Saint-Émilion, los viñedos de Pomerol y de Fronsac

Desde Burdeos, un recorrido por algunos de los viñedos más célebres del mundo no es sólo una tentación, sino casi una obligación, que permite al intrépido viajero descubrir los Châteaux de las comunas de Fronsac y de Pomerol y encandilarse con el medieval encanto del pequeño poblado de Saint-Émilion.

por Diego Horacio Carnio


Estar en Burdeos significa estar en un contacto permanente con el mundo del vino, pero no únicamente para beberlo, sino tambiñen para aprender sobre él, sobre el fabuloso camino que la uva hace del viñedo a la bodega y de allí a la botella, a la copa y a nuestras bocas. Caracterizada como una de las regiones más célebres del planeta en cuanto a la industria del vino se refiere, Burdeos y las comunas que la rodean se jactan de ser cuna de algunas de las mejores botellas que la humanidad ha descorchado. Durante nuestra estancia por estas latitudes, nos dimos el gusto de recorrer la campiña, los viñedos y los poblados de la región, destacándose entre ellos los de Fronsac, los del Pomerol y los de Saint-Èmilion. Mucho hablaremos de vino en esta crónica, por lo que a quienes les interese les recomiendo el material que mi alter ego El Perfecto Vino publica en su Blog y en su Instagram.

Existen dos maneras sencillas de realizar este recorrido u otros que incluyan viñedos y chateaux. Una es alquilar un auto y experimentar la libertad absoluta de la ruta, frenando en donde uno quiera cada vez que uno lo desee. La dificultad de esta opción radica, quizá, en las complicaciones que pueden surgir a la hora de hacer la elección de las bodegas a visitar y las reservaciones respectivas. La segunda variable, que es por la que nosotros optamos, es contratar una visita guiada, donde uno puede perder parte de la sensación de libertad que da el alquiler de un vehículo, pero gana en la tranquilidad de dejarse llevar y realizar el itinerario relajado y sin contratiempos. Esta última manera de recorrer las zonas vitivinícolas es ideal si uno está visitando la región por primera vez. A partir de la segunda visita, hay que pensar seriamente en la rentar un automóvil.

Pro vayamos al grano, o mejor dicho a la ruta y alos viñedos que es leitmotiv de estas letras. Partimos desde el Monumento de los Girondinos rumbo a nuestra primera parada en la comuna de Fronsac, cruzando primero el Río Garona y un rato más tarde el Río Dordoña. Casi una hora tardamos en arribar a la comuna de Fronsac, un cantón de poco más de mil pobladores que pertenece al Departamento de la Gironda, en la región de Aquitania. Si bien es considerada una zona productora menor dentro de la industria vitivinícola de Burdeos, algunos de sus vinos son realmente memorables. De los varios Châteaux y bodegas existentes en la zona, visitamos uno de los más conocidos: Château de La Dauphine.

Lo primero que asombra del Château La Dauphine antes de probar sus vinos es su historia. Estas tierras, antes de convertirse en los viñedos que hoy pisamos, fueron sede de un poderoso reducto fortificado propiedad de Carlomagno, quien las tuvo bajo su poder alrededor del año 770. Pero ahí no culmina la historia célebre de esta finca, que en 1634 fueron adquiridas por el Cardenal Richelieu. Es bajo su influencia que la fama de los vinos de la región del Fronsac comienza a trascender las fronteras del pequeño ducado, siendo apreciados no sólo en el resto de Francia sino también en varias regiones de Europa. La bonanza económica y los buenos vinos hicieron posible que entre 1744 y 1750 se levantara el Château propiamente dicho, que aún gobierno el viñedo con todo su esplendor. Será una ilustre visitante de aquellos años quien le dará finalmente el nombre a la bodega. Hablamos de Marie-Josèphe  de Saxe, esposa de hijo del entonces rey Luis XV, por lo tanto Delfina de Francia y madre del último rey galo antes de la Revolución de 1789, Luis XVI.  En realidad, la señora de la realeza permaneció en la propiedad tan sólo unos cuantos días, pero los suficientes para dar notoriedad y fama al lugar y hacer que éste tomara en su honor el nombre que hoy lo identifica: La Douphine.

Pero pasemos de la historia del lugar a sus vinos. Luego de recorrer los viñedos que se extienden sobre la margen derecha del Dordoña, nuestros pasos nos llevaron a la bodega propiamente dicha, allí donde todo el potencial de las uvas cosechadas de las vides se convierte en vino gracias a la magia de la naturaleza y a la mano del enólogo. Luego llegó el momento de probar algunas de las etiequetas que elabora La Dauphine. Empezamos por un Bordeaux Rosé, Denominación de Origen homónima, que está logrado a partir de uvas Merlot y Cabernet Franc. Luego fue el turno de un hermoso Merlot, el Château Bellevue 2017, de una memorable intensidad aromática y un sensual paso por boca. Finalmente y antes de partir hacia nuevos rumbos, tuvimos la posibilidad de probar el icónico Château de La Dauphine 2015, compuesto por un 90 por ciento de Merlot y el resto de Cabernet Franc. Este vino es lo que en Francia llaman un Gran Crú, es decir un vino único y de muy alta gama.

Abandonamos La Dauphine y Fronsac con destino al pequeño y encantador poblado de Saint-Èmilion, que cuenta con menos de 2000 habitantes pero con muchos vinos de su Denominación de Origen que son muy valorados entre los enófilos del mundo. Caminar por las callejuelas de Saint.Èmilion supone un viaje al medioevo sin escalas, una experiencia adorable en medio de casas construidas casi por completo en piedra, que hace juego con el promontorio rocoso sobre el que se recuesta y que le da su toque más distintivo a este sitio que desde 1999 fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.


En Saint-Èmilion, nuestros pasos iniciaron su derrotero en la puerta de la Iglesia Colegiada de la ciudad, un pétreo edificio al que ingresaríamos un rato más tarde, antes de despedirnos del lugar. Por lo pronto, caminamos por los intrincados pasajes que suben y bajan constantemente por la geografía del poblado, donde decenas de bares de vinos se desparraman en un recorrido fascinante. Casi sin darnos cuenta estábamos frente a la Porte de la Cadène, la única casa que queda en pie con su arcaica estructura de madera y que es cabal ejemplo de las moradas que existían en la región siglos atrás. Unos metros más abajo de la Porte de la Cadène, el viejo Mercado Cubierto nos sorprende con sus techos abovedados y sus molduras de estilo gótico, donde su reunía el Jurade o el Concejo Municipal de la ciudad luego de que el rey Juan Sin Tierra le diera a Saint-Èmilion ese beneficio alla por el año 1199.

Si debiéramos elegir la construcción más representativa e importante de Saint-Èmilion, a pesar de que hay muchas, creo que no dudaríamos en optar por su Iglesia Monolítica, una mole de piedra excavada al interior de la meseta calcárea en un solo bloque. ¡La edificación es única e impactante! Además de ceremonias y conciertos, en su interior se celebra aún las ceremonias de iniciación de la Cofradía de los Vinos de la región. Encontrar la Iglesia Monolítica es muy sencillo... sólo hay que dejarse guiar por su gigantesco campanario de casi 70 metros de altura que se observa desde casi cualquier punto del poblado.


Podríamos estar escribiendo por horas y paseando por años si de Saint-Èmilion se tratara. Pero ni la paciencia del lector es tan grande ni la vida es eterna para ello, así que mis últimas recomendaciones a la hora de visitar este sitio es no dejar de pasar al menos un rato por el Claustro de los Cordeliers, deslumbrarse con las vistas que se obtienen desde el terraplén próximoa a la Torre del Rey, visitar el Palacio Cardenal y dejar una huella tanto en los Claustros como en el oscuro templo de La Colegiata.

Saliendo del poblado, a unos pocos minutos por la ruta, llegamos a Château Cadet-Bon, segunda bodega que visitaríamos en el recorrido para probar sus Gran Cru Classè de Denomición de Origen Saint-Emilion. En este Château se producen vinos desde 1867 y su viñedo refleja la clásica formula vínica de la región, con Blends compuestos por un 80 por ciento de Merlot y un 20 por ciento de Cabernet Franc. La edad promedio de las vides es de 40 años. Aquí probamos distintas añadas del Grand Crú Claseé de la casa que, con una cuidada crianza en barricas por un lapso de entre 12 y 18 meses, da por resultado un vino corpulento y sedoso con una nariz fresca y penetrante. También pudimos disfrutar de las etiquetas secundarias del emprendimiento, vinos pensados más para el día a día pero que muestran una excelente relación entre precio y calidad.

Un par de horas después de arribar, abandonamos la bella región de Saint-Èmilion con destino a una de las geografías más famosas del mundo del vino, Pomerol, donde cobra vida una de las botellas más famosas y anheladas del planeta como es Petrus, un Merlot con un toque de Cabernet Franc, con un paso de hasta 28 meses por barricas de roble y un potencial de guarda de más de 30 años. También, entenderán ustedes el porqué, es uno de los vinos más costosos que existen. Nuestro paso por Pomerol no hizo que pudiéramos probarlo, pero si al menos pasar por las puertas del Château donde es creado.

Ya de regreso en Burdeos, aún tuvimos tiempo de cenar algunos platillos en uno de los restaurantes que hay en la Place du Parlement, sentados a una de las pequeñas y redondas mesas del Bistró L`Autre Petit Bois, donde probamos unos guisos con quesos fundidos que estuvieron geniales. Tras un par de cafés, nuestros aposentos nos llamaron más temprano que tarde, lo cual fue positivo teniendo en cuenta que a la mañana siguiente debíamos madrugar para poder disponer de más tiempo y continuar descubriendo esta magnífica ciudad.









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