Viena imperial y majestuosa

 La majestuosa Viena, hoy capital de Austria y antes principal sede del trono del Imperio Austrohúngaro, conserva en cada rincón la elegancia que la supo situar como una de las ciudades imprescindibles de Europa

por Diego Horacio Carnio

Un ambiente gélido, con mucho frío y nieve, nos recibió en la Wien Hbf, la Estación Central de Trenes de Viena, donde no tardamos demasiado en encontrar la parada del tranvía Nº 0 a bordo del cual llegaríamos a nuestro hospedaje en la capìtal austríaca, el bello Hotel Urania, donde cada una de sus habitaciones está decorada de manera distinta y sus áreas comunes hacen sentir al huésped como si estuviese en otra era, en otros tiempos.

Era de noche y nevaba mucho, pero eso no impidió que tomáramos nuestros abrigos y saliéramos del hotel a descubrir los alrededores y buscar un lugarcito para cenar algo rico. Caminamos unas cuadras por el tranquilo barrio que nos rodeaba, descubriendo que detrás del alojamiento estaba el Donaukanal -se traduce al español como Canal del Danubio-, un curso artificial de agua de 17 kilómetros construido en el siglo XVI que se desprende del Danubio y atraviesa el centro de Viena. Pero nuestro hallazgo culinario estuvo un par de calles en el sentido opuesto al canal, donde sobre una plazoleta nos encontramos con el puesto callejero Mustafá, especialista en Kebap y Salchicas. Cenamos tranquilos, de pie, bajo la luna austríaca. Luego, nos fuimos a descansar para estar al día siguiente con la energía necesaria para recorrer la inmensidad imperial de Viena.

Luego de desayunar iniciamos la jornada caminando hacia el río Viena, un pequeño cauce de agua que muchas veces se encuentra casi seco, pero que es atravesado por vistosos puentes que conectan sus márgenes. Nuestro primer cruce lo hicimos por el emblemático Zollamtssteg, un puente peatonal de arcos de acero construido en 1900 que logró hacerse célebre por su aparición en la recordada película "Antes del amanecer", filme del director Richard Linklater, que regala imágenes de la ciudad que hacen al filme muy recomendable para quienes planeen visitar estar latitudes. Debajo de este pintoresco puente, en diagonal, se encuentra el Zollamstbrücke, viaducto conocido en castellano como Puente de la Aduana, por donde uno puede ver aparecer y desaparecer casí al mismo tiempo a las formaciones ferroviarias que suelen cruzarlo. 

Bordeamos durante algún trecho la orilla del río, pasando por los bonitos puentes Kleine Marxerbrücke y Stubenbrücke, hasta llegar al bellísimo Stadpark, uno de los sitios que no pueden faltar en cualquier recorrido por la ciudad de Viena que se precie de tal. El parque está habitado por numerosas estatuas que reconocen a los muchos músicos talentosos que nacieron tanto en Austria como en otros países vecinos.  Allí uno puede tropezar con los memoriales dedicados a Johann Strauss, a Lehár Denkmal o a Franz Schubert, entre otros. Aquí se levanta también el Kursalon Hübner, una palaciega sala de conciertos construida en la segunda mitad del siglo XIX, donde han sabido tocar glorias de la música clásica como Shubert y aún hoy se representan ante el público piezas de Mozart, de Bheetoven o de Satruss. Para más info sobre los conciertos uno puede hacerlo en la página web oficial del Kursalon. El Stadpark es el lugar ideal para hacer una pausa y degustar una salchicha vienesa mientras se observa el tranquilo nado de los patos en el espejo de agua del parque. La nieve, por supuesto, le sumó encanto al paseo que culminó para continuar adentrándonos en la ciudad.

Caminamos por la Johaanesgasse en dirección a un lugar que desde que oímos de él nos resulto intrigante y fascinante: la Cripta Imperial de Viena. También conocida como Kapuzinergruft o Cripta de los Capuchinos, la Cripta Imperial es un tesoro funerario imperdible, salvo para aquellos que no gusten de estas cuestiones o sean impresionables ante los altares de La Parca. Si bien los precios de los tickets pueden consultarse en su página oficial, la entrada general sale unos 8,50 euros y se adquieren en las boleterías del lugar, en forma presencial. El interior del edificio que aloja a los cuerpos de emperadores y familias imperiales desde 1633 requiere de tiempo para ser bien recorrido. Está dividido en criptas, según las épocas y los principales monarcas que alli se encuentran. La primera sección es la más simple y la más antigua ya que, conocida como Cripta de los Fundadores, alberga en sencillos ataúdes metálicos los cuerpos de la Emperatriz Ana de Tirol y del Emperador Matías. Vale recordar aquí que en alemán se usan los vocablos Káiser y Káiserin para hacer referencia a los emperadores y emperatrices, algo que hay que tener en cuenta por las numerosas referencias que en todo sentido encontramos no sólo en Austria, sino también en Alemania. Pero continuemos recorriendo la Cripta y pasemos ahora al segundo espacio, denominado Cripta de Leopoldo, más barroca que la anterior y con algunos de los ajuares más vistosos de todo el complejo subterráneo. Casi sin darnos cuenta, nos hallamos de repente en la Cripta de Carlos, donde se disponen siete de los sarcófagos más magníficos y una urna con el corazón de la Emperatriz Amalia Guillermina. Magnífica es también la tumba de María Teresa, que da nombre a la siguiente sección y encabeza en belleza esta parte de la Cripta Imperial. En la siguiente sala, llamada de los Franceses, es donde descansa el corazón de Napoleón II, hijo de Napoleón Bonaparte y la princesa María Luisa de Austria, ya que los demás restos mortales del joven fueron llevados a París en 1940 por oden de Hitler y descansan allí junto a los de su padre, en el Palacio de Los Inválidos. El recorrido continúa por la Cripta de Fernando y la Cripta Toscana, esta última con sarcófagos muy sencillos en comparación a lo visto anteriormente.

Párrafo aparte para lo que sigue... Primero la Cripta Nueva, un agregado lateral al histórico edificio en donde se dispusieron las moradas funerarias de muchos monarcas y familiares. Nos interesó de sobremanera, más por su historia que por su ornamentación, el sepulcro del Emperador Maximiliano I de México, el mismo que fue fusilado en Chapultepec en 1867, hermano del famoso Francisco José I, personaje cuyos restos encontraríamos en la siguiente sala que lleva su nombre y en la que hay tres ataúdes. El más destacado es el del último emperador del Imperio Austrohúngaro Francisco José I, fallecido 1916, en plena Primera Guerra Mundial. A uno de sus lados descansa la famosa Emperatriz Sisi, sepulcro sobre el cual muchos visitantes le dejan sentidas cartas y hermosos mensajes. Al otro lado, yace el Príncipe Heredero Rodolfo, quien se suicidó en 1889. 

Emergimos nuevamente al mundo de los vivos y casi enseguida un carruaje a caballos que nos pasó demasiado cerca nos devuelve al de los difuntos. Nos despabilamos con un café para recuperar energías, sentados a los pies de la Fuente de Donner, otra de las bellas locaciones que aparecen en el filme "Antes del amanecer" mencionado anteriormente en esta crónica. Pero no nos demoremos demasiado que aún falta mucho por descubrir...

Caminamos hipnotizados por los edificios vieneses unas tres cuadras hasta llegar a la Stephansplatz, plaza central de Viena y lugar de reunión para locales y visitantes. Entre las distintas posibilidades que se abrían ante nuestros pasos, decidimos empezar a recorrer esta parte de la ciudad visitando la Catedral de San Esteban, un templo cuyos orígenes se remontan al año 1137, más allá de haber experimentado reconstrucciones y refacciones a lo largo de los siglos, la más actual de ellas ocurrida luego de la devastadora II Guerra Mundial, cuando debieron reconstruirse todos los tejados de la Iglesia. Si bien la entrada a los interiores de la Catedral es gratuita, por un ticket de 20 euros existe la posibilidad de realizar un recorrido guiado que permite visitar también las catacumbas que se encuentran debajo de las naves del templo y ascender a las Torres Sur y Norte. Pueden acceder a más información sobre esta actvidad en la web oficial de la Catedral. Los interiores fusionan el estilo gótico y el románico. El Altar Mayor es muy vistoso y el Órgano, incorporado en 2017, es imponente.

El exterior de la Catedral es muy particular, destacándose su techo a dos aguas, de empinadas pendientes y construido con más de 230.000 tejas esmaltadas en colores diferentes que dan vida a los escudos imperieales de Viena, de Austria y al monograma del emperador Francisco I. La altísima Torre Norte y la menos elevada Torre Sur componen junto a distintos pórticos una hermosa visual arquitectónica externa, que nos requirió más de una mirada y más de una vuelta a su alrededor para que la admiración sea completa.

Muy cerquita y detrás de la Catedral, caminamos unos cien metros para apersonarnos en las puertas de la Casa de Mozart en Viena -Mozarthaus-, un Museo que muestra la vida y obra del genio de la música clásica en el mismísimo lugar donde vivió entre 1784 y 1787, período en el que compuso la parte más extensa y significativa de su inmensa obra. El museo abre todos los días de 10 a 18 y los tickets se pueden obtener de manera electrónica

El hambre calaba hondo e indicaba que ya era momento de comer algo y nos decidimos a hacerlo en las mesas de un lugar muy sencillo llamado Miznon Viena, ubicado casi al lado de la morada vienesa de Amadeus Mozart. Ojeamos un poco el Menú de este lugar especializado en "comida callejera salvaje", tal como reza su lema, para elegir finalmente sendas cazuelas de guiso de ternera con tubérculos cocinados a fuego lento. Verdaderamente, recomendamos hacerse un rato para probar las exquisiteces de este pequeño restó vienés, comandado por el chef israelí Eyal Shani.


Tras nuestra visita a los aposentos de Mozart y después de saciar el hambre, nos dirigimos hacia la Iglesia de San Pedro, situada a unas pocas cuadras de la Catedral. De estilo barroco, el templo regala más sensaciones por sus interiores que por su parte exterior. La iglesia está administrada por sacerdotes del Opus Dei, algo no muy común en la esfera eclesiástica. Fundada en 1701, su construcción se finalizó hacia 1733 y entrar a conocerla no tiene costo. Incluso, hay visitas guiadas en alemán y en otras lenguas todos los días a las 9, 10, 13 y 15 hs. La decoración interior es magnífica, sobresaliendo la soberbia cúpula decorada con un fresco pintado en 1714 por Johann Michael Rottmayr. El púlpito es otra obra suntuaria que uno no puede perderse, como tampoco puede dejar de visitar la Cripta, si es que la encuentran abierta.

Al salir de la Iglesia de San Pedro nos dimos una vuelta más por la Stephansplatz, ya que nos faltaba conocer la Columna de la Peste o Pestsäule en alemán, construcción dedicada a las víctimas de la peste negra y a la protección de la población ante ese flagelo y nuevas calamidades que el futuro incierto del medioevo podría traer consigo. Vale como dato saber que esta Columna se erigió en el siglo XVII por la peste que la ciudad de Viena sufrió en esos años y no por la famosa Peste Negra del Siglo XIV, como uno suele pensar a priori. Fue el emperador Leopoldo I quien la mandó a construir antes de abandonar la ciudad para huir de la enfermedad. Son muchos los lugares de Europa que cuentan con este tipo de construcciones comúnmente llamadas Santa Trinidad -en Budapest por ejemplo hay una en el Bastión de los Pescadores-, ya que son plegarias al cielo para que la epidemia acabe y jamás se repita, pedido poco escuchado por cierto.

Tras un restaurador capuccino en la confitería Segafredo -aunque no lo crean no había café vienés-, emprendimos ruta hacia la coqueta zona del Rathausplatz, deteniéndonos a mitad de camino en un lugar que nos fascinó: el Ferstel Passage. Este coqueta e interesante pasaje se ubica en las entrañas del Palacio homónimo, construido en 1860 y sede del también famoso Café Central. Pero volvamos al Pasaje... según nos contaron, hace mucho tiempo que se viene evaluando la posibilidad de cerrarlo al público e incluso hay una leyenda en su entrada que así lo anuncia, pero lo cierto es que por el momento la accesibilidad es libre y uno puede optar por pasar un rato al refugio de sus ornamentados muros y techos, bebiendo un café o una copa de vino y disfrutando de exquisitos chocolates artesanales. Así lo hicimos nosotros, con unas sabrosas trufas que conseguimos en Xocolat y que disfrutamos en una de las mesas del pequeño bar Vulcanothek acompañados por una copa de un delicioso Sauvignon Blanc austríaco, cuya etiqueta no alcancé a ver pero les aseguro que fue un verdadero perfume para mis narices que dejó huella imborrable en mi boca. Al final del Pasaje hay un dominuto patio con una bonita fuente de agua que vale la pena conocer.

Pisamos las calles nuevamente para continuar el recorrido hacia Rathausplatz, la Plaza del Ayuntamiento de Viena. Era domingo y el parque estaba populosamente activo, con una pista de patinaje sobre hielo colmada de niños y muchísimos locales de comida callejera, entre los cuales probamos distintos formatos de Pretzel que estaban buenísimos. Sobre la plaza se impone el enorme y neogótico Palacio del Ayuntamiento que, construido en la segunda mitad del siglo XIX, conserva en su torre más alta la estatua de un Postaestandarte que se ha convertido en el símbolo de la ciudad. Estuvimos un largo rato caminando, descansando y mirando a la gente ir y venir. Nos contaron que en durante el mes de diciembre, es aquí donde se levanta el mejor mercadillo navideño de la capital austríaca. Ya anochecía, por lo que lentamente le pedimos a nuestros pasos que nos devolvieran al hotel para descansar. Mañana nos espera otra gran jornada en la majestuosa Viena.

La cantidad de lugares que hay para conocer en Viena es abrumante y el tiempo siempre es poco y nunca alcanza. Mientras desayunábamos en el hotel, trazamos una línea del recorrido a realizar en el día, algo que al final de la tarde nos mostraría la osadía de nuestra utópica planificación. El plan era transitar la Ringstrasse que bordea el distrito principal, desviándonos en algunos sitios que fueran de interés y con esa intención salimos.

Luego de atravesar nuevamente el Stadpark, nos dirigimos rápidamente hacia la Iglesia de San Carlos Borromeo, un templo en donde predomina el barroco pero que fusiona muchos estilos, que se perciben fácilmente en su arquitectura interior y exterior. El templo data de 1737, fecha en que se temrinó de construir y fue consagrado. Lo que más distingue a esta iglesia de otras son las columnas talladas con episodios de la vida de Borromeo, cardenal italiano que supo ser arzobispo de Milano y uno de los principales reformadores del catolicismo de sus tiempos. El Resselpark que rodea al templo aporta belleza a la escena, con un espejo de agua a las puertas de la iglesia que le da un toque muy particular a la fachada vista a cierta distancia.


Tan sólo unas cuadras nos separaban de la Ópera Estatal de Viena, conocida aquí como Wiener Staatsoper, un elegante edificio de fama mundial y una de las mecas de la operística y de la música clásica. La visita guiada por los interiores del Teatro tiene un valor de unos 12 euros. La II Guerra Mundial causó estragos en la Ópera, sobre todo tras el bombardeo que destruyó el escenario, el auditorio y las salas de escenografías y vestuarios, donde ardieron más de ciento cincuenta mil trajes. Por suerte, se salvaron la fachada, la gran escalinata y el vestíbulo, incluidos los frescos pintados por Schwind.

Seguimos el derrotero de la Ringstrasse una vez más y atravesamos luego el Burggarten, donde nos encontramos cara a cara con la figura metálica del Emperador Francisco José hecha estatua. Avanzamos un poco más y nos apersonamos en la Heldenplatz o Plaza de los Héroes, un amplio y bonito parque donde se emplazan los monumentos ecuestres al Archiduque Carlos y al Príncipe Eugenio, que enmarcan la imponencia de Palacio Imperial de Hofburg, el más grande los palacios vieneses y residencia de la corte de los Habsburgo cuando esa dinastía manejaba los destinos de los territorios austrohúngaros. Como todo gran palacio, recorrerlo por dentro es una aventura fascinante pero demanda tiempo, el cual escaseaba, motivo por el cual nos encaminamos en dirección a la Maria Theresien Platz, para lo cual debimos atravesar la llamada Puerta Exterior o Auberes Burgtor, una construcción del siglo XIX en cinco arcos que reemplazó a la puerta destruida por los ejércitos napoleónicos durante la toma de Viena por parte de Bonaparte.

Una vez en la María Theresien Platz, observamos detenidamente el inmenso Monumento a la única mujer que gobernó sobre los dominios de los Habsburgo. Esta plaza es conocida también como Plaza de los Museos ya que a cada uno de sus lados se levantan los enormes edificios que albergan las colecciones del Museo de Historia Natural y del Museo de Historia del Arte. Más museos encontramos en la llamada zona Museumsquartier, situada también frente a la Plaza, cruzando la Museumplatz. Allí se pueden visitar el Museo de Arte Contemporáneo Mumok, con una arquietectura exterior vanguardista y muy llamativa, además del Museo Leopold, que guarda valiosas colecciones del arte moderno de Austria.

Ya entrada la tarde paseamos un rato por el muy bien cuidado Volksgarten de Viena, unos jardines públicos en los que existen homenajes a las víctimas del holocausto perpetrado por los nazis en la última gran contienda mundial.

Nos quedaba un rato para continuar conociendo la majestuosa Viena, pero más allá de eso los relojes nos hicieron entender que nuestra utopía del tiempo finalmente nos había traicionado, ya que pese al esfuerzo no nos alcanzarían las horas que restaban para poder ir a conocer el Palacio Belvedere, una de las atracciones icónicas de la ciudad que quedará pendiente para una próxima visita a este rincón de Europa. En este conjunto palaciego conviven el Museo de Arte Barroco y el Museo de Arte Medieval, además de hallarse allí los hermosos jardines del Palacio, una de los más bellos del Viejo Mundo.

Retornamos al Hotel Urania felices. Nos esperaba una cena en Gasthaus Wild, en la inmediaciones del hotel, muy cerquita del viaducto del ferrocarril. Allí, saboreamos distintos platos de la cocina austríaca antigua, con espárragos, setas, carne de ganso y unas copas de un exquísito Riesling austríaco.








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