su casco histórico, medieval, gótico y muy bien conservado, la posiciona como una de las ciudades más atractivas y convocantes del Viejo Mundo desde el punto de vista arquitectónico.

La historia de Brujas sitúa a la ciudad en el centro de las principales rutas comerciales del medioevo, pero también en medio de enormes y constantes conflictos a lo largo de la Edad Media y Moderna, siendo parte de Francia, de los territorios Habsburgos, de España y los Países Bajos hasta que las guerras de religión desatadas por la Reforma empezaron a forjar lo que en 1830 llevaría finalmente a la independencia de Bélgica, soltando para siempre la ligazón política con los Países Bajos, pero no así las hermandades culturales, sociales y económicas. Pero dejemos la historia escrita a un lado y empecemos a vivenciar Brujas.

Belfort, campanario medieval de Brugge

El bus de Flixbus nos dejó en las afueras del casco histórico, justo enfrente de la Estación de Trenes de la ciudad. Desde aqui caminamos unos treinta minutos en dirección a nuestro Hotel du Théâtre, hermoso hospedaje boutique ubicado en pleno centro medieval de Brujas. La caminata hasta nuestros aposentos nos permitió un primer y hechizante contacto con la anatomía urbana de esta bellísima ciudad belga, al atravesar el extenso parque Koning Albert I e ingresar a la parte antigua de la ciudad por la Noordzandstraat, luego de chocar de lleno con una curiosa residencia que cuelga literalmente sobre uno de los tantos cursos de agua que fragmentan a Brujas en cientos de partes. Cada casa que uno mira, es un lujo para los ojos y entre fachada y fachada llegamos a nuestro hotel, cuyo nombre debe al vecino Real Teatro Municipal, con interiores neorrenacentistas que recomiendo visitar.

Ya instalados en nuestra habitación, el frío no fue una excusa para quedarnos en el hotel, así que salimos a descubrir la capital de Flandes sin saber muy bien por dónde empezar. Nuestro punto de partida fue entonces el Papageno, estatua del hombre pájaro ubicada en la puerta del Teatro que les nombraba en el párrafo anterior y que es el protagonista de  la ópera "La flauta mágica", de Mozart. Desde aquí, sólo dos cuadras nos separaban de la Grote Markt, la Plaza Mayor de la ciudad, un lugar encantador que nuclea la vida social de Brujas y que está rodeada de edificios de alto valor histórica y de muchos bares y restaurantes.

La Grote Markt es totalmente peatonal y se extiende en una superficie de algo más de una hectárea. Allí se levanta imponente el Campanario Belfort, que viene siendo reconstruido y modificado desde el Siglo XIII hasta el Siglo XIX, puntualmente hasta el año 1822. La torre del Campanario es visitable para quienes se atrevan a subir los 366 peldaños que la separan del suelo y la acercan al cielo. En ese camino ascendente, el osado visitante podrá apreciar de cerca el carrillón de 47 campanas. Un detalle más: subir al Campanario cuesta unos 15 euros. Más allá de subir o no, es imprescindible entrar al patio interior de este singular edificio, atravesarlo y recorrer las calles que hay detrás del mismo.

Miramos el Google Maps y decidimos dirigirnos hacia una plaza más pequeña llamada De Burg, pintoresca y bonita, que es la sede del actual Ayuntamiento de la ciudad. Recorrimos las calles apacibles de Brujas, asombrados por la tranquilidad que reina en el entorno urbano, llegando un rato después al puente Molenbrug, bajo cuya estructura nadan tranquilos unos cuantos cisnes, señal que nos indicó que era el lugar y el momento ideal para sentarnos a almorzar. Así lo hicimos en el Restaurante Molenpoort, especializado en platillos locales compuestos de vegetales a la mostaza, croquetas de queso Brie, sopa de mejillones y un guisado flamenco para combatir el frío. Esta acertada decisión culinaria la acompañamos con un Oude Werf 2020 de la región de Coastal, un Blend de Cabernet Sauvignon y Syrah sudafricano que maridó formidablemente con el menú elegido.

Tras el almuerzo, cruzamos el Puente Predikheren -San Bonifacio- para continuar bordeando el canal Groenerei y disfrutando de los cisnes que nadan sobre sus aguas hasta llegar a la tienda The Chocolate Crown, donde nos detuvimos a comprar algunos exponentes de los riquísimos bombones belgas que se venden en Brujas y que comimos mientras paseábamos entre los puentes Blinde Ezelbrug y Nepomucenusbrug, sentándonos por momentos en los muros que resguardan a los caminantes de los surcos de agua cercanos.

Fue cerca del Nepomucenusbrug, cruzándolo en dirección al centro, que nos encontramos con una sorpresa: el Museo de la Tortura. La entrada cuesta unos 8 euros que bien vale la pena invertir para bajar a las mazmorras de esta interesante muestra de los métodos de tortura que se utilizaban en la época medieval. Es atroz ver el ingenio invertido por verdugos y monarcas en inventar las más curiosas formas de atormentar a enemigos o condenados. El lugar no es muy grande y recorrerlo puede llevar unos 45 minutos aproximadamente.

Al salir del museo, retrocedimos sobre nuestros pasos para volver a probar algunos chocolates, pero también con la intención de acercarnos nuevamente a la Plaza De Brug para visitar algunos de los icónicos edificios que en ella se levantan. El primero de ellos fue la Basílica de la Santa Sangre, una iglesia pequeña, extraña por fuera y misteriosa por dentro, que guarda como reliquia lo que sus guardianas aseguran que es la sangre del mismísimo Jesucristo. Más allá de la veracidad de la sangre, dilema que dejamos en territorios de la fe y del dogma, debemos decir que es curioso como personas de todo el mundo -incluidos nosotros obviamente-, van pasando frente a las guardianas de la sangre para llegar a una vitrina donde por un segundo se puede observar algo que uno tarda o no puede terminar de identificar. He ahí el milagro, quizás, en poder reconocer en la reliquia la sangre de Cristo. Más interesante me parece sumar aquí sumar datos sobre este raro edificio, que supo ser la capilla particular que el conde de Flandes tenía en su casa, por lo cual al caminar por ella lo estamos haciendo también por la casa de quien fuera el mandamás de la ciudad.

En este segundo paso por la Plaza De Brug nos hicimos de un poco más de tiempo y aprovechamos para conocer el Stadhius Brugge, edificio que funciona como Ayuntamiento, construido en 1376 y en cuyos góticos interiores se expande un interesante museo sobre la historia de la ciudad. Pegadito al Ayuntamiento, nos encontramos con otra perla arquitectónica como lo es el Palacio de Justicia, que data del Siglo XVIII y muestra a quien lo mire una opulenta y bella fachada barroca. Es lógico que en ciudades como Brujas uno sienta que los ojos se empalagan de visuales, pero traten de mantener firme el interés y observar todo una y otra vez... sus memorias se lo agradecerán.

Ya era de noche y decidimos cenar en nuestro Hotel. Un rato más tarde, mi tradicional caminata nocturna me llevó hasta las cercanas puertas de Blend Wijnbar Winkel, un paradisíaco bar de vinos con etiquetas de todo el mundo que pueden probarse por copas. Uno no sabe por cual botella empezar. Los amantes del vino me entenderán cuando digo que cada una de las noches que pasé en Brujas, senté mi humanidad en estas mesas y escribí, leí o medité mientras disfrutaba de vinos de distintas regiones del planeta.

Nuestra segunda jornada en este fabuloso aquelarre que es Brujas inició visitando la Catedral de San Salvador. Si bien los conflictos religiosos entre católicos y protestantes fueron enormemente importantes en esta región como en muchas otras de Europa, los templos se han mantenido la mayor parte de las veces a salvo del fanatismo religioso, cambiando a veces de credo, pero siempre en pie. De fachada gótica y típica torre de elevada altura, el mayor tesoro de este templo se encuentra en sus vitrales y en las pinturas que guarda en su interior, estas últimas fieles exponentes del rico arte flamenco. El ingreso a la Catedral es gratuito, lo cual no es un dato menor. Muy cerquita, a unas tres cuadras, se encuentra otro templo gótico, en este caso del Siglo XIII: la Iglesia de Nuestra Señora de Brujas. Esta imponente edificación es considerada un verdadero museo religioso, aunque aquí si hay que desembolsar unos 7 euros para poder ingresar.

Como toda ciudad medieval de importancia, Brujas tuvo que protegerse de visitantes no deseados, de enemigos y de asedios, por lo cual existió en tiempos pretéritos una fuerte muralla que resguardaba a la ciudad y de la que hoy quedan muy pocos vestigios. Sobreviviente de aquellos tiempos es la Gentpoort, que puede traducirse como Puerta de Gante ya que por aquí iban y venían los comerciantes que hacían negocios con esa otra y cercana ciudad. Hay otras tres puertas más que vale la pena visitar y que muestran cómo era llegar y partir de Brujas en siglos pasados. Katelijnepoort es una de ellas y se haya cerca de Gentpoort, aunque no es tan deslumbrante como ella. 

Almorzamos nuevamente unos platos típicos belgas, pero esta vez lo hicimos en Le Panier D'Or, donde fue altamente sensorial la degustación de bocadillos típicos a la vez de tener el Campanario Belfort a la vista a través de la ventana.

Nos quedaba tiempo para visitar el Choco Story, algo así como un museo dedicado al chocolate que ni el contenido de la muestra ni el precio de la entrada lo hacen muy recomendable, salvo para pasteleros o chocolatiers a quienes realmente le interesen los pormenores de la producción de este exquisito producto...

El resto de la jornada la dedicamos, como solemos a hacer, a disfrutar la ciudad sin citas programadas ni con museos, ni con iglesias ni con nada ni con nadie, intentando camuflarnos entre los habitantes de Brujas para tratar de sentirnos uno más. Ya de noche y tras la ceremonia de visitar el Bar de Vinos comentado anteriormente, nos retiramos a descansar con la cabeza puesta en el trayecto en bus que mañana nos depositaría en París.








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